Cuando suene el timbre

“Los alumnos decidirán si ingresan al aula cada vez que suene el timbre”. El titular, que pertenece al diario Elentrerios.com, podría ser un chiste. ¿El tiempo verbal es correcto? ¿Se trata de una publicación satírica? ¿De una ficción?

La nota detalla (y critica) una propuesta simple: Los alumnos podrán, además de contar con casi cuarenta inasistencias durante el año para utilizar a gusto y placer, decidir su asistencia a clases durante la jornada educativa. “Me gusta Matemáticas, voy”. “No me gusta, me quedo andá a saber dónde y bajo la responsabilidad de quién (haciendo vaya a saber qué cosa)”. Esta propuesta (y muchos otros proyectos y directivas acerca de lo que debe suceder dentro de una escuela) se basa en la inclusión entendida en su forma más aberrante: estar, de vez en cuando, algunas horas adentro de un edificio escolar.

La opinión acerca de si es placentero, divertido o fácil estudiar no parece haber cambiado con el tiempo. No es raro escuchar a los adultos decir: “Cuando era adolescente, estudiaba porque en mi casa, si me llevaba alguna materia, cobraba”. No se estudiaba por gusto, en general era por obligación. En otras épocas, llegar tarde, hacerse la rata, no aprender adrede eran la excepción y no la regla.

No olvido la educación en tiempos de dictadura militar. Por supuesto, no estoy añorando tiempos espantosos repletos de censura y de miedo. Escribo sobre inclusión y sobre cómo cambió la tarea de enseñar, palabra que ha adquirido un matiz negativo a causa de un pasado que no debemos olvidar ni repetir. Continuar leyendo

¡Avisen a los docentes que se viene marzo!

Carta escrita por la ficticia señora Doña Rosa:

Está finalizando febrero, no puede hacerse nada para evitarlo. No te das cuenta por el clima, eso no, porque desde que empezaron las cosas del calentamiento global y las demás macanas que la humanidad se viene mandando, un día hace un frío de morirse, otro diluvia y otro estás sudando. Hay que gastar un dineral en boutiques y salones de belleza actualmente, hasta dónde iremos a llegar. Es un dilema para todas saber qué ponerse sin dejar de estar a la moda, toda una fatalidad.

La mejor manera de saber la fecha es leyendo noticias sobre los docentes en los diarios: todo el mundo sabe que en marzo empiezan las clases y que esos desgraciados siempre, pero siempre, siempre, siempre, andan por ahí pataleando para evitarlo. ¿Hasta tenemos que avisarles que no se puede detener el paso del tiempo? ¡Son unos soñadores, unos románticos, obvio! Siempre pensé que para elegir una carrera como la docencia, hay que ser fantasioso y estar un poquito tocado… ¡Pero los febreros no pueden ser eternos! ¡Confórmense con los feriados de carnaval, que son bastantes, y paren un poquito con la cantinela que ya nos la sabemos de memoria! Continuar leyendo

Por qué los buenos maestros dejan la escuela pública

Un docente entusiasta, apasionado por la Literatura y la escritura, anuncia en su muro de Facebook algo que puede sintetizarse así: “Hasta acá llegué”. Debajo de los incomprensibles “me gusta” aparecen comentarios de agradecimiento y saludos: nadie pide explicaciones. Yo tampoco.

Los tiempos cambian, los profesores históricamente han ido amoldándose, acomodándose a las formas de vestir, a las jergas, a los contextos que influyen en el comportamiento de los niños y adolescentes. Desde “arriba”, durante los últimos quince años, han “bajado” cambios que marcaron el ritmo del baile… que nunca se caracterizó por ser lento ni tranquilo. Entre el “arriba”  y la sociedad, hoy suena una intrincada milonga. El que no puede seguir el ritmo o hacer bien los firuletes, queda caído en el borde de la pista, o con la lengua afuera, por lo menos, hasta que logra tomar nuevamente aire para seguir.

