Estadounidenses en Cuba: entre la seducción y el asombro

LA HABANA.- Caminar por plazas y calles donde no hay señales inalámbricas de internet y casi ninguna de las aplicaciones de los teléfonos inteligentes funciona, le da un toque de anacronismo a la sociedad cubana.

Una brisa refrescante que llegaba desde la bahía atenuaba el calor en las atestadas callejuelas que circundan la parte antigua de La Habana.

Por una calle empedrada, contigua a un hotel que una empresa suiza edifica en la Manzana de Gómez, el tráfico de transeúntes es alucinante. Cientos de habaneros caminan apresurados con sus habituales bolsos de mano para cargar lo que aparezca. Mientras, la fauna marginal está al acecho.

Desde un banco en el Parque Central, un tipo desgarbado con una bermuda por la cintura y zapatos de puntera afilada, en un inglés macarrónico, propone una tumbadora y un par de claves a una pareja de risueños gringos. Después de comprársela por 40 pesos convertibles, le piden hacerse un selfie con ellos. Continuar leyendo

Los habaneros, hartos con la crisis del transporte urbano

Pasada las siete de la mañana, en la populosa intersección habanera de 10 de Octubre y Acosta, un enjambre de personas espera un ómnibus del servicio público. Es horario pico. Decenas de trabajadores, estudiantes o ancianos que deben asistir a una cita médica, se aglomeran en la parada.

Cuando arriba la guagua, la gente forcejea para poder subir. Pero siempre parte con un racimo de jóvenes colgados en las puertas. Niurka, que es enfermera, no puede subir al ómnibus y debe esperar el siguiente.

“Es mi drama diario. Desde que nací en 1976, lo del problema del transporte en La Habana es endémico”, comenta.

Hay pequeños oasis, pero si algo nunca han tenido los habaneros es un transporte público decente. Sergio, obrero, está que suelta humo. En el zarandeo por subir al P-6 le hurtaron su billetera con 120 pesos [cubanos]. “Además de perder tres horas en ir y venir al trabajo, los carteristas me roban el dinero. No sé cuándo estos descarados del Gobierno van a mejorar el desastre que son las guaguas”, reclamó.

El servicio de ómnibus urbano siempre ha sido una asignatura pendiente del régimen verde olivo. Incluso en la etapa que el Kremlin de Moscú extendió un cheque en blanco y conectó una tubería de petróleo hacia la Isla, el transporte no gozó de buena salud.

En los años 60 Castro adquirió un lote de ómnibus Leyland en Gran Bretaña para sustituir a los GM estadounidenses que por falta de piezas de recambio dejaban de circular. También se compraron Skoda a la antigua Checoslovaquia. Pero ni así. En 1970-1980 se trajeron ómnibus Hino de Japón, Pegaso de España e Ikarus de Hungría.

En La Habana llegaron a circular 2 mil 500 ómnibus y existían más de 110 rutas. Pero en horario de máxima afluencia, los autobuses viajaban atestados con personas colgadas en los estribos y hasta en el techo.

Tras el derribo del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista de Europa del Este, se instauró en Cuba el llamado ‘periodo especial en tiempos de paz’, un estado de guerra sin bombardeos, llegó lo peor. La flota de vehículos se redujo a poco más de cien. Desaparecieron casi todas las rutas de ómnibus y la gente tuvo que optar por caminar varios kilómetros cada día o utilizar pesadas bicicletas chinas para desplazarse de un sitio a otro.

Entonces, algún burócrata que seguramente tenía auto, diseñó el ‘camello’. Un remolque chapucero adosado en un camión de carga que podía transportar hasta 350 personas apiñadas como reses camino al matadero a más de 33 grados de temperatura. Una verdadera sauna.

En los ‘camellos’ se vio de todo. Peleas de boxeo dignas de una final olímpica, hurtos por habilidosos carteristas y un lugar preferido para maniáticos sexuales.

