Lo de Milagro Sala son chirolas

Ayer domingo, en Intratables, le preguntaron a Alejandro Vanoli, el último presidente del Banco Central en la gestión kirchnerista, a cuánto ascendían las pérdidas de la entidad como consecuencia de los compromisos que firmó de venta de dólar futuro (entre enero y junio) a 10,40 pesos, especialmente con bancos y cerealeras. Ahora, el banco deberá pagar a los beneficiarios la diferencia con la cotización actual de la divisa, unos cinco pesos.

Ese seguro de cambio fue otorgado cuando el dólar cotizaba en la Bolsa a más de trece pesos y en el mercado negro, entre catorce y quince pesos. Vanoli se negó en todo momento a dar las cifras estimadas de pérdidas por esta operación. Se justificó diciendo que una victoria de Daniel Scioli no hubiera llevado a la devaluación y, por consiguiente, hubiera evitado esas pérdidas. Dijo que cesó con esas operaciones apenas se conoció el triunfo de Mauricio Macri, pero no por qué no dejó de hacerlo apenas se conoció el resultado que ponía a Macri al borde de una victoria, en especial por el triunfo de María Eugenia Vidal. La decisión final de dejar de operar en el mercado futuro de divisas demuestra que esto mismo podría haberse hecho treinta días antes. Continuar leyendo

¿Quién paga la pelea con los buitres?

La denuncia de Cristina Kirchner acerca de una conspiración se llevó puesto al titular del Banco Central, viejo amigo de la familia K y custodio de muchos de sus secretos. Fábrega fue eyectado por haber advertido a los banqueros para que vendieran sus valores en dólares, cuando supo que deberían entregarlos al Central al tipo de cambio oficial. Hizo lo que haría cualquier banquero central -rescatar a la banca.

Lo curioso es que, en su reemplazo, fue designado Alejandro Vanoli, quien es todavía incluso más responsable de las operaciones ‘non sanctas’ en el mercado paralelo de la Bolsa, en su condición de titular del Mercado de Valores. Por esta vía, los capitalistas ingresaban dólares a 15 pesos y fugaban capitales que -se supone- están registrados legalmente. Vanoli ha repetido en forma pública que el litigio con los fondos buitre se superará a partir de enero próximo -o sea pagando.

Juan Carlos Fábrega se va dejando al Banco Central con una deuda de 230 mil millones de pesos, al 30 por ciento anual, lo que equivale a la totalidad de las reservas internacionales. El Banco Central está quebrado y la moneda nacional es un papel pintado.

Desmadre

La avalancha de denuncias de CFK obedece, precisamente, a que la situación financiera y monetaria se ha desmadrado. El enojo apunta al gobierno norteamericano, que no impidió la victoria judicial de los fondos buitre cuando se lo había prometido si normalizaba la deuda de Argentina en el Ciadi, con el Club de París, y con el arreglo con Repsol -el cual viabilizaba la entrega de los hidrocarburos a Chevron. En medio de los sofocones con la embajada norteamericana, los K apuran la aprobación de la ley petrolera Galuccio-Chevron-Exxon-Soros. Los kirchneristas parecen convencidos de que este núcleo los va a sostener en el poder contra viento y marea, del mismo modo que hiciera con Obama si hacía los arreglos externos ya mencionados.

Que el Gobierno despida al presidente del Banco Central, cuyas relaciones con los banqueros conocía de sobra y fueron la razón para que fuese nombrado, en primer lugar, revela que la crisis financiera y monetaria llega a su fase terminal. Es lo que explica el derrumbe de la Bolsa, el miércoles 1º, a pesar de que venía en suba cómoda acompañando la devaluación paralela del peso. También explica el colapso de la cotización de YPF en Nueva York, la niña mimada de los pulpos petroleros y los capitales financieros. La crisis tampoco termina siquiera con un arreglo con los buitres, sino con una devaluación de la moneda, lo que a su vez implica un torniquete brutal de los salarios y gastos sociales.

Si el Gobierno mantiene su lógica, deberá intervenir la Bolsa para controlar las operaciones cambiarias disimuladas como movimientos de capitales. Una consecuencia de esto sería la completa ilegalización del mercado de cambios. Una alternativa sería que desdoble ese mercado de cambios y convierta al paralelo en un mercado oficial financiero, con la yapa de un incentivo a los sojeros para que vendan la cosecha retenida. Esta operación podría servir para llegar a fin de año, aunque con una inflación de precios siempre mayor. El avance de la entrega petrolera depende de la sanción de la ley de hidrocarburos y de una devaluación en regla. Ni siquiera Chevron piensa financiar sus inversiones con dólares a 8,45 pesos.

