¿Dónde trabajarán los latinoamericanos en el mundo de la inteligencia artificial?

Parece haber llegado la hora de la inteligencia artificial (AI, por sus siglas en inglés). A partir del éxito de sistemas como Watson de IBM (el primero de AI en ganar el juego Jeopardy! contra contrincantes humanos) y más recientemente el programa Amelia, de IPsoft, la tecnología está precipitando cambios que pueden tener efectos de largo alcance sobre la naturaleza del empleo.

Emprendedores e innovadores insisten en que estas transformaciones marcarán el fin de la monotonía en el trabajo, pero las consecuencias podrían ir más allá. Según pronósticos de la consultora McKinsey, para 2025 la automatización podría reemplazar a unos 250 millones de trabajadores en todo el mundo. Esto podría significar una reducción de tareas repetitivas y tediosas, pero también implicaría que, sin una formación complementaria, muchos trabajadores quedarían despojados de los medios para desarrollar nuevas habilidades o bien comenzar su propio negocio. La mayoría de los análisis pone foco en los sectores obvios: trabajos de línea, ensamble u otros rutinarios, pero también impactará sobre otros trabajos basados en la interpretación de datos predecibles, fácilmente reemplazables con inteligencia artificial. La tercerización sentirá los efectos, gracias a que los costos de tecnologías de la información (IT, por sus siglas en inglés) se recortarán en un 60% hacia 2017 a partir de estas nuevas herramientas, según estimaciones de la firma Gartner, por lo que menos empresas trasladarán estos costos fuera de sus países.

Esto ha motorizado una enérgica conversación en los Estados Unidos. El libro Rise of the Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future del emprendedor Martin Ford ha llamado la atención de todo el espectro político. Algunas publicaciones de referencia como The Atlantic Foreign Affairs han puesto el tema en sus portadas más recientes.

Para Ford, un futuro definido por la inteligencia artificial es inevitable. “Cambiará definitivamente una de nuestras presunciones básicas sobre la tecnología: que las máquinas son herramientas que incrementan la productividad de los trabajadores”, escribe en su libro. “Sin embargo, son las máquinas las que están convirtiéndose en trabajadores, mientras la línea divisoria entre capital y trabajo se desdibuja como nunca antes”.

Pero aun quienes se encuentran a la vanguardia de esta revolución tecnológica advierten sobre los potenciales riesgos. “Pienso que tenemos que ser muy cuidadosos sobre la inteligencia artificial”, dijo el cofundador de Tesla y SpaceX, Elon Musk. “Si tuviera que adivinar cuál es nuestra mayor amenaza existencial, posiblemente diría que es esta. Con la inteligencia artificial estamos convocando al demonio”. Estos comentarios hacen eco de las advertencias de Stephen Hawking y otros científicos e inventores.

Del otro lado del debate, los defensores de la inteligencia artificial dudan que los robots sean alguna vez capaces de sustituir a los seres humanos, por la creatividad, el liderazgo y la resolución de conflictos que solamente nosotros pueden proveer. Otros señalan que las disrupciones que ya ocurrieron por efecto de este tipo de tecnologías no son nada comparadas con la invención de la electricidad, la luz o el teléfono. Más del 80% de los estadounidenses solía ser granjero, por ejemplo, pero la tecnología les ha permitido dejar los campos e invertir su tiempo en otras cuestiones.

Esta conversación no ha tenido mucha cabida en América Latina, a pesar de que la inteligencia artificial podría tener un efecto negativo para la región. Mientras el comercio se expandió en los noventa, gran parte de la industria textil latinoamericana viró hacia Asia. Este patrón podría repetirse con la automatización si los call centers, los consultores en sistemas y el resto de la industria regional de tercerización de procesos (BPO, por sus siglas en inglés) deciden que es más barato “volver a casa”, a los Estados Unidos.

Es por eso que es tiempo de que los líderes de América Latina presten atención al potencial impacto de estas tecnologías, especialmente los funcionarios educativos y sanitarios, dos de los principales generadores de empleo en la región. Luciano Tourn, un director ejecutivo del proveedor argentino de servicios Grupo Gamma, señala que los sistemas de salud necesitan una gran cantidad de capital humano altamente calificado. Para el sector, el desafío no es la falta de trabajos, sino la escasez de trabajadores calificados. “En los próximos años, será cada vez más importante para los proveedores de salud poder atraer y retener a los principales talentos”, dice Tourn.

Aún no podemos saber si la inteligencia artificial exaltará los desafíos de la humanidad, como aventuran algunos, o si será capaz de solucionar algunos de sus problemas más acuciantes, como los tecnooptimistas argumentan. Lo que está claro es que estas tecnologías traccionarán cambios transformadores de uno u otro tipo en todo el mundo, especialmente en América Latina. Los líderes de la región deben empezar a prepararse.

