Con las reformas de Raúl Castro, los cubanos pobres viven peor

Junto a su esposa y cinco hijos, José vive hacinado en una habitación de tres metros por cuatro con una barbacoa de madera, en una cuartería de Santos Suárez, barriada del sur de La Habana. El solar es un sitio precario donde los cables de electricidad cuelgan del techo, el agua corre por el angosto pasillo central debido a las filtraciones en las cañerías y un olor nauseabundo de los albañales se impregna en la nariz durante horas.

Esa cuartería forma parte de la colección de asentamientos desvencijados donde residen más de 90 mil habaneros, según cuenta Joel, funcionario de vivienda en el municipio 10 de Octubre.

Hay sitios peores. En los alrededores de la capital, como el marabú, crecen las villas miserias. Suman más de 50. Casas de chapas de aluminio, tejas y cartón tabla sin servicios sanitarios donde sus moradores obtienen la electricidad de manera clandestina. Continuar leyendo

Cuando La Habana perdió el miedo

La noche anterior al viernes 5 de agosto de 1994, la barriada habanera de La Víbora sufría uno de los tantos apagones a los cuales “el período especial en tiempos de paz” (eufemismo con que el Gobierno denominaba la profunda crisis económica) nos tenía acostumbrados. A las 7 de la mañana todavía no había venido la electricidad. Sin ventilador, estaba empapado de sudor. Me levanté y decidí bañarme, con un cubo de agua (tener ducha era un verdadero lujo).

Ya en mi casa habían comprado los cinco panes que nos tocaban por la libreta de racionamiento, agarré el mío y me lo comí, a capela (la mayonesa, la mantequilla y el queso crema también eran un lujo). En el refrigerador quedaba un poco de yogurt, le eché azúcar y me lo tomé. Salí con el único short bermuda que tenía, una vieja camiseta sin mangas y unas chancletas gastadas. Me senté en la esquina, a hablar con varios amigos, que estaban tomando fresco y dejando correr el tiempo. Era lo mejor que se podía hacer en el caluroso verano de 1994 si no se quería tener problemas con la Policía y la Seguridad del Estado.

Enseguida, el tema de conversación se centró en lo que entonces era una obsesión para los habaneros: ver cómo podían llegar a la Florida sin ser detectados por guardacostas cubanos o estadounidenses y, sobre todo, no ser merienda de tiburones.

En eso estábamos, cuando un amigo llegó corriendo y nervioso nos pregunta si no habíamos escuchado la última noticia, que parientes de Miami lo habían llamado y le habíán dicho que estaban preparando embarcaciones para recoger a todos los que quería irse, que ya había mucha gente congregándose a lo largo del Malecón.

Subí rápido a la casa, me cambié las chancletas por el único par de tenis, igual de gastados, pero más resistentes que teníá. En eso, mi madre me dijo que desde España había llamado Lissette Bustamente, una periodista amiga que trabajaba para el diario español ABC para saber si nos habíamos enterado de lo que estaba pasando por el Malecón (en aquella época, casi siempre nos enterábamos de lo que pasaba en Cuba por llamadas de periodistas y amigos en el exterior). Lissette quería saber si por la televisión estaban diciendo algo, le dijo que nuestro televisor -ruso, de la marca Krim- llevaba más un año roto, que yo iba a ir a casa de una vecina, a ver si estaban dando alguna información. No le comenté a mi madre sobre el rumo que ya estaba circulando por la calle y lo que hice fue quitarme la camiseta sin mangas y ponerme un pulóver, por si las cosas se complicaban.

Cuando bajé, un chofer de la ruta 15, cuyo paradero o terminal en aquel tiempo quedaba al doblar de la casa, había logrado sacar una guagua y nos invitaba a montarnos e irnos con él, para llegar más rápido al caos que en cuestión de horas se formó por las céntricas avenidas del Puerto y Malecón, en el Paseo del Prado y los barrios marginales de la capital, como Colón, San Leopoldo, Jesús María y Cayo Hueso.

Para ganar tiempo, el chofer desvió el trayecto de la 15, un ómnibus que hacía uno de los recorridos más largos de la ciudad, atravesando zonas populosas de los municipios 10 de Octubre, Cerro, Centro Habana y Habana Vieja. Durante el viaje, al vehículo fue subiendo gente ansiosa por llegar a las proximidades del Malecón, por si se producía una nueva estampida migratoria como la de 1980, cuando por el Puerto del Mariel se fueron más de 125.000 cubanos.

