La fecha olvidada de los derechos humanos

En estos tiempos, parece que la frase derechos humanos se ha reducido a algo así como la acumulación de gestos improductivos y palabras grandilocuentes sin efecto práctico. Pero hubo un tiempo en que se realizaron acciones concretas y reales en pos de garantizar los derechos humanos en nuestro país, épocas en que, además, la cosa no era tan sencilla.

La fecha olvidada es el 13 de febrero de 1984, hace exactamente 30 años, en la que el Congreso de la Nación, por iniciativa e impulso del presidente Raúl Alfonsín, sancionó la ley 23.049 que reformaba el Código de Justicia Militar, para evitar que las juntas responsables del genocidio de fines de los 70 y principios de los 80 sean juzgadas por tribunales militares.

Dicha norma estableció que la Justicia Militar solo atendería los delitos que afectasen su propia actividad, mientras que todo otro delito cometido por un militar debería ser juzgado por la Justicia ordinaria, la de todos. Asimismo, se estableció que los fallos de los tribunales militares podían ser objeto de apelación ante la Cámara Federal, y que además, en caso de que la Justicia Militar demorase excesivamente una sentencia, dicha Cámara podía tomar el expediente en sus manos y tramitarlo por su cuenta.

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El líder rabioso

Es cierto que las comparaciones son odiosas. Y que el ejercicio de ningún cargo es idéntico a otro. Pero el modo en que el Papa Francisco ejerce su pontificado muestra un estilo de liderazgo inclusivo, abierto, participativo y hasta alegre, que los argentinos hemos olvidado hace años. Para liderar, para conducir un proceso político, no es necesario enfrentarse violentamente, ni obcecarse, ni tampoco agraviar.

Más allá de la cuestión religiosa, el Papa es un líder político, un jefe de Estado. Y fue puesto allí por un grupo importante de los referentes más encumbrados de la Iglesia, con el fin de promover una profunda reforma. Por ende Francisco no la tiene fácil. Debe cambiar la vieja y ya insostenible costumbre de los sectores que hasta su advenimiento controlaron la Iglesia, de ocultar sus propias miserias y apañar a los sacerdotes que no hacen honor a su investidura. Debe cambiar la imagen de una Iglesia cerrada y oscurantista y debe ordenar los números del Banco Vaticano, lo que le granjea poderosos y numerosos enemigos.

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