Conectar talentos, estudios y salida laboral

En casi todas las industrias modernas, la tecnología está cambiando el modo en que los usuarios acceden a la información. Pero todavía vemos poco de estos cambios en la educación, especialmente en América Latina. Los padres no suelen tener acceso a información sobre la calidad de las escuelas, lo que los lleva a tomar decisiones basadas en otros factores, como la ubicación o las referencias de sus amigos. Esto ocurre incluso con las escuelas privadas, que “no comparten indicadores educativos reales con los padres”, dice Massimo Mazzone, fundador de Cadmus Academies, una nueva red de escuelas privadas de bajo costo en América Central. “Su posicionamiento está más ligado a elementos como el confort y la seguridad de las instalaciones en lugar de las estadísticas de acceso a la universidad o inserción laboral”.

El fenómeno se repite en la educación superior. Los rankings se enfocan en el tamaño de los campus, la cantidad de publicaciones del cuerpo docente y la evolución del financiamiento, en lugar de la escala salarial y las oportunidades de carrera de los alumnos. Sin importar si se elige una licenciatura tradicional de 4 años o algún curso técnico vocacional, prácticamente no hay buena información sobre el destino de los graduados. Continuar leyendo

Potenciando la inversión social de impacto

Para muchos, América Latina está asociada a una larga lista de atributos negativos: narcotrafico, corrupción, violencia pandillera y crimen organizado. Sin embargo, nuestro nuevo reporte Harnessing Social Impact Investing in Latin America ayuda a contrarrestar algunos de esos mitos. En efecto, en el campo de la inversión social de impacto, la región se ubica a la vanguardia de las nuevas tendencias globales.

El informe, publicado por el Atlantic Council, demuestra que la inversión de impacto – el uso de fondos y herramientas de inversión para financiar programas y emprendedores que generan ganancias a la vez que brindan servicios públicos esenciales –está alcanzando un punto de inflexión en la región. Bajo el subtítulo “Capital Privado para el Bien Público”, analizamos cómo emprendedores e inversores contribuyen con el progreso social en los ámbitos de la educación, la salud pública y otros sectores de impacto.

En el 2013 el 19% de las inversiones de impacto a nivel global estaban dirigidas hacia firmas y organizaciones situadas en América Latina. Ello aun a pesar de que sólo el 4% de los inversores globales de impacto se encuentran basados físicamente en la región. Un motivo fundamental de la popularidad de América Latina entre estos inversores es la demografía. La clase media se ha expandido de un modo dramático en la última década, acompanada de un crecimiento económico sostenido y programas gubernamentales que sacaron a miles de familias de la pobreza.

La creciente clase media demanda a los gobiernos una mejora en los servicios sociales, desde la educación hasta la vivienda y la salud. Hoy, el 20% de la población tiene entre 15 y 24 años de edad, y cada vez más de ellos –conocidos como “NiNis” (ni estudian ni trabajan)— tienen pocas oportunidades en el mercado laboral. Aquí, la inversión de impacto puede ofrecer nuevas alternativas a través de la educación técnica y la formación para el trabajo. Como el columnista del New York Times David Brooks escribió recientemente, “no sustituirá al gobierno o será la panacea, pero es una herramienta más para atender a problemas sociales”. En otras palabras, donde los gobiernos llegan a un límite, el sector privado puede ayudar.

La tecnología también es un factor clave. Los jóvenes de hoy son “nativos digitales” en una región donde la penetración de Internet crece rápidamente y se espera que en 2015 sobrepase el 54%. Los millenials latinoamericanos exhiben un espíritu emprendedor y una marcada preocupación por la justicia social, dos ingredientes claves para inversiones de impacto exitosas.

Entonces, ¿de qué se tratan puntualmente estos programas? Nuestro informe examina diversos casos liderados por el sector privado, agencias gubernamentales y organismos multilaterales –llamados los rayos de la rueda de la inversión de impacto.

Algunos de los fondos privados más exitosos incluyen al brasileño Gera Venture Capital, el fondo mexicano IGNIA, o el fondo regional Elevar Equity. Elevar, por tomar un caso, distribuyó US$94 millones a más de 11 millones de hogares a través de servicios como microcréditos, salud rural y préstamos hipotecarios, con ROI’s superiores al 20%. Los fondos multilaterales, asimismo, como el Fondo Multilateral de Inversión (FOMIN) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), juegan un rol fundamental.

Junto con ellos, se encuentran los propios emprendedores, como el Grupo Compartamos, el mayor grupo de microfinanzas en la región, con más de 2.4 millones de clientes. Otro start-up mexicano, FINAE, ofrece préstamos de bajo costo a miles de estudiantes mexicanos. El informe argumenta que, aunque el emprendimiento social es motorizado por el sector privado, los gobiernos tienen un importante papel, ya que proveen reglas de juego claras e invierten en infraestructura estratégica, como internet de banda ancha. Los gobiernos también pueden absorber parte del riesgo al apoyar iniciativas prometedoras que se encuentren en estadios incipientes.

