Todavía es posible evitar una crisis

Javier Gonzalez Fraga

Está cada día más claro que el Gobierno ha decidido transitar el 2012 postergando las correcciones económicas, sobre la base de dos políticas principales:

- Controles cambiarios y restricciones a las importaciones para preservar el nivel de reservas sin tener que devaluar el peso en línea con la devaluación del real de Brasil.

- Frenar el crecimiento del gasto público, especialmente en transferencias a Provincias y al Sector Privado (subsidios) para aliviar las cuentas fiscales, que venían de un fuerte deterioro después de los desbordes del año electoral anterior.

De esta manera el equipo económico intenta revertir el deterioro de los superávits mellizos, fiscal y externo, que caracterizaron los primeros 5 años de la década kirchnerista, pero que recientemente devinieron en déficits.

Estas políticas macroeconómicas fueron complementadas con un intento de impulsar lainversión privada, ya que su bajo nivel constituía una amenaza a la continuidad del crecimiento económico, además de ser un factor determinante del aumento de la inflación. Los mecanismos implementados para impulsar la inversión fueron muy diversos; desde el clásico incentivo crediticio a través de nuevas normas bancarias, y los créditos del bicentenario, hasta la presión en las empresas más grandes, llegando al caso emblemático de la expropiación de YPF. Los resultados de estos intentos han sido pobres, ya que la inversión verdaderamente productiva, ha bajado durante el presente año.

En estos últimos 5 años de gestión de la presidente Cristina Fernández de Kirchnerse han producido ciertos procesos que alejan a la Argentina de aquella situación virtuosa que imperó hasta el 2006, que permitía altos niveles de crecimiento, con inflación moderada, y un tipo de cambio competitivo. Esas condiciones se basaban en superávits fiscal y externo que excedían incluso los exigentes niveles que recomendaba el FMI en aquellos años. En estos últimos 5 años hemos tenido:

1. Niveles de inflación mucho más altos, y lo que es aún más grave, ignorados por el Gobierno a través de la manipulación ostensible de los índices de precios que publica el Indec.

2. Un crecimiento económico menor, si se lo mide correctamente, y estancamiento en los últimos 12 meses.

3. Una fuerte apreciación cambiaria frente a las monedas de la región, que en el caso del real de Brasil, llega a un 44%, tomando como base diciembre del 2007.

4. Un gasto público que siguió creciendo y ya llega a casi el 40% del PBI.

5. Una presión tributaria muy elevada, 34% del PBI, que junto con la apreciación cambiaria y los aumentos salariales condicionan la rentabilidad empresarial.

En este contexto, las opciones de política económica se acotan tremendamente, y cualquier estímulo a la demanda genera inflación y demanda de dólares, y el más mínimo ajuste puede provocar una recesión, y malestar social. La generación de empleo se ha estancado, lo mismo que la erradicación de la pobreza. Los controles cambiarios y comerciales ahuyentan la inversión nacional y extranjera, reforzándose las presiones inflacionarias a pesar del lentísimo crecimiento de la economía.

 

¿Cómo salir de esta encrucijada?

Lo más importante es la contención gradual pero sostenida de la inflación. Para ello, lo primero es reconocerla como el principal flagelo que hoy azota a la economía argentina. Después se deberían establecer metas de inflación, gradualmente descendentes, pero muy moderadas, consensuadas con empresas y sindicatos, pero “vinculantes” para la política monetaria, cambiaria, tarifaria y de salarios públicos. Y consistentes con una muy suave reducción del gasto público.

La reducción del gasto debería compensarse, para no entrar en una recesión, con unaumento importante de la inversión privada productiva. Además de menores expectativas inflacionarias, se deberían implementar medidas concretas, crediticias, impositivas, y de infraestructura energética para facilitar la reinversión de ganancias y la adquisición de bienes de capital por parte de empresas medianas y pequeñas.

Una vez que se controlen las expectativas inflacionarias se debería recuperar la competitividad de nuestras exportaciones industriales y agroindustriales, revisando primero las retenciones a las exportaciones, y otras absurdas trabas al comercio exterior. Después deberíamos regularizar el mercado cambiario, reconociendo la existencia de hecho de un doble mercado, comercial por un lado y otro financiero y turístico. Con el tiempo, muy gradualmente se debería procurar la unificación de ambos mercados, lo que es fundamental para evitar las distorsiones que tantas veces hemos visto en la Argentina.

La implementación de estas medidas seguramente generará una más rápida caída de los ingresos fiscales que de los gastos públicos. Ese temporario mayor déficit fiscal y eventualmente externo, debería cubrirse con acceso al financiamiento externo, a tasas y plazos razonables, como los que disfrutan economías que no son mejores que las nuestras, como Uruguay, Bolivia, Brasil y Colombia. Pero haciendo los correcciones necesarias en el Indec, cumpliendo con el envío de información creíble al FMI, regularizando con el Club de París y cerrando el tema de los holdouts, la Argentina calificaría, por sus bajísimos niveles de deuda externa exigible, tanto pública como privada, para obtener 20.000 millones de dólares anuales, en condiciones aún más ventajosas que esos países.

La reinserción en el mundo posibilitará la recuperación de los flujos de inversiones externas que caracterizaron a los primeros años de la última década, los cuales, junto con las inversiones domésticas y mayores exportaciones pueden explicar un nuevo ciclo de crecimiento económico.

El mantenimiento del consumo interno es sumamente importante, pero no aislado de un proceso de inversiones verdaderamente productivas ni de estímulo a las exportaciones industriales.

El gasto público debería concentrarse en lo social, y subsidiar la demanda y no la oferta de servicios. La AUH debería ser ampliada y universalizada, pero los llamados Planes deben ser de emergencia y temporarios, para no debilitar la cultura del trabajo. Hay que cuatriplicar la construcción de viviendas económicas, cuyo déficit hoy explica la ausencia de un funcionamiento adecuado del hogar familiar en una tercera parte de la población, con el consecuente aumento de los embarazos adolescentes no deseados, los hijos desnutridos que no califican para ser educados como merecen, y la vulnerabilidad frente a la droga y la delincuencia.

En conclusión, debemos superar las restricciones macroeconómicas actuales, con inteligencia y gradualismo, para recuperar un sendero de crecimiento como el experimentado entre el 2002 y el 2006. Pero fundamentalmente, evitando una nueva crisis para no generar otra oleada de pobreza, como en 1989 y el 2001, porque el tejido social y político no lo resistiría. Es posible hacerlo.