“Una vez, en un camello me quitaron una cadena de oro 18 quilates y ni cuenta me di. El tipo era un artista del robo. Sin contar las broncas con los masturbadores y ‘jamoneros’, que se te pegaban por detrás durante todo el trayecto. Era alucinante”, rememora Ana, quien ahora reside en Roma.

En 2007, el régimen compró más de 500 ómnibus articulados a China, Rusia y Bielorrusia para sustituir los infernales ‘camellos’. La empresa Metrobus, encargada del servicio del transporte urbano por las principales arterias de La Habana, diseñó un plan maestro.

Creó 16 rutas principales, antecedidos con la sigla P, que cubrían las vías más importantes de la ciudad. Las rutas debían tener una frecuencia entre 5 y 10 minutos en horario pico.

Pero el buen servicio apenas duró un año. Por falta de piezas de repuestos o impagos a los compradores, más de 200 ómnibus articulados dejaron de circular creando un caos en el servicio.

En La Habana, como promedio, unas 600 mil personas se trasladan diariamente en ómnibus. El gobierno no tiene un proyecto coherente para paliar el déficit en el transporte capitalino.

“Todo es a cuentagotas. Hace casi dos años comenzaron a rodar 30 ómnibus articulados Yutong, en sustitución de los Laz de Bielorrusia. Pero el parque real que necesitamos es de 90 buses. Para cubrir la diferencia se desviste un santo para vestir a otro. Se cogieron diez guaguas de la terminal del Alberro, en el Cotorro -al sureste de La Habana- intentando mejorar el servicio. Conclusión: ni damos un buen servicio nosotros ni la terminal del Alberro”, dijo Arsenio, chofer de la ruta P-3 con paradero en Alamar, al este de la ciudad.

A día de hoy, ruedan menos de mil ómnibus en La Habana, insuficientes para una urbe con más de dos millones de habitantes. La capital no cuenta con tren suburbano ni metro.

En el verano de 2012, el Estado autorizó las cooperativas en el transporte de pasajeros. Circulan alrededor de 60 vehículos con aire acondicionado y capacidad para 27 pasajeros sentados. Cada uno paga cinco pesos por el viaje.

Son autobuses dados de baja en turismo que tienen más de 200.000 kilómetros recorridos. “Hay que hacer milagros para mantenerlos rodando. Los trabajadores deben pagar de su bolsillo las piezas de repuesto. El ómnibus que manejo lleva casi un mes parado”, aclara Francisco Valido, cooperativista y disidente.

“Con la hoja de ruta del presidente Obama, espero que los cooperativistas de mi base podamos solicitar un crédito en Estados Unidos y adquirir piezas y ómnibus nuevos. Si el gobierno nos autorizara, compraríamos 50 guaguas nuevas y podríamos ofrecer un servicio de calidad”, explica.

Francisco Valido ha escrito un par de cartas al ministro de transporte [César Ignacio Arocha], abogando por una estrategia racional para mejorar las prestaciones del transporte urbano. Hasta ahora, ha recibido la callada por respuesta.

La disidencia cubana en tierra de nadie

Probablemente el panorama político en el sinuoso Medio Oriente sea más complejo. Desde luego. Después del 17 de diciembre, tras el espectacular giro diplomático entre Cuba y Estados Unidos, dos naciones agazapada en sus respetivas trincheras y enemigos de la Guerra Fría, la Casa Blanca no esperaba que un segmento significativo de la disidencia pacífica en la isla enfilara sus cañones a la alfombra roja tendida por el presidente Obama a la autocracia verde olivo.

Las diferencias son sanas. No hay nada más dañino que la falsa unanimidad. Pero cuando usted lee la hoja de ruta del Foro por los Derechos y Libertades, difundida por un ala de la oposición liderada por Antonio Rodiles, Berta Soler, Ángel Moya, Guillermo Fariñas y Félix Navarro, y los cuatros puntos de consenso promulgados el pasado 22 de diciembre por otro grupo disidente, las diferencias son mínimas.

