Millonarios sin título

Regresé a la universidad. No a estudiar sino para conocer a los que están estudiando.

Mi primera escala al llegar a Estados Unidos hace 30 años fue precisamente la Universidad de California en Los Ángeles y ahora volví para participar en un foro sobre educación. La nostalgia me envolvió. Me puse a caminar por los mismos pasillos que en 1983 me llevaban a mis clases de periodismo y televisión. Por ahí también pasaba con mis grandes pedazos de pan y bolsas de lechuga (porque no me alcanzaba para mucho más con 15 dólares diarios). Pero me sentía feliz y libre: México, sus priístas, su censura y sus abusos parecían muy lejanos.

En esta ocasión, en esos mismos pasillos, me encontré a las integrantes del Grupo Folklórico de UCLA que preparaban un baile regional mexicano. Muchos de sus padres habían sido campesinos o ganan apenas el salario mínimo. Platicamos entre risas. Son jóvenes muy especiales: UCLA es una universidad difícil para entrar, y a pesar de todos los obstáculos a ellas las habían aceptado.

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Surfear a los 55

El instructor no sabía lo que yo estaba haciendo ahí. Había llevado a mis hijos a surfear, pero yo también quería aprender cómo pararme en una tabla y dejarme llevar por las olas. Todo es parte de un plan personal para no dejarme rebasar por el futuro. De lo que se trata es de no terminar como una cámara Polaroid: inservible y recordando que el pasado color sepia fue mejor.

Me dieron una tabla de casi el doble de mi estatura y me pusieron a practicar en la arena. Playa Tamarindo es espectacular, con atardeceres como para no cerrar nunca los ojos y un mar fogoso. Finalmente dejé los juegos en la arena y no tarde en enterarme de que el Pacífico nada tiene de pacífico. Sobra decir que descubrí que cuando te revientan en la espalda olas de 2 y 3 metros de altura, más que surfear lo mío era el buceo.

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