Desprecio a la voluntad popular

El kirchnerismo ha sido original, ha llevado a cabo conductas que jamás habíamos visto en otros períodos democráticos o ha profundizado algunas de otros Gobiernos hasta la exageración. La mayoría de sus actitudes resaltan por drásticas, por ostensibles, por desmesuradas.

Hoy podemos observar que no ha existido Gobierno en retirada que haya mostrado más apego al poder por el poder mismo, ni semejante desprecio a la voluntad popular de cambio. No deja de emitir señales descaradas de ello, tanto a nivel nacional como en localidades remotas del interior del país, donde el voto del soberano decidió que no continúen en el poder.

El caso del intendente tucumano de Concepción es paradigmático. Sitiado y amenazado en su oficina por un grupo de empleados políticos a los que cesanteó cuando asumió, como corresponde a toda gestión nueva, sin auxilio de la fuerza pública para normalizar la situación, los punteros lo bloquean y lo amenazan en su despacho.

Todas las administraciones que terminaron desde la recuperación democrática retiraron sus cuadros políticos de la administración. Es cierto que durante esos Gobiernos muchos iniciaron carreras administrativas y se mantuvieron trabajando en el Estado como empleados de la planta estable, pero no lo es menos que en la última etapa de cada período no existió un pase masivo a la planta permanente. Los funcionarios y los empleados políticos saben que terminado su ciclo “vuelven al llano”, en todo caso a recuperar espacio para volver a convencer a la sociedad de sus virtudes. Todos los funcionarios y los empleados políticos, históricamente, ante un cambio de Gobierno, presentan sus renuncias al nuevo jefe de la repartición donde se encuentren. Así ha funcionado siempre. Continuar leyendo

Scioli hizo “bien” en no debatir

La ausencia de Daniel Scioli en el debate presidencial despertó infinidad de críticas desde diversos sectores políticos, periodísticos y sociales. Sin embargo, a mi humilde criterio, el candidato oficialista hizo bien en no asistir, porque tal postura encierra un acto de sinceramiento político e institucional clave. Su sola ausencia habla de él mucho más claramente que cualquier falsedad que hubiese volcado de estar presente en el debate.

Scioli dijo, con su inasistencia, lo que piensa de las instituciones y del pueblo. El debate tuvo un bloque donde los candidatos hablaban de institucionalidad. ¿Qué hubiese dicho el actual gobernador? ¿Que no le importa? ¿Que la independencia del Poder Judicial es algo que lo perjudica y que va a impedirla a como dé lugar? Por cierto que no, hubiese dicho una mentira.

El ex motonauta fue sobreseído la semana pasada en una causa en la que se le imputaba enriquecimiento ilícito, porque su patrimonio evolucionó en los últimos diez años de una deuda de 40 mil pesos (es decir, patrimonio negativo) a declarar en la actualidad 15 millones de pesos en activos.

El sobreseimiento dictado por un juez de La Plata se llevó a cabo sin requerir una pericia contable sobre la documentación presentada por Scioli en el juzgado. Es decir, el juez, un abogado, analizó por su cuenta documentación contable compleja y con eso sobreseyó. El fiscal de la causa, encargado de representar al pueblo en la acusación, no apeló. Si Scioli iba al debate, ¿qué decía sobre institucionalidad? Hizo bien en no ir a mentir. Continuar leyendo

La proyección de indecisos

En épocas electorales, los medios de comunicación y las empresas de medición de opinión pública nos envían una serie de datos que no solemos tener que analizar en nuestra vida cotidiana y que, a veces, no podemos interpretar cabalmente.

En los últimos días, algunos encuestadores han comenzado a dar presuntos resultados de la elección del 25 de octubre, con la que llaman “proyección de indecisos”. Calculando esta, por ejemplo, Daniel Scioli, que parece no poder moverse en su intención de voto, de lo obtenido en las PASO (un 38,5 %), crecería a 41 o 42 puntos y si consigue separarse 10 % de Mauricio Macri, sería presidente en primera vuelta.

Ahora bien, más allá de la coyuntura que utilizamos para poder trabajar sobre un caso concreto, debemos saber con precisión en qué consiste la proyección de indecisos y qué verosimilitud tiene tal proyección.

