El gran cuento de los republicanos

Es un gran cuento. Por unos momentos, el Partido Republicano hizo creer a los hispanos y a los inmigrantes que realmente quería una reforma migratoria para este año. Pero, la verdad, todo parece indicar que no va a pasar nada. El final del cuento es que los inmigrantes indocumentados se quedarán sin legalización por mucho tiempo más y los republicanos se volverán a quedar sin la Casa Blanca en el 2016.

 

Es todo un juego político. El año pasado, el Senado (con mayoría demócrata) aprobó una propuesta de reforma inmigratoria. El punto central era legalizar a la mayoría de los indocumentados y darle un camino a la ciudadanía. Llegó, entonces, el turno de la Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, y ahí todo se echó a perder.

Después de muchos titubeos y consultas internas, el Partido Republicano dio a conocer hace unos días una “lista de principios” sobre inmigración. La lista incluía, como era suponerse, más seguridad en la frontera, más visas, más verificación en los empleos, más registros de entradas y salidas de visitantes. Pero lo importante es que le daría un estatus legal a la mayoría de los indocumentados.

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Más vale tarde que nunca

En este 2014, los legisladores van a tratar de lograr lo que debieron hacer en el 2009: una reforma migratoria que legalice a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Lo sé: parece el cuento del lobo feroz que nunca viene. Pero si recordamos correctamente, al final del cuento el lobo llega. Espero que lo mismo ocurra con la reforma. No deja de sorprenderme el optimismo de los inmigrantes sin documentos y, particularmente, el de los “Dreamers”. No importa cuántas veces los políticos digan que no, ellos siguen insistiendo. Reconozcámoslo: quienes han mantenido vivo este movimiento son los Dreamers, esos valientes jóvenes – llegados ilegalmente de niños a este país – que se meten en las oficinas de los congresistas, se hacen arrestar y no paran sus campañas por la Internet. Ellos son los verdaderos héroes de los inmigrantes. Continuar leyendo

Si Bill Clinton fuera presidente

Bill Clinton tiene un problema: todo el mundo le quiere hablar de su esposa. Y la pregunta es la misma: ¿se va a lanzar Hillary a la presidencia de Estados Unidos en el 2016? Pero él tiene la misma respuesta para todos: “No lo sé”. Bill Clinton no es hombre de pocas palabras. Añadió: “Ella cree, al igual que yo, que hacer una campaña electoral durante cuatro años es un grave error. Hasta hay periódicos que tienen reporteros asignados a cubrir una campaña que no existe y, por lo tanto, inventan cosas”.

Sería fácil terminar con todos esos rumores. Bastaría que ella dijera que no quiere ser la primera presidenta de Estados Unidos. Pero la realidad es que no lo ha dicho. Es más, al igual que lo hicieron Barack Obama y John F. Kennedy durante sus candidaturas presidenciales, Hillary está terminando un libro que será publicado antes de las elecciones.

La realidad es que Hillary no está hablando, pero Bill sí. La mañana que lo entrevisté en su casa al norte de Nueva York, el ex presidente estaba de buenas y con ganas de conversar. Ya no tenía esas enormes ojeras que le vi una tarde en la Casa Blanca y ha corregido su vieja costumbre de llegar unos minutos tarde. Se hizo vegetariano desde el 2010 y se nota; ha perdido varias libras y ganado energía. Ve a los ojos, saluda con mano fuerte y casi siempre tiene algo inteligente o ingenioso que decirte.

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Tortillas, bebes y votos

Durante mucho tiempo fuimos invisibles. Estabamos allí, pero los otros nos trataban como si no existiéramos. No éramos tantos como ahora, ni hacíamos tanto ruido, ni teníamos tanto poder. Pero las cosas ya cambiaron para los latinos en Estados Unidos. Durante mucho tiempo nos describieron como el gigante dormido. Pero ahora ese gigante ha despertado y está en marcha.

Cuando yo llegué a Estados Unidos en 1983 éramos sólo 15 millones de hispanos; hoy somos más de 55 millones y, según las proyecciones, en 35 años seremos 150 millones. Ya no somos invisibles.

En todos lados se nota nuestra presencia – hasta en la mesa. Por primera vez en la historia de Estados Unidos, en los supermercados se venden más tortillas que panes para hamburguesas. Cada año los norteamericanos gastan más en tortillas (unos 2.900 millones de dólares, según la empresa Packaged Facts) que en otros tipos de panes (2.100 millones de dólares). Esas son muchas tortillas. Estados Unidos ha adoptado rápidamente como propias las tradiciones culinarias de sus inmigrantes latinoamericanos.

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El senador que no quería callar

El senador Ted Cruz estaba muy tranquilo, sentado en un sofá de su oficina, con la pierna cruzada, mostrando una de sus muy tejanas botas negras. Parecía que nada le preocupaba. Sin embargo, fuera de ahí, las palabras y las acciones del senador de Texas estaban causando una tormenta política.

A pesar de que el reciente cierre del gobierno causó un severo daño a la imagen del Partido Republicano -las encuestas lo culpan principalmente por los 16 días de crisis financiera- el senador Cruz sigue actuando como si hubiera ganado. Y puede ser que así sea.

