Cómo ser un pequeño saltamontes

Esto es más o menos lo que les digo a esos chicos de mis clases que contestan a la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” con “médico”, “arquitecto” o “neurocirujana”, con los auriculares puestos y la carpeta hecha un bollo, mientras piden a los gritos que alguien les preste una lapicera.

“Querido alumno: venir a la escuela no es sólo venir de vez en cuando a discutir conmigo si tuviste ganas de ponerte ojotas o andar con toda la panza afuera, desafiando las reglas del Consejo de Convivencia por millonésima vez. Venir a la escuela tiene que ver con hacer realidad tus sueños futuros. Dale, reite. Recién me contestaste que querías ser médico (o arquitecto, o neurocirujana, o lo que sea que hayan contestado). Bueno, vos venís a la escuela para prepararte para cumplir tu sueño”. Y al llegar ahí uso un discursito que durante décadas me resultó infalible.

“Supongamos que en lugar de médico, vos decís que querés ser luchador del UFC. Campeón. El mejor. Bueno, para lograr eso deberías entrenar mucho, ¿no es cierto? Deberías aprender varias artes marciales, primero. Supongamos que comenzás hoy, que esta es tu primera clase de, digamos, kung fu. ¿Podrías venir vestido como vos querés? No, por supuesto, hay reglas para eso. ¿Podrías estar con auriculares en tu cuello o en tus orejas? Tampoco. ¿Podrías estar tirado en el piso, con el celular, whatsappeando con tu novia o novio? Menos. ¿Podrías interrumpir a cada rato porque tenés ganas o echarte a dormir en el medio del salón? El profesor te diría que no estás participando de la clase o te llamaría la atención. Tu conducta significaría una pérdida de tiempo para todos, una molestia. Ni siquiera hace falta decir que no aprenderías absolutamente nada de kung fu. Continuar leyendo

Los adolescentes, entre el centeno y sin guardián

A veces me toca presenciar el cambio de conducta, pero lo que más me impresiona es el cambio en el rostro. Caritas que aplaudieron entusiastas el final de alguna lectura, que bajaron ojos emocionados al recibir elogios, se vuelven grises. La mirada pierde el aura que le da la inocencia, se vuelve turbia. Y el chico, luego de pasar más o menos años “portándose mal” dentro del aula, corta la conexión con la escuela, porque ahora siente vergüenza.

El abandono no es abrupto, pero tarde o temprano sucede. Lamentablemente, la escuela gimotea aliviada ante otro problema espantoso que fue incapaz de resolver.

¿Qué se hace dentro de un espacio cerrado con 20, 25, 30, 35 o más adolescentes que provienen de diversas realidades? Chicos que saben (o no saben) distintas “cosas escolares”, que se niegan a quitarse los auriculares y a abandonar sus celulares (“un ratito, es porque estoy explicando algo importante y quiero que entiendas, por favor”), chicos que se duermen cerrando los ojos más o menos, porque se quedaron toda la noche navegando en internet, buceando, buscando y buscando en el único campo que creen despejado y que en realidad está plagado de peligros y es el campo de centeno, pero sin guardián. Continuar leyendo

A la espera de mejoras

Se termina la gestión de Nora de Lucía en la provincia de Buenos Aires. Aquellos que seguimos dentro de las escuelas estaremos aguardando cambios drásticos que solucionen la larga lista de problemas que a lo largo de esta gestión que finaliza se han hecho públicos y notorios.

Ciento noventa días de clase. Salarios. Instituto de Obra Médico Asistencial (IOMA). Se preguntarán qué se necesita cambiar además de eso para que mejore la calidad de la educación que reciben nuestros chicos. Yo me lo pregunto todos los días.

En primer lugar, deberíamos ponernos de acuerdo como sociedad para enseñar en el seno de las familias que lo que sucede adentro de las escuelas es importante. Preparar a los papás para, desde el vamos, considerar a los docentes de sus hijos como colaboradores para realizar un trabajo en equipo. Si seguimos diciéndoles a los chicos que nacieron sabiéndolo todo y que nada de lo que les enseñen en el colegio sirve para nada, seguiremos estando mal. Porque estamos mal. Ya a esta altura, es “Chocolate por la noticia”.

En segundo lugar, deberíamos exigirles a los nuevos gobernantes que los edificios donde trabajaremos brindando educación formal durante 2016 estén en condiciones. No es cierto que cualquier espacio pueda ser un aula. No es cierto que se pueda explicar bien algo a los alumnos dentro de un comedor, en un pasillo, en un lugar inundado, agujereado o contaminado. Los resultados están a la vista. Continuar leyendo

Cuando suene el timbre

“Los alumnos decidirán si ingresan al aula cada vez que suene el timbre”. El titular, que pertenece al diario Elentrerios.com, podría ser un chiste. ¿El tiempo verbal es correcto? ¿Se trata de una publicación satírica? ¿De una ficción?

