La culpa del retraso

La semana pasada comentábamos que para no pocos actores y analistas de la evolución política de México, en 1994 la resplandeciente transición mexicana desaprovechó una excelsa oportunidad para consumarse a tiempo, y cuando finalmente sobrevino, ya no pudo surtir todos los efectos deseados, ni logró detonar los círculos virtuosos anhelados. La reforma energética de Peña Nieto ¿correrá la misma suerte?

Hoy los protagonistas más capaces del PRI, como los que se encuentran en el gobierno, o Manlio Fabio Beltrones y David Penchyna en el Congreso, reconocen de una manera u otra que quizás la reforma de fondo ahora aprobada pudiera haberlo sido doce o seis años antes. Saben bien, porque allí estuvieron, que tanto Vicente Fox como Felipe Calderón, con las habilidades y torpezas de cada uno, se propusieron una abertura a la inversión privada en CFE y Pemex, y que fracasaron porque el PRI no quiso regalarles esa medalla. Especialistas de gran talento y simpatía por México como Daniel Yergin postulan, posiblemente con razón, que sólo un presidente del PRI hubiera podido enterrar la herencia del PRI: Nixon en China, como nos lo anunció Enrique Peña Nieto en La hora de opinar hace casi dos años. Todos concluyen, de alguna manera, que fue una lástima que todo esto -lo cual, como ya dije, aplaudo y aquilato- no haya sucedido antes, pero lo esencial es que haya acontecido ahora. ¿Y si no? ¿Podrá pasar lo mismo que con la transición a la democracia, o la apertura de la economía?

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Dos reformas, un aplauso

Hay que aplaudir la doble reforma aprobada por la mancuerna PRI-PAN en estos días, o como diría Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el “PRIAN”. Tanto los cambios políticos y electorales como la normatividad constitucional en materia de energía constituyen transformaciones, éstas sí, a diferencia de las anteriores de este mismo gobierno, paradigmáticas, y que pueden surtir un efecto trascendental en el futuro del país. Ambas, por el momento, siguen incompletas; serán sin duda modificadas todavía, encierran defectos importantes, y seguramente tendrán consecuencias perversas e imprevistas, algunas previsibles y otras no. Pero si de reformas se trata, esto sí sabe a jugo de tomate.

Enrique Peña Nieto (EPN) y su equipo le apostaron todo a la reforma energética, y más allá del éxito que encuentre, o de la magnitud del boom de inversiones que pueda arrojar, han mostrado una concentración y una disciplina suficiente para lograr su objetivo, que es encomiable. El PAN, por su lado, ha insistido desde un principio en que no habría reforma energética sin reforma político-electoral, y al aferrarse por lo menos en algunas de sus demandas tradicionales más importantes en materia político-electoral, y no rajarse, mostró también que se le ha ido quitando lo miedoso o lo pusilánime. Asimismo, hay que reconocer, aunque en menor medida, el esfuerzo de algunos senadores del PRD que supieron ayudar a hacer avanzar la reforma político-electoral, aun estando en contra de la reforma energética.

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Encuestas a un año

No me da buena espina lo que sucede en el Congreso en torno a las llamadas reformas político-electoral y energética, pero supongo que conviene esperar hasta el desenlace para pronunciarse sobre el contenido, y no el mero enunciado, de dichos cambios legislativos. Me sigue persiguiendo el leve temor de que en estos dos casos sucederá lo mismo que con otros en este sexenio: el gobierno ha adquirido la insólita habilidad de transformar buenas ideas y buenas intenciones en malos resultados. Pero aguardemos.

Lo que sí conocemos ya es el resultado de las encuestas al año de haber tomado posesión Enrique Peña Nieto. Además de la de esta casa, se pueden consultar la de Ulises Beltrán, en Excélsior; la de Francisco Abundis y Parametría; la de Jorge Buendía, en El Universal, y algunas otras de radio o privadas. Todas reflejan la misma tendencia, con campos de variación mayores o menores según la ficha técnica de cada sondeo. Los números son malos y deben ser preocupantes. La aprobación y calificación del presidente y del gobierno han caído entre una cuarta y quinta parte; la evaluación del desempeño gubernamental en temas específicos también, y los augurios negativos para el futuro se han elevado.

