Volver a divertirnos

Mar de fondo duró 7 años. Entre 1999 y 2005, las medianoches en TyC Sports quitaron horas de sueño y descanso a muchísimos televidentes. Alejandro Fantino era el líder natural del programa. Los primeros dos años compartió la conducción con Anita Martinez y Fabián Gianola. Fue recién a mediados de 2000 que notamos que la calle comenzaba a repetir términos o anécdotas que surgían de las ocurrencias de los talentosos conductores.

Al terminar ese segundo año del ciclo, Fabián decidió no continuar y Anita desistió de participar todos los días, por estar también abocada a un proyecto teatral. Al comenzar 2001, Diego Daiksel, flamante productor responsable después de Sergio Giglio y Marcelo Fernández, creyó que era una buena idea que yo dejara de hacer solamente una columna dentro del programa y formara dupla con Alejandro para empezar y terminar cada noche. Me pareció una inconsciencia de su parte. Ale estaba de acuerdo, por supuesto, y esto no hacía más que describirlo como un tipo realmente generoso conmigo.

Aquella decisión me cambió la vida. Más allá de la locura que genera tener que producir un invitado por día (siempre fue mi tarea fundamental durante los 5 años que trabajé en MDF), saber que todo lo que ocurría en el pequeño Estudio A de la Avenida San Juan no pasaba desapercibido daba un inmenso valor al trabajo realizado. La gente que miraba el programa, sobre todo adolescentes y universitarios, nos dieron un rincón en sus vidas que no sé si merecíamos.

Lo cierto es que la desdramatización del fútbol pasaba por ahí, los artistas hallaron un espacio en el cual se podían mostrar alcanzables y terrenales. Cada charla tenía sentido. Siempre pasaba algo. Alguna vez Diego Maradona quiso saludar al burrito Ortega por el campeonato obtenido con Newell’s, y juntos nos hicieron salir hasta en la CNN. Alguna noche Los Pumas quisieron poner en vereda a un grupo de entusiastas que dentro de unos trajes de muñecos infantiles proponían jugar a pelearse, y se armó una batalla campal. Eber Ludueña era el ídolo, Adelmar era un poeta algo degenerado, los personajes de Toti nos hacían llorar de la risa, los reportajes de Marcelo Palacios conseguían respuestas que terminaban en las tapas de los diarios. Sinceramente, es como si no hubiera pasado el tiempo y aun hoy estuviéramos al aire.

El programa dejó de salir a fines de 2005. Cada uno siguió su camino, todos con nuevos proyectos, varios de ellos exitosos también. Sin embargo, la referencia o añoranza de aquellos años maravillosos está a la orden del día. Todos crecimos, sobre todo en edad y talles. Y cuando menos lo pensaba, un día vino Ale y me dijo “Hacemos Mar de fondo, pero en Teatro?”. Lo escuché atentamente, sobre todo midiendo su grado de entusiasmo. Noté que tenía en la mirada la misma picardía de hace 10 años y un importante deseo de divertirse. No lo pensé ni un segundo. Es más, desde ese instante que no dejo de imaginarme cómo va a ser cuando el 8 de enero salgamos al escenario del Teatro Candilejas en Carlos Paz por primera vez. Será como si el tiempo no hubiera pasado. La única diferencia será que no habrá cámaras de televisión, y que seremos solamente 700 amigos riéndonos. Aunque, pensándolo bien, siempre nos sentimos como si realmente estuviéramos en el cordón de la vereda de nuestra casa.

Se veía venir

Ya está. Se terminó este tiempo de Matías Almeyda como técnico de River. Imprevistamente, entre gallos y medianoche, como suelen hacer los que no dan la cara, le avisaron por teléfono que la decisión de su discontinuidad era un hecho. No decir las cosas mirando al otro a los ojos no es un rasgo exclusivo de los cobardes.

A no confundirse. También está la soberbia como elemento de impulso para ciertas evasiones.