Los encuestadores tienen un método que es casi siempre el mismo, con pocos matices, y está bien que así sea, porque de otro modo se haría imposible llegar a conclusiones más o menos plausibles. Pero ese método no siempre se relaciona con la verdadera indecisión de los indecisos, es decir, los que manifiestan que no han decidido todavía a quién votar padecen una duda, pero la proyección no valora en qué consiste esa incertidumbre. Continuar leyendo

Los garantes

El clima electoral en la Argentina está que arde. Las múltiples denuncias de fraude, quema de urnas, telegramas apócrifos, robo de boletas y múltiples etcéteras, han puesto en alerta a la población sobre la eventualidad de un latente fraude generalizado que arroja un manto de sospecha sobre todo el proceso electoral.

Frente a esta situación, la Cámara Nacional Electoral ha decidido tomar medidas para afianzar la confiabilidad de un sistema que de por sí es proclive a facilitar el fraude, pero que los camaristas no pueden cambiar, simplemente porque ellos no legislan.

En otros artículos se ha mencionado la necesidad de que la Argentina cuente con una autoridad electoral autónoma, que sea la que organice los comicios, al margen del Poder Ejecutivo, que por lógica está controlado por un partido político que participa de la elección. Pero la conformación de dicha autoridad electoral es también una cuestión legislativa y no podría concretarse en medio de un proceso como el que estamos atravesando.

Por otro lado, dicha Cámara Nacional tiene un problema adicional. Es, en realidad, un tribunal de alzada, de apelación; la elección la conducen los juzgados federales con competencia electoral de cada una de las provincias. Un tercio de la totalidad de esos magistrados son subrogantes, es decir, están a merced del Poder Ejecutivo o, para decirlo en términos más claros, del kirchnerismo. Y por otro lado, no son jueces de la especialidad: Cumplen roles de otros fueros y solo en forma contingente la función electoral. La existencia de un fuero electoral exclusivo y autónomo es urgente si pretendemos transparencia y eficiencia. Continuar leyendo

Nada es fraude

Mucho se ha debatido en los últimos días, a raíz de una serie de sucesos institucionalmente graves durante los procesos electorales, sobre si existe o no el fraude en la Argentina. Y desde el punto de vista jurídico, lo cierto es que el Código Nacional Electoral no define el fraude. Lo que hace, a partir del artículo 125 de dicho cuerpo legal, es establecer una serie de infracciones y tipificar un grupo de acciones que considera delitos electorales.

Entre ellos, por cierto, se encuentra quemar urnas. “Se penará con prisión de uno a tres años a quien: e) Sustrajere, destruyere o sustituyere urnas utilizadas en una elección antes de realizarse el escrutinio”. Idéntica pena cabe a quien sustraiga, destruya o adultere boletas. Por ende, la palabra ‘fraude’ no es jurídicamente válida en el derecho penal argentino, aunque tengamos una larga tradición en la materia. Para quienes aprecian las cosas de este modo, es cierto, no ha habido fraude, ni ahora ni nunca antes, ni durante la generación del ochenta, ni en la restauración conservadora. Conste que hay para quienes el fraude no existe.

Sin embargo, la idea de fraude sí existe en el derecho general y consiste en una serie de maniobras engañosas, e incluso delictivas, tendientes a cambiar el resultado que determinado hecho hubiese tenido de no existir tales maquinaciones. Desde lo idiomático, según la Real Academia, fraude es una ‘acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete’, o bien un ‘acto tendente a eludir una disposición legal en perjuicio del Estado o de terceros’. Desde este punto de vista, el fraude electoral en la Argentina es sistemático. Continuar leyendo

La violenta agonía del régimen

Como todo gobierno con pretensión totalitaria, la salida del poder por parte del kirchnerato se plaga de violencia contra el pueblo. Resiste en base a fraude, trampas, presiones, amenazas y el uso de la fuerza física contra la sociedad. El Tucumanazo, como la “Primavera Árabe”, prueban que la gente perdió el miedo.

Saben que se van. Que ya no hay fraude suficiente, que las prebendas no alcanzan, y la agonía del régimen, como en todos los casos se vuelve violenta. Tucumán es un caso y posiblemente no sea el último. El domingo a la noche el candidato a presidente Daniel Scioli salió abrazado entre carcajadas con los que ayer ordenaron la represión al pueblo. Simulaba festejar lo que sabe que fue una derrota.

