La falacia del vicepresidente decorativo

Desde que el oficialismo postuló a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de Daniel Scioli, se multiplicaron las voces opinando sobre el rol político de ese cargo. Los que quieren mostrar al gobernador bonaerense como continuador del modelo K resaltan que lo acompaña un hombre muy fuerte del entorno íntimo de la actual presidenta. Los que buscan que Scioli mantenga cierto caudal de voto independiente refutan que Zannini no tendrá rol alguno, porque el vicepresidente es meramente decorativo.

La historia de los vicepresidentes desde la recuperación democrática puede darnos algún indicio sobre la veracidad de alguna de esas afirmaciones. Si nos remontamos al primer vicepresidente de la nación de la era posdictadura, podría afianzarse la postura de quienes dicen que este no tiene rol político. El cordobés Víctor Martínez, que secundó a Raúl Alfonsín en la fórmula, tuvo una escueta y gris participación en aquel Gobierno radical. Continuar leyendo

Decoro y delicadeza

Cada uno de nosotros tiene derecho a festejar su cumpleaños cómo y con quien le plazca. Y bien podríamos tener algún amigote en problemas con la ley, al cual le otorgásemos el beneficio de la duda y hasta creyésemos su historia de inocencia. Es humano y está bien, le damos margen a la inocencia de aquellos a quienes apreciamos.

Pero ni usted ni yo somos ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, la cabeza del Poder Judicial y tribunal superior de la Nación. Si lo fuéramos, deberíamos tener otros cuidados en la celebración de nuestros onomásticos, dado que ese amigo “erróneamente” imputado en 50 expedientes penales bien podría caer con alguno de ellos en el tribunal que eventualmente integraríamos, y eso afectaría nuestro buen juicio y nos obligaría a excusarnos de sentenciar en tal causa.

Cuando por casualidad los jueces reciben el expediente donde se ventila el conflicto judicial de alguna persona relacionada, los magistrados de buena fe suelen excusarse de intervenir en ellos “por razones de decoro y delicadeza”, dejando que dichos autos sean evaluados por otro juez sin vínculos con los involucrados, para que pueda aplicarse la ley conforme a un razonamiento equilibrado sin influencias emocionales.

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El círculo rojo

El círculo rojo es un círculo de sangre. No apunta a las referencias que hizo Mauricio Macri hace unos meses, en las que se refería a sectores de poder real que no resultan conocidos para el gran público. Este círculo es otro, es el que comienza con la constitución de la Conadep en 1983 y termina de cerrarse con la designación del general César Milani como jefe oficial del Ejército, con aval del Senado de la Nación. Es un círculo de dolor, de tragedia, de persecución y muerte que no puede resolverse volviendo hacia atrás.

La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) fue creada por Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983. Sólo cinco días después de asumir su mandato presidencial. Su informe, el Nunca más, sirvió de alimento y guía a la Cámara del Crimen que juzgó a los genocidas. Los condenó el 9 de diciembre de 1985. A partir de allí comenzó el círculo a generarse; luego de la sentencia, se inició el camino de retorno a la injusticia.

En Semana Santa del 87’ el primer levantamiento militar y la ley de Punto Final. En el ’89 el segundo alzamiento y la Obediencia Debida. En el ’90 el tercero y los indultos. La lucha democrática y por la justicia no cejó, y en 1998 el Congreso derogó las leyes de punto final y obediencia debida, con un proyecto que llevó la firma de Humberto Roggero, Carlos “Chacho” Álvarez y Federico Storani. En mayo del 2000, el juez federal Gabriel Cavallo dictó la primera sentencia declarando inconstitucionales los indultos y reabriendo las causas, y en noviembre del mismo año, la Cámara Federal avaló la sentencia de Cavallo. A partir de allí comienzan a reabrirse muchas y voluminosas causas contra los genocidas, como las de apropiaciones indebidas de hijos de desaparecidos; la del Primer Cuerpo de Ejército, etcétera.

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Acefalía y futuro

En estas pocas horas, desde que la presidente sufrió un problema importante de salud que la mantendrá alejada de sus funciones, se multiplicaron las preguntas por el funcionamiento del sistema de relevos previsto legalmente para estas situaciones, y algunas cuestiones coyunturales que acompañan el nuevo panorama institucional. De ese modo, vale la pena evacuarlas todas juntas, una por una.

Lo primero que hay que decir es que el Poder Ejecutivo es “unipersonal”. El vicepresidente no es parte de él. Pero tampoco es un legislador. La figura es más bien un híbrido jurídico que cumple el rol de “suplente”. Su trabajo habitual es presidir el Senado, y el extraordinario, suplantar al presidente. De tal manera, el vicepresidente de la Nación solamente será “Poder Ejecutivo” cuando las circunstancias descriptas por la Constitución lo lleven a suplantar al presidente. Sería el caso de Amado Boudou ante esta ausencia de Cristina Fernández.

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¿Se agotó el peronismo?

La década kirchnerista y el reacomodamiento de los actores políticos en este proceso electoral, marcan una ausencia interesante en la simbología política que traducen aquellas escenografías desde las que los candidatos tratan de captar el voto. No es un secreto que el kirchnerismo no se muestra “peronista de Perón”.

Especialmente desde el advenimiento de Cristina Fernández de Kirchner, la figura del General Perón no ha jugado un papel relevante, ni es mencionada como antecedente en “el relato”. Sí, es cierto, se rescata con cierta asiduidad la figura de Eva Perón, y algunos iconos setentistas, pero no la del propio Perón. La presidente, de hecho, casi no lo ha mencionado públicamente.

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