Sucede algo nuevo y descorazonador. Los roles se han desdibujado, las contradicciones (que provocarían una sonrisa al ser vistas desde “afuera”), asoman por todos los agujeros y agujeritos. Cantidades de agujeros y agujeritos, rincones y rinconcitos. La sociedad, ante cualquier noticia relativa a menores que se cuela por uno de esos orificios pregunta, impetuosa y petulante: “¿Y dónde estaba el adulto responsable cuando sucedía eso?”. Contestar parece en vano: los adultos no responsables parecen interpelar sin estar dispuestos a oír respuestas. Sólo se acusa, se señala, se culpa. Al parecer, a nadie le interesa escuchar los porqué. Quizás ésa sea la razón, la “culpable” de la crisis educativa, el motivo que lleva a dejar las aulas a un docente de inmensa vocación que “antes” “lograba” que los alumnos que no leían “con nadie”, con él, lo hicieran.

Ojalá alguien quisiera escuchar o espiar un poco por los agujeritos para entender por qué estamos teniendo problemas con la calidad educativa en las escuelas públicas. Por un lado, como siempre, es cuestión de dinero: salarios bajos, problemas edilicios. A eso, uno puede acostumbrarse, a pesar de la carga simbólica que coloca sobre los hombros de los integrantes de la comunidad estar en un lugar indigno y la falta de dinero. Repito: uno puede acostumbrarse. Pero hay cuestiones a las que, sencillamente, no puede. Cuestiones que te declaran la guerra a nivel personal, cuestiones que te despabilan y te enfrentan a tomar decisiones como la que tomó mi colega.

Se necesita ayuda en las escuelas. Gabinetes con personal preparado para afrontar situaciones conflictivas todos los días, todos los turnos. Personal capacitado para resolver conflictos. Reglamentos nuevos para prevenir y manejar problemas. Todo eso que está escrito, en teoría, se vuelve complejo al llevarlo a la práctica. El comportamiento de los chicos, de las familias, el ausentismo, las situaciones que surgen a diario, no facilitan en nada el aprendizaje ni el trabajo de nadie. Se necesita urgentemente un cambio de actitud general y que cada cual asuma su rol con coherencia. Los profesores no son otra cosa que profesores… y necesitan que los chicos sean alumnos para poder enseñar las disciplinas que les corresponden. No son médicos, ni psicólogos, ni guardianes, ni animadores de cumpleaños, ni personajes de caricatura, ni superhéroes, ni carceleros, ni niñeras, ni acompañantes terapéuticos, ni padres de hijos ajenos, ni cocineros, ni auxiliares, ni conductores de televisión, ni directivos, ni preceptores, ni asistentes sociales, ni campeones de artes marciales mixtas, ni una larga lista de sustantivos que indican profesiones para las cuales no están preparados. Dejando ironías de lado, la solución es simple: o se prepara a los docentes de los nuevos tiempos en otros campos o se agrega personal idóneo en las escuelas para cumplir los roles que sean necesarios. De esa manera, los docentes podrán dedicarse a la tarea que les compete: enseñar.

Existe un peligro mayor al de perder buenos docentes si la milonga sigue siendo ejecutada de forma tan vertiginosa. Podemos comenzar, al igual que sucede con lo salarial y lo edilicio, a acostumbrarnos a que cada vez se enseñe menos, a que se aprenda menos y menos. Cambiemos la milonga por el Antón Pirulero, entonces, y que cada cual atienda su juego, antes de que nos acostumbremos a más cosas impensables.

¿Qué hace feliz a un docente?

Me han preguntado muchas veces por qué, si los docentes estamos en disconformidad con tantas cuestiones relativas a nuestro trabajo, no tiramos el guardapolvo y nos dedicamos a otra cosa. ¿Cómo es que si tu salario es bajo, si las condiciones edilicias y de higiene no son apropiadas, si tu obra social es insatisfactoria, si te ves en la situación cotidiana de cumplir con tareas que no tienen que ver con tu formación ni tus expectativas, seguís adentro de la escuela?

