Por un modelo de desarrollo nacional, regional y urbano

Hernán Vela

Argentina nació de un sueño colectivo, con hombres que superaron diversos antagonismos para alcanzar un objetivo compartido. Sin embargo, atrás quedaron aquellos denominadores comunes de un proyecto de país. Actualmente no existe en el país un modelo de desarrollo nacional, regional y urbano inclusivo y moderno.  Si bien entre 2003 y 2011 la Argentina registró un crecimiento acumulado del PBI del 80%, marcando uno de los períodos de mayor bonanza de su historia, la mejora local se debió mayormente al boom de los comodities- soja en nuestro caso-, que actuó como viento de cola, como lo demuestra Juan Cruces, Decano de la Universidad Di Tella, en sus destacados trabajos académicos.

Sin embargo, pese al crecimiento alcanzado, no ha habido propuestas que ambicionen un país grande. Hoy, la infraestructura está colapsada: trenes, caminos, puertos, energía y comunicaciones están peor que una década atrás. Pasamos de exportadores de petróleo y gas a importadores netos. La tasa de pobreza alcanzó en el último trimestre de 2013 al 27,5 por ciento de las personas, según cifras del Observatorio de la Deuda Social. La calidad educativa disminuyó, de acuerdo con el último informe del Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA), en el que el país se ubica en el puesto 59, detrás de Chile (51), México (53), Uruguay (55) y Brasil (58).

Nuestro PBI per cápita es de u$s 11.573, invertimos el 0.53% de ese indicador en investigación y desarrollo, poseemos una esperanza de vida de 76 años y registramos 14 muertes infantiles de cada mil nacimientos. La tasa de interés del endeudamiento público es el triple que la de Bolivia; y una caída brutal de la inversión, inflación, déficit fiscal y comercial completan el cuadro de situación. 

Hace 25 años, Chile iniciaba su democracia con un PBI per cápita de u$s 6.657 y una inflación del 19 por ciento. Actualmente, el país vecino mantiene su sostenido crecimiento asociado a un modelo de nación: redujo notablemente el déficit habitacional, posee un PBI per cápita de u$s 15.452, atenuó la inflación al 2,4 por ciento, cuenta con una esperanza de vida de 80 años y su tasa de mortalidad infantil indica que fallecen 9 niños de cada mil al nacer. En el otro extremo de America, Canadá es hoy la undécima economía del mundo, se encuentra desde hace diez años entre los diez países con mejor calidad de vida, cuenta con un PBI per cápita de u$s 51.206, invierte el 1.88% de ese indicador en investigación y desarrollo, tiene una esperanza de vida de 81 años y registra 5 muertes infantiles de cada mil nacimientos.

Crecimiento no necesariamente es sinónimo de desarrollo. En los últimos diez años, hemos conseguido el primero pero no el segundo. No tenemos plan ni estrategia para el desarrollo territorial. El único Plan Estratégico Territorial elaborado hasta el momento, Argentina 2016, formulado en 2004 por el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, es un cúmulo de buenas intenciones, con descripciones de los desequilibrios territoriales actuales y sus consecuencias, pero sin metas cuantitativas ni estrategias reales que nos permitan resolver el problema de la macrocefalia y la desigualdad regional y urbana.

Como sostiene el Foro de Convergencia Empresarial, que nuclea a más de 80 cámaras de todo el país, en su reciente declaración titulada “Bases para la formulación de políticas de Estado”, necesitamos la concertación de los diferentes actores políticos y sociales, recuperar la cultura del trabajo y el esfuerzo, fortalecer el vínculo entre la educación y la actividad productiva, generar mayor inversión e igualdad. Deberíamos poder alcanzar en 5 años los niveles chilenos y, en 15, los de Canadá. Coincidimos con el analista Jorge Castro en que el desafío de dejar atrás el subdesarrollo para ingresar en el círculo central de productividad e innovación del siglo XXI requiere pegar el salto a la industrialización del conocimiento.

Se trata de aprovechar la oportunidad histórica de los nuevos términos de intercambio y reconvertir nuestra industria en términos de la nueva sociedad de redes, teniendo como norte la productividad unitaria, como lo señala el sociólogo Manuel Castells. Es decir, el surgimiento de la inteligencia como el nuevo factor de la producción. De lo contrario, quedaremos atrapados en el destino de productores de proteínas y comodities, postergando una vez más el sueño de una nueva y gloriosa Nación.