El periodista independiente Juan González Febles, director del diario Primavera de Cuba, cree que las divergencias no son de carácter ideológico, si no programático. “El personalismo y la ausencia de memoria histórica es una de las claves de ciertos disidentes para ningunear a otros opositores”.

El viernes 23 de enero esas incongruencias de la oposición cubana salieron a la palestra. Tras el desayuno de una docena de disidentes con Roberta Jacobson, funcionaria estadounidense al frente del equipo que negocia con el régimen la implementación de una futura embajada, las divisiones entre la oposición han provocado un sismo de mediana intensidad.

Ya el adversario no solo es el Gobierno de los hermanos Castro. Ahora Obama también está en la diana. El segmento que descalifica los pasos dados por Washington son disidentes por partida doble.

El cisma es evidente. El viernes, la facción liderada por el veterano opositor Elizardo Sánchez, Héctor Maseda y José Daniel Ferrer, a última hora convocó a una conferencia de prensa a la una de la tarde.

Con anterioridad, Antonio Rodiles había anunciado un intercambio con la prensa independiente y extranjera a las 2 de la tarde. José Daniel considera que las divergencias son de matices. “Cuando tu lees el documento emitido por ellos, hay puntos de coincidencias con nuestro documento. Todos queremos democracia, libertades políticas y amnistía para los presos políticos”.

Elizardo Sánchez opina que en un 90% la oposición local está de acuerdo en no menos de cuatros puntos básicos. “Es una exageración que esas diferencias provoquen otro tipo de confrontaciones”. Pero cuando usted le pregunta por qué entonces no se ofreció una única conferencia de prensa, evade la respuesta.

Cada parte asegura que cuenta con la mayoría. “Los que estamos de acuerdo con los cambios promulgados por Obama somos el 70% de la disidencia”, dice Ferrer.

Desde la otra acera, Antonio Rodiles señala lo contrario. “Casi un 80% de la oposición tiene dudas considerables y no apoya el nuevo proceso. Estados Unidos ha apostado por el neo castrismo. Es una estrategia fatal soslayar el apartado de derechos humanos y ningunear a la disidencia en el proceso negociador”.

Guillermo Fariñas considera que Estados Unidos está ignorando a líderes históricos de la disidencia como Oscar Elías Biscet, Antúnez, Vladimiro Roca o activistas recientes como Sonia Garro y a un sector importante del exilio.

El nuevo panorama le otorga una indiscutible independencia al grupo que cuestiona las negociaciones Obama-Castro. El régimen cubano siempre ha acusado a los opositores de “mercenarios al servicio de Washington”.

Leña al fuego añadió Josefina Vidal, probable embajadora de la Isla en Estados Unidos, al declarar que la disidencia no representa al pueblo. “En Cuba hay diversas asociaciones de masas que son los auténticos representantes de los cubanos”, subrayó.

Es evidente que el nuevo escenario ha descolocado a la disidencia, a la que está a favor y a la que está en contra. Se impone un giro de 180 grados para llegar a la gente y transformarse en un actor importante. Cada grupo lo argumenta a su manera y así lo contempla en sus respectivas hojas de ruta. El desafío se antoja formidable.

Entre tanto, el régimen militar sigue controlando con mano de hierro a los medios, y mediante el miedo, ha logrado que un alto porcentaje de la población, disgustada por el desastre económico, se mantenga ajena, viendo pasivamente el juego sentada en las gradas.

Como muestra de protesta a la política de Obama, Berta Soler y una decena de opositores no acudieron a un cóctel de despedida ofrecido a Roberta Jacobson por la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana.

Pero a pesar de que disidentes como Elizardo Sánchez y José Daniel Ferrer apoyan las nuevas medidas de la Casa Blanca, el General Raúl Castro tampoco cuenta con ellos. Están en tierra de nadie.