La comisión directiva de River y, en especial, su presidente, gozan de todo el derecho del mundo de elegir quién debe ocupar cada cargo. Para eso los socios los votaron masivamente hace tres años. No comulgo con aquellos que sostienen que hay que seguir a cada paso el camino que pide la mayoría. Para eso, que supriman los comicios y que dicte los rumbos de los clubes una encuestadora de turno. No es la idea.

Almeyda cometió errores como todo principiante. Su fuerte carácter y la necesidad de ser apreciado por sus dirigidos lo llevó a algunas contradicciones que él mismo verá, dentro de un tiempo, difíciles de digerir por parte de los afectados. Seguramente, Cavenaghi y el “Chori” Domínguez hubieran querido saber que debían irse escuchándolo en persona. Lo mismo Almeyda.

Algo pasa en el fútbol argentino que no logramos ver como un mal, y nos lastima a diario.

Los insensibles dirán que el Pelado terminó pagando con la misma moneda con la que él les cobró a Cavenaghi y Domínguez. Ignorarán el pedido de disculpas público y privado que les hizo el ex entrenador. Preferirán quedarse en la llanura de un problema que es mucho más profundo.

Las cosas cada vez se entienden menos porque cada vez se explica menos. La comunicación se ha deteriorado hasta tal punto en nuestro fútbol que llegamos a la instancia de meter a todos en la misma bolsa, buenos y malos, conscientes e inconscientes, hábiles y traicioneros. No es todo lo mismo. El respeto debiera ser materia obligatoria en nuestra sociedad. El problema es que hace rato que ni nos hacemos cargo de que nosotros también formamos parte de esta sociedad.

Ojalá Almeyda haya aprendido. Es, ante todo, un buen tipo, y merece que le vaya bien. Supongo que para la próxima aventura sabrá discernir mejor de qué lado pararse.

Den la cara como la dio Almeyda

A Matías Almeyda lo conozco desde hace 20 años. Lo veía entrenarse en Villa Martelli, recientemente sumado a un plantel profesional repleto de experiencia y caudillos. En dicho contexto, y a pesar de su juventud, ya sobresalía por su carácter. Se cortó el pelo, aprendió todo lo que pudo del puesto de la mano del Tolo Gallego, compitió sanamente con Leo Astrada, y se transformó en imprescindible e insustituible tanto en River como en la selección antes de cumplir 23 años. Dueño de una condición atlética admirable, rebelde ante cualquier injusticia que pasara cerca, temperamental y competitivo, tuvo todo para ser un jugador de elite y lo fue. Atrás en el tiempo, no en su cabeza, había quedado el desarraigo, tanto sufrimiento por alejarse de su Azul siendo tan chico. Aquel padecimiento le pasó factura en varios momentos de su carrera. Estamos hablando de una persona que llegó a sufrir tanto ciertos aspectos propios del fútbol profesional y de su negocio que decidió retirarse muy tempranamente. Los cuatro años que vivió fuera del mundo futbolero le permitieron entender que podía convivir con lo que tanto lo alteraba y rebelaba. Volvió para jugar en River y cumplió. La última foto como futbolista no fue la soñada. Ni siquiera llevaba puesta la ropa de jugador por estar suspendido ese fatídico 26 de junio de 2011.

River debía recomponerse rápidamente. Lo primero que resolvió Passarella como presidente fue ofrecerle ser el entrenador del equipo en la B Nacional. Almeyda aceptó inmediatamente. No se permitió hacer el duelo por el retiro ni por el descenso. Dio vuelta la página en un segundo y se cargó una presión desconocida para él. Desde ese día en adelante, ya nunca más fue indiscutido.
Confieso que nunca me cerró del todo que Almeyda fuera el técnico de River apenas retirado. Es más, y se lo dije en una conversación telefónica, estaba y estoy convencido de que debería haber continuado un año más como futbolista. Aceptando la propuesta del presidente del club no hacía más que exponer todo el amor que tan genuinamente se había ganado entre los hinchas millonarios. Ese asiento en el banco de suplentes es una silla eléctrica. Conociendo la impulsividad y la carencia de memoria del argentino en general, imaginé que cada traspié se traduciría en agravio. No me causa ninguna gracia el insulto, mucho menos cuando es gratuito.

