César Chávez en la Casa Blanca

Jorge Ramos

WASHINGTON – César Chávez, el líder histórico de la comunidad latina, nunca fue invitado a la Casa Blanca. Al menos ocho presidentes pudieron invitarlo, pero no lo hicieron.

Quizás porque Chávez hacía sentir muy incómodos a los poderosos. O tal vez porque le tenían miedo a alguien que había bautizado a sus perros “Boycott” y “Huelga”.

Una de las mejores cosas de Estados Unidos es esa voluntad de disculparse públicamente y de corregir errores. Por ejemplo, estoy seguro de que, tarde o temprano, este país rectificará el gravísimo error de haber deportado a dos millones de personas en seis años y de haber esperado casi tres décadas para legalizar a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Eso vendrá. Pero lo que ya ocurrió fue la invitación de César Chávez a la Casa Blanca.

Hace unos días el presidente Barack Obama invitó a los actores de la nueva película César Chávez – Michael Peña, América Ferrera y Rosario Dawson – y a su director, Diego Luna, a la Casa Blanca. Junto a ellos estaban Dolores Huerta, la principal aliada de Chávez en el sindicato de campesinos United Farm Workers, Paul Chávez, el sexto de los ocho hijos del líder, y una docena de familiares. Yo estaba de testigo y aquello fue una fiesta. César Chávez, por fin (y aunque de manera simbólica, en un filme), había llegado a la Casa Blanca.

Ésta es, curiosamente, la primera película que se hace de este héroe hispano. Alguna vez, en los años 70, Robert Redford se acercó a Chávez para hablar de un posible proyecto pero no se concretó nada. Qué bueno; ésa podría haber sido una caricatura de Hollywood.

El Chávez de carne y hueso – pragmático, inspirador pero lleno de defectos, estudioso del poder, casi un Gandhi, terco, celoso y visionario – que nos presenta Luna es el verdadero. Así se lo dijo Huerta a Dawson; y la esposa de César, Helen Chávez, se lo dijo a Ferrera, y Paul Chávez a mí. A Paul casi se le salen las lágrimas mientras me lo repetía. Debe ser muy duro ver en una pantalla a tu papá y no poder tocarlo y abrazarlo.

La magia de Chávez radica en haber defendido y organizado a los más discriminados y vulnerables de Estados Unidos: los campesinos. El les llamaba “los menos”. Y al hacerlo abrió el camino para la creciente comunidad latina que tendrá 150 millones de habitantes en el 2050. “Hemos visto el futuro”, dijo César Chávez en un discurso en 1984, “y el futuro es nuestro”. 

No recomiendo muchas cosas pero hay que ver la película sobre César Chávez y leer la extraordinaria y detallada biografía que acaba de publicar Miriam Pawel, The Crusades of Cesar Chavez. Son dos maravillosas miradas hacia atrás pero, también, una hoja de ruta.

Creo que nuestra presente fascinación con César Chávez radica en que los latinos somos cada vez más y tenemos urgentes problemas por resolver, pero no existen suficientes líderes que hablen por nosotros. Hay, por ejemplo, solo tres senadores hispanos.

Pero aun sin César Chávez se puede luchar como él. El “sí se puede” de él y Huerta – y que luego usó Barack Obama para su campaña electoral – es, en tres palabras, una filosofía para el éxito. Es el sueño americano condensado en su mínima expresión.

¿Qué haría hoy César Chávez?, se preguntan muchos, si no hubiera muerto prematuramente a los 66 años. Bueno, mágicamente se ha multiplicado en miles. Ese Chávez y su movimiento son la inspiración para los Dreamers de hoy en día, para los hispanos que rompen las barreras y tienen éxito en política, abriendo negocios y destacándose en el arte, y también para quien pronto será el primer presidente o presidenta de origen latino.

Algo curioso ha pasado con César Chávez. Nos ha hecho tanta falta por tanto tiempo que, de alguna manera, ahora ya es parte de todos nosotros.

 

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