No es la primera vez que CFK denuncia que los especuladores buscan bloquear la deuda reestructurada, que aceptó el 92 por ciento de los acreedores. Horacio Verbitsky, hace más de un mes, dijo lo contrario -que era el Gobierno quien quería volver a reestructurar esa deuda. Hay algo muy simple: los K no tienen la plata para pagar los vencimientos de 2015 (por eso aplicaron el plan Obama de arreglar con todo el mundo), ni tienen ahora dónde hacerlo, porque ninguna plaza financiera se ofrece a actuar como agente de pago. Después de enero se verán obligados a hacer las dos cosas: el canje de la deuda de 2015 y encontrar un refugio para pagar, apenas les pague a los buitres.

Crisis polìtica

El poder político del kirchnerismo cuelga de un hilo, ahora que se apresta a hacer bingo con la renuncia de Capitanich y las penurias cada vez mayores de Boudou. El patio de las palmeras se ha convertido en el reducto del poder, en momentos en que todas las fracciones de la burguesía temen a la reacción popular que provocaría una nueva devaluación y, probablemente, la primera de varias otras. Ni Lavagna se anima, en un clima como éste, a rememorar el ‘rodrigazo’.

La caracterización no es completa si no se añade la desvalorización del real brasileño, la que presiona fuerte hacia la devaluación del peso. Brasil no tiene solamente una deuda externa pública importante: de mayor importancia es la deuda privada con el extranjero y el volumen de capitales móviles en la Bolsa paulista. Brasil sufre, precisamente, una nueva fuga de capitales, que podría ser temeraria por su magnitud.

El “quid” de la cuestión es quién va a pagar esta crisis. La devaluación no es una necesidad para el desarrollo de la economía y el empleo, sino una operación financiera para pagar la deuda externa y acelerar la entrega petrolera. Toda la tendencia de la crisis y la política K es que será cargada sobre las espaldas de los trabajadores. Es sobre esto que los trabajadores deben centrar su atención, no en los discursos distraccionistas de CFK ni en la ‘serenidad’ mentirosa del cuartero de Scioli, Massa, Macri, Cobos-Binner. Todos ellos plantean una componenda con los buitres y un mayor endeudamiento para pagar la deuda impagable.

Una nueva oleada de luchas

Gestamp, Cables Lear, línea Sarmiento, alimenticia Calsa, paro activo de la UOM Córdoba y la huelga próxima en la siderurgia, huelga pendiente de choferes, peleas crecientes en las empresas que suspenden, huelga azucarera en Salta, paros de bancarios, paritarias sin arreglo en camioneros, alimentación, neumáticos, lucha contra el impuesto al salario en Aluar y numerosas empresas.

Hemos ingresado en una etapa crucial de luchas, como consecuencia de la crisis industrial, el ajuste, la inflación y la perspectiva de crisis provinciales y un derrumbe financiero. La acumulación de deudas del Banco Central con la banca local y las cerealeras e importadores, para frenar la inflación, acentúan la recesión económica y anuncian una nueva devaluación fuerte a corto o mediano plazo.

La crisis industrial opera como un factor de ataque al movimiento obrero, luego de las grandes huelgas docentes en Buenos Aires y Salta, la ocupación de Valeo, la ex Ligget y Rieter en Córdoba y el enorme paro nacional del 10 de abril pasado. La firma de convenios a la baja, por parte de los burócratas de la CGT de Caló, por un lado, y la decisión de Moyano de desensillar (aunque no aclare), por el otro, pesan como un lastre sobre la pelea que los trabajadores empeñan en sus lugares de trabajo -mediante ocupaciones y/o cortes de ruta. Asimismo, queda más clara la función de la ley antipiquetes de los K, que ha sido apoyada por sus supuestos rivales: Berni ha estado haciendo un despliegue descomunal de la Gendarmería, por afuera de cualquier agenda de “inseguridad”.

El empeño de la burocracia por acompañar el ajuste capitalista choca, sin embargo, con la envergadura de la crisis que el ajuste ha provocado. Es precisamente lo que demuestran la crisis metalúrgica en Córdoba o el enfrentamiento de la UOM con Techint y Acindar-Arcelor. El reclamo salarial de la UTA forzaría al gobierno a aumentar los subsidios al transporte y agravar el grave déficit fiscal, o producir un aumento descomunal del boleto. Si la burocracia de la UTA sigue dando largas al reclamo, como lo viene haciendo desde enero, estallarán huelgas en numerosas líneas de colectivos. En el tramo final de la experiencia kirchnerista, se asiste a una crisis de conjunto que impacta con fuerza en la lucha de clases como no se registra desde hace tiempo.