La nota detalla (y critica) una propuesta simple: Los alumnos podrán, además de contar con casi cuarenta inasistencias durante el año para utilizar a gusto y placer, decidir su asistencia a clases durante la jornada educativa. “Me gusta Matemáticas, voy”. “No me gusta, me quedo andá a saber dónde y bajo la responsabilidad de quién (haciendo vaya a saber qué cosa)”. Esta propuesta (y muchos otros proyectos y directivas acerca de lo que debe suceder dentro de una escuela) se basa en la inclusión entendida en su forma más aberrante: estar, de vez en cuando, algunas horas adentro de un edificio escolar.

La opinión acerca de si es placentero, divertido o fácil estudiar no parece haber cambiado con el tiempo. No es raro escuchar a los adultos decir: “Cuando era adolescente, estudiaba porque en mi casa, si me llevaba alguna materia, cobraba”. No se estudiaba por gusto, en general era por obligación. En otras épocas, llegar tarde, hacerse la rata, no aprender adrede eran la excepción y no la regla.

No olvido la educación en tiempos de dictadura militar. Por supuesto, no estoy añorando tiempos espantosos repletos de censura y de miedo. Escribo sobre inclusión y sobre cómo cambió la tarea de enseñar, palabra que ha adquirido un matiz negativo a causa de un pasado que no debemos olvidar ni repetir. Continuar leyendo

Acerca de los “climas inapropiados”

Supongamos que fuimos invitados a un cumpleaños infantil, a realizarse en un saloncito. Nos pusimos bonitos, compramos un regalo acorde a la edad y sexo del homenajeado, asistimos a la hora indicada. Y nos encontramos con un panorama así:

Niños gritando y corriendo. Escribiendo sobre las mesas y paredes, destrozando los muebles, cortinajes y adornos. Desobedeciendo las consignas propuestas por la animadora de la fiestita, contratada por los papás. “Y ahora, vamos al pelotero”. “No queremos, no queremos”. “Y ahora, vamos a la mesa, que vienen los panchos”. Menos, quieren. Le revolean los panchos al pobre panchero, lo insultan, lo desprecian. Ensucian todo el lugar. Cuando aparece “el personaje elegido”: un Spiderman delgado y adolescente, se entretienen riéndose de él y pateándolo. Es el caos; el niño cumpleañero mete su cara dentro de una torta que debe haber salido una fortuna y feliz, al parecer, arroja pedazos embadurnando a los invitados.

Podemos suponer las reacciones de los adultos presentes, también, ya que estamos. Y agregar las que a nosotros nos hubieran parecido correctas, las que nosotros hubiéramos adoptado ante la situación que nos parece que generó … ”un clima inapropiado” para un cumpleaños.

Quizás la animadora, frustrada y humillada, continuará gritando, micrófono en mano, consignas al aire, hasta que la fiestita de pesadilla termine y pueda irse a su casa con los pesos que le pagarán al final dentro del bolsillo, cansada hasta la muerte. El personal del salón, impávido, contemplará la escena sin intervenir: los padres pagan y los daños están incluidos en el servicio. Son los habituales. El pobre Spiderman, que estudia Ingeniería y hace esto como changa, evalúa los nuevos moretones de sus piernas flacas y decide, como siempre, que será su última fiestita y que odia a los niños. Posiblemente, en la puerta, los padres del cumpleañero, embelesados, repartan las bolsitas con golosinas y souvenires y afirmen: “Por suerte, salió todo bien”, como unos enajenados.

Usted, lector, seguramente no vería nada normal en estas reacciones y hubiera procedido diferente si hubiera sido animador, dueño del saloncito o padre dentro de ese ficticio cumpleaños.  Porque si usted hubiera sido un invitado, la hubiera pasado tremendamente mal. Hubiera vivido, por lo menos, una situación incómoda. Posiblemente, se hubiera retirado del lugar con alguna excusa.  ¿Qué es lo que pensaría acerca de lo que sucedió allí? ¿Cómo juzgaría la conducta y las reacciones de los adultos ante lo que a todas luces es un comportamiento absolutamente inadecuado para una fiestita? Seguramente, usted tiene muy en claro cómo hubiera sido su proceder para que ese mismo cumpleaños se hubiera desarrollado en un ”clima apropiado” y no como un aquelarre.

Cuando los chicos rompen todo, desobedecen, andan a los gritos, pelean entre ellos, insultan y faltan el respeto a los adultos en su casa, en el seno de sus familias, cada padre, cada madre, cada responsable, reacciona de la manera que le parece correcta. Todos estamos de acuerdo con que eso está mal y hay que modificarlo por el bien de todos, para poder seguir viviendo sin perder la razón. Habrá quien piense que hay que buscar los motivos que llevaron a los chicos a comportarse de esa manera y solucionar el problema. Habrá quien vaya al psicólogo, quien se siente a conversar, quien se desagarre las vestiduras y no haga nada, quien vaya a su iglesia, quien grite, quien llore, quien pegue, quien llame a otros adultos, quien llame a la policía. Habrá quien se vaya, quien traslade la situación a otros para que la resuelvan. Habrá quien la agrave y se comporte del mismo modo que los chicos, o peor. Los humanos, somos tan variados como ocurrentes en nuestras reacciones.