Este último rol viene siendo asumido por incubadoras de negocios con respaldo público en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, y México. Start-Up Chile es quizás el más aclamado, y a traves del caul el gobierno chileno ofrece directamente capital semilla de hasta US$40.000 a emprendedores calificados. El Instituto Nacional del Emprendedor (INADEM) en México e IncuBA en la Ciudad de Buenos Aires son otros dos ejemplos del rol promotor que están desempeñando los gobiernos.

Mientras la inversión de impacto aún enfrenta numerosos desafíos en la región –la falta de métricas consistentes, la escasez de capital inicial—estos casos de éxito demuestran que los proyectos bien manejados pueden tener impactos sociales significativos. El desafío que tenemos por delante es encontrar el modo de desplegar este potencial –identificar a los emprendedores en los estadios más precarios de desarrollo y conectarlos con las redes de negocios y los capitales adecuados.

La transición hacia una economía de alta productividad

En la última década, América Latina mantuvo niveles llamativos de crecimiento mientras EEUU y Europa se debatían en medio de la crisis económica. Y aun cuando los desafíos sociales históricos de la región –incluyendo altos niveles de pobreza, desigualdad, informalidad laboral y baja calidad educativa- mostraron avances, siguen siendo un gran impedimento para construir economías más sólidas e inclusivas.

Una lección central de los últimos años es que mientras el equilibrio fiscal y la estabilidad macroeconómica son necesarios para el crecimiento económico, no bastan para subsanar las deudas sociales más profundas. Al mismo tiempo, aprendimos que los esfuerzos gubernamentales aislados tampoco son suficientes –a veces por falta de financiamiento pero también a menudo dada la carencia de innovación y de implementación efectiva.

El fenómeno se replica en el campo de la educación técnica y vocacional que podría preparar a más estudiantes latinoamericanos para empleos altamente calificados. Informe tras informe se demuestra una profunda desconexión entre los contenidos enseñados en la escuela y los requeridos por el sector privado. Pero ni el mercado ni los gobiernos han logrado  solucionarlo.

Datos del Enterprise Survey del Banco Mundial revelan que el sector empresario latinoamericano tienen mas dificultades que el de cualquier otra región para reclutar talentos. Más del 35% de las empresas de la región afirman que una fuerza laboral mal calificada es su principal impedimento para la expansión de su negocio, contra el 22% en África Subsahariana o el 17% del Sudeste Asiático. Las empresas latinoamericanas son también las que sufren de los mayores periodos de posiciones vacantes.

Los gobiernos han estado lidiando con el tema por algún tiempo con pocos resultados visibles. Uno de los precursores, el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) de Colombia, fue lanzado en 1957, mientras que el más nuevo, el programa Bolsa Escola de Brasil, data de 2001. Argentina, México y Chile han realizado esfuerzos similares.

El Banco de Desarrollo de América Latina – CAF presentó un informe sobre este tema llamado Educación Técnica y Formación Profesional (ETFP). El estudio reveló que las Pymes generalmente necesitan ofrecer sus propios programas de entrenamiento dado que, sobre todo para las posiciones de menor nivel, casi no existen alternativas públicas o privadas de formación para sus potenciales empleados. Tampoco está claro cuan valiosa sería la acreditación dada por instituciones públicas –aunque hay poca evidencia, el mercado parece preferir las acreditaciones privadas ofrecidas con el respaldo de grandes empresas como por ejemplo la Cisco Networking Academy, Adobe Certification o el Amazon Web Service.

Conseguir empleo ya no es suficiente para empezar a desarrollar habilidades profesionales, especialmente en sectores donde la automatización está reemplazando a la mano de obra. En estas industrias tecnificadas se requieren conocimientos más sofisticados, en particular habilidades técnicas y una mentalidad creativa orientada a la solución de problemas.

Al mismo tiempo, mientras el retorno a los empleos más calificados se incrementa, estos beneficios no siempre están claros para los individuos que toman las decisiones educativas. Este es un punto en el que los gobiernos tienen un rol concreto que desempeñar: brindando información certera, transparente y accesible sobre las carreras con mayor demanda y las habilidades que requieren.

El entorno regulatorio es otro de los desafíos pendientes. La falta de una regulación clara significa que es imposible diferenciar las instituciones de mayor y de menor calidad. Al mismo tiempo, las escuelas y los programas exitosos encuentran trabas para expandirse y tener éxito por la falta de transparencia en los requerimientos. Además de minar la innovación, este escenario pone en riesgo a los propios estudiantes.

Los gobiernos necesitan poder evaluar de un modo efectivo la calidad de las nuevas instituciones educativas e identificar a aquellas que flaquean. Los programas públicos están en una posición de privilegio para proveer información objetiva y brindar a los desocupados alternativas de formación que puedan devolverlos al mundo del trabajo y la productividad.