El gobierno no encuentra paliativos para esta crisis, porque se ha quedado sin recursos. El Banco Central no puede salir en su socorro, por la simple razón de que se encuentra en quiebra; financia al Estado a fondo perdido, lo que incrementa la inflación y lleva las tasas de interés, para la producción o el crédito al consumo, a tasas usurarias. Un rescate internacional, por parte de la gran banca, condiciona una gran devaluación del peso y los tarifazos. La crisis industrial e inflacionaria desembocará en una crisis política.

En estas condiciones, podríamos atravesar el Mundial de Fútbol “a la brasileña” -con huelgas, cortes y movilizaciones. La huelga del pasado 10 de abril y la huelga activa de la UOM, en Córdoba, demuestran que es posible movilizar a los grandes contingentes de los sindicatos. Al lado de la lucha por empresa o rama está planteado el reclamo de una huelga general de advertencia, en principio por 24 horas, para parar las suspensiones y despidos, y ajustar los salarios, mensualmente, a la inflación. Llamamos a iniciar una campaña por una huelga general por estas reivindicaciones.

La crisis no deben pagarla los trabajadores. Si cae la producción, que se repartan las horas de trabajo entre todo el personal sin reducción del salario promedio real de los últimos seis meses. Que se abran los libros de las empresas para conocer los costos y planes de producción, y las ganancias capitalistas acumuladas. Que se abran las cuentas de las financistas de esas empresas y de los bancos, que revelarán los costos usurarios que se cargan a los clientes.

Los trabajadores necesitamos un programa de conjunto. Por eso es importante que se convoque a un Congreso de delegados del conjunto del movimiento obrero, con mandatos de asamblea.

Llamamos a todo el activismo y la juventud a unir fuerzas en defensa de las luchas en curso, que están aisladas, mediante una gran agitación por la huelga general de los sindicatos en conflicto y de las CGT y las CTA, que consista en marchas, cortes, volanteadas. Llamamos la atención de todos los luchadores acerca de la necesidad de discutir la ocupación de las empresas que suspendan, despidan o cierren, para prepararlas debidamente y como parte de un plan de conjunto.

Los últimos cartuchos

La resolución del Banco Central de que los bancos debían vender los dólares que excedieran el 30% de su patrimonio neto, logró estabilizar la corrida contra el peso, pero no alteró la tendencia devaluacionista y un probable ‘defol’. En realidad, ha reforzado esa tendencia, porque acumula contradicciones considerablemente mayores a las existentes. El Rodrigazo, en 1975, que es citado como antecedente con una mayor frecuencia, tampoco fue un estallido único -el pico más alto de la crisis, en aquella etapa, fue alcanzado en noviembre de ese año y en febrero de 1976. Si se considera los beneficios colosales que la resolución del Banco Central ofrece a los bancos, es llamativo que no hubiera producido una caída mayor del dólar paralelo que se negocia en la Bolsa. Se trata de una manifestación de que la tendencia de fondo no ha cambiado. El desenlace político de la crisis, o sea el adelantamiento de las elecciones, también se ha tomado un respiro, pero solamente para ajustar en forma más precisa su mecanismo. La corrida contra el peso y el acortamiento del mandato K, van por rieles paralelos.

Negociado

La calificación como propios de los dólares en poder de los bancos locales, es un eufemismo. Esos dólares no fueron aportados desde el exterior sino comprados en el mercado local con dinero de los depositantes. Los bancos embolsaron una devaluación del 40% tomando dinero de sus clientes al 11/15 por ciento. Varios bancos llegaron a acumular dólares por hasta un 150% de su patrimonio neto. El gobierno encubrió este negociado hasta sus últimos límites, o sea cuando ya no tenía otro recurso que ordenar su venta para evitar el derrumbe. Para eso, antes devaluó el peso a 8 por dólar, concretando el beneficio de la devaluación para los bancos. Estableció, asimismo, una remuneración del 30% anual para los pesos obtenidos de la venta de dólares que los bancos depositan en el Banco Central -el doble de la tasa promedio que rigió en 2013. Para cerrar el esquema, el Banco Central vende contratos de dólar futuro a un tipo de cambio similar al de contado, lo cual convierte a la tasa de interés en pesos en una tasa en dólares. Un 30% en dólares es sinónimo de usura. Por último, pero no menos importante, los bancos venderán por tramos los 4.000 millones de dólares que fueron acumulando con dinero ajeno, ante la vista y paciencia del Banco Central, a la cotización del dólar Bolsa, que no es de ocho pesos sino que supera los diez pesos.

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