Basta de educación machista

Graciela Adriana Lara

Acto en el Jardín de Infantes. Las mamás, cámaras en mano, se deshacen en sonrisas y elogios. La seño de música hace sonar un triángulo, que reverbera en esa conjunción de lo viejo y lo nuevo que convive dentro de nuestras escuelas del siglo XXI. Silencio.

Ingresa un niño con la carita tiznada. El corcho quemado sobrevive victorioso, junto al sonido del triángulo. Una niñita acompaña al pretendido negro. Es la Negra Simona. En instantes, inevitablemente, recibirá una sonora cachetada.

En los últimos tiempos se ha escrito mucho sobre la necesidad de un cambio de paradigma educativo. Creo que con respecto a la violencia de género, se puede afirmar lo mismo. Estamos preparados desde antes de nacer para comportarnos, vestirnos, hablar, relacionarnos, jugar y aprender de maneras establecidas y rígidamente pautadas por las reglas de un paradigma violento para con las minorías, en general, y con las mujeres, en particular. Reproducimos dentro de cada uno de nuestros hogares, con mayor o menor fidelidad, mandatos que estigmatizan y descalifican a las niñas. Enseñamos y aprendemos odio, desprecio, sumisión, servilidad, maltrato. Fuera de los hogares, que son el lugar donde los niños y adolescentes reciben la educación informal (fundamental e insustituible) que los hará sujetos poseedores de valores y seres responsables, solidarios y bondadosos, el Jardín de Infantes, la Escuela Primaria y la Secundaria continuarán la tarea complementaria a través de la educación formal, teniendo como meta el egreso de buenas personas dueñas de un pensamiento libre; ciudadanos y ciudadanas en condiciones de proseguir sus estudios en un nivel superior o ingresar en un ámbito laboral.  Es todo un recorrido, largo y complejo, inserto en un mundo violento que bombardea con imágenes y órdenes más o menos explícitas y que, en general, contradice los mensajes que en el Hogar y la Escuela se puedan formular, lamentablemente, ya muchas veces contradictorios de por sí.

Educamos a nuestros hijos varones para que sean servidos, “atendidos”, por sus esposas, al llegar a sus casas “cansados luego de trabajar”. Damos como un hecho que para que ello suceda, deben casarse con una mujer primero, y, por supuesto, ser el sostén económico del hogar. Ignoramos la realidad que vocifera que las mujeres han dejado de estar relegadas al papel de amas de casa y han salido a ganar dinero, a estudiar, a cumplir con roles que nuestras abuelas y bisabuelas ni siquiera concibieron en sueños. Cargamos sobre los hombros de nuestras hijas las obligaciones viejas y las nuevas, las que “corresponden” y las que no, las que podrían ser justas y las horrendas. Les decimos que deben saber coser, bordar, planchar, abrir la puerta para ir a jugar y, al mismo tiempo, Jefas de Hogar, esposas virtuosas, madres, nueras, cuidadoras y amas de casa. Deben ser eternamente jóvenes, bellas, mujeres-objeto dignas del deseo de los hombres, que pueden exhibirlas como trofeo. Saturamos de princesas de Disney cada habitación de niña, insistimos con el príncipe azul y las perdices felices. Les decimos que deben respetar su cuerpo, rodeados de imágenes y videos de mujeres desnudas enfocadas hasta la obscenidad más humillante. Decimos y decimos, hablamos y nos comportamos de manera contraria a lo que dijimos. Y al mismo tiempo, educamos y formamos a los niños y adolescentes para que se comporten de manera “varonil” delante de las mujeres y en su trato con ellas.

El Negro Simón le dará una cachetada a la Negra Simona cuando ésta tenga la osadía de pedirle un peinetón. Jamás podría, la pobre, comprarlo ella misma por sus propios medios. O quizás sí, si utilizara artimañas que la convirtieran ante los ojos de la sociedad que avala el cachetazo, en una “mala mujer” y “vendiera sus favores”. Su “tesorito”. Su “honor”. Su “flor”. Y diera el “mal paso”, como la costurerita.

El Negro Simón es bien macho: es el que pega y el que tiene plata para comprar peinetones. “¡Estos negros no tienen remedio!”, agrega una mamá, alborozada, y yo no aguanto más y me voy derechito hacia la directora. “No nos dimos cuenta”, me dice cuando termino de hablar. “Nos confundió la tradición machista”.

Mi anécdota es real, pero tiene unos años ya. Lamentablemente, en algunas aulas la canción de la Negra Simona y el Negro Simón todavía confundirá a niños, madres y señoritas. Por suerte, cada vez menos. “La tradición que confunde” hará que sobrevivan frases educativas (dentro y fuera de las escuelas) como: “Esa no es forma de comportarse como una señorita”. O: “Así no hablan las damas”. O: “Deporte apropiado para una chica”… O: “Inapropiado para un hombrecito”. O:  ”Marimacho”. “Las chicas son más prolijas que los varones”, “Las escuelas técnicas no son lugares para las chicas”, “Así se sientan las… ¿señoritas?” Y dale con que las chicas son esto y los chicos aquello “porque Dios lo manda” o “corresponde según las buenas costumbres”. Y si se desobedecen esos mandatos, se pronunciarán muchas palabras que empiezan con “P”, arrastran erres por todos lados y me avergonzaría escribir en este lugar.

La convocatoria a la marcha #Niunamenos, para este 3 de junio a las 17 hs en la Plaza del Congreso es un grito oportuno y apropiado que denuncia la necesidad imperiosa de cambiar de paradigma, por más tradicional que sea. Es hora de que como sociedad sumemos fuerzas y coherencia.

Debemos reflexionar y detener la educación machista dentro de nuestros hogares.
Debemos reflexionar y detener la educación machista dentro de las Instituciones Educativas.
Debemos reflexionar y detener el gran negocio machista de exhibición de la mujer y explotación de sus cuerpos en los medios de comunicación.
Debemos formular, presentar y apoyar leyes que protejan a las mujeres y a sus derechos. Y velar porque esos derechos se respeten.
Urgentemente.
Porque el machismo, mata.

Debemos poner en vigencia un paradigma donde el ser humano sea concebido como persona. Más allá del género, de la edad, del color de piel, de los cánones estéticos y los intereses económicos de quien sea.

Porque únicamente de ese modo dejarán de morir mujeres víctimas de femicidio. Porque así cesará la trata. La explotación sexual. La explotación y desigualdad laboral. El negocio de los abortos clandestinos y las muertes que ocasiona. La discriminación. Los hijos lastimados o muertos como venganza hacia las mujeres que tuvieron la osadía de actuar como personas. Los noviazgos y matrimonios violentos. La violencia contra la mujer en todas sus formas. Entre todos podemos poner fin a tanto dolor.

NOTALa negra Simona y el negro Simón es una cancioncilla tradicional que dice así: La negra Simona y el negro Simón/ se fueron de paseo de gran conversación/. La negra le dijo comprame un peinetón,/ y el negro se dio vuelta y le dio un cachetadón./ La negra lloraba por esa cachetada/,“Negra sinvergüenza,/ cara de lechuza,/ quieren que le compren/ lo que no se usa”.