Luces y sombras del acuerdo con China

Itai Hagman

El protagonismo que China ganó en nuestro país y en la región remite a importantes cambios en el sistema económico mundial, con sus inevitables consecuencias en política internacional. La emergencia, con cada vez más fuerza, de la potencia oriental preocupa a quienes ostentaban hasta ahora el dominio del planeta y por lo tanto China aparece como un posible aliado geopolítico para los países latinoamericanos que buscaron salir de la órbita norteamericana.

Pero al mismo tiempo el crecimiento del país asiático no se contrapone de manera directa al funcionamiento del capitalismo globalizado heredado del neoliberalismo sino que incluso profundiza muchos de sus aspectos, dejando a América Latina como proveedora de materias primas con mayor o menor nivel de procesamiento.

Considerando estos dos elementos cabe hacerse la pregunta: ¿es positivo para nuestro país profundizar sus lazos con el gigante asiático? ¿Qué intereses tienen los chinos en la Argentina? ¿Son compatibles con las necesidades de nuestra población? ¿Quién se apropiaría en nuestro país de los potenciales beneficios?

Financiamiento y dependencia

El Convenio Marco de Cooperación firmado el 18 de julio pasado y estos nuevos acuerdos llegan cuando China desplazó a Estados Unidos y se convirtió en nuestro segundo socio comercial -después de Brasil- donde Argentina exporta fundamentalmente harina, aceite y pellets de soja. A cambio, China realiza inversiones para obras de infraestructura y financiamiento para nuestro país. Se destacan la construcción de una central nuclear, la instalación de una estación espacial, la construcción de las famosas represas Kirchner y Cepernic en Santa Cruz, y otras inversiones vinculadas a comunicaciones y otros rubros. En ese marco también Argentina logró negociar un “swap” (canje de monedas) con China que le brindó cierta tranquilidad a las reservas del Banco Central que fue sumamente importante para sortear las presiones devaluatorias del segundo semestre del año pasado. Visto así y a corto plazo, los acuerdos parecen ser todo ganancia.

Pero China se limita a invertir en los sectores que considera necesarios para el crecimiento de su economía y esos no son precisamente convergentes con las necesidades del pueblo argentino. Por eso en el encuentro que Cristina tuvo con treinta de las principales empresas chinas, se ocupó de destacar que la Argentina es “una fuente inagotable de negocios” en donde “prácticamente todo el país es cultivable”, el “más competitivo del mundo en la producción de granos” y “muy rico en minerales”.

Aquí está el problema. Los intereses chinos en nuestro país se concentran en aquellas áreas que sostienen nuestra dependencia como economía subdesarrollada. La profundización del modelo agroalimentario para abastecer el mercado interno chino, la proliferación de la explotación minera y ahora también el usufructo del yacimiento de Vaca Muerta. No se puede considerar ingenuamente que en el caso de abrir de manera indiscriminada nuestra economía a las inversiones chinas, las consecuencias serán radicalmente diferentes de las que generaron las europeas en siglo XIX o norteamericanas en el siglo XX. Tanto es así que los empresarios chinos le reclamaron al gobierno argentino por su derecho a utilizar los puertos privados en los que realizaron inversiones en los últimos años y por la remisión de utilidades de sus empresas, imitando el comportamiento de sus pares occidentales.

Argentina merece un debate amplio sobre este tema. No es gratuito atar nuestro futuro a las “potencias emergentes”. Es necesario, ahora más que nunca en este mundo en transición posneoliberal, revitalizar el truncado ideario de integración regional que quedó estancado desde hace años. Proyectos como el Banco del Sur y otras herramientas que privilegiaban el enfoque de bloque latinoamericano fueron relegados por estrategias particulares de cada país para negociar los términos de su inserción en el mundo. Este elemento quizás sirva para comprender mejor el giro político que se observa en muchos gobiernos “progresistas” de la región.

En lugar de reinsertarnos en el mercado mundial, ahora con eje en China, de forma dependiente para que los sectores exportadores, concentrados y extranjerizados hagan negocios, debemos poner en pie un proyecto latinoamericano de desarrollo basado en otros principios, como la soberanía sobre nuestros recursos naturales, la garantía y ampliación de los derechos sociales y laborales de los trabajadores y trabajadoras latinoamericanos, la cooperación entre las distintas economías de la región y la solidaridad entre los pueblos.