Mientras América Latina emerge de una década de crecimiento basada en la exportación de commodities con altos precios internacionales, hoy se enfrenta a su próximo desafío: la transición hacia una economía de alta productividad. Mantener la estabilidad macroeconómica será crucial, así como ampliar la infraestructura regional y continuar luchando contra la pobreza. Pero para crear sectores económicos verdaderamente robustos que puedan elevar la calidad de vida, será imperativo equipar a los trabajadores de todos los niveles con las habilidades necesarias para progresar. Difícilmente lo logremos sin un sector técnico y vocacional más fuerte.

La voluntad política es clave para una reforma educativa exitosa

“La escuela estaba en pésimas condiciones –bajas tasas de graduación, violencia pandillera filtrándose desde un vecindario convertido en un campo de batalla, y una comunidad educativa cercana a su punto de quiebre.” A diferencia de lo que uno podría imaginar, no es la historia de una comunidad marginal en un país en desarrollo. En relato proviene del corazón de Nueva York, según cuenta Joel Klein, responsable del sistema educativo de la ciudad durante la administración de Michael Bloomberg.

A comienzos de la década de 2000, cuando Klein asumió su función, Nueva York enfrentaba desafíos similares a los de varias ciudades latinoamericanas. Bajo rendimiento –especialmente en comunidades vulnerables- , falta de rendición de cuentas, carencia de alternativas educativas para los padres, y pesadas burocracias obstruían casi por completo las posibilidades de reforma. En su nuevo libro, Lecciones de Esperanza: Como Corregir nuestras Escuelas, Klein comparte su experiencia sobre la transformación de un sistema “con escuelas a medida de las necesidades de los alumnos, no de los adultos.”

Mientras muchos reformadores parecen dedicar su retórica a apaciguar a los críticos, Klein toma otro camino. Por el contrario, ofrece una decidida defensa, arraigada en su paso por la función publica, de los motivos por los que es más necesario que nunca evitar que las reformas educativas se liguen a los ciclos políticos. “Klein produjo un excelente material para la reforma educativa a nivel urbano”, sostiene Esteban Bullrich, actual Ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires –un sistema muy parecido al neoyorquino por tamaño y cantidad de estudiantes.

“Los datos –encuestas, estudios, reportes- son muy importantes, pero sobre todo se necesita liderazgo,” continua Bullrich. “Construir un equipo competente, el apoyo de tu jefe –el jefe de gobierno- sea local o federal, y se necesita lidiar con una gran variedad de grupos de interés: la comunidad de negocios, sindicatos, los medios, grupos de padres, todos los cuales tienen perspectivas y puntos de vista contrapuestos. Este tipo de liderazgo político es clave para sostener la reforma y generar mejoras reales para los alumnos.”

En esta línea, Klein articula una estrategia clara para sistemas escolares de baja calidad, basada en cuatro pilares de cambio. Los dos primeros tienen que ver con inyectar más opciones y flexibilidad en el sistema, promoviendo escuelas independientes de gestión mixta y cerrando otras que no producen resultados. Un tercer punto es implementar políticas que “empoderen a directores y les permitan ser los verdaderos líderes de sus escuelas,” mientras que el último paso es promover la innovación en un sistema que ha operado por largo tiempo como un virtual monopolio excluyendo a nuevos participantes, nuevas tecnologías y nuevos métodos pedagógicos.

La experiencia de Klein debería ser particularmente interesante para los reformadores en otras ciudades alrededor del mundo. Una de sus mejores iniciativas ha sido la creación de las llamadas “iZone” o clusters de escuelas que reciben financiamiento específico para experimentar nuevas metodologías de enseñanza. De este modo, las buenas –y malas- ideas pueden ser testeadas a baja escala sin imponerlas sobre todo un distrito educativo.

La idea del iZone reafirma que las mejoras educativas en general son primero generadas a nivel local. Esto es particularmente cierto en América Latina, donde las prolíficas burocracias federales en grandes países como Brasil, México y Argentina complican al extremo los procesos de reforma a escala. Colombia bajo el liderazgo de la actual Ministra Gina Parody y su Vice Luis Enrique García, puede ser una excepción, pero las más destacadas reformas se has visto a nivel local, como las impulsadas por Bullrich en Buenos Aires o Claudia Contin en Rio de Janeiro.

Mientras Klein ahonda en sus políticas, vuelve una y otra vez sobre la cuestión del liderazgo, enfocándose en la construcción de equipos, evaluaciones de impacto y construcción de coaliciones como si estuviera escribiendo un libro de estrategias de campaña o negocios. En ese sentido, su libro es muy original. El espacio educativo está lleno de expertos en políticas educativas, pero es difícil encontrar análisis sobre la acción política necesaria para llevarlas adelante.

La esperanza de Klein es que una nueva generación de reformadores pueda beneficiarse de sus experiencias. La planificación de la comunicación y de la estrategia es esencial para el éxito de cualquier reforma estructural, especialmente una tan compleja y sensible como la educativa. Los interesados en reformar la educación en América Latina no deberían dejar de leer las lecciones de Klein!