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El déficit y las previsiones

Varios colegas de éstas y otras páginas, entre ellos Leo Zuckermann y Juan Pardinas, han manifestado sus dudas sobre las implicaciones de la legislación fiscal recién aprobada. El tema que suscita dudas se refiere al tamaño del déficit previsto para el año entrante, contrapartida ideológica si no financiera de la alianza del gobierno y del PRD para encaminar el paquete de cambios al esquema fiscal hoy vigente. Digo ideológica porque me da la impresión de que al PRD le interesa más la idea del déficit que sus números, y que al gobierno le atrae más la idea de una llamada “Reforma Hacendaria” que su contenido.

En mi versión, el problema radica en las consecuencias para el año entrante y en su caso para 2015, de una evolución aleatoria de las cuentas del gobierno. Ya he apuntado en estas líneas hace unas semanas que per se no me preocupa en exceso un año de déficit, ni me parece que 4,1%, en sí mismo, represente un nivel de endeudamiento excesivo para un solo año. Señalé que sólo me preguntaba si un déficit anunciado de esa magnitud no reflejaba en el fondo un relativo pesimismo del gobierno sobre el crecimiento del año entrante. Es decir que sólo recurriría a un gasto tan superior a los ingresos previstos si realmente pensara que en ausencia de un esquema contracíclico de esas dimensiones la economía seguiría estancada en 2014, o generando una expansión reducida. Pero este es sólo el primer motivo de mi escepticismo.

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Obras emblemáticas

Uno de los esfuerzos más interesantes de EPN, pausado y discreto, es la construcción de la “marca México”, proyecto que comenzó con Fox, siguió con Calderón, pero que no se ha consumado.

Sin apresurarse, busca una definición de la “marca México” más allá de la imagen turística. Habrá que esperar al año entrante para ver si se puede construir a través de Hollywood y la publicidad, de la literatura y de la televisión el prototipo del mexicano exitoso, honesto, que sea apreciado así por el resto del mundo. El esfuerzo vale la pena.

Para que prospere, debe acompañarse de algo que ha faltado. Me refiero a proyectos emblemáticos, de realización concreta, perceptible e ilustrativa de lo que se quiere hacer como país. En el pasado ya hubo: CU con Alemán, Antropología con López Mateos, las Olimpiadas de Díaz Ordaz, los aeropuertos de Echeverría y las plataformas petroleras de López Portillo. Sin una realización de este tipo, y que sirva como símbolo de lo que los mexicanos somos capaces de hacer, va a ser difícil construir esa marca. Hay muchas ideas, repito cinco interesantes.

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La calle

¿Qué hacer con la calle? Para un gobierno democrático es un problema. Por un lado se parte del principio que la democracia representativa implica una garantía de autonomía frente a presiones populares en el campo, en la ciudad, estudiantiles, de minorías vociferantes que se sienten excluidas, etcétera. Por otro lado, se supone que las manifestaciones, las protestas, el descontento que por una razón u otra no puede reflejarse en una coyuntura determinada en el parlamento o su equivalente deben encontrar algún eco, para que los sectores descontentos sientan que su malestar es tomado en cuenta. En días recientes vimos varias expresiones de esta contradicción, todas ellas diferentes y a la vez parecidas. En tres de los cuatro casos que voy a mencionar la contradicción ha sido relativamente bien resuelta.

La primera fue la reacción de la Cámara de los Comunes en Inglaterra ante la solicitud del primer ministro Cameron de acompañar a Estados Unidos, a Francia y a otros países de la OTAN en una acción militar contra el régimen de Al Assad en Siria. Después de un largo debate, Cameron, que dispone de una mayoría en el Parlamento, vio rechazada su solicitud. Hará lo que cualquier gobierno democrático: aceptar su derrota, reagrupar fuerzas, buscar cambiar la correlación de fuerzas y volver a la carga. Tomando en cuenta las dudas esgrimidas por los parlamentarios escépticos.

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