Las riendas del PJ están sueltas

Gonzalo Sarasqueta

Poco dura el peronismo en el diván. Todavía no cayeron los últimos cascotes de la derrota y en el movimiento ya se abrió el mercado de especulaciones. Nada de introspección profunda. Mucho menos de autoflagelo. “No es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer”, apuntaba Arturo Jauretche. Las riendas del Partido Justicialista (PJ) están sueltas y varios son los domadores que se alistan para tomarlas. Cada uno con su impronta. Cada uno con su ethos. Cada uno con su receta para recuperar el centro de gravedad de la política criolla.

Y, sin duda, la nominación empieza con Cristina Fernández de Kirchner. Luego de ocho años en el poder, la Presidente cuenta con credenciales suficientes para no bajarse de la montura. Pero primero, claro, debe decidir si continuará en el frenesí de las arenas políticas u optará por el embalsamamiento, esperando que los manuales de historia hagan su parte. Viudez, cirugías de riesgo y el estrés que implica comandar los destinos de un país parecen razones de sobra para escoger esta última posibilidad. El matiz sería una hibernación patagónica extendida para recobrar energías y volver al ruedo en el 2017. De cualquier modo, CFK seguirá de reojo los movimientos en Comodoro Py. Varias denuncias por presunta corrupción descansan ahí, listas para materializarse en causas judiciales o pasar al olvido en los sótanos del palacio.

De seña, la abogada deja una legión de espartanos en el Congreso. Dos docenas de diputados de La Cámpora defenderán con uñas, dientes y mística lo que ellos consideran como los logros intocables. A ese contingente se le sumarán la gestión santacruceña de Alicia Kirchner y las células no peronistas (Nuevo Encuentro, Socialismo para la Victoria, Forja, etcétera). Mantener impoluto el legado será esencial para disputar el liderazgo del justicialismo. A falta de caja, el capital simbólico será uno de los recursos esenciales que tendrá el cristinismo para cuidar posiciones. El problema es que, del otro lado del mostrador, gobernadores, sindicalistas e intendentes suelen cobrar en metálico. En general: son poco propensos a los bienes intangibles. Veremos cómo avanza el comercio de voluntades.

Como contracara, asoma el peronismo republicano. Encabezada por el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, esta corriente aspira a institucionalizar la fuerza y convertirla, definitivamente, en un partido electoral competitivo. Esta especie de remake del cafierismo incluye una oposición sensata, puentes permanentes con la Casa Rosada y acuerdos transversales para afrontar problemas acuciantes como la inflación, el narcotráfico y la pobreza. Portones adentro, la renovación pretende federalizar el PJ, establecer reglas claras para el acceso a los puestos de mando y pasar de la arenga ideológica a una prédica consensual. A tono con los vientos amarillos que soplan. Para dejar bien sentada su posición, el responsable de La Linda no acudió la semana pasada a la convocatoria de Cristina en Balcarce 50. Y estilizó su propuesta con un titular contundente: “El peronismo debe colaborar para que al país le vaya bien. No tenemos que ser un obstáculo, tenemos que presentarnos como un estadio superior”. Tan sencillo como rentable el mensaje.

Algo vacilante, aparece Daniel Scioli. El gobernador saliente aún no define cuál es su menú. Por momentos muestra retazos de su etapa catch all —antes de la campaña electoral—, cuando marcaba distancia del kirchnerismo nuclear, y en otras ocasiones —como en la recta final del ballotage— se calza el traje del Nestornauta y ve neoliberalismo hasta en la sopa. Dos posibles lecturas: está jugando de trapecista entre las dos vertientes anteriores para ungirse como paladín de la unidad o, siendo más pesimista, quedó atrapado entre los dos personajes y está al borde de la alienación política. Un buen termómetro serán los primeros meses de gestión de Mauricio Macri. Ahí el ex candidato deberá dejar en claro su derrotero, si quiere estar en primera fila.

Por fuera del barrio, merodea Sergio Massa: el outsider que sueña con colonizar el PJ a la distancia. Si bien está en plena simbiosis con Cambiemos —prueba palpable: el acuerdo en la Legislatura bonaerense—, el del Delta no se da por vencido. Y tiene con qué. Además de un bolsón con 21% de votos, cuenta con piezas claves para rearmar el rompecabezas del general: el peronismo cordobés, parte del sindicalismo (Facundo Moyano and company) y algunos intendentes del Conurbano. No es un coeficiente de poder determinante. No. Pero para tocar el timbre y probar suerte alcanza y sobra.

Lo que quizás conecte a estos diferentes senderos sea la amenaza que representa Macri. O, mejor dicho, las arcas que manejará el ingeniero: nación, provincia de Buenos Aires y Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Toda la macrocefalia junta”, como bien señalan Tomás Borovinsky y Martín Rodríguez. El magnetismo de la chequera es potente, en tierras peronistas conocen este leitmotiv. Puede llegar a producir una diáspora importante, por no decir concluyente. Contener a los garrochistas será el principal desafío hasta mayo, cuando el Congreso partidario defina la línea editorial a seguir, aunque como advirtió John William Cooke: “La masa no será detenida con consignas, sino con la satisfacción de las necesidades”.