De aquel día, lo que más grabado se me quedó fue una multitud, mayoritariamente formada por negros y mulatos, gritando ¡Abajo Fidel! y ¡Abajo la dictadura!

Cerca de las 8 de la noche regresé a la casa. En el televisor de la vecina de enfrente, mi madre había visto cuando el gobernante cubano, rodeado de escoltas con armas largas, se bajaba de un auto frente al Capitolio. Ella no sabía de dónde yo venía y quiso compartir conmigo la escena trasmitida por la televisión cubana: “Iván, cuando vieron a Fidel, los que hasta ese momento estaban gritando contra él, enseguida empezaron a aplaudir y darle vivas. Eso es prueba de las dos caras y del temor de este pueblo, por eso esta dictadura va a durar 100 años o más”, me dijo.

Pese al vaticinio materno, el 5 de agosto de 1994 ha quedado como el día en que los habaneros por unas horas perdieron el miedo y salieron a las calles a protestar. Una fecha para no olvidar.

Ruleta rusa en el Estrecho de la Florida

Probablemente sea el cementerio marino más grande del mundo. No hay cifras concretas de los niños, jóvenes, adultos y ancianos que yacen bajo sus turbulentas aguas. Es como jugar a una ruleta rusa. Aunque los números aterran -uno de cada tres balseros es merienda de tiburones- mucha gente en Cuba se toma el asunto con una ligereza que provoca escalofrío.

Es un drama humano con evidentes tintes políticos. El régimen quiere contar la historia a su manera. La gente se va de la isla, dicen, alentada por la Ley de Ajuste que otorga residencia automática a los cubanos que pisen suelo estadounidense. Es cierto. La frivolidad de la política estadounidense de pies secos, pies mojados, parece un juego macabro. Si un guardacostas gringo te atrapa en altamar, te devuelven a Cuba. Si logras tocar tierra, te ganas la lotería.

Aunque absurda, la cuota de responsabilidad moral sigue recayendo en la autocracia verde olivo. Solo el desespero, falta de futuro y agobio económico puede impulsar a una persona a planificar esa peligrosa travesía marina. La gente se marcha porque en Cuba las cosas andan mal. Aquéllos que no tienen parientes en Estados Unidos o se dilatan sus trámites de reunificación familiar, se juegan su futuro en una balsa.

Les cuento una historia de balseros que ha acontecido en mi barrio.

Desde las Navidades de 2013, Gregorio (nombre cambiado) estaba persuadiendo a parientes y amigos dispuestos a cambiar su destino en una aventura marina.

Después que en 1994 el régimen de Fidel Castro despenalizara las salidas ilegales hacia el Norte, los futuros balseros traman sus proyectos sin demasiada discreción.

Gregorio andaba obsesionado con la idea de marcharse del país. Parte de su familia reside en Miami. Lleva años haciendo trámites legales y sacando cuentas: no quiere llegar a la Florida cuando tenga 60 años. Buscar aliados para semejante empresa no es difícil en Cuba. Jóvenes sin futuro sobran en cualquier rincón de la isla. Una prioridad: fichar a personas con conocimientos náuticos.

Tipos con experiencia fallida en otros intentos. Gente con plata para construir una embarcación lo más segura posible. El tráfico humano desde Cuba hacia Estados Unidos es un negocio boyante. Pero todos no pueden pagar los 10 mil dólares que vale un boleto. Hay varios tipos de inmigrantes. Están los que apuestan por cruzar fronteras terrestres, saltando de una nación a otra en largas y peligrosas marchas desde Ecuador, o pagarle al contado a un coyote mexicano para que te ponga al otro lado de la frontera.

Luego están los balseros. Según José, “somos los que andamos más desesperados. Tengo  socios que lo han intentado media docena de veces. Si son atrapados por los guardafronteras cubanos o estadounidenses, siempre lo vuelven a intentar. Muchos se han convertidos en viejos lobos de mar”.

Gregorio nunca se había tirado. Luego de reclutar doce socios (cada cual aportó algo, uno vendió un auto Moskovich, otro, dos ordenadores HP), contactaron a un hombre experto en diseñar embarcaciones marinas. La faena no es barata. Un motor potente y confiable no baja de 4 mil o 5 mil dólares en el mercado negro. Adquirieron tres GPS para una posible localización, además de otros enseres.