La calidad educativa en América Latina está en manos de los docentes

Todos los días parece haber más evidencia de que los docentes son el factor más determinante cuando hablamos de calidad educativa. Un mayor entendimiento del rol de los docentes es vital para darle foco a los esfuerzos de reforma y direccionar los recursos de manera más efectiva. El desafío es grande: hay unos 7 millones de maestros en América Latina y el Caribe, de acuerdo a un reporte reciente del Banco Mundial, lo que representa alrededor de un 4% de la fuerza laboral y un 20% de los profesionales, mientras sus salarios equivalen a casi un 4% del PBI regional. Se desempeñan en condiciones que van desde aulas al aire libre en zonas rurales hasta instalaciones con aire acondicionado en ricas áreas urbanas.

Entonces, ¿cómo se puede mejorar el desempeño docente en la región, en medio de tantas particularidades locales?

En su reporte, “Great Teachers: How to Raise Student Learning in Latin America and the Caribbean,” el Banco Mundial ensaya posibles respuestas. En quizás uno de los informes más exhaustivos sobre la profesión docente, los investigadores realizaron más de 15.000 visitas sorpresas a aulas en más de 3000 escuelas públicas entre 2009 y 2013.

Así, llegaron a una serie de interesantes conclusiones. La publicación The Economist sintetiza los hallazgos: “El principal motivo de la crisis educativa latinoamericana es simple. La región capta grandes cantidades de docentes de entre los egresados menos lucidos. Los entrena pobremente y les paga peniques (entre el 10 y el 50% menos que otros profesionales). Como resultado, la enseñanza es mala.”

En efecto, el Banco Mundial revelo que los docentes de América Latina en general pasan apenas el 65% de su tiempo enseñando –comparado con el promedio internacional que ronda el 85%. Este no es un problema que se solucione fácilmente con nuevas tecnologías o mejores materiales –el informe destaca que aun en escuelas con conectividad a internet, computadoras u otros dispositivos de aprendizaje avanzados, los maestros generalmente usan lo que mejor conocen, el pizarrón.

En consecuencia, las cifras sobre la pérdida de tiempo en el aula indican que hay que prestar atención a un problema más fundamental: el modo en que los docentes son reclutados, entrenados y compensados por su desempeño. Desafortunadamente, hacer cambios en este sentido no es tarea fácil dada la influencia de varios actores con un decidido interés en mantener el statu quo –incluidos sindicatos docentes, administraciones universitarias, e institutos de formación.

Sin embargo, no todas las mejoras son necesariamente complejas, de acuerdo a Javier Luque, uno de los autores del reporte del Banco Mundial y un especialista en educación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Luque sostiene: “Interactuando con maestros en miles de aulas, encontramos que a menudo los mayores problemas tienen que ver con cosas muy simples: una vez que tenemos docentes en el aula, el sistema debería garantizar que usen el tiempo en promover el aprendizaje de todos sus alumnos. Los estudiantes no pueden recuperar el tiempo perdido. En muchos casos vimos desperdiciar hasta un tercio del tiempo de clase esperando que sonara el timbre. Solo imagínense las actividades que se podrían haber hecho en todo ese tiempo”

“Los alumnos van a la escuela a aprender,” agrega, “y por lo tanto todos los actores del sistema deben alinearse para asegurar que el aprendizaje ocurra. Esto suena muy sencillo, pero lamentablemente no está ocurriendo.” Uno de los posibles motivos es que los docentes de menor rendimiento ya poseen los conocimientos técnicos o las habilidades cognitivas, pero la falta de señales claras en cuanto al aprendizaje de sus alumnos los previene de avanzar.

Al mismo tiempo, Luque argumenta que se necesitan reformas más profundas. “Estas se refieren a modernizar la formación docente y los sistemas de evaluación,” dice. Esto resulta crítico “a fin de obtener mejor información sobre lo que funciona y lo que no –y así saber cómo y dónde intervenir.”

Algunos países como Chile, México, Perú y Ecuador han aprobado regulaciones para incrementar las evaluaciones. A la vez, grandes ciudades como Río de Janeiro y Buenos Aires están tomando la delantera. En cada uno de estos casos, las propuestas encontraron fuerte resistencia por parte de los sindicatos docentes, quienes se opusieron a vincular el desempeño al progreso de carrera.

Pero en mi conversación con Luque, él insistió en que esas “señales” son exactamente lo que nuestros sistemas educativos no están advirtiendo. “En América Latina, la mayoría de las aulas son como una ‘caja negra’: el sistema desconoce lo que realmente sucede en ellas. Eso limita sustancialmente las posibilidades de mejora”. Hacer esto explicito –y atarlo a procesos rigurosos de evaluación- puede hacer una gran diferencia.

El informe presentado por Luque y sus colegas presenta no solo un vigoroso retrato de la educación latinoamericana sino también una serie de buenas ideas para arreglarlo: mejores directivos, más intercambio de experiencias, y la reducción de la carga de tareas administrativas de los maestros.

