La economía on-demand y la brecha global de talentos

El mundo está cambiando a un ritmo sin precedentes. Internet y los avances tecnológicos han transformado los negocios, la industria, la administración gubernamental, y prácticamente todos los aspectos de nuestra vida diaria. Mientras la penetración de la computación llevo décadas, los celulares, y más recientemente los smartphones, han proliferado en tan solo unos pocos años.

Hoy la mayor parte de la población mundial usa teléfonos inteligentes. Además, lo que se conoce como “internet de las cosas” (o “the internet of things”) nos está conectando con nuestros electrodomésticos, nuestros autos, y nuestros edificios a través de inteligencia artificial virtual. Esto ha tenido sus implicancias en la economía, a medida que la automatización estimula la productividad y la eficiencia desplazando a los trabajadores de las industrias tradicionales.

También ha provocado la expansión de la llamada “economía colaborativa”, muy positiva para los consumidores pero disruptiva para viejas formas de empleo. Uber desafía a los taxistas tradicionales, Airbnb hackea a la industria hotelera, ZipCar compromete a las agencias de alquiler de autos, y los servicios de streaming como Netflix revolucionan a las productoras dominantes de televisión y cine y a los cableoperadores. Mientras hay mucho por explicar desde un punto de vista sociológico acerca de la confianza que generan estos servicios sin el respaldo de una marca o una empresa, es claro que todos estamos actuando cada vez más como si fuéramos cada uno pequeñas empresas.

El impacto sobre el mercado laboral –y por tanto sobre el tipo de educación y entrenamiento necesario parar progresar—aún debe ser evaluado. Pero sabemos que el contrato convencional entre empleado y empleador esta rompiéndose. Las empresas ya no pueden ofrecer como antes la seguridad del empleo de por vida, y como consecuencia los jóvenes posiblemente cambien de trabajo más de una docena de veces a lo largo de su carrera. Casi un tercio de los trabajadores norteamericanos ya son “virtuales”, y la consultora PWC estima que para 2020 la movilidad laboral se incrementara en un 50%.
Como consecuencia, la competencia por el talento es más intensa en todos lados, aun cuando el futuro del trabajo es más incierto. Un estudiante en Brasil está compitiendo contra otros en Singapur o Marruecos.

Al mismo tiempo, las empresas tienen cada vez más dificultades para encontrar los talentos que necesitan para sus negocios globales y de alta tecnología. El informe de PWC también encontró que a casi dos tercios (63%) de los CEOs globales les preocupa no poder encontrar los empleados con las habilidades y el suficiente espíritu innovador para cubrir las posiciones abiertas. McKinsey estima que habrá un déficit de unos 85 millones de trabajadores calificados hacia 2020.

Aquí es donde el alza del trabajo cuentapropista y la economía colaborativa, a menudo basadas en aplicaciones de celular, entran en juego. 53 millones de estadounidenses -34% de la fuerza laboral- están trabajando de forma independiente y el número continua creciendo. Como señala The Economist, esta tendencia “desafiará muchos de los supuestos fundamentales del capitalismo del siglo XX”.

Para empezar, desafía la lógica original de agrupar trabajadores en empresas. Unificar la actividad económica bajo el paraguas de grandes compañías reducía los costos de transacción, resolvía los problemas de coordinación inherentes a la producción industrial, y conectaba la oferta con la demanda. Pero ahora, cualquiera con un teléfono móvil puede ofrecer sus bienes y servicios a consumidores potenciales de todo el mundo moviendo un solo dedo. (Las empresas también se benefician, ya que pueden tercerizar servicios rutinarios y menores a trabajadores freelance y enfocarse en otras competencias estratégicas).

Y mientras tanto, nuestra política pública queda rezagada, con mercados laborales regulados y estructurados para una economía diferente –basada en la seguridad laboral, generosas pensiones, y de beneficios otorgados por el empleador. Todas estas tendencias juntas –conectividad, emprendedorismo móvil, la ruptura de las relaciones corporativas tradicionales, y la brecha global de talentos- significa que nuestros estudiantes enfrentan presiones inesperadas así como oportunidades inimaginadas. Ellos tendrán que adoptar lógicas innovadoras y resolutivas, y prepararse para una vida profesional adaptándose permanentemente al cambio.

Es un reto para nuestros sistemas educativos desactualizados, y aquellos estudiantes que queden rezagados deberán competir con trabajadores de todo el mundo. Pero aquellas escuelas, ciudades, estados y países que puedan adaptarse a la economía on-demand podrán cosechar los beneficios de una productividad creciente y el avance tecnológico.

