La calle

¿Qué hacer con la calle? Para un gobierno democrático es un problema. Por un lado se parte del principio que la democracia representativa implica una garantía de autonomía frente a presiones populares en el campo, en la ciudad, estudiantiles, de minorías vociferantes que se sienten excluidas, etcétera. Por otro lado, se supone que las manifestaciones, las protestas, el descontento que por una razón u otra no puede reflejarse en una coyuntura determinada en el parlamento o su equivalente deben encontrar algún eco, para que los sectores descontentos sientan que su malestar es tomado en cuenta. En días recientes vimos varias expresiones de esta contradicción, todas ellas diferentes y a la vez parecidas. En tres de los cuatro casos que voy a mencionar la contradicción ha sido relativamente bien resuelta.

La primera fue la reacción de la Cámara de los Comunes en Inglaterra ante la solicitud del primer ministro Cameron de acompañar a Estados Unidos, a Francia y a otros países de la OTAN en una acción militar contra el régimen de Al Assad en Siria. Después de un largo debate, Cameron, que dispone de una mayoría en el Parlamento, vio rechazada su solicitud. Hará lo que cualquier gobierno democrático: aceptar su derrota, reagrupar fuerzas, buscar cambiar la correlación de fuerzas y volver a la carga. Tomando en cuenta las dudas esgrimidas por los parlamentarios escépticos.

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