Francisco, inspiración para Obama

El encuentro de ayer entre el Papa Francisco y Obama puede abrir oportunidades para la paz y la lucha contra la pobreza si las palabras se transforman en hechos positivos.

Obama declaró a su llegada a Roma que llegó para a escuchar a un pontífice que vino a ayudar a los pobres y a combatir la desigualdad. Sin embargo, pobreza y desigualdad no son conceptos abstractos: dependen de las decisiones de los gobernantes, tanto en el ámbito local como internacional. Por ejemplo, los conflictos armados y la carrera armamentista son fuertes generadores de pobreza y desigualdad a nivel global. El caso de los arsenales nucleares, considerados la pieza clave del poder internacional, habla por sí mismo.

Estados Unidos gasta por hora algo más de 2 millones de dólares para sostener su complejo de armas nucleares, que tiene y por fortuna, una probabilidad casi nula de ser utilizado. Si se considera el gasto total de los países nuclearmente armados, que también incluye al de Rusia, Reino Unido, Francia, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte, éste alcanza 11 millones de dólares por hora. Lo brutal de la situación es que ese gasto casi inimaginable se desvía de las inversiones necesarias para cubrir las necesidades humanas más elementales, tanto en los países poseedores de las armas-algunos con grandes déficits sociales –como de la ayuda internacional hacia la pobreza extrema por parte de los países desarrollados.

Debemos reflexionar sin más dilación acerca de cuántos millones de personas se podrían alimentar, cuántos hospitales, cuánta educación, cuánta infraestructura se podría poner en pie si esas inversiones estériles se destinaran a fines más nobles. La posesión de armas nucleares es también un claro factor de desigualdad, ya que concentra el poder internacional en unas pocas manos y, por ende, contamina el diálogo multilateral en desmedro del respeto y equidad hacia los intereses de los estados que no las poseen.

Sin embargo, el mito tiene pies de barro. A la creencia de la disuasión nuclear como fuente de poder, se contrapone la plausibilidad de un acto del terrorismo nuclear (indisuadible), cuyos efectos devastadores desde lo político hasta lo económico, alcanzarían a países poseedores y no-poseedores, sin distinción.

No en vano el presidente Obama viene de participaren la Tercera Cumbre de Seguridad Nuclear en La Haya, que reunió a 53 jefes de estado para debatir medidas de prevención del terrorismo nuclear. Lamentablemente poco se habló allí de los riesgos de las armas nucleares, las consecuencias humanitarias de su existencia y la inminente necesidad del desarme. Evidentemente Obama no puede por sí solo resolver todos estos dilemas, en una nación con sectores de la dirigencia que, por un lado muestran sensibilidad hacia lo social pero que a la vez creen todavía en las soluciones armadas a los conflictos y en una seguridad nacional basada en las armas nucleares.

En este año de pontificado, Francisco se ha perfilado como un líder universal de la paz, no solo para los católicos sino para todos. Basta ver sus intervenciones en temas clave como el de la crisis en Siria, donde su influencia positiva abrió vías hacia la búsqueda de una solución negociada en el marco multilateral. Su potencialidad para hacer el bien, generando un cambio de paradigma en las relaciones internacionales es notable, por su propia convicción y estilo, y por estar en el lugar y en el momento apropiados.

Es hora de comenzar a vincular asuntos que en el ámbito internacional muchas veces se han tratado por separado. Paz, pobreza y desigualdad son partes indisolubles de un sistema de gobernabilidad internacional sustentable que ponga en primer plano al ser humano. Como tales, son hoy más que nunca, mutuamente dependientes. Francisco no necesita decir todas estas cosas. Basta con que el diálogo abierto inspire en Obama una genuina reflexión que lo lleve a tomar las decisiones correctas en favor de una seguridad global que privilegie al ser humano en toda situación, frente a los juegos de poder entre naciones. También, que su intención y ejemplo puedan a inspirar a otros líderes comenzando aquellos de los países nuclearmente armados y sus aliados, en una apuesta hacia la paz, las formas multidimensionales de sustentarla y el progresivo desarme nuclear.