Es claro que las maniobras fraudulentas ya no son suficientes. A José Alperovich, en Tucumán, hace cuatro años lo ayudaron a llegar al 70% de los votos, y en 2007 al 78%. El domingo apenas superó el 50%, quemando urnas, baleando gendarmes, repartiendo comida a los mismos a los que sumieron en el hambre.

Curiosos los índices de indigencia del NOA. Según en el INDEC en tal región del país se ha alcanzado el “hambre cero”, pero compran votos con bolsones de comida por un valor de $50 o $70 según el caso. Difícilmente puedan meter más de cinco paquetes de fideos: no es un bolsón, es una bolsita. Si comprás un voto con eso, el hambre y la miseria deben ser catastróficos.

La Policía tucumana ayer, por orden del gobernador, salió a golpear a un par de decenas de miles de manifestantes pacíficos que reclamaban por el evidente fraude electoral. Disparó balas de goma, arrojó gases lacrimógenos, corrió y apaleó con la caballería y la infantería, todo un dispositivo puesto en marcha reprimir al pueblo. Como todo régimen autocrático en agonía, lo que vimos ayer es casi una venganza contra la sociedad que ya no les da el sustento de los votos.

La necesidad, el espíritu del cambio que reina en la sociedad, es harto evidente. En la Provincia de Buenos Aires se impuso María Eugenia Vidal, una candidata que hace un año directamente no medía en el distrito, y que a fuerza de caminar, de estar, de ser distinta, terminó imponiéndose en las PASO, en un distrito que tampoco es ajeno al fraude, a volcar las urnas, a robar boletas. Vidal le ganó al PJ y también al fraude que lo acompaña siempre, como una característica inescindible.

Lo que viene no será fácil. Si esta es la reacción del kirchnerato frente a las muestras de su deceso, el final será cruento. Si como indican las encuestas encargadas por ellos mismos, Scioli registra para las generales índices de crecimiento nulos respecto a las primarias, y Macri rondaría el 33% de los votos, el fraude será masivo y escandaloso, para tratar de estirar una diferencia exigua que le asegura la derrota en segunda vuelta. Y si ese fraude no es tampoco suficiente, la violencia contra el pueblo se multiplicará.

Es complejo imaginar lo que ocurrirá en caso de una segunda vuelta, que todos los sondeos dan como totalmente segura. Posiblemente la idea sea quemar todas las urnas que encuentren y reprimir a los electores directamente en las mesas de votación.

El problema con todo esto es que no resulta tan dificultoso ver el final, incluso con todas estas maniobras de por medio, y los totalitarios lo saben. A la mala elección que Scioli hizo en las PASO (38% cuando CFK alcanzó el 50% hace cuatro años), se sumaron las inundaciones, la fuga del gobernador a sus lujosas vacaciones, la causa Hotesur que avanza contra todas las operaciones judiciales que intentan, las denuncias de los abogados en la causa por la muerte de Alberto Nisman, el dólar paralelo que crece y crece sin techo y la violencia, que cumple el rol de castigo al pueblo, pero que también le impide a Scioli alcanzar ese 6 o 7 por ciento de votos de clase media que necesita para tener chances.

Se van y la agonía de los regímenes totalitarios siempre es violenta. En el Tucumanazo como en la Primavera Árabe egipcia, las protestas y manifestaciones toman el rol de revolución democrática. Las dictaduras fraudulentas del NOA, incluyendo en él a Formosa, tienen características muy similares a las de muchos países árabes, y enfrentan en el caso del “Jardín de la República” un problema serio: existe una porción de la sociedad dispuesta a reclamar sus derechos y con vuelo intelectual para hacerlo. En otra provincias, la opresión tiene la ventaja de de haber sometido al pueblo a la hambruna y la carencia de educación suficientes, como para seguir doblegándolo por un tiempo.

Lo que ocurrió ayer en Tucumán fue doloroso y triste, pero sus resultados a mediano plazo serán importantes para la república. Como en 1816, deberemos agradecer a los tucumanos su coraje, su lucha y su dignidad, como ariete fundamental de un cambio que ya es indefectible.

La falacia del vicepresidente decorativo

Desde que el oficialismo postuló a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de Daniel Scioli, se multiplicaron las voces opinando sobre el rol político de ese cargo. Los que quieren mostrar al gobernador bonaerense como continuador del modelo K resaltan que lo acompaña un hombre muy fuerte del entorno íntimo de la actual presidenta. Los que buscan que Scioli mantenga cierto caudal de voto independiente refutan que Zannini no tendrá rol alguno, porque el vicepresidente es meramente decorativo.

