Snowden: ¿traidor o no?

Claro, nadie quiere otro atentado como el del 11 de septiembre de 2001. Nadie. Salvo al-Qaeda y otros grupos terroristas. Las encuestas son inequívocas; los estadounidenses quieren que su gobierno haga todo lo que sea necesario para evitar otro ataque terrorista como el que costó la vida a casi 3 mil personas en 2001. Pero una cosa es esperar que tu gobierno te proteja de ataques del exterior y otra, muy distinta, es que se utilice esto como excusa para espiar tus correos electrónicos y tus llamadas telefónicas.

El programa de espionaje del gobierno de Estados Unidos -que reveló Edward Snowden, el ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, en sus siglas en inglés), al diario británico The Guardian- es mucho más extenso de lo que se pensó originalmente.

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Lo que me gusta (y no tanto) de Estados Unidos

A pesar de que llevo 30 años viviendo en Estados Unidos, no deja de sorprenderme cuando este país hace algo atrevido, promoviendo la igualdad, rompiendo prejuicios de décadas y sale a defender lo moralmente correcto. Cuando esto ocurre, el mundo (a pesar de su sano escepticismo, larga memoria y malos recuerdos) no tiene más remedio que tomar nota y seguir el ejemplo.

Dos de estos momentos históricos acaban de ocurrir: la Corte Suprema de Justicia prohibió la discriminación en contra de parejas gay y el Senado aprobó el proyecto de reforma migratoria para legalizar a millones de indocumentados. Son dos decisiones como para quitarse el sombrero. Jueces y senadores están diciendo que aquí nadie puede estar por encima de los otros. Ser muchos no les da el derecho de imponerse sobre los que son menos. Esto es lo que más me gusta de Estados Unidos; esa idea -expresada maravillosamente en su acta de independencia- de que todos somos iguales. Todos.

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El fin de los secretos

Iba caminando por uno de los más de 400 puentes de esta maravillosa ciudad cuando me entró una llamada en mi celular. No debí contestar. Estaba de vacaciones. Quien fuera que estuviera tratando de localizarme bien podría dejarme un mensaje.

Pero siempre tenemos esa absurda idea de que la llamada puede ser importante. Saqué el teléfono del bolsillo de mi pantalón, deslicé mi dedo sobre la pantalla del iPhone para contestar y ahí, como si tuviera vida propia, se me zafó de la mano, rebotó en mi rodilla y fue a parar al fondo de un canal veneciano.

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