Aun así, pone poco foco en los recursos que se necesitaran a nivel sistémico para alcanzar estas reformas. El ámbito político es donde radican los verdaderos desafíos y, con grupos poderosos listos para oponerse a cualquier cambio, los reformadores deben construir estrategias políticas tanto como recomendaciones técnicas. Ese, quizás, sea un buen tema para el próximo reporte.

La pelea por el talento en América Latina

Con la naturaleza cambiante de la economía global, y la creciente competencia entre países y empresas por el talento, la educación de calidad es más importante que nunca. Tanto el desarrollo personal como la competitividad nacional dependen de las llamadas habilidades del siglo XXI, habilidades que califican a los trabajadores para tener éxito en industrias de alto valor agregado, y los preparan para ser emprendedores e innovadores.

Así como la revolución industrial generó un cambio de paradigma en los sistemas educativos que llevó a la masificación del entrenamiento para el trabajo, pero que a su  vez estandarizó el conocimiento, las transformaciones provocadas por las nuevas tecnologías y la globalización requieren que repensemos las formas de enseñar y aprender, de preparar a los ciudadanos para este siglo que recién comienza.

Educacion 3.0, The Struggle for Talent in Latin America, el libro que recientemente he publicado, busca enfocarse en esta necesidad que existe en el mundo iberoamericano, tanto de América Latina como los más de 50 millones de hispanos que viven en Estados Unidos, de mejorar los sistemas educativos. En todo el continente, los latinos están enfrentando desafíos similares referidos al alto abandono escolar, baja calidad de la enseñanza y una pronunciada desconexión entre lo aprendido en la escuela y las demandas del mundo del trabajo. Las nuevas clases medias que han surgido en la región ponen más presión al problema, ya que justamente, exigen más y mejor educación, a la que antes no podían aspirar. Continuar leyendo

La inversión social de impacto

La filantropía está de moda en América Latina. Más fundaciones corporativas, familias e individuos de alto patrimonio se están involucrando en inversiones de impacto social. En una región donde el gobierno todavía es el principal proveedor de programas sociales y la filantropía se mantiene escasa, especialmente comparada con los Estados Unidos, este es un bienvenido desarrollo.

Colombia, una de las estrellas económicas de la región, puede ser el mejor ejemplo de esta creciente cultura filantrópica en América Latina. En ese país, la comunidad empresarial se involucró en la provisión de servicios sociales, de salud y educación, más que en cualquier otro de la región, debido al vacío que dejó el Estado en los largos años de conflicto armado.

Durante el extenso conflicto de guerrilla y narcotráfico, el alcance del estado estaba severamente limitado, y el nacimiento de fundaciones empresariales en todo el país permitió llenar ese vacío. Una de esas organizaciones es la Fundación Luker, la rama filantrópica de Casa Luker, empresa líder en fabricación de chocolate. Pablo Jaramillo, el director general de la Fundación Luker, en una presentación reciente en el Atlantic Council en Washington DC, explico “las fundaciones en Colombia son principalmente locales, no nacionales, concentrándose en proveer servicios que el gobierno no lograba brindar”

Carolina Suarez, la Directora Ejecutiva de la Asociación de Fundaciones Empresariales (AFE) está de acuerdo, y resalta que esto es especialmente cierto en el sector educativo “De las 56 fundaciones afiliadas con AFE, 43 consideran mejorar la educación una prioridad”. Y continua, “este interés comenzó hace décadas y se está expandiendo cada año, en todo el país, brindando innovación a este sector.”

De hecho, según la encuesta más reciente conducida por la Asociación Nacional de Empresarios (ANDI) de Colombia, la cual entrevistó a casi trecientos presidentes de distintas compañías, “lograr la educación primaria universal” fue la prioridad del 40% de ellos. Otras áreas altamente valoradas incluyeron la reducción de la pobreza y la protección del medio ambiente.

Otros grupos filantrópicos importantes de Colombia incluyen la Fundación Corona, Dividendo Por Colombia, y la Fundación Carvajal. Dividendo, liderada por María Teresa Mojica, cumplió su decimoquinto año de operaciones en el 2013. La organización se concentra particularmente en los niños más vulnerables – aquellos aislados en escuelas rurales “multigrado”, desplazados por la guerra, y afectados por la pobreza. Sus esfuerzos para entrenar a maestros con métodos de enseñanza participativos, centrados en los estudiantes, ahora alcanzan a más de 100.000 alumnos por año.

¿Pero tiene real impacto las fundaciones en mejorar la educación? ¿Les es posible escalar sus esfuerzos a niveles masivos? El ex alcalde de Nueva York, empresario y filántropo Michael Bloomberg recientemente afirmo, “Todos los billonarios juntos contribuyen muy poco comparado con la cantidad de dinero que el gobierno gasta.” Por eso el desafío consiste en mejores interacciones público-privada. Donde emprendedores y fundaciones pueden traer innovación y nuevos proyectos, más difícil para las burocracias estatales, probar que tienen impacto, y luego ser escalados en colaboración con los gobiernos.