Son preguntas lógicas, desde la teoría. Los docentes somos personas que elegimos trabajar enseñando disciplinas que nos apasionan a chicos que no son nuestros hijos. La palabra “apasionan” no suena a nada sensato. Más aún cuando, en esta sociedad violenta y caótica por momentos, explicar un “para qué hacés tal cosa…” se vuelve ininteligible si no viene acompañado de “para ganar X dinero”.

Hoy se festeja el Día del Maestro. Vos sos papá, mamá, hermano, abuelo, abuela, amigo. Seguramente tenés algún vínculo con un chico o chica que es alumno: estás invitado, naturalmente, a la ceremonia escolar que se llevará a cabo en su escuela para conmemorar el fallecimiento de Sarmiento. Te propongo descubrir en la práctica la respuesta a las preguntas planteadas en el primer párrafo: animate, aceptá la invitación y entrá en la escuela por un ratito.

(Podés entrar sintiéndote parte: pertenecés a la comunidad educativa. Podés entrar en calidad de espectador. Elegí vos).

Te cuento lo que va a pasar. Ingresarán las banderas, con sus abanderados y escoltas. Se entonarán las estrofas del Himno Nacional Argentino, y luego, las del Himno a Sarmiento. Se pronunciarán palabras, seguramente algún alumno o alumna leerá algo que escribió para la ocasión. Quizás un profesor de música tocará el piano o la guitarra y los chicos de algún curso cantarán. Se despedirá a las banderas y luego los chicos entregarán, a modo de souvenires, regalitos artesanales a los docentes presentes. Y habrá aplausos.

Vos preguntabas, papá, mamá, hermano, abuelo, amigo, por qué los docentes seguimos en la escuela a pesar de todo. Ahí, estimado interrogador, está ante tus ojos la respuesta, en el acto escolar sencillo que te estoy describiendo. Mirá bien: ¿viste a la preceptora, corriendo presurosa para colocar la escarapela olvidada en la solapa de uno de los escoltas? Sus ojos brillaban de orgullo; el chico, emocionado, le agradeció con un gestito de afecto. ¿Oíste cómo cantaron los chicos? Salió todo muy bien. Mirá al director de la escuela, dirigiendo unos ojos emocionados al profesor de música, que está tan contento con el desempeño de sus alumnos que disimula unas lagrimitas haciéndose el que guarda en su estuche la guitarra. Unos minutos de canción que llevaron meses de ensayo. Contentos los chicos, su profesor, los presentes. Todos.

Los souvenires entregados fueron realizados con la profesora de plástica, que logró con esfuerzo conseguir gratis el material y está aplaudiendo allá, al fondo (también fue ella la que hizo la cartelera que está pegada en la puerta, que tanto admiraste al entrar). La profesora de Prácticas del Lenguaje (bueno, sí, tenés razón, la de Lengua), se deshace en sonrisas, souvenir en mano, escuchando la lectura de la alumna que produjo un texto bello y coherente, y que levanta la vista al terminar de leer, tímida y satisfecha, buscando su aprobación. La encuentra, cómo no la va a encontrar. Todos la aplauden fervorosamente, sonriendo, felices.

Estimado papá, abuelo, mamá, hermano, amigo: la docencia es una profesión que excede tus preguntas, aunque las formules desde el más descarnado sentido común. Se trabaja de docente porque se es docente, y porque cada logro de los alumnos (de tus hijos, de tus nietos, de tus sobrinos, de tus amigos), por pequeño e intrascendente que parezca desde afuera, para nosotros es un objetivo cumplido que nos hace felices en nuestro día y todos los días.

Preguntás de nuevo: ¿Y por qué, entonces, si estamos tan felices con nuestros pequeños logros, no nos dejamos de protestar de una buena vez?