Habrá quien le eche la culpa a los chicos. Y quien le eche la culpa a los adultos.

Habrá chusmeríos y rumores acerca de lo que sucede en “esa casa”. Al igual que, si nuestro ficticio cumpleaños hubiera existido, circularían chismes de todo tipo.

¿Qué sucedería si los mismos comportamientos inadecuados que describimos ocurrieran en una escuela, adentro de un aula? ¿A quiénes culparíamos si asistiéramos como espectadores invisibles a una ficticia clase en donde un docente imaginario fuera insultado y desobedecido constantemente, donde imperara el caos, el desorden, el destrozo y la violencia física y verbal? ¿Cuáles serían las reacciones que esperaríamos del docente ficticio ante eso que, evidentemente, está impidiendo que los chicos aprendan y que él pueda enseñar? También estaríamos ante un ”clima inapropiado”.

Al igual que en las situaciones anteriores: habrá quien le eche la culpa a los chicos por maleducados. A los padres de los chicos, que no los supieron educar.  Al docente, porque no tiene autoridad dentro de la clase. A la escuela, que no pone orden y ayuda al docente (o lo despide y pone otro que sepa qué hacer). Al siglo XXI. A los tiempos modernos. A internet. A los mensajes satánicos de la música escuchada al revés. A la comida chatarra, ya que estamos. Es muy fácil echar culpas.

Por suerte, todas las que describí son situaciones ficticias, que raramente ocurren. Si sucedieran con frecuencia, lo que me parecería correcto es que con urgencia hubiera equipos de especialistas trabajando en elaborar herramientas útiles para que padres y comunidades educativas resolvieran juntos los problemas climáticos.

Los del saloncito, que se embromen. Se puede volver a hacer cumpleaños en las casas, a la antigua, qué tanta vuelta con eso. Pero los papás y los docentes no tendrían que embromarse, esos no están haciendo ningún negocio. Están ocupándose de la educación de los futuros ciudadanos del país. De sus reacciones ante los problemas que impidan que se lleve adelante un aprendizaje pleno dependerá que exista un futuro pacífico construido por ciudadanos instruidos y solidarios. Así que, pensándolo bien… a pesar de que nuestras invenciones quizás, tal vez, remotamente, puedan suceder únicamente en casos excepcionales… no estaría de más que los equipos de especialistas abandonaran el plano de la ficción y comenzaran a trabajar en algo nuevo para ayudar a enfrentar estos  problemas con algo más que los acuerdos de convivencia que están en vigencia en las escuelas. Digo, por si estos no fueran suficientes en algún momento cercano… Mejor prevenir que lamentar, decían las abuelas. Y cuando desmejora el clima, mejor tener paraguas en la cartera.

Inclusión educativa, ¿una mera palabra?

Cierra otro año lectivo, cargado de problemas y deficiencias. No se cumplieron los 180 días de clases. Continúan los problemas de infraestructura, los docentes siguen cobrando muy poco, hubo alumnos que abandonaron la escuela y, los que se quedaron, no recibieron una educación de calidad óptima. Al parecer, la sociedad argentina finalmente se ha puesto de acuerdo con respecto a estos puntos y reconoce que urge un cambio. 

En estas épocas de precisión terminológica y eufemismos, la primera medida que deberíamos tomar es llamar las cosas por su nombre y, ya que reconocemos la existencia de un problema, actuar para resolverlo. Dejar de emitir mensajes contradictorios sería un buen comienzo, y eso se puede hacer hoy mismo, en los hogares. Términos como “divertirse” y “entretenerse”, por sólo tomar dos ejemplos, no tienen necesariamente relación directa con lo que sucede cuando se lleva adelante una situación de aprendizaje. Distinto es el caso de “interesarse”, que sí la tiene. La sociedad debe comprender y transmitir a sus hijos que aprender da trabajo, que demanda un esfuerzo y un compromiso. La escuela debe crear y promover situaciones de aprendizaje motivadoras e interesantes para sus alumnos, que son individuos con diferentes características, saberes previos y preferencias, y están juntos durante lapsos de tiempo largos dentro de aulas. “Te compadezco porque tenés que ir a la escuela”, “La escuela no sirve para nada”, “Los docentes no están capacitados”, “Pérdida de tiempo” no pueden ir junto a “Tu obligación es ir a la escuela”; no son mensajes positivos para nadie. El apoyo familiar que recibe cada alumno y lo que sus padres opinan acerca de lo que debe suceder durante las horas que los chicos están dentro de la escuela inciden sobre el desempeño individual, lógicamente. Si la actitud del alumno hacia el aprendizaje formal es negativa, la calidad de la educación que reciba no será la mejor, independientemente de los esfuerzos que hagan o no hagan sus docentes. Y la palabra que resuena por todos lados: “Inclusión”, se quedará siendo una mera palabra.  Continuar leyendo

Por qué los buenos maestros dejan la escuela pública

Un docente entusiasta, apasionado por la Literatura y la escritura, anuncia en su muro de Facebook algo que puede sintetizarse así: “Hasta acá llegué”. Debajo de los incomprensibles “me gusta” aparecen comentarios de agradecimiento y saludos: nadie pide explicaciones. Yo tampoco.