La historia de los vicepresidentes desde la recuperación democrática puede darnos algún indicio sobre la veracidad de alguna de esas afirmaciones. Si nos remontamos al primer vicepresidente de la nación de la era posdictadura, podría afianzarse la postura de quienes dicen que este no tiene rol político. El cordobés Víctor Martínez, que secundó a Raúl Alfonsín en la fórmula, tuvo una escueta y gris participación en aquel Gobierno radical. Continuar leyendo

Macri-Massa vs Massa-Macri, primaria inviable

No es la primera vez que lo escucho. Ciertos operadores de un sector del macrismo y otros del massismo pugnan porque ambos candidatos trabajen dentro de un mismo espacio político, y además proponen una especie de “fórmula de convivencia” para que enfrenten juntos las primarias. La receta reveladora consiste en presentar al electorado dos fórmulas, una Mauricio Macri-Sergio Massa y otra Sergio Massa-Mauricio Macri, para que la gente decida a quien quiere de presidente.

No puede negarse que la idea es imaginativa, pero el realismo mágico siempre es dañino en política. El derecho electoral no es un misterio, son una pocas normas, están escritas y a disposición de todos y le sería muy útil los grandes pensadores que alcanzan el nirvana político con estas ocurrencias cotejar con la ley para ver si son aplicables en el mundo terrenal.

El artículo 22 de la ley 26.571, que rige las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) dice con claridad: “Los precandidatos que se presenten en las elecciones primarias sólo pueden hacerlo en las de una (1) sola agrupación política, y para una sola categoría de cargos electivos”. Si se concretase la bella idea, tanto Macri como Massa, estarían compitiendo por dos cargos electivos de modo simultáneo: para presidente y para vice. Ergo, es legalmente imposible.

Dicho engendro de la imaginación solamente sería posible cambiando la ley y modificando el artículo transcripto, pero si se cuenta con la potencia legislativa para tal sanción en el Congreso, entonces tal vez sería más conveniente introducir un sistema como el vigente en las PASO de la Ciudad de Buenos Aires, donde el candidato a Jefe de Gobierno electo en las primarias puede elegir como su candidato a vice a quien haya salido segundo (entre otras opciones) en esos comicios, de modo que si los mencionados dirigentes compiten, el que gane pueda elegir al otro para que lo secunde en la elección general.

De otro modo, el cambio legislativo consistiría en habilitar que una misma persona se presente a más de un cargo, lo que implicaría un claro fraude al elector porque de obtener ambos seguramente no asumiría alguno de ellos.

Hace unos tres años escuché de un experimentado dirigente político, ante el planteo que determinada cosa no podía hacerse, que “el derecho electoral es flexible”. Es tan flexible como cualquier otra rama del derecho: lo que está expresamente prohibido no puede hacerse, las candidaturas las debe avalar un juez federal y no existe magistrado que vaya a avalar ningún engendro contra legem por más divertido que le parezca a algún dirigente.

La pena capital del peronismo

Nos acercamos a un 2015 que muy probablemente represente un cambio en el grupo político que gobierna el país. Sin posibilidad de reelección para la actual presidente, cualquier variante que acceda al poder, de entre los hoy presidenciables, generará cambios profundos en el esquema de poder. Incluso si se impusiese Daniel Scioli, el único candidato serio del kirchnerismo, tanto la impronta oficialista como el modo de gestionar el gobierno y las características de los personajes que habiten la Casa Rosada será diferente a hoy.

En dicho esquema, se prevé una puja que ya puede observarse, y que incluye maniobras, golpes de efecto, búsqueda de posicionamiento, propuestas (pocas e inconsistentes es cierto), lecturas diversas del electorado, y cálculo. Estos párrafos tienen mucho de esto último, de cálculo. No es un secreto que para cualquiera de las versiones del peronismo, la Ciudad de Buenos Aires es un territorio hostil, desconocido, poco descifrable y en la mayoría de los casos, inaccesible. Sin embargo, en la capital del país votan dos millones y medio de individuos -en porcentaje, el 7,5% del total de los electores de todo el país- que es lo que en realidad importa en una elección presidencial. Es decir, cualquier peronismo tiene serios problemas con ese porcentual de los votantes.

