Brasil no está listo

Brasil no está listo para la Copa Mundial de Fútbol. Ni lo estará. Hay demasiadas cosas pendientes. Pero no se preocupen. La pelota va a rodar a partir del 12 de junio, y por 90 minutos una y otra vez se nos olvidará todo lo que está mal.

Todavía hay estadios sin terminar, policías metiéndose en las favelas para evitar violencia -y una mala imagen al mundo- y protestas de quienes creen que los 11 mil millones gastados en fútbol hubieran estado mejor utilizados en escuelas y hospitales.

Ya es demasiado tarde para quejarse. La mayoría de los equipos ya están entrenando en Brasil (yo ya compré mis boletos para la final).

Me ha tocado cubrir cuatro mundiales como periodista: Estados Unidos, Corea del Sur/Japón, Alemania y Sudáfrica. Siempre ha habido reportes de que el país sede no está listo y, al final, siempre se realiza el torneo y los problemas se superan (o en el peor de los casos se improvisan soluciones). En Brasil está pasando lo mismo.

“Brasil empezó a trabajar demasiado tarde” dijo Sepp Blatter, presidente de la FIFA, el organismo internacional gobernante del fútbol, en una entrevista. “Es el país que más se ha atrasado desde que he estado en la FIFA a pesar de que es el único que tuvo tanto tiempo -siete años – para prepararse.” Brasil dejó todo para el final. Y se les acabó el tiempo.

“Es una vergüenza,” dijo el ex futbolista Ronaldo en una entrevista con Reuters, criticando los retrasos en la organización del evento. “Estoy avergonzado. Este es mi país y lo quiero mucho. No deberíamos difundir esta imagen en el exterior.”

Pero la presidenta Dilma Rousseff no se dejó meter un gol y le replicó al delantero. “Estoy segura de que nuestro país presentará la Copa de las Copas,” dijo. “Estoy orgullosa de nuestros logros. No tenemos ninguna razón para estar avergonzados, y no tenemos un complejo de inferioridad.” Al contrario. Si algo caracteriza a los brasileños, al igual que a los texanos, es que les gusta hacer las cosas en grande. De hecho, han tenido la audacia de ser anfitriones de la Copa Mundial y de los Juegos Olímpicos con solo dos años de intervalo. Genial.

Pero la burocracia brasileña es para arrancarse los pelos, y no ha estado a la altura de las circunstancias. El Mundial rápidamente los rebasó.

Tengo un ejemplo cerca de casa. El consulado de Brasil en Miami ha sido un verdadero desastre para atender a las miles de personas que quieren ir al Mundial y necesitan una visa. Hace varias semanas fui a solicitar una visa de turista para mi hijo, que me acompaña a Brasil. Llegué poco después de las 9 de la mañana y tuve que esperar más de tres horas para que me atendiera uno de los dos funcionarios disponibles. El consulado no estaba preparado para el Mundial.

La atención fue pésima y malhumorada, el sitio de Internet para solicitar la visa es tan confuso que genera más preguntas que respuestas, no aceptan tarjetas de crédito y nadie contesta el teléfono en el consulado para agilizar el proceso. Es tan frustrante que vi salir de ahí a dos adultos llorando.

Por supuesto, con un sistema tan malo, ineficaz y limitado, muchas personas tienen que regresar varias veces con documentos, pagos y absurdas solicitudes de dos fatigados burócratas que, con su pedacito de poder, le hacen la competencia a “El Castillo” de Franz Kafka. Fatal. El consulado de Brasil en Miami ha dado una muy injusta imagen de su país. Ojalá no sea un augurio. En lugar de darnos la bienvenida, su mensaje parecía ser: no queremos que vayan a Brasil.

Todo esto, espero, lo vamos a olvidar tan pronto veamos los primeros partidos de futbol. He estado en varias ocasiones en Brasil y es una nación extraordinaria. Nunca me he ido de ahí desilusionado. Pero ésta es la prueba de fuego.

¿Cómo medirán los brasileños el éxito de su Mundial? Estoy casi seguro que no será en reales sino en goles. Si la Selección del juego bonito gana el campeonato mundial por cuarta ocasión, todo habrá valido la pena para ellos.

Hasta los manifestantes, estoy seguro, dejarían sus protestas el día de la final.