Los tiempos cambian, los profesores históricamente han ido amoldándose, acomodándose a las formas de vestir, a las jergas, a los contextos que influyen en el comportamiento de los niños y adolescentes. Desde “arriba”, durante los últimos quince años, han “bajado” cambios que marcaron el ritmo del baile… que nunca se caracterizó por ser lento ni tranquilo. Entre el “arriba”  y la sociedad, hoy suena una intrincada milonga. El que no puede seguir el ritmo o hacer bien los firuletes, queda caído en el borde de la pista, o con la lengua afuera, por lo menos, hasta que logra tomar nuevamente aire para seguir.

Sucede algo nuevo y descorazonador. Los roles se han desdibujado, las contradicciones (que provocarían una sonrisa al ser vistas desde “afuera”), asoman por todos los agujeros y agujeritos. Cantidades de agujeros y agujeritos, rincones y rinconcitos. La sociedad, ante cualquier noticia relativa a menores que se cuela por uno de esos orificios pregunta, impetuosa y petulante: “¿Y dónde estaba el adulto responsable cuando sucedía eso?”. Contestar parece en vano: los adultos no responsables parecen interpelar sin estar dispuestos a oír respuestas. Sólo se acusa, se señala, se culpa. Al parecer, a nadie le interesa escuchar los porqué. Quizás ésa sea la razón, la “culpable” de la crisis educativa, el motivo que lleva a dejar las aulas a un docente de inmensa vocación que “antes” “lograba” que los alumnos que no leían “con nadie”, con él, lo hicieran.

Ojalá alguien quisiera escuchar o espiar un poco por los agujeritos para entender por qué estamos teniendo problemas con la calidad educativa en las escuelas públicas. Por un lado, como siempre, es cuestión de dinero: salarios bajos, problemas edilicios. A eso, uno puede acostumbrarse, a pesar de la carga simbólica que coloca sobre los hombros de los integrantes de la comunidad estar en un lugar indigno y la falta de dinero. Repito: uno puede acostumbrarse. Pero hay cuestiones a las que, sencillamente, no puede. Cuestiones que te declaran la guerra a nivel personal, cuestiones que te despabilan y te enfrentan a tomar decisiones como la que tomó mi colega.

Se necesita ayuda en las escuelas. Gabinetes con personal preparado para afrontar situaciones conflictivas todos los días, todos los turnos. Personal capacitado para resolver conflictos. Reglamentos nuevos para prevenir y manejar problemas. Todo eso que está escrito, en teoría, se vuelve complejo al llevarlo a la práctica. El comportamiento de los chicos, de las familias, el ausentismo, las situaciones que surgen a diario, no facilitan en nada el aprendizaje ni el trabajo de nadie. Se necesita urgentemente un cambio de actitud general y que cada cual asuma su rol con coherencia. Los profesores no son otra cosa que profesores… y necesitan que los chicos sean alumnos para poder enseñar las disciplinas que les corresponden. No son médicos, ni psicólogos, ni guardianes, ni animadores de cumpleaños, ni personajes de caricatura, ni superhéroes, ni carceleros, ni niñeras, ni acompañantes terapéuticos, ni padres de hijos ajenos, ni cocineros, ni auxiliares, ni conductores de televisión, ni directivos, ni preceptores, ni asistentes sociales, ni campeones de artes marciales mixtas, ni una larga lista de sustantivos que indican profesiones para las cuales no están preparados. Dejando ironías de lado, la solución es simple: o se prepara a los docentes de los nuevos tiempos en otros campos o se agrega personal idóneo en las escuelas para cumplir los roles que sean necesarios. De esa manera, los docentes podrán dedicarse a la tarea que les compete: enseñar.

Existe un peligro mayor al de perder buenos docentes si la milonga sigue siendo ejecutada de forma tan vertiginosa. Podemos comenzar, al igual que sucede con lo salarial y lo edilicio, a acostumbrarnos a que cada vez se enseñe menos, a que se aprenda menos y menos. Cambiemos la milonga por el Antón Pirulero, entonces, y que cada cual atienda su juego, antes de que nos acostumbremos a más cosas impensables.

¿Qué hace feliz a un docente?

Me han preguntado muchas veces por qué, si los docentes estamos en disconformidad con tantas cuestiones relativas a nuestro trabajo, no tiramos el guardapolvo y nos dedicamos a otra cosa. ¿Cómo es que si tu salario es bajo, si las condiciones edilicias y de higiene no son apropiadas, si tu obra social es insatisfactoria, si te ves en la situación cotidiana de cumplir con tareas que no tienen que ver con tu formación ni tus expectativas, seguís adentro de la escuela?

Son preguntas lógicas, desde la teoría. Los docentes somos personas que elegimos trabajar enseñando disciplinas que nos apasionan a chicos que no son nuestros hijos. La palabra “apasionan” no suena a nada sensato. Más aún cuando, en esta sociedad violenta y caótica por momentos, explicar un “para qué hacés tal cosa…” se vuelve ininteligible si no viene acompañado de “para ganar X dinero”.

