Rigideces

En las últimas semanas el gobierno de Enrique Peña Nieto (EPN) ha logrado éxitos innegables, profundizado en la transformación del país. Con independencia de las implicaciones a largo plazo en materia de violencia e inseguridad, haber capturado a El Chapo, abatido a El Chayo, domesticado a las autodefensas en Michoacán, y estabilizar (no estoy tan seguro de lo apropiado del verbo disminuir) las ejecuciones, los secuestros y la extorsión, son logros indiscutibles. Asimismo, las decisiones recientes del Ifetel, más allá de las consecuencias a mediano y largo plazos que entrañan para los monopolios de telecomunicaciones, son pasos en la dirección correcta. El lento, pero parece que continuo, avance de las disposiciones secundarias en materia de reforma política, energética y educativa puede también verse como parte de esta buena gestión gubernamental.

Entonces, ¿por qué las rigideces tan severas en materia de encuestas y de desempeño de la economía en su conjunto? Hay algo aquí que conviene analizar aunque sólo sea de manera preliminar, entendiendo que no llevamos ni medio sexenio de EPN pero tampoco sólo unos meses. Empecemos por las encuestas.

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El retraso mexicano

A lo largo de las próximas semanas y meses, proliferarán los análisis y recuerdos de acontecimientos decisivos para el país, todos ellos sucedidos durante el fatídico año de 1994. Entre otros, el número de enero de la revista Nexos incluirá textos recordando el alzamiento zapatista, la entrada en vigor del TLCAN, el asesinato de Colosio, la campaña presidencial, la ejecución de Ruiz Massieu, los errores de noviembre y diciembre y el consiguiente colapso de la economía a fin de año. Los sucesos de ese año fueron muchos, y marcaron el destino del país por mucho tiempo -hasta la fecha. Nos dejaron muchas enseñanzas, pero una lección de suma pertinencia hoy en día puede haber pasado desapercibida. Quisiera dedicar mis dos últimos artículos de este sexagésimo año de mi buena vida a esa lección y su relevancia actual. Se trata de lo que no aconteció en 1994.

La resplandeciente transición mexicana desaprovechó una excelsa oportunidad para consumarse a tiempo, debido a la ceguera de Carlos Salinas, a la indiferencia de los poderes fácticos, y a la insuficiente ambición de Diego Fernández de Cevallos. Algunos lectores recordarán cómo a partir del debate presidencial de finales de mayo, gracias a la aplastante victoria de Diego y la inmisericorde derrota de Zedillo (y de Cárdenas), se invirtieron las tendencias de las encuestas. Ascendió el panista, y aunque su campaña se pasmó, de no haber sido por la incorporación completa de Salinas y del gobierno federal a la contienda (a través del gasto, de la propaganda, del activismo del presidente y del aparente destierro de Diego de las pantallas de televisión), el PRI podría haber perdido.

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El ranking de México en la IED

Conforme se acerca el 20 aniversario de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), será necesario revisar sus resultados ante las expectativas reales o irrealistas que generó hace dos décadas. Para quienes siempre pensamos que se trataba mucho más que un mecanismo para “blindar” la política macroeconómica mexicana que de un convenio propiamente comercial, uno de los principales objetivos consistía en incrementar, a través de ese blindaje, la Inversión Extranjera Directa (IED) en México. Ésta, como se sabe, fue acotada durante varios decenios a través de múltiples instrumentos, pero durante la década de los setenta y en principios de los ochenta su exiguo monto fue suplido por el crédito externo. A través de 1982 eso resultó difícil, y a partir de 1989 prácticamente imposible.

La ecuación es muy sencilla. Para que México crezca al 5% por año, es indispensable, aunque quizás no suficiente, que invierta alrededor de la cuarta parte de su producto anual. Andamos, con ciertas variaciones anuales, en alrededor de 20 o 21 %; nos faltan por lo menos 5 puntos porcentuales adicionales de inversión. Como el sector público difícilmente lo puede hacer, debido a la restricción fiscal, y como el sector privado mexicano ha ido invirtiendo cada año más en el extranjero y menos proporcionalmente en México, todo sugiere que buena parte de estos 5 puntos adicionales tendrá que provenir de la IED. Ya hemos comentado en estas páginas cómo el porcentaje de IED sobre PIB en México ha disminuido en los últimos lustros. Su año pico fue en 1995 cuando alcanzó poco más del 3% (aunque en parte se debió a la contracción draconiana de la economía). Se mantuvo en esos niveles o ligeramente por debajo hasta el año 2001 (2.8%) y a partir de entonces ha seguido descendiendo al grado que el año pasado se hundió a 1.1%, la cifra más baja desde 1981 (ligeramente distorsionada por la desinversión de Grupo Santander México a través de una salida en bolsa de Nueva York). Pero resulta más interesante  comparar esta evolución e insuficiencias mexicanas con las cifras de otros países latinoamericanos para estos mismos años.

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