Puedo hacer una lista bastante extensa de lo que, a mi criterio, hizo mal o pudo haber hecho mejor en este casi año y medio como entrenador. Nobleza obliga, también le puedo anotar la misma cantidad de aciertos. Más allá de pareceres personales y absolutamente discutibles (estoy a años luz de saber de fútbol tanto como Almeyda), noto que una vez más estamos en presencia de una traición. En el hipotético caso de que la dirigencia de River no lo tolere más como responsable técnico del equipo, lo más noble y decente que puede hacer es comunicárselo, solicitarle que renuncie y, si no encuentra consenso, despedirlo. Hablamos de un comportamiento propio de un hombre. En cambio, de la misma forma que hemos visto comportarse a otros dirigentes en otros clubes no hace mucho, comienzo a notar un rosqueo asqueroso y repugnante que sólo busca ensuciar y desgastar a la persona para que se harte y se vaya sin reclamar nada. Esta es una conducta típica en la gente cobarde. Miserables.

Espero que la locura no se propague aún más, que irrumpa la cordura y la calma, y que los destinos de River y de todo el fútbol argentino no se resuelvan más por impulsos ni agachadas.

Cantero merece otro respaldo

Hace rato que venimos insistiendo en que la gente es lo que hace y no lo que dice. Desde el Romanticismo, las palabras decoradas debidamente ante el interlocutor necesitado de un mensaje en particular suelen generar un resultado engañoso. Si hablamos de las parejas, se ama con hechos después de haber enamorado con un discurso dulce para el oído de turno. El fracaso en las relaciones humanas suele originarse en la incapacidad de dar material y físicamente todo lo prometido verbalmente.

Ni qué hablar si nos referimos a la política, donde se maneja el arte de seducir con el fin de ser elegidos para después llenarse de excusas que los eximan de cumplir lo prometido.

Las Barras Bravas en el fútbol argentino no son propiedad exclusiva de los clubes. En los últimos 30 años, los clubes argentinos le han ido cediendo poder e imagen a mercenarios que encontraron en cada una de las instituciones el hábitat ideal para delinquir. Con la complicidad voluntaria o involuntaria de dirigentes, jugadores, técnicos, socios, fuerzas de seguridad y hasta representantes de la política nacional, estos vividores fueron llenando sus bolsillos a costa del miedo de los buenos y de la pasividad tan argentina. Debo confesar que más de un dirigente me reconoció que estando afuera nunca habían dimensionado acertadamente el grado de complejidad del tema. Cabe cuestionar, en tal caso, por qué cuando el río viene sucio aceptan bañarse igual.

Javier Cantero es la mejor aparición en la dirigencia argentina en las últimas dos décadas. Nunca había existido un presidente de club tan firme en su decisión de erradicar la delincuencia de las tribunas. Anoche me emocioné al verlo tan enérgico, reafirmando su lucha y la de todos los hinchas sensatos. Por otra parte, no faltan los fanáticos que se convencen que si el precio a pagar por esta pelea es el descenso, entonces prefieren que nada cambie. Así de triste es. Así de increíble también.

El deporte más popular del país goza por estos días de una oportunidad histórica. Si todos los que no queremos más la mugre de las barras en los clubes gritamos tan fuerte como el presidente de Independiente, si dejamos de celebrar cada vez que ingresan a una tribuna portando banderas, bombos y redoblantes (como si eso fuera una muestra de amor legítimo), si nos animamos a caminar para adelante en lugar de seguir retrocediendo, siento que se nos puede hacer realidad el sueño de ver estadios llenos de fanáticos, pero LLENOS y de FANÁTICOS.