Hoy se festeja el Día del Maestro. Vos sos papá, mamá, hermano, abuelo, abuela, amigo. Seguramente tenés algún vínculo con un chico o chica que es alumno: estás invitado, naturalmente, a la ceremonia escolar que se llevará a cabo en su escuela para conmemorar el fallecimiento de Sarmiento. Te propongo descubrir en la práctica la respuesta a las preguntas planteadas en el primer párrafo: animate, aceptá la invitación y entrá en la escuela por un ratito.

(Podés entrar sintiéndote parte: pertenecés a la comunidad educativa. Podés entrar en calidad de espectador. Elegí vos).

Te cuento lo que va a pasar. Ingresarán las banderas, con sus abanderados y escoltas. Se entonarán las estrofas del Himno Nacional Argentino, y luego, las del Himno a Sarmiento. Se pronunciarán palabras, seguramente algún alumno o alumna leerá algo que escribió para la ocasión. Quizás un profesor de música tocará el piano o la guitarra y los chicos de algún curso cantarán. Se despedirá a las banderas y luego los chicos entregarán, a modo de souvenires, regalitos artesanales a los docentes presentes. Y habrá aplausos.

Vos preguntabas, papá, mamá, hermano, abuelo, amigo, por qué los docentes seguimos en la escuela a pesar de todo. Ahí, estimado interrogador, está ante tus ojos la respuesta, en el acto escolar sencillo que te estoy describiendo. Mirá bien: ¿viste a la preceptora, corriendo presurosa para colocar la escarapela olvidada en la solapa de uno de los escoltas? Sus ojos brillaban de orgullo; el chico, emocionado, le agradeció con un gestito de afecto. ¿Oíste cómo cantaron los chicos? Salió todo muy bien. Mirá al director de la escuela, dirigiendo unos ojos emocionados al profesor de música, que está tan contento con el desempeño de sus alumnos que disimula unas lagrimitas haciéndose el que guarda en su estuche la guitarra. Unos minutos de canción que llevaron meses de ensayo. Contentos los chicos, su profesor, los presentes. Todos.

Los souvenires entregados fueron realizados con la profesora de plástica, que logró con esfuerzo conseguir gratis el material y está aplaudiendo allá, al fondo (también fue ella la que hizo la cartelera que está pegada en la puerta, que tanto admiraste al entrar). La profesora de Prácticas del Lenguaje (bueno, sí, tenés razón, la de Lengua), se deshace en sonrisas, souvenir en mano, escuchando la lectura de la alumna que produjo un texto bello y coherente, y que levanta la vista al terminar de leer, tímida y satisfecha, buscando su aprobación. La encuentra, cómo no la va a encontrar. Todos la aplauden fervorosamente, sonriendo, felices.

Estimado papá, abuelo, mamá, hermano, amigo: la docencia es una profesión que excede tus preguntas, aunque las formules desde el más descarnado sentido común. Se trabaja de docente porque se es docente, y porque cada logro de los alumnos (de tus hijos, de tus nietos, de tus sobrinos, de tus amigos), por pequeño e intrascendente que parezca desde afuera, para nosotros es un objetivo cumplido que nos hace felices en nuestro día y todos los días.

Preguntás de nuevo: ¿Y por qué, entonces, si estamos tan felices con nuestros pequeños logros, no nos dejamos de protestar de una buena vez?

Te contesto yo, sin descripciones idílicas ni imágenes inventadas. Protestamos porque hoy somos docentes en el “mientras tanto”. Queremos mejorar la educación que reciben los chicos argentinos. Queremos mejorar las condiciones de trabajo de los docentes argentinos. Esperamos cambios, queremos ser herramientas activas de esos cambios. Uno de los más importantes es terminar con el quiebre de nuestra relación con vos: incorporar activamente a las familias a la comunidad educativa y educar conjuntamente a los chicos. Si viniste al Acto del Día del Maestro y lograste ver qué hace felices a los docentes, tu percepción va a significar para nosotros un objetivo cumplido. Porque para transformar esta realidad hay que comprender, en primer lugar, y luego actuar, participar y ayudar. Dejá de ser espectador y asumí tu rol dentro de la comunidad educativa: demos a nuestros chicos, juntos, una educación mejor. Este 11 de septiembre, acercate a la maestra de tus nenes para acompañarlos a desearle “Feliz día”. Puede ser un buen inicio, ¿qué te parece?

“Mi hijo sabe más que yo”

Durante las últimas semanas, algunas noticias relacionadas con el comportamiento preadolescente y adolescente actual han sido tratadas por los medios de comunicación y repercutido en las redes sociales. Confusa, contradictoria e incoherentemente, se volvió a escuchar de trasfondo el novedoso: “Los chicos de ahora saben más que nosotros” que causa, en mi opinión, más estragos que beneficios y agrega otro obstáculo a los que ya enfrenta la educación formal.