Te contesto yo, sin descripciones idílicas ni imágenes inventadas. Protestamos porque hoy somos docentes en el “mientras tanto”. Queremos mejorar la educación que reciben los chicos argentinos. Queremos mejorar las condiciones de trabajo de los docentes argentinos. Esperamos cambios, queremos ser herramientas activas de esos cambios. Uno de los más importantes es terminar con el quiebre de nuestra relación con vos: incorporar activamente a las familias a la comunidad educativa y educar conjuntamente a los chicos. Si viniste al Acto del Día del Maestro y lograste ver qué hace felices a los docentes, tu percepción va a significar para nosotros un objetivo cumplido. Porque para transformar esta realidad hay que comprender, en primer lugar, y luego actuar, participar y ayudar. Dejá de ser espectador y asumí tu rol dentro de la comunidad educativa: demos a nuestros chicos, juntos, una educación mejor. Este 11 de septiembre, acercate a la maestra de tus nenes para acompañarlos a desearle “Feliz día”. Puede ser un buen inicio, ¿qué te parece?

Aprobar alumnos, medir aprendizajes

El tema de las calificaciones escolares irreales irrumpe en los medios a partir de un caso que se hizo público: en la Secundaria N°12 de Moreno un director firmó una nota en donde se solicita al personal docente de la escuela que pase por alto la situación de los alumnos que no están en condiciones de aprobar el segundo trimestre al evaluar “para no perjudicarlos”. Es una noticia absurda, pero verdadera. Otra vez, desde los medios, queda al descubierto la necesidad de cambio que la escuela necesita y pide hace años.

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Carta a mis alumnos sin clase

Profe, me dicen que soy burro….

Esto es para los adolescentes que van a las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires. Sé que es mucho pedir, porque no me conocen, así que me voy a dirigir a los que fueron mis alumnos y que saben que si les digo: “A ver, chicos, escuchen que es muy importante”, vale la pena oír. Y si un nuevo se anima a leer, genial, le digo: “Hola, soy Lara, la de Literatura. Escuchá esto, por favor”. Y empiezo:

Chicos. Están asistiendo a algo que nos pone angustiados a todos. Los profes estamos  peleando por nuestros derechos, y andamos por ahí aguantando que nos digan cosas violentas y agresivas. Ustedes están escuchando eso fuera de las escuelas, en la calle, quizás en sus casas, en la radio, en la tele. Los que fueron mis alumnos estudiaron que uno de los recursos argumentativos más sucios y eficaces es la “descalificación del adversario”. ¿A quién se le hubiera ocurrido que los docentes iban a ser vistos como “adversarios”? A nadie, pero parece que está pasando. Nos dicen “vagos”, “parásitos”, “criminales”, “ineptos”. Ustedes saben, porque son adolescentes y tienen criterio, que eso no tiene que ver con lo que pasa adentro de la escuela, que no se puede generalizar (que, dicho sea de paso, es otro recurso argumentativo muy eficaz). Pero no me voy a poner a explicar eso hoy, quiero decirles algo más importante. Y ahora sí, lean con atención:

Los chicos que van a colegio privado están en clases. Los chicos que van a colegios de Capital, también. Este conflicto salarial se va a resolver, y vamos a volver a las aulas en cualquier momento. Y en la tele, en los diarios, también escucharon y leyeron que hablaban de ustedes, “los de la pública”. ¿Y qué decían? Que son burros, que no aprobaron las pruebas PISA, que los docentes no les están enseñando nada, que no entienden lo que leen, que no saben nada… Resuena “vago” para el docente junto a “burro” para los alumnos de la pública, y bla, bla, que los que van a privado sí saben, que los de Capital sí saben, que entre ellos y ustedes se abre un abismo de desigualdad y que eso es culpa de, culpa de, culpa de, y bla bla bla…

Paremos acá. Y después les digo lo que quiero para este año. Estoy harta de que pase eso. Saben perfectamente que los profes que estamos con ustedes somos los mismos de las escuelas privadas y de las de Capital. Y saben que eso de que no aprobaron las pruebas PISA y que cada vez se aprende menos es en muchos casos cierto. No dejemos que siga sucediendo esto. Son ustedes los que junto a los profes pueden cambiar esta situación lamentable, son ustedes los dueños de sus cerebros. Paremos esto.