Se fueron sumando amigos a la aventura. En abril de 2014 eran 22 personas. Gregorio puso sobre aviso a familiares y amigos que tienen yates en Miami, para que en un momento dado, si recalaban en un cayo, los  remolcaran hasta la costa.

El GPS es fundamental. El patrón de la embarcación artesanal debía ser cinco estrellas. Optaron por un ex mecánico de un buque mercante que fanfarroneaba con conocer pasadizos fluviales recónditos de los cayeríos floridanos.

Antes de la partida, a las 2 y 30 de la madrugada del miércoles 23 de abril, se despidieron de allegados con un par de litros de whisky barato. Llevaban comida y agua suficiente para dos semanas en caso de naufragio. Un tablero de ajedrez, barajas españolas y un juego de dominó. Como si en vez de una arriesgada travesía marina fueran a un sosegado safari.

La familia en La Habana rastreaba por la ilegal antena de cable noticias frescas en los canales televisivos miamenses. Al parecer, el mediodía del viernes llegaban buenas nuevas.

La madre de uno de los balseros llamó a sus parientes para contarle que en el Canal 23 había visto una noticia sobre la supuesta embarcación donde viajaba su hijo. El rumor se expandió como fuego en el bosque. La familia de Miami de los balseros llamó a Krome y otros centros de detención de inmigrantes en la Florida.

No se pudo confirmar el suceso. Recorrieron hospitales y oficinas de guardacostas. Nadie sabía nada de los balseros. Comenzó a cundir el pánico.

Sus familiares en Cuba llaman insistentemente a los móviles de los balseros. De momento, la única señal es una lacónica respuesta de una voz grabada que dice: “El número que usted llama está apagado o fuera del área de cobertura”.

Vecinos y amigos tratan de insuflarles aliento a los parientes de los balseros. “Un tío mío estuvo doce días en altamar hasta que recaló en Cayo Hueso”. O, “hay que esperar, solo llevan 6 días en el mar”. Familiares a un lado y otro del Estrecho duermen mal, comen poco y tienen los nervios de punta. Rezan a sus santos y suplican por la vida de los suyos. Cada día que pasa sin noticias es sinónimo de malos augurios. Y es que la muerte de un balsero, por lo general, nadie puede confirmarla.

Auge de negocios entre La Habana y Miami

Para Gregorio, todo es tan simple como llamar desde su celular a un familiar que reside en la Florida y encargarle una lista de circuitos y piezas para teléfonos inteligentes y computadoras. “En menos de 72 horas los tengo en mi taller. Cualquier tipo de piezas, iPhone, Motorola, Black Berry. También Hewlett Packard, Apple o Dell. Ahora llamé a mi pariente para ver si en Miami se puede comprar displays para tabletas, pues me han llegado al taller varias que presentan desperfectos en el display y no dispongo de ninguno”, relata Gregorio, dueño de un taller de reparar móviles, tabletas y ordenadores en la capital cubana.

En su pequeño negocio, por 10 cuc usted puede adquirir las últimas aplicaciones de teléfonos con sistemas operativos Android, Windows 8 y Apple. O juegos “craqueados” para Wii de Nintendo o Xbox de Microsoft.

Todo los programas y aplicaciones llegan desde la otra orilla en bolsos de las “mulas”, personas que desde hace más de 25 años se dedican al trasiego de alimentos, medicinas, ropa, calzado y electrodomésticos. Las “mulas” se han ido reinventando, a tenor con cada nueva ley promulgada por el régimen cubano o las diferentes administraciones de Washington. Son como pequeños roedores que a escondidas van devorando un enorme queso. Y vaya si lo han hecho.

Le han abierto un agujero considerable al embargo económico y financiero de Estados Unidos contra Cuba. Según Sixto, economista, es difícil de cuantificar el monto de dinero que se mueve a través del comercio ilegal: “Calculo en cerca de 3.000 millones de dólares los artículos que cada año se mueven entre la Florida y la isla mediante las mulas”.

Las exportaciones al margen de la ley traen de cabeza a funcionarios aduanales estadounidenses y de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro.

En el Aeropuerto Internacional de La Habana, los servicios de la Aduana General inspeccionan con celo ese enorme volumen de mercaderías.

De 2012 a la fecha, el Gobierno cubano ha decretado varias normas aduaneras, en un intento por frenar la entrada de alimentos y productos industriales que nutren a los pequeños negocios privados y han menguado las ventas en las tiendas estatales por divisas.

