Cristina abrió la dimensión desconocida

Jorge Santos

La dimensión desconocida fue una serie televisiva norteamericana que alcanzó un gran éxito a lo largo de 156 episodios, producidos en cinco temporadas, desde 1959  hasta 1964.

En cada entrega se generaba una crónica de ilusión, miedo o ciencia ficción, generalmente finalizando de manera inaudita.

La locución en off de apertura se caracterizó por una frase que caló hondo y que en algunos de sus párrafos decía: “Abramos esta puerta con la llave de la imaginación. Estamos entrando en la dimensión desconocida”.

La notoriedad lograda hizo que promediando los años ochenta y luego en 2002 se la reeditase con dos nuevas realizaciones.

Justamente, el 2002 recuerda un momento aciago para la Argentina donde una crisis que se presentó como la más profunda de su historia económica convulsionó de manera tremenda la vida de la mayor parte del cuerpo social del país.

En 2003 se inicia un ciclo de inusitada prosperidad a lo largo de una década por dos motivos fundamentales: el elevado precio internacional de los productos agropecuarios y la enorme exportación de automotores a Brasil.

Un factor altamente negativo acompañó tantos años de ingresos extraordinarios. Una familia feudal de una sureña provincia se hizo cargo de la administración del Estado nacional.

En Santa Cruz, Néstor y Cristina Kirchner sometieron todos los poderes del Estado territorial a sus designios y con ello establecieron una dictadura.

Ese matrimonio, además, se había enriquecido significativamente a través de la corrupción. Sobran las investigaciones y testimonios al respecto.

Algunos pocos argentinos antes, otros muchos después, advirtieron que los padres de Máximo y Florencia calcaron lo hecho en su pago chico a nivel nacional.

Hoy, el país trasunta un malhumor social en ascenso porque la situación económica, la inseguridad, el avasallamiento de la poca justicia independiente -que sobrevive a la habitante de La Rosada-, superó la fábula montada a través del adulterado y famoso relato.

Sí, la realidad superó con creces el peor cuento.

Normalmente, el ser humano es negador de lo que le asusta, pero todo está fuera de lugar. Nada se respeta. La decadencia se agiganta día tras día.

Las comparaciones son odiosas, pero guste o no, estamos peor que 10 años atrás.

Salir de dónde se ha llevado a la Nación llevará décadas; para recomponer y rehacer lo destruido o lo que dejó de hacerse, priorizando el gasto y no la inversión.

El enfrentamiento entre argentinos llegó a niveles insostenibles, y eso fue orquestado por una acción sistemática realizada -con enorme vileza- desde el poder central.

Restan más de dos años de gobierno de una presidente que luce ignorante de la verdad.

La primera magistrada desoye una multitud en las calles entretanto envía más de 120 tuits con historias inconcebibles que irritan aún más.

Al mismo tiempo, los serviles diputados y senadores oficialistas se convierten en “infames traidores a la patria” (artículo 29 de la CN), como si no lo supieran. La obediencia debida los convierte en exterminadores del Estado de Derecho.

Simultáneamente, la corrupción se destapa por televisión y estalla cual bomba debajo del sillón presidencial.

La Justicia no actúa por miedo -aún no habiendo sido “democratizada”- mientras una operación espuria se monta con dos empresarios beneficiados por negocios con el gobierno para matar al cartero. Se disciplinan para ello conductores de la pantalla chica que no dudan, vaya a saber por qué, en incinerar su presente y comprometer su futuro.

La dignidad de muchos se amortiza aceleradamente.

El robo de los dineros públicos denunciado por Jorge Lanata y por otros creíbles periodistas hace mucho tiempo no es una cosa nueva o que no se supiera o sospechara. Si la corrupción mata (vidas y esperanzas), los corruptos deberían ser condenados como asesinos.

No hay nadie preso por perpetrar actos ilícitos.

El pueblo sabe de cómo se han timado sus dineros en estos años. En la calle no son pocos los que dicen “si tuvieran que ir presos, nos quedamos sin gobierno”.

Cristina Fernández no está dispuesta a cambiar, porque no puede cambiar. Las razones son obvias.

Si Cristina no cambia… ¿Nada podrá cambiar en los próximos años que le quedan de gobierno?

La respuesta la tiene el pueblo argentino.

La respuesta la tiene una oposición desgastada por su propia mezquindad.

Al frente del país está un gobierno que ha perdido el respeto de buena parte de la ciudadanía; más de los que creen los más devotos cristinistas.

Todo el tiempo que pasa, sin que se busquen soluciones apropiadas, se multiplican los inconvenientes.

Muchos son los que temen perder el trabajo, las inversiones huyen. Se desilusionan los muchos que no lo consiguen, nadie invierte.

Paliativos, parches, publicidad engañosa, maniobras turbias ensombrecen el panorama de un pueblo que se moviliza en defensa de su libertad.

Desgraciado escenario para una democracia que costó tanto conseguirla.                                                                                                           

No es necesario usar la llave de la imaginación.

Hace rato, Cristina abrió la puerta de la dimensión desconocida.