No, Brasil no está listo para el Mundial pero, la verdad, no importa. Se nos olvida que lo único verdaderamente importante en un Mundial es el fútbol.

Nada más.

Mi desayuno con Gabo

La verdad, nunca le llamé Gabo, o Gabito. Hubiera querido, pero nunca fui parte de ese privilegiado círculo de amigos y escritores que se reunían frecuentemente con Gabriel García Márquez, el novelista más importante de nuestro tiempo. Es más, ni siquiera lo conocía en persona.

Como millones de lectores, crecí con él, leyéndolo, analizándolo, tratando de llegar hasta el hueso de cada una de sus frases perfectas. Su carpintería era única; siempre parecía encontrar la palabra exacta para decir lo que quería. Y eso requería mucho trabajo, mucho talento y muchas páginas en la basura. (Se nos olvida ya que la computadora es post-Aureliano Buendía y su descubrimiento del hielo.)

En mi época universitaria, García Márquez ya era García Márquez, el genio de Cien años de soledad y el mejor exponente del realismo mágico – esa manera tan nuestra del ver el mundo. Macondo es América Latina. Y en este rincón del planeta donde todo es posible – dictadores que no mueren, niños con colas, mujeres que flotan, amores eternos y fantasmas más vivos que los vivos – García Márquez fue el primero en darle voz y legitimidad.

En 2004, cuando un colega periodista me invitó a un evento en Los Cabos, México, donde iban a homenajear a García Márquez, acepté con una condición: preséntamelo.

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Capriles: “Nosotros ganamos”

Lo primero que noté de Henrique Capriles, el principal líder de la oposición en Venezuela, es que era tan flaco como yo y que le quedaba un poco grande la chaqueta que llevaba con los colores de la bandera. Pero me pareció un gesto atrevido. El ex presidente Hugo Chávez se vestía igual, con los colores nacionales, y Capriles no estaba dispuesto a cederle al fallecido caudillo ni la bandera ni la herencia del libertador Simón Bolívar.

Esto, sin embargo, no tiene nada que ver con la moda. La pregunta de muchos venezolanos es si Capriles, realmente, tiene lo que se necesita para llenar el puesto que tuvo Chávez por 13 años y para arrebatarle al actual presidente, Nicolás Maduro, el poder que se robó en las pasadas elecciones.

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“Méxodo”: no es sólo por los empleos

El estadio de Columbus, Ohio, estaba vestido de rojo y blanco, los mismos colores de las siete barras rojas y seis blancas de la bandera de Estados Unidos. Busqué en el monitor de la televisión algunas camisetas verdes que indicaran la presencia de algunos fanáticos del equipo mexicano, pero no la encontré. Estaban ahí, pero no se veían.

Por eso escogieron ese estadio -no es un secreto que cada vez que Estados Unidos y México juegan un partido de fútbol en territorio norteamericano buscan un estadio donde haya más seguidores del equipo de las barras y las estrellas. Pero no es cosa fácil. El fútbol (“soccer”, como le dicen aquí) no es tan popular como el fútbol americano, el básquetbol o el béisbol. Y cuando se trata de un partido para clasificar al Mundial de Brasil 2014, los mexicanos siguen a su selección a donde sea. Incluso a Ohio. No importa cuántos años estén en Estados Unidos, siguen apoyando al equipo mexicano.

Lástima que están siguiendo a una selección perdedora. México perdió ese partido 2 a 0 frente a Estados Unidos y está a punto de ser eliminado del campeonato mundial. Esto me recuerda la época en que algunos en la prensa escrita llamaban “ratoncitos verdes” a los jugadores de equipo mexicano; por malos, por su actitud derrotista y, sobre todo, por no echarle ganas. Y desde luego, el equipo mexicano no sintió el amor de las tribunas en Ohio.

La población hispana de Columbus no llega ni al 6%, según datos del ultimo censo, a pesar de que el nombre de la ciudad lleva el apellido del descubridor de América. En comparación, los latinos somos el 17% de la población de Estados Unidos. Si el partido de fútbol hubiera sido en Los Ángeles, Chicago, San Antonio, Miami o Nueva York, el estadio habría estado pintado de verde, no de rojo y blanco. En Columbus, simplemente, no hay tantos mexicanos.

Lo ocurrido en ese estadio es la excepción. Los mexicanos nacidos en México han pasado de menos de un millón en 1970 a 11,4 millones el año pasado, según datos del Pew Hispanic Center. Es decir, estamos por todos lados.

