La profecía del robot asesino

Gustavo Gorriz

Se ha vivido en estos días un horroroso baño de sangre en Turquía, más precisamente en Ankara, donde aparentemente dos suicidas se inmolaron en una manifestación pacifista y provocaron casi cien muertos y escenas tan dantescas que es difícil imaginar un drama mayor. Sin embargo, el ser humano siempre se las ingenia para mejorar, en lo bueno y en lo malo. Pareciera que nos encaminamos a un mundo donde podría ocurrir lo mismo o algo peor, mucho peor, donde podrían estar ausentes de los atentados los humanos que se inmolan por fe o fanatismo extremo. Pareciera que la robótica nos acerca a viejas profecías.

Del personaje de Frankenstein a la película Ex Machina hay un largo camino. Sin embargo, de aquella primera obra de Mary Shelley (1818), considerada por muchos como el primer texto de ciencia ficción, a Matrix, Terminator, Blade Runner o Doce Monos, o a la propia Ex Machina, de Alex Garland (2015), en nada ha cambiado el género en su ambición de analizar la moral, la relación con Dios, la mezquindad de la condición humana y el peligro de la humanidad ante la tecnología.

Frankenstein es la invención de un obsesionado estudiante de medicina que reúne las partes de cadáveres diseccionados y con una chispa eléctrica da vida a uno de los monstruos míticos de la literatura y del cine universal. Más de un siglo después, y volviendo a desafiar las leyes naturales, AVA es un perfecto ginoide (robot), creado por un símil de Google y al que se somete a la prueba de Turing para desechar que tenga la inteligencia suficiente para ser considerado un “humano inteligente”.

Curiosamente, la prueba de Turing fue creada en 1950 por Alan Turing para identificar la existencia de inteligencia en una máquina y aun hoy mantiene su vigencia. Es un desafío vía chat (o símil), donde una máquina es sometida a preguntas de un equipo de personas que debe confirmar o desechar que esta inteligencia artificial tenga el nivel madurativo que permita considerarla “inteligente”.

A esta altura del texto, usted se preguntará a qué viene tanto antecedente. Pues bien, todas las películas nombradas, de Frankenstein a Ex Machina, son fruto de años de invención de escritores, guionistas y directores estrellas de la cinematografía mundial, cuyo tema es la capacidad de las máquinas de independizarse de la voluntad humana y actuar, en determinadas circunstancias, incluso contra la voluntad de los creadores.

Hoy esta ficción ya no parece tan lejana y preocupa a muchos. Así como ayer Julio Verne (1828-1905) anticipó en sus novelas descubrimientos y logros científicos que ocurrirían décadas después (basta con nombrar los submarinos, las videoconferencias o la propia internet, entre muchos otros), en la actualidad, destacados científicos, como el físico Stephen Hawking, Elon Musk o Steve Wozniak, junto con otros muchos intelectuales, alertan sobre la posibilidad de que las “máquinas” actúen fuera del control humano.

Quizás la predicción más notable al respecto sea la de Stanley Kubrick y el novelista Arthur C. Clarke en 2001. Odisea en el espacio (1968), donde la computadora Hal 9000, que controlaba las funciones vitales de la nave espacial Discovery, empieza a desconocer las órdenes humanas por considerarlas “mecanismos fallidos” que la alejan de la misión, razón por la cual elimina casi totalmente a los astronautas, hasta que finalmente, el último, logra desconectarla.

Lo cierto es que aquí y ahora hay una alerta científica mundial sobre un peligro potencial que bueno sería atender, antes de que una realidad apocalíptica como la de la ficción caiga sobre todos nosotros.

El documento generado por la preocupación de tantas eminencias de la ciencia alude a una tercera revolución en las posibilidades técnicas de violencia. Se considera en esa escalada a la pólvora, en primer lugar y a la energía nuclear, en el segundo.

Espanta el solo hecho de pensar que esa carrera militar ascienda a ese nivel, porque en comparación con la nuclear es más económica, es más fácil de replicar y también de repetir en masa. No requiere de condiciones científicas particularísimas, ni de uranio enriquecido. Entonces es fácil deducir que más pronto que tarde esas armas letales podrán existir en el mercado negro a disposición del terrorismo y de todos los extremos, aun aquellos por conocer.

La imposibilidad de fijar límites éticos, por más que se lo intente, la libertad de tomar decisiones que un humano desecharía, la posibilidad de que cualquier “genio loco” reprograme un robot creado con otro fin específico, junto con otras mil dudas, hacen que la inteligencia artificial provoque pesadillas que desvelan a los que más saben.

Las realidades ficcionales de Matrix o la posibilidad de enfrentar los “replicantes” que planteó la mítica Blade Runner en 1982 ya no tendrían a Harrison Ford ni a Keanu Reeves en la batalla. Uno de nosotros, humildes mortales de esta realidad, podría convertirse en el Neo que inventaron en el cine los hermanos Wachowski para destruir a las máquinas. Nos veríamos desafiados por ellas, en la infinita ironía de deber enfrentar nuestra propia creación.

El alerta fue dado. Parafraseando a Amnistía Internacional, digamos: “El mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo”.