La desconexión entre competencias laborales y educación superior

Existe creciente evidencia sobre la desconexión entre las demandas del mercado laboral y el conjunto de habilidades y capacidades adquiridas en las aulas. Altos niveles de desocupación entre las personas entre 18 y 24 años de edad son acompañados por un alto número de vacantes laborales que no son cubiertas por falta de competencias a lo largo de todo el continente latinoamericano. El reciente trabajo ¿Qué buscan -y no encuentran- las empresas en los profesionistas jóvenes en Mexico?, realizado por Ernesto Garcia, del think tank mexicano CIDAC, confirma esta realidad.

Cifras mencionadas en el estudio muestran que las empresas rechazan a los candidatos principalmente por falta de conocimiento o competencias (en 70.5% de los casos) más que por falta de experiencia (2.3%) o por no tener la personalidad adecuada (24.8%), Es decir, de acuerdo con los profesionales y empresarios encuestados, la limitante de la mayoría de los candidatos es que carecen de las habilidades y capacidades requeridas por las posiciones laborales ofrecidos.

Consecuentemente, disminuir la tasa de desocupación entre los jóvenes, que en México es cercana al 9%, es muy difícil. Aun ante incrementos en la demanda laboral, la desconexión con la oferta de competencias impide que los empleos recién generados se ocupen rápidamente. En el mediano plazo, algunos de los trabajadores “calificados” que no encuadran con los perfiles (o competencias) requeridas por las empresas, se ven obligados a aceptar empleos no calificados, desplazando a trabajadores con menos preparación y dejándolos sin empleo.

Ni siquiera formar parte del menos de 20% de la población que se gradúa de la universidad en la región garantiza escapar de esta situación. Siguiendo en México, los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE 2014) del INEGI indicaron que sólo 40 de cada 100 profesionales tienen un empleo ligado a su formación universitaria; el resto, o está desempleado, o desempeña puestos que no requieren educación superior. Aunque la falta de oferta de empleos explica gran parte de este fenómeno, otra buena parte se debe a que los conocimientos adquiridos a través del sistema educativo son obsoletos o poco aplicables en el mercado laboral.

En pocas palabras, para las empresas es difícil encontrar los mejores perfiles para las posiciones vacantes en su organización y, para la mayoría de los aspirantes, es igual o más de difícil encontrar empleo.

Como Ernesto García afirma en el estudio: “No hay duda de que la dinámica oferta/demanda de competencias no está funcionando de una forma eficiente.” De hecho, de acuerdo con sus resultados, la brecha entre ambas es alarmantemente alta, pues alcanza el 26%. Es decir, más de una cuarta parte de las empresas encuestadas tienen dificultades para encontrar a trabajadores — especialmente jóvenes — con un perfil de competencias que satisfaga los requisitos del puesto, a pesar de haber entrevistado a candidatos para dichas posiciones.

Aunque las causas de la desconexión entre la oferta y demanda de competencias son diversas, el común denominador de casi todas es la asimetría de información entre el sistema educativo y el mundo laboral. Las empresas suelen ser más rápidas que las instituciones educativas para adaptarse a los cambios tanto tecnológicos como económicos y entender las competencias requeridas para el desempeño de los nuevos trabajos.

Ante este hallazgo, las soluciones propuestas por el equipo del CIDAC están – de forma acertada — estrechamente interrelacionadas entre sí. Las principales líneas de acción que ellos proponen incluyen reenfocar el sistema educativo hacia las competencias, y no únicamente en acreditaciones y diplomas, que la vinculación entre empresas e instituciones de educación superior sea más estrecha y que se genere más y mejor información en cuanto a las competencias que las empresas requieren.

En este sentido, el estudio concluye que muchas de las iniciativas para reducir la brecha de competencias “no requerirían de grandes cambios a nivel institucional ni de la inversión de grandes montos en infraestructura, sino simple y sencillamente de la generación de información suficiente, de calidad”.

La segunda era de las tecnologias y el desarrollo económico

Al terminar de leer The Second Machine Age, de Erik Brynjolfsson y Andrew McAffee del MIT, queda la impresión de que la innovación se está apoderando del mundo, sin importar si la humanidad está preparada o no para tal profundo cambio. Como Kevin Kelly, de la revista Wired lo explica “la tecnología está transformando la economía mundial, y este libro es la mejor explicación de esta revolución que se haya escrito”. Este fenómeno no es exclusivo del mundo desarrollado. Brynjolfsson y McAffee lo confirman “hoy, las personas conectadas con smartphones y tablets en cualquier parte del mundo tienen acceso a la mayoría de los recursos comunicativos e informativos que nuestras oficinas en el MIT nos brindan. En pocas palabras, ellos pueden contribuir en la misma medida al mundo de la innovación y creación de conocimiento”.