Si uno, como  papá, declara ante su hijo que éste sabe más que él, está abandonando su rol de padre, primero, y de adulto, después. Los niños actuales pueden ser más hábiles que los adultos manejando ciertas tecnologías, por el simple hecho de haber nacido en la era digital. Nada más. Hace unas décadas, hubiera sido impensable hacer semejante declaración acerca de un niño: el mundo de los adultos se presentaba como un universo pleno de secretos, vedados en su totalidad, que se develarían a los 18, primero, a los 21, después. Los papás durante la infancia eran percibidos como los protectores y proveedores. El niño era vestido, alimentado, abrigado, cuidado y educado por los adultos, que velaban por él, y no tenía poder de decisión sobre esas cosas. Cuando se transformaba en adolescente, en ese mundo abstracto que estoy esbozando sin hacer juicios de valor (y que, por supuesto, en la realidad adquiría diversos matices), había un adulto ocupando claramente un rol de autoridad contra quien reaccionar, para oponerse, para pelearse, para rebelarse y adolecer.

La claridad de los roles se ha desdibujado en la actualidad. La televisión e internet han develado el mundo secreto de los adultos, al que se puede acceder haciendo un click a cualquier edad. Los adultos se muestran ante los niños sin pudores como seres imperfectos, defectuosos, vacilantes. Se equivocan, se insultan, se amenazan sentados en silloncitos en los paneles de programas de televisión a las dos de la tarde, usan un vocabulario espantosamente informal en contextos formales, se traicionan, se desnudan. Como una corte de dioses olímpicos, los  adultos del siglo XXI se han humanizado y hacen gala de cada una de sus miserias ante las cámaras de televisión, repitiendo hasta el cansancio que se puede mentir, pero que hay que decir la verdad, se puede defraudar, engañar, traicionar, insultar, que los mejores son los más operados, los más lindos, pero que lo importante es lo de adentro, que lo que vale es la plata, que estudiar no sirve para nada en la vida, pero que hay que estudiar… Cómo vamos a pretender que los chicos que están observando y escuchando atentamente esos mensajes nos vean como ejemplo, como modelo, si el efecto que debemos causar es el contrario. Si el mundo adulto es semejante caos, si “los chicos de ahora la tienen clara” y “saben más que nosotros”, si no hay secretos ni privilegios al “ser grande”… para qué crecer.

Así, se tergiversan los roles, se anulan, se pervierten. Veamos las noticias: los niños pueden elegir qué comer, y se elevan las cifras de obesidad infantil. Los chicos no sólo pueden elegir conducir un cuatriciclo en la playa y ocasionar un accidente, en un caso extremo, un niño de 11 años fue detenido hace unos días mientras conducía con su padre como copiloto por la Autopista Buenos Aires-La Plata. Pudo morir haciendo eso, causar la muerte de los demás avalado por la persona cuyo deber es cuidarlo. Una niña huyó de su casa por haberse peleado con el papá. Pasó la noche en una casa ajena, con desconocidos, y mantuvo relaciones sexuales “consensuadas” con un hombre del doble de su edad. Fue escalofriante para mí como educadora y como madre leer los comentarios de algunos adultos acerca de este suceso que jamás debería haber ocurrido. Una chica de 15 años fue secuestrada por un taxista cuando el amigo con quien estaba se bajó del vehículo. Eran las 6 de la mañana y estaban tomando una cerveza en un bar. Fue violada una chica en un boliche durante una fiesta en donde “vale todo”. La sociedad adulta pasmada ante el significado de ese “vale todo”.

Chicos que beben alcohol hasta “sacarse” en las “previas” en sus propias casas, fuman, andan solos, enardecidos en la noche violenta, en una sociedad que justifica, comprende lo incomprensible. En una sociedad que, al declarar que los chicos saben más que los adultos, lo único que hace es desentenderse de su deber de velar por ellos y dejarlos solos.

Cómo hallar la coherencia entre la escuela y una sociedad así. Toda la estructura descansa sobre conceptos opuestos: en la escuela, los docentes son los adultos responsables. Para que se lleve a cabo el proceso de aprendizaje, los roles deben estar claramente definidos y ocupados: el educador es el docente, que es el adulto que tiene la autoridad, y el alumno complementa la dupla, y debe participar activamente poniendo en juego sus saberes previos, prestando atención. El respeto por las reglas de convivencia dentro de la escuela es fundamental para que se lleve adelante el aprendizaje.

¿Qué es lo que sucede, cuando los niños y adolescentes que viven en un mundo que los deja decidir comportarse como se les antoja y les ha declarado que saben más que los adultos, se enfrentan con la realidad de que deben asumir su rol de alumnos dentro de la escuela? No es una pregunta retórica. Sucede que surge el “clima de aula inapropiado” para aprender. Surgen los problemas para enseñar que enfrentamos los docentes cotidianamente dentro de las aulas.