Cuba: hablemos del embargo

El embargo económico y financiero de Estados Unidos a Cuba fue implementado parcialmente en el otoño de 1960 por la administración de Dwight D. Eisenhower. Fue una escalada progresiva y razonablemente lógica de la Casa Blanca, en respuesta a las expropiaciones sin la debida indemnización por parte del gobierno de Fidel Castro a propiedades y empresas estadounidenses. Para el 3 de febrero de 1962, el gobierno de Kennedy recrudeció las medidas y el embargo económico fue casi total. No solo fue un mecanismo de presión de carácter económico.

Tiene su componente político. Remontémonos al período de Guerra Fría. El barbudo Castro se alió al imperialismo soviético y llegó a emplazar 42 cohetes atómicos de alcance medio en la isla. En un rapto de delirio, en una carta a Kruschov, Castro le surigió que como táctica disuasoria, la URSS debía apretar primero el gatillo nuclear. El régimen verde olivo se enfrascó durante los años 60, 70 y 80 en una guerra subversiva y costosa en América Latina y África, financiada por el Kremlin. Cuba es una auténtica autocracia.

Un solo partido legal, el comunista. Ninguna libertad de expresión, prensa libre, derecho a huelga o poder afiliarse a sindicatos independientes. Solo si Cuba se abre en el terreno político y respeta los derechos humanos, Estados Unidos podría considerar el levantamiento del embargo.

También el gobierno de facto debe negociar los impagos a ciudadanos estadounidenses. El embargo está codificado y blindado por leyes estadounidenses. En diferentes períodos, Jimmy Carter en 1978, Bill Clinton en 1994 y con la actual administración de Barack Obama, se han aprobados medidas para su flexibilización.

En los años 70, a Castro no le importó la paloma blanca lanzada por Carter desde Washington. A cambio, debía apartarse de los peligrosos juegos de guerra en Angola y Etiopía. En un error estratégico, Fidel pensaba que la caída del “imperialismo yanqui” y la debacle del capitalismo moderno estaban al doblar de la esquina. Por tanto, no se dejó enamorar por las plegarias de Carter. Luego se sabe lo que pasó. Reagan jugó al duro en su política exterior y el mapa cambió de color. La URSS y el Muro de Berlín se convirtieron en historia antigua.

Entonces Castro replanteó sus políticas. Dijo adiós a las armas y comenzó un lobby agresivo con la izquierda -incluso la derecha- latinoamericana y le abrió las puertas a diversas tendencias dentro de Estados Unidos que le han servido como agente de influencia. 

En 1996 pudo solucionar el entuerto para derogar el embargo e iniciar los primero pasos en la democratización de Cuba. Tenía abierto un canal de comunicación con Clinton mediante el escritor colombiano Gabriel García Márquez. Pero pudo más la soberbia. Derribó dos avionetas desarmadas de grupos anticastristas afincados en la Florida que tiraban octavillas en La Habana y, a distancia, desenfundó el bolígrafo para que Clinton diera una nueva vuelta de tuerca al embargo, aprobando la Ley Helms-Burton.

El embargo es un negocio publicitario rentable para los Castro. Ellos con las víctimas. El mundo, excepto Israel, Estados Unidos e Islas Marshall, está en contra de sancionar a Cuba. Dentro de la disidencia cubana es mayoría los que se oponen al embargo. Según muchos opositores, solo sirve de pretexto al gobierno para no democratizar el país y reprimir a los disidentes.

Los opositores que apuestan porque se mantenga alegan que no hay señales de democracia dentro de las tibias reformas económicas implantadas por Raúl Castro para levantar el embargo. Consideran que si se le abre las puertas al capital gringo, se reforzaría el régimen y las libertades esenciales seguirían cautivas. Unos y otros tienen razones sólidas.

Pero los hermanos de Birán siguen empecinados en desconocer a la oposición. Quieren negociar con la Casa Blanca ignorando a los cientos de activistas y disidentes que les piden sentarse en la mesa a pactar un nuevo trato, que permita enrumbar a la nación por el camino democrático.

