Ética femenina, derechos humanos y legitimidad

Guillermo Lousteau

Hasta los años setenta, y sobre la base de los estudios de Lawrence Kohlberg, la creencia generalizada era que las niñas tenían un menor desarrollo moral que los varones de su misma edad. Luego de las pruebas realizadas sobre niños de 11 años de ambos sexos, se interpretaron los resultados como una forma de flaqueza moral de la mujer.

Pero en 1982, Carol Gilligan publicó In a different voice, sobre teorías psicológicas y de desarrollo femenino, que cambió esa perspectiva. Gilligan, que había colaborado con el propio Kohlberg, refutó la afirmación sobre esa debilidad moral de las mujeres y estableció que, en contra de esa creencia, la razón es que las mujeres tienen un sentido moral diferente, no inferior. A dicha moral la llamó “Ética del cuidado”. Es decir, que no es que tengan menores capacidades para hacer razonamientos morales, sino que privilegian los vínculos con los demás y las responsabilidades en el cuidado por encima del cumplimiento abstracto de los deberes. Es bajo esta óptica que debe considerarse qué es lo que hace que las acciones sean moralmente buenas o malas.

Mientras las teorías clásicas enfatizan en el carácter universal e imparcial de los deberes éticos, la ética del cuidado pone el acento en la responsabilidad hacia los seres a su cuidado. La creencia básica es que las personas no son independientes y extrañas unas de otras, como asume la ética kantiana, sino que, por el contrario, tienen entre sí diferentes grados de dependencia e interdependencia. Aquellos particularmente vulnerables merecen una especial consideración, y que se los considere de acuerdo con ello.

Así, para Gilligan, hombres y mujeres ven a la moral según términos diferentes. Las mujeres tienden a privilegiar la empatía y la compasión sobre las nociones de moralidad.

La historia reciente muestra ejemplos concretos de la vigencia de este concepto de la ética femenina. Las Damas de Blanco en Cuba es uno de ellos. De lo que se trata es de ejercer una acción no violenta, con el objetivo de proteger a los seres queridos. En ese caso, pedir y presionar por la libertad de hijos y esposos encarcelados por el régimen castrista.

En un caso parecido, las Madres de Plaza de Mayo iniciaron un movimiento para reclamar por los presos y los desaparecidos por acciones del régimen militar.

A pesar de las diferencias ideológicas entre ambas situaciones, los dos casos reflejan por igual los fundamentos de la ética del cuidado: ninguno de los dos grupos tenía intenciones políticas, ni intentaban una oposición a esos gobiernos, sino que sus acciones se dirigían a la protección de los suyos.

Aceptando como válida la tesis de Gilligan, la ética del cuidado, que responde a la condición femenina, le otorga legitimidad a esos dos grupos, no considerados como movimientos políticos sino como una actitud de protección de sus seres queridos. Cualquier acción que escape de esos parámetros, cualquier pronunciamiento ajeno a su motivación básica implicaría una mutación en su propia esencia.

Así, las acciones posteriores de las Madres de Plaza de Mayo, así como sus posiciones políticas últimas han transformado totalmente su concepción inicial, que las hizo acreedoras de la consideración general.