Argentina, al frente del grupo de países proveedores nucleares

Argentina, a través del embajador Rafael Grossi, actual representante diplomático en Austria, ocupará por los próximos dos años la presidencia del Grupo de Proveedores Nucleares. El grupo formado por 48 miembros, incluidos los países de mayor protagonismo en el comercio nuclear internacional, busca evitar que las transferencias de materiales y tecnologías se apliquen al desarrollo de armamento nuclear.

Nunca quizás ha habido mayor necesidad para el grupo de mantener su integridad como rector de un esquema de control voluntario de comercio nuclear.

A las transferencias previstas en el marco de una expansión nuclear que anticipa nuevas naciones incorporándose al uso de la energía nuclear, la nueva conducción argentina tendrá ante sí varios importantes desafíos estructurales, algunos de ellos relacionados con la legitimidad de los países a recibir los beneficios de pertenecer a esta élite nuclear.

Deberá llevar a buen puerto la espinosa cuestión de una posible membresía de la India, con armas nucleares pero que no es parte del Tratado de No Proliferación, TNP. En noviembre de 2010 el presidente de los Estados Unidos Barack Obama propuso al grupo que India fuera aceptada como miembro aun sin encuadrar en los requisitos estipulados. Dos años antes, a instancias de Washington el grupo había aprobado una excepción única para que Nueva Delhi acceda a combustible nuclear y a tecnología de uso civil.

De modo similar, la cooperación nuclear de China con Paquistán, también con armas nucleares y fuera del TNP, será un tema de agenda controvertido. China, que es miembro del grupo desde 2004, proyecta continuar exportando reactores y tecnología nuclear a Islamabad con el argumento de que apoya el programa nuclear paquistaní aun desde antes de su ingreso al grupo. En este sentido, Beijing defenderá un ambicioso plan de exportaciones nucleares a Paquistán valuado en 9.600 millones de dólares.

La controversia internacional es grande respecto de este tipo de excepciones. Hay quienes argumentan que obedecen a una política de realismo frente a hechos consumados, que intenta incorporar a países con armas nucleares fuera del TNP a un cierto esquema de control internacional. Otros afirman, sin embargo, que dar ventajas especiales a estos países pone en duda la credibilidad del grupo y del régimen de no-proliferación en su conjunto.

La presidencia para Argentina llega en un momento en el que el país enfrenta importantes desafíos vinculados a su problemática energética, en el que sale a relucir la  importancia de contar con fuentes confiables de suministro eléctrico de base, como lo son las  centrales nucleares de potencia.

Asimismo la Argentina, a través de la Comisión Nacional de Energía Atómica, CNEA, y de la empresa INVAP busca posicionarse en un mercado internacional sumamente competitivo en el que debe enfrentar a proveedores poderosos tales como Francia, China, Rusia, los Estados Unidos, Japón o Corea del Sur.

En este marco político-técnico, demostrar capacidad tecnológica y respeto pleno a las normas de no-proliferación es esencial para acceder a mercados atractivos. El haber demostrado tales capacidades es lo que permitió al país realizar en su momento la exportación del reactor nuclear inaugurado en Australia en 2007.

El grupo ya reconoció las credenciales de no-proliferación del país cuando avaló el sistema de verificación mutua entre Argentina y Brasil, basado en la Agencia Brasileño-Argentina de Control y Contabilidad de Materiales Nucleares, ABACC. Este aval temporario se otorgó ya que los países no han firmado Protocolos Adicionales a los Acuerdos de Salvaguardias con el Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, que hoy son requeridos para las transferencias nucleares internacionales. Se trata de una excepción importante, pero que debe ser honrada con un fuerte compromiso con la normativa internacional.

La presidencia en sí, y la selección del funcionario argentino que ocupará el rol, pueden leerse como una importante señal de confianza para el país pero en realidad es mucho más que eso: es una gran oportunidad para el posicionamiento internacional de la Argentina en un campo de peso estratégico como pocos.

Esta circunstancia se da en un área, la nuclear, en la que tenemos una gran experiencia e incontables razones para sentirnos orgullosos. Es por eso que todas las condiciones están dadas para que la Argentina pueda marcar con su gestión una diferencia significativa a favor de la seguridad internacional.