Habría que preguntarse cuán severo es el embargo. Si usted visita el hospital pediátrico William Soler, al sur de La Habana, y charla con especialistas, argumentarán que debido al embargo, el gobierno no puede comprar medicamentos de última generación patentados por Estados Unidos. Eso es cierto. Claro, si Fidel Castro en vez de enfrascarse en las guerras civiles africanas o introducir armas clandestinas a Chile, hubiese diseñado estructuras económicas eficientes, hoy la autocracia podría adquirir medicinas, ómnibus, herrajes y comida en cualquier otro lugar del planeta, aunque fuese más costoso.

Sucede que las finanzas del país están en números rojos. Al contrario de otras dictaduras, como la de Pinochet o el régimen segregacionista de Sudáfrica, donde los problemas no eran económicos, si no de represión y falta de libertades, en Cuba la complicación es mayor. Estamos a la deriva, en lo financiero y en materia de derechos humanos. Es evidente que el poderoso y aceitado lobby anti embargo, financiado por el régimen de La Habana y por los bolsillos amplios de cubanoamericanos, quiere desconocer un lado del asunto.

Alfonso Fanjul sufrió en carne propia las arbitrariedades de la revolución. Perdió todas sus propiedades en Cuba y tuvo que marcharse a comenzar de nuevo, 90 millas al norte. Siendo apenas un adolescente, Carlos Saladrigas debió abordar un avión hacia Estados Unidos sin sus padres durante la Operación Peter Pan. Cuentan que los dos se sentaban en el último banco de madera de una pequeña iglesia en la Florida a rezar y a llorar por todo lo que habían perdido. Han triunfado en una nación exitosa.

Podemos creer en su buena voluntad. Pero pecan de ingenuos. O juegan con cartas marcadas. ¿Personeros del régimen se han comprometido en secreto con Fanjul o Saladrigas a cambiar el estado de cosas si se levantara el embargo? Algo debe cocinarse en las alcantarillas del poder para que ese lobby trabaje a destajo. Públicamente nada se sabe. Lo cierto es que el régimen guarda silencio y ni siquiera difunde en Cuba las iniciativas de grupos anti-embargos de Estados Unidos.

Si a cambio de levantar el embargo el General Raúl Castro legalizara la oposición y la prensa independiente, estoy seguro que una parte del exilio y la disidencia local aprobaría el proceso para flexibilizarlo.

No creo que sea el embargo el causante de nuestras precariedades económicas. La falta de leche, queso, mantequilla y carne de res no podemos achacárselos al “bloqueo”. Es el sistema absurdo instaurado por Fidel Castro, vertical, dogmático y personalista, el gran culpable que la mayoría de la gente en Cuba lleve más de cincuenta años pasándolo mal.

Un 70% de la población puede comprar productos estadounidense si tienen suficientes pesos convertibles. Si se recorren los mercados por divisas, descubrirá desde la famosa Coca-Cola, televisores RCA, ordenadores Dell, hasta una línea de electrodomésticos Black & Decker. El embargo tiene tantos agujeros, que le permite al gobierno comprar ómnibus chinos con componentes estadounidenses o un lote de jeeps Hummer para cazar en un coto exclusivo de altos militares.

Puede catalogarse de ilegal, absurdo o extraterritorial. Pero sobre todo ha sido ineficaz. Entiendo que el embargo no se debe abolir sin concesiones por parte del régimen.

Libertad económica y créditos para los pequeños negocios suena demasiado bonito en el oído de los atribulados trabajadores privados que se ganan un puñado de pesos al margen del Estado. ¿Cómo hacer efectiva esa libertad económica? Es la pregunta que muchos se hacen en Cuba. Se me antoja que sin libertad política, plena, es imposible.