Osvaldo es un intermediario particular, que en una vivienda deshabitada ha montado una especie de zona franca. “Un grupo de amigos nos dimos cuenta que la mayoría de los emprendimientos privados necesitaban determinados artículos para mantenerse competitivos. Hay quienes directamente contactan con parientes en Miami y les encargan piezas de autos rusos, herrajes o stocks informáticos”, dijo el hombre.

Según él, no muchos tienen esos contactos. “Entonces decidimos habilitar un almacén donde según la demanda, encargamos ropa, teléfonos, electrodomésticos, teles de plasma, ordenadores, piezas de autos y cualquier otra cosa. Los vendemos con una ligera ganancia”, agregó.

A la pregunta de cómo entran la mercancía a Cuba, Osvaldo prefiere no ofrecer detalles. Cualquier viajero a la isla conoce de primera mano los dilatados controles en los aeropuertos internacionales existentes en el país.

Según Calixto, cubanoamericano que visita su patria tres veces al año, los controles son casi una tortura. “Te hacen tres chequeos férreos a las maletas e innumerables preguntas inquisidoras. Eres afortunado si, aunque tengas los papeles en regla, en menos de hora y media puedes pasar el escaneo del equipaje”.

Conociendo el rigor aduanero, uno se pregunta de qué forma se pueden introducir en el país importaciones consideradas ilegales. Nuria, ex aduanera, intenta aclarar la ecuación.

“Es un negocio que involucra y salpica de dinero a muchos. Desde empresas del Estado que importan de Estados Unidos artículos que compran en terceros países hasta personas amparadas por el régimen que efectúan ese tipo de trasiego sin pasar por las formalidades aduanales.

Luego está el entramado de corrupción establecido entre ‘mulas’ y chequeadores de la Aduana. Es una cadena donde todos salen beneficiados. Algunos aduaneros a veces ganan en un día el salario de un año de trabajo, haciéndose los de la vista gorda.

Lo que más se cuida es que no entre propaganda enemiga, armas de fuego o drogas. Con lo otro, dólares mediante, se suele ser más laxo”, señala Nuria. El régimen es el gran beneficiario.

Excepto algunos miles de dólares que se repatrian a Estados Unidos en ciertos negocios mixtos de familia, la mayor parte del dinero se gasta en Cuba. Pero no solo es pacotilla lo que entra a granel por los aeropuertos cubanos.

En Miami o Tampa, innumerables agencias en 24 horas te entregan en tu casa -en dólares o pesos convertibles- el dinero girado por parientes y amigos. “Tienen una tasa de interés menor que las transacciones de Western Union”, dice Mario, jubilado que cada mes recibe 250 dólares de una hija residente en Hialeah.

También empresas asociadas con el gobierno, como agencias turísticas o Ezetop, un sitio digital radicado en Irlanda, ofrecen opciones de vacaciones en Varadero y otros lugares de placer, recargan teléfonos móviles, pagan facturas telefónicas y próximamente se podrá activar cuentas a familiares en Cuba con paquetes de datos de internet en el celular o en su casa.

La primavera de 2014 parece propicia para nuevas reformas económicas de carácter estructural. “En un plazo no mayor de seis meses se comenzará a devaluar al peso convertible frente al peso. Se estudia rebajarlo a una tasa de un cuc por 17 pesos. Es muy probable que antes del verano se promulgue una nueva Ley de Inversiones, autorizando a cubanos residentes en el extranjero abrir negocios en la isla.

Creo que el flujo de dinero y mercancías desde la Florida se multiplicará por tres”, señaló un experto vinculado al sector estatal. Debido a las carencias en Cuba, el comercio entre las dos orillas ha superado y dejado atrás las actuales políticas vigentes. Está por ver si esas políticas se renuevan. O siguen empeñadas en jugar al gato que intenta cazar un ratón.

Los cubanos sufren otro embargo impuesto por el Gobierno

Aunque usted viaje de Miami a La Habana en segunda clase y en un vuelo de poco menos de 45 minutos, los aranceles y el precio del billete aéreo son de infarto. Probablemente, a un cubano residente en la Florida le resulte más barato viajar a Europa que visitar a sus parientes. El régimen de Castro tiene su arma secreta contra el embargo que desde 1962 implantó Estados Unidos a la isla.

La réplica ha sido ordeñar a los exiliados que viven desperdigados por medio mundo, en particular en la otra orilla. Sin fanfarria, el castrismo ha creado una formidable industria con el sudor y sacrificio de los emigrados.

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