Algunas cosas ya cambiaron

La victoria de Mauricio Macri frente a Daniel Scioli pone fin a uno de los procesos electorales más emocionantes de nuestra joven democracia. Y, aunque probablemente estos meses se estudien una y otra vez en los años por venir, ya se pueden hacer algunas observaciones para intentar explicar lo que sucedió el domingo.

Las estrategias electorales de ambos frentes, en primer lugar, fueron diametralmente opuestas. Cambiemos, surgido del encuentro de PRO, la Coalición Cívica y la Unión Cívica Radical, optó por decidir su candidato presidencial mediante las PASO. Lejos de desgastar, esto legitimó a Mauricio Macri como candidato. El Frente para la Victoria hizo lo contrario: frustró con verticalismo las aspiraciones de Florencio Randazzo y se inclinó muy rápido por el resistido Scioli. Esta falta de competencia legitimadora hizo que el candidato oficialista tuviera que destinar mucha energía a convencer al kirchnerismo más ortodoxo de que él los representaba, mientras muchos de estos decían que lo votarían a regañadientes.

Algo similar ocurrió con el debate. Scioli, bajo la verdad no comprobada de que el que lidera la intención de voto no debate porque no le conviene, decidió no asistir y posibilitó que todos los candidatos no oficialistas compartieran un escenario y una foto ante un atril vacío. Creo que pocas cosas en toda la campaña hicieron más por acercar a los votantes opositores que esa decisión del oficialismo de no reconocer que el debate tenía un significado que trascendía la campaña y los candidatos: era el primer debate presidencial de la historia de nuestro país. Continuar leyendo

Intelectuales por el cambio

Hace unas semanas, en una reunión del Grupo Manifiesto, un reconocido filósofo argentino criticaba con dureza al kirchnerismo y a Daniel Scioli en particular. Respecto de Mauricio Macri, pese a expresar diferencias personales hacia él y algunas críticas al PRO, señalaba que la gestión en la ciudad de Buenos Aires había sido muy buena. Por eso sorprendió cuando cerró su exposición diciendo que, en un eventual ballotage, lamentaba inclinarse por Scioli y no por Macri.

Para justificar su postura ejerció un pesimismo resignado. En su intento por desterrar prácticas políticas como el clientelismo, el nepotismo y la corrupción, un Gobierno de Cambiemos tendría problemas de gobernabilidad. Temía que eso, sumado al legado institucional y económico que deja el kirchnerismo, pudiera conducir a una crisis similar a la de diciembre de 2001. El kirchnerismo en el poder, en cambio, significaría la continuación de la degradación actual, pero eso sería mejor que arriesgar otro estallido. Se trata de una postura frecuente en el ambiente intelectual opositor: creer que nada realmente puede cambiar y que lo máximo a lo que podemos aspirar es a hacer más lento el proceso de deterioro que sufrimos. Continuar leyendo