Sepa, Sr. Cantero, que el 95 por ciento de los argentinos que amamos este deporte estamos de acuerdo con usted. Sepan, Sres. Cobardes que ocupan sillones de poder y cabeceras de mesas extensas, que ustedes también pueden quedar en la historia. El oro puede valer más como moneda, pero si buscan el bronce, les prometo que cada uno tendrá su estatua.

Buscando referentes

Los argentinos carecemos de referentes. No quiero decir con esto que no haya hombres o mujeres nacidos en nuestro suelo capaces de marcar el camino correcto. Creo que el problema está en la mala elección de nuestra parte. En tiempos en los que todo se politiza, la intención es ir más allá de los que buscan votos, y la idea es enfocarnos en aquellos que pudieron habernos servido de faro, impidiendo nuestra ceguera o necedad que viésemos y aprovechásemos su existencia.

Uno de los grandes defectos que tenemos es que nos identificamos más rápidamente con los que son como nosotros que con los que son como deberíamos ser. Está claro que nuestra forma de ser y proceder no nos trajo al mejor lugar como sociedad. Sin ser extremadamente exigente ni injusto, el ejemplo más notorio aparece en la enorme diferencia que se hizo y hace entre Maradona y Messi. Salvo la zurda mágica y el suelo natal, nada los iguala. El mundo en el que se crió Diego no fue el mismo que formó a Lionel. Con padres idénticamente generosos y sanos, Pelusa se rebeló ante cada hecho de injusticia que apareciera en su camino, con la irreverencia que surge naturalmente cuando te llevan a la cima sin prepararte para manejarte a semejante altura. Por su parte, Leo simplemente se dedica a jugar a la pelota. No le interesa otra cosa, y se comporta como un ser medido y ubicado. Para algunos, desinteresado o poco comprometido. Para otros, lo suficientemente inteligente para discernir cuándo y con quiénes es conveniente meterse. Los argentinos somos, por idiosincrasia, como Maradona. Tan iguales a él somos, que en el momento de ajusticiarlo no tenemos piedad, y perdemos la memoria.

La semana pasada tuve la oportunidad de presenciar el duelo más importante que existe en el fútbol italiano. Juventus, equipo más prestigioso y condecorado de aquel país, recibía al Inter de Milán. El partido me sirvió de excusa para investigar lo que realmente me interesaba del viaje. Hace 20 años que conozco y aprecio a Néstor Omar Sívori. Además de ser abogado y representante de jugadores, Néstor es hijo del legendario Enrique Omar Sívori. “Chiquín” para los nicoleños, “Cabezón” para los riverplatenses, o simplemente Omar para los piamonteses, aquel extraordinario futbolista es todo un prócer en la historia de la Juventus. La Vecchia Signora es el único equipo que posee un estadio propio en Italia. Inaugurado hace un año y medio, con capacidad para 41 mil personas sentadas, el norte italiano puede ofrecer al mundo un escenario de avanzada. Sin embargo, más allá del admirable desarrollo de ingeniería en cuanto a los accesos, gradas, y sobre todo iluminación, lo que más me impactó fue el valor que le dan a un argentino. En la puerta principal hay un museo que repasa toda la historia del equipo, como así también los momentos más trascendentales de la Selección Azzurra. En medio de semejante marco, rodeado de nombres llenos de prestigio como Platini, Boniek, Del Piero, Scirea, Orsi o Laudrup, aparece en un lugar destacado la figura del nacido en San Nicolás allá por 1935. Conmueve ver el respeto y admiración que aún hoy demuestran hacia nuestro compatriota. Molesta que en 7 años (fue el tiempo que jugó con la camiseta de la Juve) hayan advertido valores en él que nosotros no notamos en toda una vida.