Hacer una buena elección en la Ciudad, casi para asegurarse ganarla, podría consistir en sacar, por ejemplo, el 40% de los votos, lo cual representaría a nivel nacional, algo así como el 3% de los votos totales, y si se lo compara con la Provincia de Buenos Aires, a la cual se le da en política el carácter de La Meca a alcanzar para definir la elección; ese 40% de la Ciudad es casi equivalente a 10% de los votos en la Provincia. Por ende, una elección presidencial pareja, reñida, puede encontrar una definición en el distrito porteño. Es más, posiblemente frente a un marco de opciones electorales atomizadas, los números de la Capital pueden determinar quién entra y quién no a una eventual segunda vuelta.

Las encuestas muestran a Sergio Massa al frente de las preferencias, seguido por Daniel Scioli. Y todo indica que, de producirse hoy la elección, “la madre de todas las batallas” se libraría en la Provincia de Buenos Aires. Ahora bien, si esa lucha termina siendo pareja, los eventuales desniveles deberán provenir de la CABA, de Córdoba o de Santa Fe, distritos con peso electoral muy similar. Y en todos ellos el peronismo tiene problemas. Los santafesinos vienen prefiriendo al socialismo, ensombrecido de a ratos por la figura de Miguel Del Sel, crédito PRO. No hay versión del peronismo que tenga peso real. En la provincia mediterránea, la luz del gobernador José De la Sota se va apagando y lo que se enciende y crece es el radicalismo con Ramón Mestre u Oscar Aguad. Y en el distrito porteño, el control absoluto parece tenerlo el PRO de Mauricio Macri, que encima es también un candidato presidencial. El tercero en las preferencias, también según las encuestas.

Por ende Massa o Scioli deben proveer a la conquista de alguno de esos territorios y la lógica indica que por proximidad territorial con la Provincia de Buenos Aires, donde se juegan a todo o nada, la CABA es el listón a alcanzar. De hecho, si Macri logra sus tradicionales niveles de votos en la Ciudad y María Eugenia Vidal consigue consolidar, por ejemplo, un digno 20% de los votos en la Provincia, y Del Sel colabora con una buena elección en Santa Fe, el jefe de Gobierno porteño se le puede meter en la pelea a cualquiera para alcanzar la segunda vuelta.

Por eso merece un análisis especial, la imposibilidad de los peronismos de hacer pie en la Ciudad de Buenos Aires. Es cierto que por cuestiones de imagen, Massa parece tener más chances que Scioli de hacer una buena elección en este distrito. Pero las encuestas de hoy no consideran el panorama real. En una elección presidencial unas boletas traccionan y otras empujan. La del candidato a presidente tracciona a los candidatos locales para obtener más votos, y la de los candidatos locales empuja a la boleta de presidente en igual sentido. Pero bien puede ser al revés. Si en candidato presidencial no es querido en el distrito, puede arruinarle la elección a un buen candidato local. Y a la inversa, un candidato a presidente con posibilidades, puede verse afectado por no contar con candidatos locales con buenas chances. Esta segunda hipótesis es la que enfrentan Massa y Scioli. En la CABA, Macri cuenta con variedad de posibles candidatos, y el frente panradical también; pero los dos candidatos peronistas no tienen una sola figura en capacidad de conseguir tres votos para su causa. Ni estructura, ni desarrollo territorial, ni conocimiento de la idiosincrasia social, ni de los perfiles de cada barrio, ni nada.

En el invisible inframundo político que el votante real no conoce (y lo bien que hace en no perder el tiempo), existen unos cuantos pretendidos dirigentes que se adjudican ser “los hombres” de Massa y de Scioli en la Capital, pero son gente de peso político irrelevante y con nulas posibilidades lograr relevancia en el plazo que sea. Algunos podrán tener dinero, otros podrán tener partidos, y otros más ambas cosas, lo que no posible que consigan es votos. Las encuestas que miden imagen e intención de voto incluso, no están considerando todavía a un año del comienzo del proceso electoral 2015, variables que realmente pueden condicionar el resultado, en un escenario que inevitablemente lleva a una segunda vuelta electoral. Pero para estar en ese todo o nada, hay que entrar y cada voto cuenta, especialmente para quien salga segundo, que seguramente sea perseguido de muy cerca por otro candidato. Y en tal esquema, la CABA es un distrito trascendental, donde los que hoy aparecen como los dos candidatos que gozan del más alto porcentaje de preferencias, se encaminan a hacer un papel poco decoroso y nada contributivo a su objetivo final.