Terrorismo extremo

Gustavo Gorriz

Confirmando por qué fueron tapa hace unas semanas de la revista Newsweek, con el bien ganado título de “La cara más cruel del terror”, este lunes pasado murieron más de cien civiles y un número no determinado de soldados en los graves emfrentamientos con los insurgentes takfiríes en el noreste del estado de Borno, en Nigeria. Los terroristas llevan una semana con el control total de la ciudad de Gwoza y el ejército no ha logrado desalojarlos ni siquiera con apoyo aéreo.

Cientos de ataques y miles de muertes, desprovistas de un mínimo sentido lógico, coloca a estos asesinos en los límites superiores de la locura y del fanatismo, y ubica a Nigeria como un Estado en riesgo constante, con infinitos claroscuros, en una sociedad que se debate entre el miedo y la esperanza de un futuro promisorio.

Debe ser difícil comprender la realidad de este país africano desde la Argentina, habida cuenta de que aquí, con mínimas diferencias solo de orden político e ideológico, hay familiares que se ignoran, amigos que se distancian y la intolerancia de unos con otros llega a límites que rozan lo patético.

Mirar a Nigeria, aun de manera superficial, permite entender qué ocurre donde ronda la muerte, donde se vive el desprecio por el otro y donde se convive con el terrorismo extremo. Allí, las diferencias no son políticas sino ancestrales, religiosas e idiomáticas. La complejidad de la situación hace casi imposible vislumbrar, a la fecha, una solución aceptable.

Nigeria, país que creo conocemos más por el simpático arquero que enfrentamos en el Mundial y que temía por los aprestos de Messi en el entretiempo, es un muy importante país ubicado en el Golfo de Guinea en el África occidental, rico en petróleo, con importantes gasoductos que llegan al Atlántico, rico también en gas y en la industria petroquímica. Es el más poblado del continente africano y forma parte del envidiado N-11, designación del grupo de países con mayores posibilidades de inversión en el futuro.

Su “grieta” social es inmensamente más amplia que la de los argentinos. En su territorio, conviven 250 grupos étnicos, con una gran mayoría de musulmanes en el norte pertenecientes a la etnia hausa-fulani y los yorubas, con una gran masa de cristianos, que predominan en el sur. Agreguemos, y no como un dato de color, que se eligió el inglés como el idioma oficial en un intento de homogeneizar un país que tiene más de 500 lenguas vivas. Con una población que llega a los 175 mil millones de habitantes, séptimo país más poblado del mundo, con un 75% de ellos viviendo en zonas rurales de la agricultura y ganadería en pequeña escala. Tiene además importantes problemas vinculados con la salud; solo como ejemplo, hace algunos años, casi el 50% de los casos de poliomielitis en el mundo fueron registrados en este país. Linda además con países afectados por el virus del ébola, y existe siempre la posibilidad de una epidemia generalizada por la pobre infraestructura sanitaria. Posee además una de las tasas de natalidad más altas, y se calcula que a mediados del presente siglo superará los 250 millones de habitantes.

En ese complejo mundo de odios tribales que se registran desde hace siglos, la secta terrorista Boko-Haram llegó a la primera plana de los medios de todo el planeta cuando hace ya más de tres meses tomó prisioneras a 300 adolescentes de un colegio del estado de Borno, cuyo parader0 se ignora hasta hoy. Cientos de miles de personas se han manifestado alrededor del mundo, desde la primera dama estadounidense Michelle Obama hasta la joven activista paquistaní Malala Yousafzai, junto con otras docenas de famosos que ruegan por una respuesta de estos fundamentalistas que amenazan vender a las niñas como esclavas en el desierto. Con este accionar despiadado, mostraron al mundo su irracionalidad. Hasta Al-Qaeda tomó cierta distancia frente a un hecho condenado tan rotundamente por toda la humanidad. El accionar de este grupo de fanáticos había dado muestras de su ferocidad antes de este hecho y continuó incluso después de él, con características similares, sembrando muerte y destrucción. En estos días secuestraron a la esposa del viceprimer ministro de Camerún, junto a otras familias, transformando ese lugar de la frontera en una zona de confrontación y violencia permanente.

Boko-Haram llegó hasta estos extremos luego que su líder y fundador Ustaz Mohamed Yusuf muriera en el 2009, en un enfrentamiento o ejecutado según la versión que uno quiera escuchar, y que tomara el mando del grupo Abubakar Shekau. La organización, cuyo nombre significa “la educación occidental es pecado”, intenta establecer un estado islámico fundamentalista en el norte de su país y lograr la imposición general de la sharia; ese es su gran objetivo y significa la aceptación de un código de justicia informal que hoy solo es bien recibido por reducidos sectores del norte del país.

Resulta difícil para los analistas internacionales imaginar un pronto fin a esta situación, Nigeria se perfila como un posible país líder del progreso en el futuro y deberá encontrar una respuesta para lograr la paz si desea que esas proyecciones se puedan cumplir. Muy concretamente, hay un interrogante fundamental que debe ser develado en un tiempo relativamente cercano. El N-11 es una denominación que utilizó en el 2005 el Banco de Inversiones Goldman Sachs para los 11 países con más promisorio futuro para su crecimiento económico en el siglo XXI. Acompañan a Nigeria, Corea del Sur, Egipto, Filipinas, Bangladesh, Indonesia, Irán, México, Paquistán, Turquía y Vietnam. Casi todos los países nombrados conviven con serios problemas. En Nigeria, la nación que hoy nos ocupa, no se puede pensar en un desarrollo económico con injerencia a nivel internacional, conviviendo con la inestabilidad provocada por un terrorismo demencial. Un futuro venturoso debe estar acompañado por estabilidad política y, además, por una estructura social más equilibrada y que asegure la convivencia interreligiosa.

En Nigeria aplican como en ningún otro caso las espontáneas palabras del Papa Francisco en su mensaje de hace pocos días para los deudos del atentado terrorista en la AMIA: “El terrorismo es una locura”.

Detener esa locura es responsabilidad de la dirigencia política de Nigeria y, por el grado de delitos de lesa humanidad que allí ocurren, también es responsabilidad de los dirigentes de toda la comunidad internacional.