La Habana: un San Valentín entre frío y desabastecimiento

Iván García Quintero

La Habana. Cuando un norte llega a La Habana, Gregorio, custodio en una fábrica, asegura que con el frío, el hambre parece que tiene navajas. “No sé si será por viejo. Pero la otra noche la frialdad me llegó a los huesos. Y eso que estaba forrado haciendo la guardia. Debajo de la camisa tenía dos pulóveres y una enguatada, y encima un chaquetón verde olivo de cuando era militar”, dice sentado en un quicio, intentando vender en quince pesos el pan con jamón y queso que le dan como merienda.

“Necesito más el dinero que el sándwich. Con los quince pesos compro unas libras de boniato y yuca para echarle a una caldosa. ¿La carne de cerdo? Se las debo, ese ajiaco va sin proteínas”, apunta Gregorio.

En una panadería estatal, pasadas las cuatro de la tarde, una cola de más de cuarenta personas espera que del horno salga pan suave integral, a peso cada uno, o barras de pan duro a cinco pesos. “Vengo desde Santa Amalia (municipio de Arroyo Naranjo) a comprar pan. Pero cuando hace un poquito de frío, se arman unas colas de madre. Cuando en Cuba el mono chifla, a uno se le abre el apetito y el hambre lo matamos comiendo pan”, expresa una señora.

En un asilo de la calle Dolores, barriada de Lawton, los días invernales mantienen en sus camas a los ancianos. “Con el frío ningún viejo se sienta en el portal a jugar dominó ni a conversar. Se quedan en el cuarto viendo televisión y contando los minutos para la hora de almuerzo”, señala Salvador, vestido con un gabán anacrónico, que afuera del hospicio se dedica a pedir cigarrillos o dinero a los transeúntes.

El tímido invierno tropical es un pretexto perfecto para que los habaneros saquen de sus armarios añejos abrigos y todo tipo de atuendos fuera de moda. “Comienza el carnaval de los pobres”, dice, risueña, Luciana, ama de casa que, a falta de medias panty o legging, debajo de la saya se puso un viejo pantalón de corduroy.

En la semana del 7 al 14 de febrero, que los comercios dedicaron a la celebración del Día del Amor, los Enamorados o San Valentín, las temperaturas matutinas oscilaron entre 20 y 22 grados en la región occidental del país, aunque la elevada humedad relativa provocaba una sensación térmica de 17 grados.

“El problema es que si tienes el estómago vacío, sientes más frío. Y ahora con los altos precios de las viandas y el desabastecimiento en los agromercados, las personas andan con sus jabas como locas, cargando todo lo que encuentren y puedan comprar”, señala Lourdes, bodeguera.

 

14 de febrero: negocios clandestinos

En vísperas de San Valentín, la gente también busca regalos. Joel, diseñador gráfico, con 10 cuc ahorrados adquirió una cesta con dos turrones, una botella de vino tinto chileno y una caja de bombones.

“Viene todo convoyado, pero excepto el vino, los bombones y los turrones lo compartimos con nuestros hijos. Todos los años le regalo un perfume bueno a mi mujer, pero esta vez eso fue lo que pude conseguir con esa cantidad”, aclara Joel.

Un agua de colonia o un perfume barato cuesta entre 6 y 15 cuc. Osdanis, vendedor ambulante, tiene otra estrategia de venta. En pequeños frascos, vende perfumes “de marca”. “Nagüe, Carolina Herrera, Christian Dior o Antonio Banderas, a 2 cuc el frasquito”, susurra en voz baja, en los alrededores del Centro Comercial Carlos III. Aunque hace tres años el régimen prohibió la venta de ropa, zapatos y complementos, por la habitual puerta giratoria de la sociedad cubana, Nadine pasó a vender en la clandestinidad.

“En las fechas que anteceden al Día de los Enamorados, las ventas se disparan. Numerosos clientes ya me han encargado pitusas, tenis y fragancias extranjeras de marcas conocidas. Yo ofrezco facilidad de pago, en dos o tres plazos, cosa que no hace el Gobierno”, comenta y muestra una jaba repleta de pasta dental Colgate y champú Nivea.

Lisván, emprendedor privado, le compró a su esposa una tetera eléctrica que le costó 67 cuc y a su hija, un reproductor de CD en 45 cuc. “Si le compro algo a mi mujer y no le llevo nada a mi hija, arde Troya. Al final, ese día también es del amor y la amistad”.

Pero no son muchos los habaneros que pueden permitirse esos gastos. El matrimonio de Josué y Elaine prefiere destinar el dinero de los regalos a comprar cemento cola para terminar el piso del balcón de su casa. “Recorrí todas las tiendas de la ciudad y no hay cemento cola ni en las misas espirituales. En el mercado negro sólo están vendiendo el cemento cola cubano, que es de muy mala calidad”, explica Josué.

Orestes, un santiaguero que salió huyendo de los temblores de tierra, no acaba de acostumbrarse al frío. “En Santiago nunca tenemos invierno, pero el diablo está castigando a Oriente. Aquello está pelao. No hay dinero ni comida ni ná. Al menos en La Habana puedes inventar y te buscas unos pesos”, dice sentado en un bicitaxi en el Parque de la Fraternidad.

El invierno en la isla pone en evidencia las crecientes desigualdades. Familias como la de Moisés, músico, puede desayunar y hacer dos comidas diarias. Mientras, jubilados como Gregorio, además de hacer guardias nocturnas y vender las meriendas, se ven obligado a realizar trabajitos en su vecindario, para tratar de alimentarse mejor. “Así y todo, cuando tengo una postica de pollo, me faltan los fideos y cuando consigo ajo, me falta la cebolla. Comer en Cuba es un rompecabezas”.

Gregorio no comprende por qué el Estado no les brinda una vejez digna a cubanos que, como él, ofrecieron sus mejores años a la revolución. “Con 80 años, yo no debería estar haciendo guardias nocturnas ni pasando las de Caín para preparar una sopa”.