Se puede poner al educador más preparado del universo al frente de una clase, pero si la sociedad ha decidido que es indigno de ocupar ese puesto, va a ser muy difícil que los alumnos ocupen su rol de alumnos plenamente. Para que la educación formal sea exitosa, se debe buscar la manera de dotar a las escuelas de la investidura de escuela y jerarquizarlas como tales, junto a la comunidad educativa que las compone. Eso no se hace sólo con dinero, involucra cambiar el imaginario social. Un primer paso sería que los adultos volvieran a ocupar su rol de padres y dejaran de asegurar que los niños son los que saben todo. Los chicos deben volver a ocupar su rol de chicos, para ser protegidos, crecer saludablemente, educarse y poder elegir libremente, al ser adultos, su futuro. Una obviedad, que en el siglo XXI, los adultos debemos recordar.

Bullying visible o invisible

El primer requisito cuando uno aborda el tema del acoso escolar es enfrentar el conjunto de prejuicios existentes en la comunidad entera, que ha naturalizado diversas clases de acoso de tal manera que las ha vuelto invisibles.

Definamos en primer lugar qué consideraremos bullying o acoso escolar: se trata de todo el espectro de agresiones verbales/físicas/paralingüísticas a las que se somete a un alumno dentro de la escuela reiteradamente durante el tiempo. Es decir: una riña o amenaza ocasional de un alumno hacia otro no se considerará acoso, sí lo será si estas conductas agresivas se reiteran a lo largo de un lapso de tiempo determinado. ¿Dos veces se considera acoso? Dependerá de las características del caso, pero yo diría que si la primera vez no se resolvió el problema, la segunda vez es buen momento para prestar la atención que merece y considerar las medidas de prevención correspondientes, ya que estamos ante el surgimiento del bullying.

Dentro del espectro de las agresiones que pueden darse en la escuela consideraremos acoso:

1) Las amenazas, se concreten o no. Pueden ser amenazas hacia un par, hacia un niño más pequeño, hacia una persona vinculada de alguna manera con la víctima o un objeto de su pertenencia o vinculado emocionalmente con él. Se le puede decir a alguien: “Te espero a la salida”, “vas a ver lo que le voy a hacer a tu hermanito”, “Te voy a matar el perro”, “te voy a romper le celular, la mochila, la campera, el auto de tu papá”, etc. Cabe destacar que se puede amenazar y todo lo que describiré a continuación utilizando las redes sociales, el celular o internet.

Las amenazas tienen por objetivo intimidar a la víctima, pero también pueden ser proferidas para poder manipularla.

Pueden ser verbales o no verbales; la mera presencia del acosador puede ser percibida como una amenaza, un gesto, una mirada, un puño mostrado de alguna manera particular, suelen bastar.

Dentro de la naturalización que señalábamos al comienzo está el considerar “normal” que las amenazas se produzcan, y los consejos que se brindan muchas veces tienen que ver con contestar la agresión con otra conducta agresiva: “Si te pega, se la devolvés”, “Si te hace algo, decime que voy y lo destrozo”, “Si te rompe X cosa, vos le rompés algo que le duela más”. Muchas veces la persona a la que recurre la víctima en busca de ayuda contribuye a profundizar la situación de dolor culpabilizando al acosado por padecer el acoso, acusándolo de “débil” por no comportarse agresivamente y premiando y festejando socialmente conductas violentas que deberían censurarse (“¿Ves? ¿Le diste fuerte unas buenas patadas? Ahora vas a ver que no te va a molestar más…”).

2) Hostigamientos de varias clases: hacer burla con gestos, imitar al acosado de alguna manera que lo ridiculice, ponerle sobrenombres ofensivos, pegarle carteles en la ropa, escribir palabras ofensivas en mesas,  paredes, hojas, etc. que involucren el nombre del acosado.

De todas estas formas de acoso, la más naturalizada es la del sobrenombre. Tanto el acosador como el acosado, al señalarles que se trata de un modo incorrecto de tratarse, tienden a afirmar que se trata de una broma o de algo que se dice “cariñosamente”, ocultando y tratando de volver invisible el dolor que experimenta quien es acosado. Un alumno gordo que es llamado “Gordo” pasa a no tener nombre, y a aceptar el sobrenombre mortificante como algo que merece y de lo cual es culpable.

Incluyo dentro del hostigamiento una lista lamentablemente amplia de expresiones discriminatorias que sirven para molestar y hacen referencia a variadas cuestiones: expresiones racistas, homofóbicas, de género, de intolerancia religiosa, política, acerca de las simpatías por determinado cuadro de fútbol,  a la pertenencia a “tribus urbanas” o modas varias, al tipo de música que gusta escuchar el acosado, los programas de televisión que ve, los juegos de play station o de PC que prefiere, el celular que tiene, y lo que pueda uno imaginarse. Los alumnos acosadores pueden encontrar como debilidad cualquier defecto o particularidad física de la víctima, ya sea real o imaginaria, y hostigarla de este modo (“sos un petiso, gordo, flaco, alto, pelirrojo, negro, tenés granos, el pelo graso, algún olor desagradable, orejas grandes, orejas pequeñas, sos demasiado feo” o, y lamentablemente éste es un caso muy común en las escuelas, “sos demasiado lindo o linda”, y así tenemos paradójicamente una víctima de acoso que es acusada del defecto de no tener defectos).