Este “Méxodo” surgió, como todo fenómeno migratorio, por algo que los expulsaba de México y algo que los atraía de Estados Unidos. El primer impulso del Méxodo fue por la búsqueda de trabajos. Uno de cada 10 mexicanos se ha ido.

Los priístas nunca crearon suficientes empleos para evitar esta migración. La llegada de la democracia a México en el 2000 no fue una varita mágica. Sacó a la dictadura del PRI después de 71 años, pero no creo los empleos que México necesitaba. Los panistas tampoco.

Tanto el presidente Vicente Fox, del PRI, como Felipe Calderón, del PAN, me dijeron en entrevistas que podrían crear más de un millón de empleos al año. Pues habrá sido en sus sueños porque ninguno de los dos siquiera se acercó a esa cifra. Ahora, el reto para Enrique Peña Nieto es el mismo: crear las condiciones para que más mexicanos decidan quedarse en México.

Esos jóvenes mexicanos que no encontraron empleo en México los hallaron en Estados Unidos y con salarios mucho mayores. Es muy tentador para un mexicano, que gana 5 dólares al día en México, venir a Estados Unidos donde puede ganar lo mismo en media hora. Más de la mitad de todos esos mexicanos están trabajando ilegalmente en Estados Unidos. Ese es el primer Méxodo.

El segundo Méxodo es mucho más reciente. Debido a la narcoviolencia que cobró al menos 60 mil muertos en el sexenio de Calderón (2006-2012) – y que el gobierno de Peña Nieto tampoco ha podido detener -vemos algunos cambios en el tipo de mexicano que viene. La crisis económica que entró en el 2008 se ha hecho sentir y, por lo tanto, los mexicanos ya no vienen a Estados Unidos sólo a buscar trabajo.

Datos demográficos de Pew apoyan esta afirmación: en 2011, más mujeres emigraron de México a Estados Unidos que antes (47% contra 25% en 1990); la edad promedio de los inmigrantes mexicanos fue de 38 años, contra 29 años en 1990; más inmigrantes con diplomas de preparatoria llegaron a Estados Unidos (24% contra 12% en 1990), y otro tanto ocurrió con quienes tenían educación universitaria (17% contra 13%). De hecho, en el pasado los inmigrantes mexicanos quizá provinieran de áreas rurales, pero muchos de los nuevos inmigrantes son familias urbanas de clase media.

El Méxodo es un fenómeno vivo y, por ahora, no se va a detener. Setecientas millas de muro y 40 mil agentes en la frontera no podrán detener a miles de mexicanos que tiene hambre, miedo a los narcos y la esperanza de una vida mejor en el norte. Y tarde o temprano, pintarán de verde una parte del estadio de Columbus, Ohio. O en Dakota del Norte. O en Alaska. O a dondequiera que lleven al equipo mexicano de fútbol para que no se sienta solito y vuelva a perder.

 

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Siria, la gran excusa

Los congresistas de Estados Unidos, además de sufrir unos patéticos niveles de popularidad, tienen una bien ganada fama de no poder hacer dos cosas al mismo tiempo. No se trata de comer helado y jugar al yoyo, por ejemplo. Mi gran temor es que vayan a dejar a un lado el debate sobre la reforma migratoria mientras se resuelve el conflicto con Siria. Damasco, la capital siria, está a 9458 kilómetros de distancia de Washington. Pero estos últimos días parecería estar mucho más cerca del interés del Congreso estadounidense que los 11 millones de indocumentados que viven en Los Angeles, Houston, Chicago y Miami. El sentido de urgencia que hay respecto a Siria no existe en cuanto a la reforma migratoria. Eso es muy preocupante. Continuar leyendo

En México, misión imposible

La pregunta es fácil. ¿Cómo promover el turismo en un lugar donde roban, violan, matan y secuestran? La respuesta es un baile, con un pasito p’alante y otro p’atras.

Empecemos por lo básico: México es un país geográficamente bendecido. Sin duda, México es uno de los lugares más bellos del mundo y, por lo tanto, digno de visitarse y revisitarse. Pero, al mismo tiempo, es una de las naciones más peligrosas. El promedio extraoficial de muertos por la narcoviolencia –que ronda en unos mil al mes– no se ha reducido significativamente con el nuevo gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.

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