El continuismo renuncia al progreso

Jorge Sarghini

El proyecto de ley de presupuesto 2016 no debió ser tratado en el Congreso Nacional antes del recambio institucional del 10 de diciembre. La media sanción otorgada por la Cámara de Diputados de la Nación —aunque legal— carece de toda legitimidad, porque debió esperarse a que el pueblo se exprese en las urnas y fuera la resultante del consenso entre el próximo presidente y la renovada representación legislativa.

El plan aprobado tiene similares características a los de los últimos ocho años: subestimación de recursos, gastos, déficit, inflación y tipo de cambio. El Gobierno no sólo no plantea ningún cambio respecto de su conducta institucional para la aprobación —la imposición sin el más mínimo debate—, sino que, además, el mensaje económico que envía a la futura administración a través del presupuesto es: “Siga con este modelo”, con lo cual la condiciona de antemano, sea quien fuera.

Repasemos las características salientes de este modelo:

  • Gasto público, presión tributaria y déficit crecientes.
  • Financiamiento del déficit con emisión monetaria y endeudamiento del Tesoro y del Banco Central.
  • Alta inflación y distorsión de precios relativos.
  • Pérdida de competitividad por apreciación constante de nuestra moneda.
  • Reducción de las exportaciones y déficit creciente de la cuenta corriente del balance de pagos, con cepo cambiario y endeudamiento externo.

Como resultado de estos desequilibrios, a pesar del modesto aumento del consumo privado, en los últimos cuatro años el único factor realmente dinámico de la demanda ha sido el consumo público. Retrocedieron las exportaciones, la inversión y las importaciones. Por lo tanto, el volumen de producción por habitante, aun con la sobreestimación de las propias cifras oficiales, se encuentra estancado en los mismos niveles de 2011.

¿Adónde nos llevaría la prolongación de estas políticas? El déficit del sector público (sin computar las “utilidades” del Banco Central, cuya contrapartida es emisión monetaria) fue de 2,4% del PBI en 2012, del 3% en 2013, del 4,3% en 2014 y se proyecta en un 6% a 7% en 2015. De no mediar cambios, vamos camino a un déficit superior al 8% del PBI en 2016. Semejante nivel de quebranto sólo se registró en el contexto de profundas crisis, como la hiperinflación de 1989 o la gran recesión del fin de la convertibilidad.

Además, el déficit de cuenta corriente del balance de pagos también sigue, desde 2012, una curva ascendente. Con 1.272 millones de dólares en rojo de ese año, alcanzará los 15 mil millones en 2015, uno de los más altos de la historia. Si se continúa en esta línea, el déficit podría superar los 20 mil millones de dólares en 2016.

Pareciera una verdad de Perogrullo señalar que todas las decisiones de política económica repercuten más temprano que tarde en materia social. Pero vale recordar que, producto de las inconsistencias de la economía, estamos atravesando un período de varios años con empleo estancado, crecimiento de la informalidad y cristalización de la pobreza estructural, aun con aumento de las asignaciones sociales.

¿Podemos permitirnos, entonces, la continuidad de un modelo que ya luce inviable? Desde el Frente Renovador sabemos que existe otro camino. Es por ello que, tanto por el atropello institucional que implicó el tratamiento del proyecto de ley de presupuesto como por las razones de índole económica expuestas, los diputados nacionales del bloque no avalaron con su presencia en el recinto una votación que renuncia al progreso de los millones de argentinos postergados. En pocos días más tendremos la oportunidad de comenzar a desandarlo.