¿Y qué puede hacer cada uno de ustedes para ayudar a revertir esta situación, que los sabios y los intelectuales no saben cómo resolver? Les digo cómo: este año, chicos, mantengan el celular en el bosillo. Lleguen puntualmente y no falten a clase. Si mamá o papá no les compraron hojas, ocúpense o avisen en la escuela, si hay problemas más graves, avisen, veremos cómo ayudar, no se queden callados ni dejen de venir. Si no les prestan atención en casa, y bueno, es un bajón, pero ocúpense ustedes de ustedes mismos, ya no son ningunos bebés. ¿Van a hundirse en la ignorancia porque sus parientes no los atienden? Allá ellos, a ustedes les va a ir bien porque son ustedes los dueños de su destino y nadie más que ustedes. Tengamos la carpeta linda, prolija, usemos cartuchera y pongamos una lapicera adentro. Chicos, basta de perder el tiempo en clase con estupideces, basta de la pelea con apagar cosas, con dormir, con no prestar atención. Basta de agredir a los profesores, de insultarlos, de decirles tomátela, porque nosotros estamos trabajando y nos merecemos su respeto. Si no entendemos una clase, preguntemos. Si no pudimos venir, pidamos la tarea. Si tenemos compañeros que se portan mal, no permitamos que eso siga sucediendo. Si un alumno no permite que se den las clases, ¿quién se perjudica? Todos. Basta de echarle la culpa a los docentes de absolutamente todo. Ustedes son grandes, saben cómo hay que comportarse. Y saben perfectamente cómo hacer para que las cosas salgan bien. Tenemos las netbooks, tenemos todo para poder igualar y hasta superar a cualquier alumno que tiene papás que pueden pagar una privada. No hay gente más inteligente que otra de nacimiento, la inteligencia se desarrolla. Hay que esforzarse, hay que leer, hay que dejarse de embromar con eso de que la escuela es un lugar para haraganear y copiarse los trabajitos prácticos hechos por otro porque total no pasa nada. Sí pasa. Cambiemos eso.

Ya sé lo que están pensando. No, no estoy enojada con ustedes ni pienso que tengan la culpa de, culpa de, culpa de. Estoy enojada con eso de que nos traten mal desde todos lados. Porque ustedes deberían tener lo mejor, y no lo tienen. Pero aprovechemos lo que tenemos. Hay libros nuevos, hay compus, hay hojas, hay lapiceras, hay profes y hay chicos. Aprovechemos lo que tenemos.

Chicos, no digo que vaya a ser fácil. Voy a hablar por mí ahora. Yo me comprometo a trabajar igual que todos los años, con la misma atención y el mismo esfuerzo. Yo enseño los mismos contenidos que se enseñan en las escuelas privadas, al igual que todos sus profes. Pero sola, no puedo ayudarlos. Necesito que me escuchen cuando explico, que estén atentos, que anoten, que lean, que investiguen, que se rían, que conversemos, que aporten ideas, que discutamos, no más trabajos copiados, no más gente durmiendo, no más excusas, no más peleas por pavadas que sólo hacen perder el tiempo.

No les pidos que sean unos nerds (aunque yo lo haya sido cuando estaba en la escuela, pero shhh, guárdenme el secreto). Les pido que sean alumnos. Les pido que se pongan las pilas. Les aseguro, les prometo, que se puede. La única forma de aprobar, de comprender lo que se lee, de escribir bien, es empezando a ser alumno y dejando de ser un número, uno de esos “pobres que son hijos de los que no pueden pagar una privada”. Basta de quedarse afuera, mejoremos la educación pública cambiando la actitud, chicos, demostremos que podemos ser los mejores.

Eso es todo. Que este 2014 que empezamos tarde no nos encuentre cansados de dar batallas por la educación pública, que nos encuentre lúcidos y con ganas; levantémonos contra la pobreza, las cosas que nos faltan, los obstáculos,  demostremos que no tenemos por qué ocupar el último lugar, demostremos que, cuando queremos, podemos.