Dos reformas, un aplauso

Hay que aplaudir la doble reforma aprobada por la mancuerna PRI-PAN en estos días, o como diría Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el “PRIAN”. Tanto los cambios políticos y electorales como la normatividad constitucional en materia de energía constituyen transformaciones, éstas sí, a diferencia de las anteriores de este mismo gobierno, paradigmáticas, y que pueden surtir un efecto trascendental en el futuro del país. Ambas, por el momento, siguen incompletas; serán sin duda modificadas todavía, encierran defectos importantes, y seguramente tendrán consecuencias perversas e imprevistas, algunas previsibles y otras no. Pero si de reformas se trata, esto sí sabe a jugo de tomate.

Enrique Peña Nieto (EPN) y su equipo le apostaron todo a la reforma energética, y más allá del éxito que encuentre, o de la magnitud del boom de inversiones que pueda arrojar, han mostrado una concentración y una disciplina suficiente para lograr su objetivo, que es encomiable. El PAN, por su lado, ha insistido desde un principio en que no habría reforma energética sin reforma político-electoral, y al aferrarse por lo menos en algunas de sus demandas tradicionales más importantes en materia político-electoral, y no rajarse, mostró también que se le ha ido quitando lo miedoso o lo pusilánime. Asimismo, hay que reconocer, aunque en menor medida, el esfuerzo de algunos senadores del PRD que supieron ayudar a hacer avanzar la reforma político-electoral, aun estando en contra de la reforma energética.

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El ranking de México en la IED

Conforme se acerca el 20 aniversario de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), será necesario revisar sus resultados ante las expectativas reales o irrealistas que generó hace dos décadas. Para quienes siempre pensamos que se trataba mucho más que un mecanismo para “blindar” la política macroeconómica mexicana que de un convenio propiamente comercial, uno de los principales objetivos consistía en incrementar, a través de ese blindaje, la Inversión Extranjera Directa (IED) en México. Ésta, como se sabe, fue acotada durante varios decenios a través de múltiples instrumentos, pero durante la década de los setenta y en principios de los ochenta su exiguo monto fue suplido por el crédito externo. A través de 1982 eso resultó difícil, y a partir de 1989 prácticamente imposible.

La ecuación es muy sencilla. Para que México crezca al 5% por año, es indispensable, aunque quizás no suficiente, que invierta alrededor de la cuarta parte de su producto anual. Andamos, con ciertas variaciones anuales, en alrededor de 20 o 21 %; nos faltan por lo menos 5 puntos porcentuales adicionales de inversión. Como el sector público difícilmente lo puede hacer, debido a la restricción fiscal, y como el sector privado mexicano ha ido invirtiendo cada año más en el extranjero y menos proporcionalmente en México, todo sugiere que buena parte de estos 5 puntos adicionales tendrá que provenir de la IED. Ya hemos comentado en estas páginas cómo el porcentaje de IED sobre PIB en México ha disminuido en los últimos lustros. Su año pico fue en 1995 cuando alcanzó poco más del 3% (aunque en parte se debió a la contracción draconiana de la economía). Se mantuvo en esos niveles o ligeramente por debajo hasta el año 2001 (2.8%) y a partir de entonces ha seguido descendiendo al grado que el año pasado se hundió a 1.1%, la cifra más baja desde 1981 (ligeramente distorsionada por la desinversión de Grupo Santander México a través de una salida en bolsa de Nueva York). Pero resulta más interesante  comparar esta evolución e insuficiencias mexicanas con las cifras de otros países latinoamericanos para estos mismos años.

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Marihuana reloaded

Entre las reacciones al foro sobre la despenalización de la marihuana figura la falta de congruencia de los exponentes, que ocuparon distintos cargos o se dedicaron a diversas actividades en su pasado donde no manifestaron posiciones de esta naturaleza. Además de que es propio de personas pensantes e informadas evolucionar en el tiempo, mi posición sobre este tema no ha variado en 14 años. Al respecto, me permito dedicar el resto de este artículo a… otro artículo, publicado en septiembre de 1999, en Newsweek (“How We Fight a Losing War”) y en Los Angeles Times, y traducido por Reforma (“Pongan fin a la guerra que nadie quiere librar“). Sólo he suprimido algunos pasajes anacrónicos o superfluos, por razones de espacio.

“En los cañones del centro occidental del estado de Chihuahua, donde las cascadas y minas abandonadas se mezclan con pistas de aterrizaje secretas y parcelas verticales en las montañas, los pocos campesinos restantes pueden elegir entre cultivar maíz en áridas barrancas y recibir 300 pesos por cada kilo de marihuana cultivada en su tierra”. Tal vez no sea mucho, y mucho menos que los 5 mil pesos por kilo que obtienen por su trabajo los tripulantes del avión, pero no obstante es una vida mejor de la que pueden ganar a duras penas en un campo grandioso en su belleza, pero no adecuado para ser habitado. Para los pilotos, la paga es mucho más sustancial: un pequeño avión de un solo motor puede transportar media tonelada de marihuana; las ganancias son enormes, y los riesgos, al menos del lado mexicano de la frontera, virtualmente nulos… Cerca de la frontera, la carga es colocada en camiones, autos, autobuses -casi cualquier cosa que se mueva- y enviada a Estados Unidos. El transporte terrestre es el trabajo más difícil, más peligroso y mejor pagado.

“Este capítulo de la guerra contra las drogas en México se perdió antes de que comenzara. Igual parece ser el caso en Colombia, donde han ocurrido cambios, pero no exactamente en la dirección que habrían deseado las autoridades locales y extranjeras. Tradicionalmente Colombia no era un país productor de hoja de coca. Pero desde que Alberto Fujimori declarara su propia versión de una zona de exclusión aérea en el Perú y comenzara a derribar cualquier cosa que volara o se moviera, los nuevos ‘cartelitos’ decidieron sembrar extensos campos de hoja de coca en Colombia. La guerra contra las drogas en Colombia también se está perdiendo…

”¿Cuál es el propósito de invertir cientos de millones de dólares, hundir a países en la guerra civil, fortalecer grupos guerrilleros y desatar una enorme violencia y corrupción sobre sociedades enteras si los líderes estadounidenses simplemente pueden desdeñar las preguntas acerca del uso de drogas en su juventud? ¿Por qué los latinoamericanos deben agitarse por el abuso de drogas en Estados Unidos, ya sea por parte de políticos destacados en la Casa Blanca o de adolescentes en los barrios pobres? O la cocaína y la marihuana son sustancias terriblemente peligrosas e infringir la ley al consumirlas es una ofensa grave que debe ser severamente castigada o estos son asuntos personales sin importancia… En tal caso la razón para una guerra sangrienta, costosa e inútil contra ellas es simplemente absurda… y podría iniciarse un debate libre y de amplio alcance entre estadounidenses y latinoamericanos acerca de esta guerra absurda que en realidad nadie quiere librar.

”Ahora podría comenzar una evaluación inteligente de lo que se ha logrado, lo que ha funcionado y lo que ha fracasado y describir cómo el mercado y los mecanismos de precios pueden ser dirigidos contra el negocio de las drogas para hacerlo menos lucrativo. Legalizar ciertas sustancias puede ser la única manera de reducir los precios y el único remedio para algunos de los peores aspectos de la plaga de las drogas: la violencia, la corrupción y el colapso del estado de derecho. Aunque esto puede ser anatema para muchos, sus costos y beneficios deben evaluarse a la luz del pernicioso, hipócrita y disfuncional status quo. Con las tácticas actuales, la guerra contra las drogas se está perdiendo; hace tiempo que debiera reevaluarse una política fracasada’’.