Los Pumas y las lecciones del rugby

Gustavo Gorriz

Los Pumas han finalizado su actuación en la Copa del Mundo de Inglaterra. Perdimos sin atenuantes ante Sudáfrica y nos quedamos sin el bronce, pero cuánto ganamos, ¡cuánto! Los Pumas se han ganado el reconocimiento del mundo con su juego vistoso, su compromiso y la ambición que muchos envidian. También se llevaron la consideración de un país futbolero por excelencia como el nuestro, que se conmovió frente a la televisión viendo a sus gladiadores cantar el Himno Nacional, casi como soldados velando las armas. Hoy los argentinos se animan a opinar hasta sobre la táctica y los movimientos de los forwards o el medio scrum, e incluso a discutir un knock-on, aspectos de los que hace semanas muchos no tenían la menor idea.

Parabienes para Los Pumas, para todos los que hicieron grande el rugby nacional, desde aquel lejano triunfo sobre Australia en 1978, liderados por el legendario Hugo Porta, hasta hoy. Parabienes para Agustín Pichot y todos aquellos que apostaron por un cambio serio que ha empezado a dar sus frutos y, aunque decaiga algo la euforia, porque no logremos el campeonato (el único valor que nuestra sociedad legitimiza), lo hecho por este equipo ya ha entrado en la historia del rugby nacional.

Vivimos días de gran discusión política, de ballotage, con el futuro en vilo, pero sería bueno no dejar pasar algunos aspectos que nos ha aportado este torneo deportivo y sobre los que deberíamos reflexionar. No es descabellado que la rugbymanía y la actuación del seleccionado nos permitan soñar con la posibilidad de que la Argentina sea la organizadora de algún próximo mundial. Se dice que casi ochocientos millones de hogares vieron la transmisión del torneo, y no está de más puntualizar que solamente el Mundial de Fútbol y las Olimpíadas superaron esa cantidad de espectadores.

La pregunta natural es: ¿podremos ser los organizadores? En Inglaterra hubo trece sedes, además de una en Gales, y desde el Estadio de Twickenham hasta el Millenium en Cardiff o el Manchester City fueron, todos ellos, testigos de partidos extraordinarios, aun a pesar de la eliminación histórica y, por vez primera en este tipo de competencia, del país anfitrión en la primera fase del torneo.

La amarga decepción del aficionado inglés no logró derrumbar el éxito de la copa, ni la experiencia de la camaradería entre las hinchadas, ni la convivencia en paz entre todas ellas. Pueden dar testimonio de ello miles de argentinos que recorrieron no solamente las inmediaciones de los estadios, sino las calles de Londres y otras ciudades, y que jamás fueron molestados e increíblemente muchas veces, por el contrario, fueron alentados por ingleses felices por el juego de nuestro rugby. Cuánto da esto para pensar, ¿verdad?

Imaginar solamente la posibilidad de una Argentina anfitriona de un futuro mundial de rugby da un poco de escozor y también genera vergüenza. ¿Dónde quedó nuestra hospitalidad y nuestra educación? Los miles de extranjeros que nos visitarán, ¿podrán caminar en paz con sus camisetas y sus costumbres? ¿En la puerta de qué lugar dejamos lo que aprendimos en casa y en la escuela primaria?

Hoy la Argentina es el país donde miles de efectivos de la Policía custodian los estadios de fútbol para proteger a los hinchas de ellos mismos, ya ni siquiera de los contrarios, pues todavía rige la veda para que el público visitante pueda asistir a las canchas. Aquí prácticamente hemos naturalizados el hecho de que se muelan a palos individuos que portan carné y camiseta del mismo club. En nuestro país la violencia se ha vuelto una constante, el respeto por la autoridad un asunto absolutamente menor y la vida no vale casi nada.

Este pasaje por Inglaterra invita a pensar en las Malvinas, que son sin duda una causa nacional. Las islas son y serán argentinas, pero mientras pensamos en eso y en cómo recuperarlas. No estaría mal mirar, si pretendemos ser una mejor sociedad y volver a los valores de la convivencia, qué cosas deberíamos imitar de quienes usurpan nuestro suelo. Quizás eso nos permita lograr mejoras reales y duraderas, para que con educación y respeto podamos entender: “La patria es el otro”. Entendamos que esta frase no es una frase de ocasión y seguramente, si la adoptáramos y la pusiéramos en práctica, podríamos vivir todos en un mundo mejor.

Los Pumas fueron verdaderos íconos este tiempo, íconos a ser imitados, dirigentes con mayúsculas para que nos reflejemos en ellos y en sus virtudes. A lo mejor lograrlo y aprender de la educación que vimos en el pueblo inglés pueda ayudar a que el camino para recuperar la “hermanita perdida” sea más corto.

Porque las Malvinas son argentinas, ¿o no?