Macri y la peronización

He venido escuchando y leyendo incesantemente, bajo autoría de pretendidos especialistas en campaña electoral, medios, analistas y políticos, que Mauricio Macri “desperonizó su campaña”, que ahora va a “peronizarla”, y que sube o baja en las encuestas como consecuencia de tales supuestos imprecisos.

Para saber si alguien se peroniza o desperoniza hay que subir primero una cuesta complicadísima y de múltiples senderos, casi todos conducentes a la nada, que implica definir qué es el peronismo. En principio, soy de la idea de que tal concepto encierra una serie de nociones vinculadas a equiparar las posibilidades de todos los ciudadanos, cualquiera sea su origen, estableciendo principios de justicia social, tanto discursivamente como en los hechos. En definitiva, ese es el gran legado del peronismo a la historia argentina: el establecimiento como ineludibles de una serie de derechos del pueblo que ya nadie niega.

En tal sentido, es harto evidente que Mauricio Macri no necesita peronizar su campaña, dado que ya está altamente peronizada, no solamente desde las declaraciones públicas como candidato, sino especialmente desde sus hechos en el Gobierno en la ciudad de Buenos Aires. No ha habido, si tal es el concepto de peronismo, un Gobierno más peronista que el de Macri en esta ciudad. En retrospectiva histórica, es imposible encontrar un mayor y mejor acceso a la salud y la educación públicas que en la gestión macrista. Es imposible recordar que algún otro Gobierno local se haya empecinado de la forma en que lo hizo el de Macri en hacer progresar con infraestructura las zonas más empobrecidas y postergadas históricamente en la ciudad de Buenos Aires, como La Boca, Barracas o Parque Patricios. Continuar leyendo

La última generación perdida

El largo plazo es urgente. Parece una contradicción pero no lo es. Es urgente diseñar el largo plazo, tomar medidas conducentes para encaminar ese diseño y ponerlas en práctica para asegurarlo. Tapar agujeros, resolver coyunturas, paliar emergencias, es una actividad indispensable, pero no puede ser la única, porque de ese modo resulta la exclusiva.

Quiero formar parte de la última generación perdida de esta Argentina. No es que me haga gracia saber que todo lo que pueda hacer para mejorar las cosas jamás podré percibirlo, al menos desde este mundo, en el caso de que haya otro. Pero alguna de las generaciones perdidas debe ser última y como considero que integro una que ya no alcanzará a ver el país que queremos, en nombre de mi generación, me tomo el atrevimiento de ofrecernos para ser los últimos “desperdiciados”.

Entre mentiras, egoísmos, ansias desmedidas de poder, ignorancia, traiciones, inseguridades y avaricias diversas, hemos arrojado a la basura generación tras generación en el último siglo. Con buenas o malas intenciones, los gobiernos han dividido su tiempo entre saquear el país, tapar su propia inoperancia, eludir responsabilidades y “surfear” la ola. No hay trabajo con salarios dignos: en lugar de instrumentar los mecanismos para obtenerlo, damos planes sociales para que no se trabaje y el dinero tampoco alcance. No hay educación pública y gratuita de calidad: inauguremos diez veces la misma escuela en algún lugar remoto. No tenemos infraestructura energética: digamos que llevamos energía eléctrica a un lugar lejano de Misiones que hace cinco años que ya tiene luz.

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