La batalla cultural contra la inseguridad

Gustavo Koenig

“Que tengo miedo de que me roben el plasma que me compré con este gobierno que cuando lo prendo me dice que tenga cuidado, que hay mucha inseguridad, que me lo van a robar. 

Que son 42 pulgadas de realidad, que es una enorme ventana al futuro, que no usa cortinas, que está siempre prendido. 

Que mis niños lo aman, que se hipnotizan al verlo, que el abuelo babea y que no molesta mientras pongo las rejas o entreno al perro para que sea el peor enemigo del hombre. 

Que también me compré una alarma… que es una masa, aunque la histeria de mi perrito funciona bastante bien, que ladra mucho ante posibles intrusos. Que me da lastima que este todo el día encerrado. Que qué le vamos a hacer… 

Que no sé cómo se llama mi vecino de enfrente y que tampoco el de al lado, que creo que soy el primero en poner una alarma tan costosa. Que me van a envidiar. 

Que antes, hace mucho antes, de día tomábamos mates y de noche jugábamos al truco, que todo se hacía en la vereda, que había gente en la vereda y que no había tanta inseguridad.

Que ahora no se puede porque son todos chorros, que te quieren robar el plasma, que esto es así, que lo dice la tele.”

 

Ahí esta el individualismo, corazón del neoliberalismo, revive victorioso en el paradigma paranoico de la “inseguridad”. La tele dice estás en casa, encerrate en casa, no salgas a la calle, afuera esta “el otro” que es peligroso, que te quiere robar.

El otro es la patria, la patria es un peligro, un encuentro en la vereda, en la calle, afuera. Peligroso encontrarse con otro distinto pero igual, salir del confort egoísta, el otro necesita: te necesita.

Batalla cultural, no mediática, identidades en juego, identidades de tierra, latinoamericanos palpándose los rostros, buscándose hace 521 años.

Salir del exilio individual, dejar de tenernos miedo, encontrarse, ser pueblo, ese que no aparece en la publicidad, ese que no encaja con el estereotipo europeo que vende dentífricos, detergentes, autos, publicidades, modelos de vida, consumo. Consumir una identidad ajena. La tele es un espejo roto.

En estas últimas elecciones lo que viene ganando es la tele y con ella el discurso de la inseguridad, verdadero caballo de Troya de la derecha cultural. Esperan agazapados con palos en las manos para hacer con el “otro” lo que van a hacer con la patria.

La inseguridad es una estrategia de desintegración social. Divide y paraliza. Genera desconfianza en el otro. Promueve a través de la publicidad, la envidia rapaz de querer tener lo que tiene el otro. El esquema es perfecto: más consumo, mas envidia, más inseguridad. Se destruyen los vínculos solidarios que sostienen a una comunidad, se produce segregación, división social, envidia y miedo. La tele juega a vecina chismosa que “mete ficha” y luego se victimiza.

Argentina, un cuerpo social que ha sufrido la tortura, la represión y luego el hambre neoliberal. Venimos de una guerra social. Las bombas neoliberales destruyeron nuestro cuerpo social. Bombas económicas estallaron en las fábricas, dejando tendales de desocupados, los destrozos humanos que la fiesta menemista no quería ver. Como si te agarrará un patovica que te deja de hospital. Vas a tener que aguantar un tiempo hasta que te recuperes… primero recomponer el tejido social, luego la voluntad, las ganas… y así de a poco hasta ponerse de pie…Vas a estar en rehabilitación. Un pueblo en rehabilitación, una patria en reconstrucción.

El cuerpo social de la sociedad argentina se está parando. Está volviendo a ser, recuperando su tonicidad muscular, recuperando autoestima. Necesita de integración social, reconstrucción de la comunidad, participación y organización de la voluntad popular. Este es el riesgo concreto del poder económico que propone a través de sus servidores el modelo de la desconfianza, de la paranoia, del individualismo, del esconderse dentro de uno mismo, del egoísmo, del encierro entre rejas, de meternos presos por miedo a nosotros mismos.

Hay que ver Metegol: un equipo de pueblo, ese pueblo que habita  los bares viejos de gente rota, los bodegones de pueblo: un mozo enorme, un cura de parroquia, un emo, un linyera, una doña que se deja la barba para poder jugar, un chorro, un abuelo, un niño gordito de anteojos y un campeón de metegol… Todo el enclenque popular, la estampa de la derrota, el fracaso figurado… frente al ganador más ganador de los equipos, los profesionales del fútbol. He ahí la metáfora perfecta (hasta con mención al monocultivo de pastito que rememora tiempos de la 125) del partido que se juega en octubre. Los feos, rotos y malos versus el lindo, alto y ganador que dice que es una masa mientras es un garca.