Si lo dudan, pregúntenle a Carlos Saladrigas o Alfonso Fanjul. Ellos mejor que nadie pueden argumentar porque un día se vieron precisados a tomar un avión rumbo a los Estados Unidos.

Ruleta rusa en el Estrecho de la Florida

Probablemente sea el cementerio marino más grande del mundo. No hay cifras concretas de los niños, jóvenes, adultos y ancianos que yacen bajo sus turbulentas aguas. Es como jugar a una ruleta rusa. Aunque los números aterran -uno de cada tres balseros es merienda de tiburones- mucha gente en Cuba se toma el asunto con una ligereza que provoca escalofrío.

Es un drama humano con evidentes tintes políticos. El régimen quiere contar la historia a su manera. La gente se va de la isla, dicen, alentada por la Ley de Ajuste que otorga residencia automática a los cubanos que pisen suelo estadounidense. Es cierto. La frivolidad de la política estadounidense de pies secos, pies mojados, parece un juego macabro. Si un guardacostas gringo te atrapa en altamar, te devuelven a Cuba. Si logras tocar tierra, te ganas la lotería.

Aunque absurda, la cuota de responsabilidad moral sigue recayendo en la autocracia verde olivo. Solo el desespero, falta de futuro y agobio económico puede impulsar a una persona a planificar esa peligrosa travesía marina. La gente se marcha porque en Cuba las cosas andan mal. Aquéllos que no tienen parientes en Estados Unidos o se dilatan sus trámites de reunificación familiar, se juegan su futuro en una balsa.

Les cuento una historia de balseros que ha acontecido en mi barrio.

Desde las Navidades de 2013, Gregorio (nombre cambiado) estaba persuadiendo a parientes y amigos dispuestos a cambiar su destino en una aventura marina.

Después que en 1994 el régimen de Fidel Castro despenalizara las salidas ilegales hacia el Norte, los futuros balseros traman sus proyectos sin demasiada discreción.

Gregorio andaba obsesionado con la idea de marcharse del país. Parte de su familia reside en Miami. Lleva años haciendo trámites legales y sacando cuentas: no quiere llegar a la Florida cuando tenga 60 años. Buscar aliados para semejante empresa no es difícil en Cuba. Jóvenes sin futuro sobran en cualquier rincón de la isla. Una prioridad: fichar a personas con conocimientos náuticos.

Tipos con experiencia fallida en otros intentos. Gente con plata para construir una embarcación lo más segura posible. El tráfico humano desde Cuba hacia Estados Unidos es un negocio boyante. Pero todos no pueden pagar los 10 mil dólares que vale un boleto. Hay varios tipos de inmigrantes. Están los que apuestan por cruzar fronteras terrestres, saltando de una nación a otra en largas y peligrosas marchas desde Ecuador, o pagarle al contado a un coyote mexicano para que te ponga al otro lado de la frontera.

Luego están los balseros. Según José, “somos los que andamos más desesperados. Tengo  socios que lo han intentado media docena de veces. Si son atrapados por los guardafronteras cubanos o estadounidenses, siempre lo vuelven a intentar. Muchos se han convertidos en viejos lobos de mar”.

Gregorio nunca se había tirado. Luego de reclutar doce socios (cada cual aportó algo, uno vendió un auto Moskovich, otro, dos ordenadores HP), contactaron a un hombre experto en diseñar embarcaciones marinas. La faena no es barata. Un motor potente y confiable no baja de 4 mil o 5 mil dólares en el mercado negro. Adquirieron tres GPS para una posible localización, además de otros enseres.

Se fueron sumando amigos a la aventura. En abril de 2014 eran 22 personas. Gregorio puso sobre aviso a familiares y amigos que tienen yates en Miami, para que en un momento dado, si recalaban en un cayo, los  remolcaran hasta la costa.

El GPS es fundamental. El patrón de la embarcación artesanal debía ser cinco estrellas. Optaron por un ex mecánico de un buque mercante que fanfarroneaba con conocer pasadizos fluviales recónditos de los cayeríos floridanos.