Cada persona que lo conoció coincide en las cualidades que ofrecía Sívori. La humildad bien entendida era tan marcada como la intransigencia ante lo que consideraba injusto. La rectitud y responsabilidad ante el trabajo no se negociaba. De carácter fuerte, por demás serio ante la gente que no conocía, inmensamente querible por quienes supieron conocerlo en profundidad.
Al lado del Palco presidencial hay un sector especialmente dedicado a su memoria y a su legado. Cada vez que la Juventus juega como local, 1500 personas llenan las butacas del Palco “Omar Sívori”. Un salón muy bien cuidado y decorado con gigantografías del crack de los años 50 y 60, con pantallas exhibiendo las jugadas maravillosas que solía crear, sirve para que los hinchas compartan un aperitivo o un refrigerio antes o después del partido o incluso en el entretiempo. La intención manifiesta de dicho salón es que las nuevas generaciones tengan bien claro cuál es el camino a seguir, el ejemplo correcto, el modo adecuado de ponerse una camiseta y defenderla.

Volví maravillado. Admito que este tipo de reconocimientos hacia hombres que nacieron en nuestro país me emocionan. A su vez, debo reconocer que me indigna, sobre todo, cuando veo que es un acto recurrente entre nosotros desaprovechar los ejemplos correctos. Desde que somos país, es interminable la lista de personas que debieron emigrar para ser valoradas debidamente, salvo que prefirieran quedarse a ser despreciados por los sabios de turno. La luz de la esperanza la enciende el hecho de que de una tierra tan contaminada siguen surgiendo hombres de valor. Vaya uno a saber cuántas oportunidades más dejaremos pasar.

Siempre habrá algo personal

La aparición mediática de una joven oriunda de Suecia fue tan estruendosa que ya ha pasado por todos los trances que suele ofrecer la popularidad. En menos de dos meses, Alexandra Larsson ya fue tapa de varias revistas, de suplementos de espectáculos de los diarios más vendidos, pico de rating en un programa que no vivió su mejor año, intervenciones en el programa político de moda y, obviamente, víctima de un escándalo humillante.

A menudo ocurre que los oportunistas invaden los medios bajo el discurso de conocer detalles sobre la novedosa figurita de turno. Hasta hace dos meses nadie sabía ni cómo se llamaba. Hoy todo el mundo tiene algo para contar o mostrar de la rubia sensación de Showmatch. Tanto los que dicen verdades como los que inventan no son más que miserables. Los que mienten, porque no miden las consecuencias que pueda generar una falsa información en la vida de alguien absolutamente inocente. Los que desnudan secretos y verdades, porque aprovechan la ocasión. Hay que ser muy pobre de espíritu e intelecto para dar publicidad a cuestiones privadas, más aún si es buscando algún beneficio.

Tal como lo venimos remarcando en esta humilde sección, los argentinos nos hemos transformado en derrochadores de calificativos, tanto buenos como malos. La facilidad con la que juzgamos a los demás es alarmante. Un simple acierto puede ser catalogado como una hazaña, como así también un error involuntario puede llegar a ser el más punible de todos los pecados. La sueca es linda, no la más linda. Es simpática, no la que más nos va a hacer reír en la historia. Es desprejuiciada, nada que no sean tantas otras en nuestro país. Con su vida hizo y hace lo que quiere, con todo el derecho del mundo. La extorsión de la cual fue víctima antes de la publicación del famoso video demuestra la calaña de la que están hechos, a veces, los hombres. Lo primero que habrá sentido la joven es vergüenza. Vergüenza dan los canallas que llevaron el video a los medios.

Intento ser optimista siempre, está en mi naturaleza. Cada día intento convencerme de que las cosas van a estar mejor a pesar de cualquier circunstancia adversa. Sucede que me resisto a creer que el buen ser humano se resignará ante estas actitudes despreciables. Sin embargo, nos encontramos frecuentemente metiéndonos en ghettos imaginarios para cruzarnos lo menos posible con aquellos que hacen de sus vidas una ofensa.

Dijo José Saramago hace algún tiempo, “existen dos grandes superpotencias en el mundo. Una es Estados Unidos, y la otra es la opinión pública”. En este caso, lamento observar que la opinión pública está entregando semejante poder en manos de mentes siniestras que “no conocen ni a su padre cuando pierden el control”, diría Serrat. Y la verdad, “entre esos tipos y yo, siempre habrá algo personal”.