Todos en Estados Unidos ya saben quién es, ha recaudado miles de dólares de votantes muy conservadores y no es ningún secreto que está preparando una posible campaña por la presidencia para el 2016. Todo basado en su ataque a la ley de salud pública conocido como “Obamacare” y a su negativa de apoyar una ruta a la ciudadanía para los inmigrantes indocumentados.

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Estoy harto de los muertos

Estoy harto. Estoy harto de los muertos. Estoy harto de los políticos que no hacen nada para evitar más asesinatos. Estoy harto de los gritos de los que prefieren defender sus armas en lugar de proteger a las personas. Estoy harto de escribir esta misma columna cada vez que hay una nueva masacre en Estados Unidos. Estoy harto de que no pase nada – hasta la próxima matanza.

Los datos son los de siempre: un tipo con problemas mentales agarra una, o varias, armas y mata a mucha gente inocente. El problema no es que existan personas con enfermedades mentales. El problema particular en Estados Unidos es que esas personas con un serio desbalance emocional tienen un acceso ilimitado a armas de fuego.

La última matanza en Washington, D.C., siguió exactamente el mismo patrón. Durante casi una década Aaron Alexis había actuado con violencia inusitada. En 2004, la policía de Seattle lo arrestó por haber disparado contra las llantas de un auto, al parecer en una disputa por un lugar de aparcamiento. Cuatro años más tarde fue arrestado nuevamente por conducta desordenada durante una pelea en un bar cerca de Atlanta. En 2010 Alexis fue detenido otra vez, en esta ocasión por disparar a través del techo hacia el apartamento de arriba. Supuestamente dijo a la policía que su pistola se había disparado accidentalmente cuando la limpiaba, aunque su vecina del piso de arriba dijo sospechar que Alexis estaba enojado con ella por hacer ruido.

Alguien como Alexis no debe tener armas de fuego. Punto. Pero en Estados Unidos alguien así sí puede comprar perfectamente todas las armas que quiera. Hay lugares donde ni siquiera revisan antecedentes penales. Es más, se puede comprar sin restricciones una arma semiautomática, casi igual a las que se usan en la guerra. Y por la internet se pueden comprar miles de balas. Todo sin hacer una sola pregunta.

Cinco semanas antes de que Alexis entrara al Navy Yard, el centro de operaciones de la Marina de Estados Unidos, y matara a 12 personas, el asesino llamó a la policía. Dijo que se había tenido que cambiar de hotel tres veces porque tres personas lo perseguían y lo mantenían despierto enviándole vibraciones mediante un horno de microondas. Oía voces a través de las paredes, el piso y el techo. A pesar de todo, la policía no hizo nada. No le quitó sus armas ni la Marina le retiró el permiso de entrada a zonas restringidas. Su “derecho” a usar armas, amparado por la segunda enmienda de la constitución, prevaleció sobre el peligro inminente que él representaba. Era una matanza anunciada.

La primera masacre que me tocó cubrir en Estados Unidos fue en la Universidad de Virginia Tech en el 2007. Un estudiante, Seung-Hui Cho, asesinó a 32 personas e hirió a otras 17. A pesar de haber sido diagnosticado con desorden de ansiedad, Cho pudo comprar dos pistolas semiautomáticas presentando su licencia de conducir y su tarjeta de residencia. Caminé por los mismos pasillos y salones que Cho sin entender cómo alguien así pudo planear su ataque sin que ninguna ley se lo impidiera. En ese momento creí, equivocadamente, que esa matanza era una excepción, un hecho aislado. No fue así – aquí lo normal son las masacres.

El año pasado 12 murieron por un tiroteo dentro de un cine en Colorado. Y a finales del 2012 Adam Lanza mató a 27 personas, en su mayoría niños, en la escuela Sandy Hook de Newton, Connecticut.

Después de cada cobertura especial, siempre pensé que Estados Unidos corregiría, cambiaría sus leyes y pondría múltiples restricciones a la compra y uso de armas de fuego. Me volví a equivocar.

Es un hecho absolutamente incomprensible para mí que la mayoría de los políticos de Estados Unidos haya preferido proteger el derecho histórico a portar armas en lugar de cuidar la vida de sus niños y civiles. Y no es que se trate de eliminar por completo la segunda enmienda de la constitución sino de imponer límites razonables para evitar más masacres.

¿Qué tiene de malo revisar los antecedentes penales e historial psiquiátrico de todos los que compren armas, no permitir el uso de rifles de guerra, ni armamento semiautomático? Para cazar y cuidar tu casa no se necesita ese tipo de armas.

Está claro que países como Japón, que prohíbe que sus civiles usen armas de fuego, son mucho más seguros que Estados Unidos, que le permite usarlas a cualquiera. Pero aquí nadie está escuchando. El Congreso y la Casa Blanca ya están actuando como si nada hubiera ocurrido en el centro de la marina en Washington.

Cómo le ocurre a mucha gente cuando es sorprendida por un tiroteo, los líderes de esta nación han quedado paralizados. Una y otra vez. Es el comportamiento normal en este país después de cada masacre. No ven, no oyen, no hacen nada.

Estoy harto de quejarme y de saber que todo seguirá igual. Hasta la siguiente matanza.