Como dice Mojica, directora ejecutiva de Dividendos, “queremos implementar proyectos modelo, que luego pudieran ser expandidos como programas nacionales e impactar a estudiantes en una escala masiva”

Sin embargo, la filantropía sigue siendo escasa y también el impacto de muchas organizaciones no gubernamentales en generar mayor calidad educativa con sus iniciativas. Nuevas voces están proponiendo que filántropos inviertan mas en emprendimientos privados, en particular en fondos de capital riegos enfocados en educación, como forma de impactar el sistema educativo.

Ese es el tema de un ensayo reciente realizado por los expertos en educación americanos Tom Vander Ark y Matt Grrenfield, titulado “Boosting Impact: Why Foundations Should Invest in Education Venture Funds”, donde enfatizan que las grandes fundaciones muchas veces no tienen suficiente expertise y personal para escalar reformas educativas, y tendrían más impacto si invirtieran en fondos de capital de riesgo e impacto social, que pueden llegar a mas emprendedores e innovadores.

La fundación Bill and Melinda Gates, por ejemplo, invirtio $12 millones en New School Venture Fund, el cual invierte en emprendedores educativos. En el 2013, Kellogg junto con Lumina, Prudential, y otras fundaciones invirtieron en Rethink Education, otro fondo empresarial de educación.

Este tipo de inversión es menos común en América Latina, pero el caso de Colombia demuestra el potencial que existe para generar verdadero impacto cuando fondos privados y filántropos trabajan para desarrollar modelos innovadores en el contexto de un país en desarrollo.

La desconexión entre competencias laborales y educación superior

Existe creciente evidencia sobre la desconexión entre las demandas del mercado laboral y el conjunto de habilidades y capacidades adquiridas en las aulas. Altos niveles de desocupación entre las personas entre 18 y 24 años de edad son acompañados por un alto número de vacantes laborales que no son cubiertas por falta de competencias a lo largo de todo el continente latinoamericano. El reciente trabajo ¿Qué buscan -y no encuentran- las empresas en los profesionistas jóvenes en Mexico?, realizado por Ernesto Garcia, del think tank mexicano CIDAC, confirma esta realidad.

Cifras mencionadas en el estudio muestran que las empresas rechazan a los candidatos principalmente por falta de conocimiento o competencias (en 70.5% de los casos) más que por falta de experiencia (2.3%) o por no tener la personalidad adecuada (24.8%), Es decir, de acuerdo con los profesionales y empresarios encuestados, la limitante de la mayoría de los candidatos es que carecen de las habilidades y capacidades requeridas por las posiciones laborales ofrecidos.

Consecuentemente, disminuir la tasa de desocupación entre los jóvenes, que en México es cercana al 9%, es muy difícil. Aun ante incrementos en la demanda laboral, la desconexión con la oferta de competencias impide que los empleos recién generados se ocupen rápidamente. En el mediano plazo, algunos de los trabajadores “calificados” que no encuadran con los perfiles (o competencias) requeridas por las empresas, se ven obligados a aceptar empleos no calificados, desplazando a trabajadores con menos preparación y dejándolos sin empleo.

Ni siquiera formar parte del menos de 20% de la población que se gradúa de la universidad en la región garantiza escapar de esta situación. Siguiendo en México, los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE 2014) del INEGI indicaron que sólo 40 de cada 100 profesionales tienen un empleo ligado a su formación universitaria; el resto, o está desempleado, o desempeña puestos que no requieren educación superior. Aunque la falta de oferta de empleos explica gran parte de este fenómeno, otra buena parte se debe a que los conocimientos adquiridos a través del sistema educativo son obsoletos o poco aplicables en el mercado laboral.

En pocas palabras, para las empresas es difícil encontrar los mejores perfiles para las posiciones vacantes en su organización y, para la mayoría de los aspirantes, es igual o más de difícil encontrar empleo.

Como Ernesto García afirma en el estudio: “No hay duda de que la dinámica oferta/demanda de competencias no está funcionando de una forma eficiente.” De hecho, de acuerdo con sus resultados, la brecha entre ambas es alarmantemente alta, pues alcanza el 26%. Es decir, más de una cuarta parte de las empresas encuestadas tienen dificultades para encontrar a trabajadores — especialmente jóvenes — con un perfil de competencias que satisfaga los requisitos del puesto, a pesar de haber entrevistado a candidatos para dichas posiciones.

Aunque las causas de la desconexión entre la oferta y demanda de competencias son diversas, el común denominador de casi todas es la asimetría de información entre el sistema educativo y el mundo laboral. Las empresas suelen ser más rápidas que las instituciones educativas para adaptarse a los cambios tanto tecnológicos como económicos y entender las competencias requeridas para el desempeño de los nuevos trabajos.

Ante este hallazgo, las soluciones propuestas por el equipo del CIDAC están – de forma acertada — estrechamente interrelacionadas entre sí. Las principales líneas de acción que ellos proponen incluyen reenfocar el sistema educativo hacia las competencias, y no únicamente en acreditaciones y diplomas, que la vinculación entre empresas e instituciones de educación superior sea más estrecha y que se genere más y mejor información en cuanto a las competencias que las empresas requieren.