3) Manipulación social y bloqueo social. Esta categoría agrupa las conductas que buscan lograr que la víctima de acoso se sienta aislada y dejada de lado por su grupo de pares, ya sea en la realidad o en su percepción subjetiva. Hacer correr rumores desagradables sobre la víctima, sean verdaderos o no, hablar mal de ella, no invitarla a participar en tareas grupales, juegos, a reuniones dentro de la escuela, son  formas de aislar a un alumno. Lo que muchas veces sucede en las clases de Educación Física es otra de las cuestiones que hallé como naturalizadas: X alumno no participa jamás de X juego porque “es torpe, gordo, juega mal, es débil, ocasiona que el equipo al que pertenece pierda, es un estorbo, etc. “, y suele ser rechazado y aceptar este rechazo como natural (“no debo participar por el bien de mis compañeros ya que soy un desastre”), asumir la culpa. El área de Educación Física es un área como cualquiera del diseño curricular obligatorio y un derecho que deben recibir y gozar todos los alumnos por igual, salvo indicación médica, por supuesto. Sería ridículo pensar que X alumno, durante la clase de matemáticas, no participe en la resolución de cálculos porque es muy lento en hacerlo… y así perjudica al grupo. ¿Por qué encontramos natural esta misma situación aplicada a Educación Física?

4) Coacción: Consiste en obligar a la víctima de acoso a realizar cosas o tener comportamientos que no desea. La coacción es muy amplia y, a veces, suele ser sutil: puede obligarse a alguien a pertenecer a determinado “bando”, a hablar mal de alguien, a beber alcohol, drogarse, fumar, a mantener relaciones sexuales, a pegarle a alguien, amenazarlo, a sumarse a las conductas agresivas de un acosador, hasta a mantener conductas consideradas como naturales o nimias como lo es prestar libros, hojas de carpeta, trabajos prácticos, lapiceras, etc. Los alumnos aplicados que poseen sus carpetas completas la mayoría de las veces deben prestar sus trabajos por coacción, por miedo a merecer la desaprobación o hacer recaer sobre sí represalias de uno o más alumnos considerados más “poderosos”, y este hecho se ha vuelto tan común que se ha vuelto invisible. Muchas veces la persona obligada se culpabiliza, y en su afán de pertenecer al grupo de pares o de evitar las agresiones, hace cosas que jamás haría por su cuenta. Al igual que en el caso de las amenazas, frecuentemente los adultos consultados por los acosados les aconsejan dejarse obligar “para que no sea peor” o “para ser un buen compañero”,  hecho que agrava el círculo vicioso en el que está sumergida la víctima del acoso.

Y ahora vuelvo a la primera persona. Referirme con detalle al daño que ocasiona el acoso escolar en la psiquis de los alumnos que lo padecen sería  temerario, ya que excede mis saberes. Me limitaré a repetir lo que se afirma en otros textos: trastornos emocionales, baja autoestima, aislamiento, en casos extremos depresión y hasta asesinatos y suicidio. Durante años he visto adolescentes sentados frente a mesas alejadas, usando sus mochilas como trincheras, intentando protegerse de algún modo. He visto bajar miradas inundadas de tristeza ante sobrenombres despectivos e insultos irrepetibles, chicas y chicos entregando sus hojas de carpeta trabajosamente elaboradas, subrayadas y escritas prolijamente, a compañeros que únicamente  les dirigen la palabra para pedirles ese tipo de cosas, sabiendo que muy probablemente no volverán a verlas. He visto chicos ser saqueados ante los kiosquitos escolares, chicos aterrorizados ante la hora de la salida o de la entrada, chicos que prefieren permanecer en el aula y no salir al patio ni al pasillo durante el recreo, chicos que no trabajan en grupo, que no sonríen, que saben que sus compañeros no saben ni siquiera cómo se llaman.

Y ahora usted estará interpelándome: “¿Y qué hizo, Lara, para evitar estas aberraciones?”. Me llevaría una especie de gran novela, rememorar lo que he hecho… mi última incursión en nuevos métodos fue coordinar un Consejo de Convivencia y trabajar desde ese rol. Pero más allá de mis intentos, fallidos o no, creo que el problema se solucionaría si la comunidad educativa trabajara en conjunto. Solos, los docentes muchas veces damos manotazos de ahogado. Se necesitan profesionales, especialistas, gabinetes, Consejos de Convivencia en todas las escuelas. Y si éstos abundaran y funcionaran articuladamente con los docentes, seguramente, los casos de bullying no llegarían al extremo, aunque no me atrevo a decir que desaparecerían por completo. Porque transitar la escuela secundaria, vivir la adolescencia, como he repetido en otros textos, no es caminar por un campo de rosas, exactamente. Y esas tristezas que describo aquí, se traducen concretamente en ausentismo, en fracaso escolar, en comportamientos autodestructivos o violentos. Supongo que a largo plazo, una vez terminada la escuela, las consecuencias permanecerán visibles… Es precisamente por eso, porque lo que sucede adentro de las escuelas excede el presente y va formando el futuro de todos nosotros, que es imprescindible afrontar los problemas como éste.