La otra Torre de Babel

Cuenta la Biblia que, cuando todos los hombres hablaban una misma lengua sobre la Tierra, decidieron edificar una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo. Aprendieron a quemar el barro y sustituyeron las piedras por ladrillos. Para pegarlos, utilizaron brea en lugar de argamasa. Dios (Jehová, Yahveh) bajó preocupado, y comprendió que nada impediría a aquellos hombres llevar adelante sus propósitos de llegar al cielo.

Para evitarlo, hizo que cada uno comenzara a hablar una lengua diferente. Nadie entendía al otro, la confusión fue total y los hombres, sin poder comunicarse entre sí, decidieron suspender la obra y dispersarse por todo el mundo, lo que dio lugar a los diferentes idiomas. Esa es, en síntesis, la famosa leyenda de la Torre de Babel, una historia capaz de demostrarnos la negatividad de la incomunicación.

Pero no sólo los idiomas provocan problemas de comunicación. En ocasiones, las actitudes humanas son las que tienden ese manto, con todas sus secuelas negativas. Si nos dejamos llevar por el enojo o el odio, creamos barreras infranqueables con los demás. Son emociones fuertes que nublan los sentidos y diluyen el razonamiento.

Los seres humanos soberbios e intransigentes nunca mantendrán una comunicación correcta y constructiva con sus semejantes. La soberbia y el fanatismo elevan muros, tienden a imponer ideas y hacen prevalecer puntos de vista no compartidos —y a veces hasta rechazados— por los otros. Continuar leyendo