Antes de la partida, a las 2 y 30 de la madrugada del miércoles 23 de abril, se despidieron de allegados con un par de litros de whisky barato. Llevaban comida y agua suficiente para dos semanas en caso de naufragio. Un tablero de ajedrez, barajas españolas y un juego de dominó. Como si en vez de una arriesgada travesía marina fueran a un sosegado safari.

La familia en La Habana rastreaba por la ilegal antena de cable noticias frescas en los canales televisivos miamenses. Al parecer, el mediodía del viernes llegaban buenas nuevas.

La madre de uno de los balseros llamó a sus parientes para contarle que en el Canal 23 había visto una noticia sobre la supuesta embarcación donde viajaba su hijo. El rumor se expandió como fuego en el bosque. La familia de Miami de los balseros llamó a Krome y otros centros de detención de inmigrantes en la Florida.

No se pudo confirmar el suceso. Recorrieron hospitales y oficinas de guardacostas. Nadie sabía nada de los balseros. Comenzó a cundir el pánico.

Sus familiares en Cuba llaman insistentemente a los móviles de los balseros. De momento, la única señal es una lacónica respuesta de una voz grabada que dice: “El número que usted llama está apagado o fuera del área de cobertura”.

Vecinos y amigos tratan de insuflarles aliento a los parientes de los balseros. “Un tío mío estuvo doce días en altamar hasta que recaló en Cayo Hueso”. O, “hay que esperar, solo llevan 6 días en el mar”. Familiares a un lado y otro del Estrecho duermen mal, comen poco y tienen los nervios de punta. Rezan a sus santos y suplican por la vida de los suyos. Cada día que pasa sin noticias es sinónimo de malos augurios. Y es que la muerte de un balsero, por lo general, nadie puede confirmarla.

Auge de negocios entre La Habana y Miami

Para Gregorio, todo es tan simple como llamar desde su celular a un familiar que reside en la Florida y encargarle una lista de circuitos y piezas para teléfonos inteligentes y computadoras. “En menos de 72 horas los tengo en mi taller. Cualquier tipo de piezas, iPhone, Motorola, Black Berry. También Hewlett Packard, Apple o Dell. Ahora llamé a mi pariente para ver si en Miami se puede comprar displays para tabletas, pues me han llegado al taller varias que presentan desperfectos en el display y no dispongo de ninguno”, relata Gregorio, dueño de un taller de reparar móviles, tabletas y ordenadores en la capital cubana.

En su pequeño negocio, por 10 cuc usted puede adquirir las últimas aplicaciones de teléfonos con sistemas operativos Android, Windows 8 y Apple. O juegos “craqueados” para Wii de Nintendo o Xbox de Microsoft.

Todo los programas y aplicaciones llegan desde la otra orilla en bolsos de las “mulas”, personas que desde hace más de 25 años se dedican al trasiego de alimentos, medicinas, ropa, calzado y electrodomésticos. Las “mulas” se han ido reinventando, a tenor con cada nueva ley promulgada por el régimen cubano o las diferentes administraciones de Washington. Son como pequeños roedores que a escondidas van devorando un enorme queso. Y vaya si lo han hecho.

Le han abierto un agujero considerable al embargo económico y financiero de Estados Unidos contra Cuba. Según Sixto, economista, es difícil de cuantificar el monto de dinero que se mueve a través del comercio ilegal: “Calculo en cerca de 3.000 millones de dólares los artículos que cada año se mueven entre la Florida y la isla mediante las mulas”.

Las exportaciones al margen de la ley traen de cabeza a funcionarios aduanales estadounidenses y de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro.

En el Aeropuerto Internacional de La Habana, los servicios de la Aduana General inspeccionan con celo ese enorme volumen de mercaderías.

De 2012 a la fecha, el Gobierno cubano ha decretado varias normas aduaneras, en un intento por frenar la entrada de alimentos y productos industriales que nutren a los pequeños negocios privados y han menguado las ventas en las tiendas estatales por divisas.