Su argumento principal es que la actual (segunda) era de las nuevas tecnologías es de naturaleza digital, mientras que la primera fue de naturaleza mecánica. Usando las palabras de los autores “la primera era de las tecnologías expandió nuestros músculos; la segunda, nuestras mentes”. Estos cambios pueden ser profundamente disruptivos para nuestras economías y sociedades. El internet es una tecnología de impacto y alcance generalizado (GPT, por sus siglas en inglés), como lo fueron el motor de vapor o la electricidad “cuyos efectos tienen un impacto que afecta a todos los sectores de la economía.” Pero las tecnologías digitales difieren de las mecánicas en su capacidad de expandirse y evolucionar con una velocidad vertiginosa. A diferencia del motor de vapor, la tecnología digital “continúa perfeccionándose a una tasa exponencial… creando aún más oportunidades para la innovación”.

Los argumentos del libro son bien interesantes, pero es aún más fascinante cómo los autores los detallan, relatando los casos de compañías jóvenes e innovadoras que personifican “la digitalización de todo”. La sensación de asombro que el libro produce se parece a la ciencia ficción de Isaac Asimov. Sólo que, esta vez, los cambios futurísticos realmente están sucediendo y seguramente sorprenderían hasta al mismo Asimov. Y las implicaciones se extienden más allá del mundo ultramoderno de Silicon Valley. Las tendencias descritas aquí tienen impacto en todos los niveles no sólo a nivel global sino también regional. Tal es el caso de América Latina. Después de una década de estabilidad económica y crecimiento basado en el sector primario de la economía, la región necesita encontrar formas innovadoras de aumentar la productividad y moverse hacia arriba en la cadena global de valor. En América Latina, la joven generación de innovadores regionales está demandando mayores insumos tecnológicos. A su vez, existe una mayor necesidad de incorporar tecnologías en grandes sectores como la educación, la salud, y los servicios gubernamentales en general.

Esta segunda revolución está también impactando el mercado laboral. Para los trabajadores con el entrenamiento y las habilidades correctas, estas son buenas noticias. Pero para los trabajadores reemplazables por las nuevas tecnologías, es una preocupación, y representa un gran desafío. Reid Hoffman, fundador de LinkedIn, lo explica de esta forma: “En la medida en que una innovación masiva cambia radicalmente la estructura del mundo, tenemos que desarrollar nuevos modelos de negocio, nuevas tecnologías y nuevas políticas públicas que amplifiquen nuestras capacidades humanas. Sólo así garantizaremos la viabilidad económica en una época de automatización.”

La pregunta clave es ¿cómo? ¿Cómo nos podemos asegurar que todos participen de los beneficios de esta segunda era de las máquinas? Al abordar este interrogante, el optimismo de Brynjolfsson y McAfee se reduce. Mientras que “los innovadores, emprendedores, científicos y otros geeks podrán aprovechar el contexto para crear tecnologías que nos sorprendan, nos deleiten y nos sirvan”, muchos otros quedarán fuera del mercado. Por lo tanto, para adaptar a todos los trabajadores al nuevo entorno se necesita una verdadera revolución de capital humano.

A su vez, el libro describe cuatro riesgos adicionales. El primero es que, al integrar más y más sistemas, procesos productivos, redes de logística y de pagos, cualquier falla menor puede expandirse rápidamente, creando un efecto negativo generalizado. Segundo, tal y cómo se ha visto, los sistemas complejos representan oportunidades para los hackers y otro tipo de criminales. Tercero, las tecnologías pueden incrementar la habilidad de regímenes autoritarios para monitorear, controlar y reprimir a su población. Finalmente, un mundo digital e interconectado, presente un desafío en términos de respecto a la privacidad individual.

Brynjolfsson y McAfee concluyen con una provocación de corte filosófico. En un mundo donde las nuevas tecnologías realizan una proporción cada vez mayor del trabajo de las personas, ¿dónde enfocará la humanidad su creatividad, potencial y tiempo? ¿Pasaremos nuestro tiempo explorando ideas, nutriendo nuestra creatividad y disfrutando nuestros seres queridos? Es así que The Second Machine Age nos invita a reflexionar sobre el propósito mismo de la vida, y el lugar que ocupa el trabajo en ella.