En este sentido, el estudio concluye que muchas de las iniciativas para reducir la brecha de competencias “no requerirían de grandes cambios a nivel institucional ni de la inversión de grandes montos en infraestructura, sino simple y sencillamente de la generación de información suficiente, de calidad”.

Para combatir la desigualdad, tenemos que enfocarnos en la educación

Son muchos los indicadores que señalan que el mundo finalmente ha dejado atrás lo peor de la crisis económica de 2008. La economía mundial, de acuerdo con la OCDE, se encuentra en un entorno económico “moderadamente positivo”. El desempleo está disminuyendo y los inversores están recobrando su confianza en los mercados.

Mientras la recuperación se consolida, y el miedo de un colapso económico aun mayor se desvanece, la desigualdad ha cobrado nuevamente un papel protagónico en la agenda global. En Estados Unidos, por ejemplo, el presidente Barack Obama utilizó su discurso del State of the Union de hace unos meses para subrayar que, en los últimos años, “la desigualdad ha ganado terreno y la movilidad de clases se ha estancado”.

También en el resto del mundo, la inequidad ha vuelto al centro del debate. Incluso los círculos financieros están empezando a reconocer la urgencia del problema. En la más reciente cumbre del Foro Económico Mundial de Davos, no sólo el Papa Francisco exhortó a los líderes del mundo a combatir la desigualdad y la exclusión social, sino que el Foro mismo declaró que la mitigación de la inequidad es una prioridad. “La desigualdad económica”, se lee en uno de los comunicados del Foro, “constituye un grave riesgo al progreso humano, afecta la estabilidad social en los países y representa una amenaza a la seguridad a nivel global”.

Desafortunadamente, ante la creciente atención mediática, los líderes políticos están adoptando posturas partidistas cada vez más radicales al ofrecer soluciones al problema de la desigualdad. Ambas partes parecen cada vez menos dispuestas a ceder. Y, mientras la lucha por la igualdad sea reducida a un combate político-ideológico, las posibles soluciones continuarán avanzando lentamente.

En medio de este agitado debate, hay una alternativa menos polémica cuyos efectos sobre la desigualdad tienen un gran impacto: la educación. En el largo plazo, un combate efectivo a la pobreza y desigualdad requiere garantizarles a todos los ciudadanos la oportunidad de no sólo tener un trabajo digno, sino también de desarrollar sus habilidades y capacidades al máximo. Por lo tanto, mejorar la calidad de la educación, en la medida en que promueve las habilidades necesarias para el trabajo en el siglo XXI, es un mecanismo tanto técnicamente viable como políticamente alcanzable para incrementar la movilidad social.

Este es el argumento de Josh Kraushaar en un artículo reciente de la revista The Atlantic. La esencia del asunto de la desigualdad, él explica, es que “los niños de menores recursos no tienen las mismas oportunidades educativas que los ricos”. Y este problema inicial se acentúa con el tiempo. Mientras los niños con más recursos económicos y mejor educación generan mayores ingresos a lo largo de sus vidas, los pobres se quedan cada vez rezagados.

La magnitud del desafío es abrumadora, particularmente en una región como América Latina. De acuerdo con cifras de Worldfund, mientras que, en promedio, 92 por ciento de los niños latinoamericanos entran a la primaria, son mucho menos los que llegan a la secundaria –en Brasil, 41%; en México, sólo 35%.

Además, en una economía globalizada, ante un mercado laboral cada vez más competitivo, la baja calidad de la educación latinoamericana presagia un futuro poco prometedor para los niños de la región que sí terminan sus estudios. Alarmantemente, 50% de los mexicanos, colombianos y brasileños no han desarrollado las habilidades necesarias para entender los problemas más básicos de ciencias y matemáticas. Si consideramos el nivel de variación de la calidad educativa dentro de cada país, particularmente entre zonas urbanas y rurales, el panorama para la desigualdad es aún más desalentador.

Por si fuera poco, las nuevas tecnologías también están contribuyendo a ampliar la brecha de la desigualdad. Los trabajos que requieren habilidades tecnológicas – y, por lo tanto, una buena educación –, son cada vez mejor pagados. Mientras tanto, los salarios de los trabajadores poco calificados continúan estancados, o cayendo. Como Tyler Cowen explica en su libro Average is Over, “los trabajadores serán clasificados en dos categorías… La pregunta crucial para ser contratado para la mayoría de los trabajos será: ¿eres bueno para trabajar con máquinas inteligentes?

Hasta que encontremos mejores formas de que todos accedan a herramientas para formar parte de esta nueva era de la sociedad del conocimiento, la desigualdad sólo continuará incrementando. La educación es una las pocas maneras –quizás la única– que, como sociedad tenemos para solucionar de raíz el problema de la divergencia de ingresos, en lugar de sólo mitigar sus peores aspectos.