Osvaldo es un intermediario particular, que en una vivienda deshabitada ha montado una especie de zona franca. “Un grupo de amigos nos dimos cuenta que la mayoría de los emprendimientos privados necesitaban determinados artículos para mantenerse competitivos. Hay quienes directamente contactan con parientes en Miami y les encargan piezas de autos rusos, herrajes o stocks informáticos”, dijo el hombre.

Según él, no muchos tienen esos contactos. “Entonces decidimos habilitar un almacén donde según la demanda, encargamos ropa, teléfonos, electrodomésticos, teles de plasma, ordenadores, piezas de autos y cualquier otra cosa. Los vendemos con una ligera ganancia”, agregó.

A la pregunta de cómo entran la mercancía a Cuba, Osvaldo prefiere no ofrecer detalles. Cualquier viajero a la isla conoce de primera mano los dilatados controles en los aeropuertos internacionales existentes en el país.

Según Calixto, cubanoamericano que visita su patria tres veces al año, los controles son casi una tortura. “Te hacen tres chequeos férreos a las maletas e innumerables preguntas inquisidoras. Eres afortunado si, aunque tengas los papeles en regla, en menos de hora y media puedes pasar el escaneo del equipaje”.

Conociendo el rigor aduanero, uno se pregunta de qué forma se pueden introducir en el país importaciones consideradas ilegales. Nuria, ex aduanera, intenta aclarar la ecuación.

“Es un negocio que involucra y salpica de dinero a muchos. Desde empresas del Estado que importan de Estados Unidos artículos que compran en terceros países hasta personas amparadas por el régimen que efectúan ese tipo de trasiego sin pasar por las formalidades aduanales.

Luego está el entramado de corrupción establecido entre ‘mulas’ y chequeadores de la Aduana. Es una cadena donde todos salen beneficiados. Algunos aduaneros a veces ganan en un día el salario de un año de trabajo, haciéndose los de la vista gorda.

Lo que más se cuida es que no entre propaganda enemiga, armas de fuego o drogas. Con lo otro, dólares mediante, se suele ser más laxo”, señala Nuria. El régimen es el gran beneficiario.

Excepto algunos miles de dólares que se repatrian a Estados Unidos en ciertos negocios mixtos de familia, la mayor parte del dinero se gasta en Cuba. Pero no solo es pacotilla lo que entra a granel por los aeropuertos cubanos.

En Miami o Tampa, innumerables agencias en 24 horas te entregan en tu casa -en dólares o pesos convertibles- el dinero girado por parientes y amigos. “Tienen una tasa de interés menor que las transacciones de Western Union”, dice Mario, jubilado que cada mes recibe 250 dólares de una hija residente en Hialeah.

También empresas asociadas con el gobierno, como agencias turísticas o Ezetop, un sitio digital radicado en Irlanda, ofrecen opciones de vacaciones en Varadero y otros lugares de placer, recargan teléfonos móviles, pagan facturas telefónicas y próximamente se podrá activar cuentas a familiares en Cuba con paquetes de datos de internet en el celular o en su casa.

La primavera de 2014 parece propicia para nuevas reformas económicas de carácter estructural. “En un plazo no mayor de seis meses se comenzará a devaluar al peso convertible frente al peso. Se estudia rebajarlo a una tasa de un cuc por 17 pesos. Es muy probable que antes del verano se promulgue una nueva Ley de Inversiones, autorizando a cubanos residentes en el extranjero abrir negocios en la isla.

Creo que el flujo de dinero y mercancías desde la Florida se multiplicará por tres”, señaló un experto vinculado al sector estatal. Debido a las carencias en Cuba, el comercio entre las dos orillas ha superado y dejado atrás las actuales políticas vigentes. Está por ver si esas políticas se renuevan. O siguen empeñadas en jugar al gato que intenta cazar un ratón.