El agro genera la mitad de las exportaciones

Las exportaciones de granos y derivados industriales impulsan en 2016 la inserción de la Argentina en el mercado internacional. Según informaron la Cámara de la Industria Aceitera de la. República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), entre enero y abril de este año las compañías del sector colocaron productos en el exterior por USD 7.996,1 millones, un 41% más que en el mismo lapso del año pasado, en un récord histórico para el período.

El INDEC informó que en el primer cuatrimestre del año las exportaciones totalizaron USD 17.159 millones, de los cuales 46,6% provinieron del agro, ya sea por granos sin procesar como por productos industriales obtenidos de los cultivos. La Argentina es tercera productora y exportadora mundial de granos de soja, y líder mundial en ventas de harina y aceite de soja.

Las lluvias e inundaciones que afectaron a la zona núcleo de la Argentina en abril y mayo desaceleraron las exportaciones del campo que, de todos modos, se encuentran en un techo histórico. Hasta el 3 de junio las ventas alcanzaron los USD 11.291 millones, a la par del los registros de 2014, el nivel máximo anterior.

El creciente protagonismo del agro en participación exportadora tiene explicación en tres factores: la devaluación del peso, la quita de retenciones y la mejora de los precios internacionales.

En cuanto al salto del dólar, desde la salida del “cepo” cambiario la divisa mayorista subió 40,5%, desde los $9,8275 del 16 de diciembre a los actuales 13,81 pesos.

Además, el Gobierno eliminó los derechos de exportación para el trigo, el maíz, la carne y productos regionales, y redujo en cinco puntos porcentuales la alícuota que paga la soja, hoy en el 30 por ciento.

Las lluvias en las zonas productoras de la Argentina trajeron la noticia amarga, pues motivaron el recorte de los pronósticos de cosecha de la presente campaña, aunque en el mismo sentido potenciaron las cotizaciones internacionales, efecto que parcialmente compensó las pérdidas para muchos productores locales.

Las estimaciones de la cosecha, que concluye en julio, se redujeron a 55 millones de toneladas para la soja, detrás de los 56,5 millones de toneladas previstos en abril y un 10% menos que los 60,8 millones de la campaña 2014/2015. Para el resto de junio los pronósticos meteorológicos anticipan un clima más seco que beneficiará la recolección, aunque las pérdidas por excesos hídricos no llegarían a ser subsanadas.

En 2015 la harina de soja acaparó el 17% de todas las exportaciones argentinas:

 en 2016 su precio crece 57%

 

Desde que empezó 2016 la tonelada de poroto de soja subió un 35,2%, a USD 432,93, mientras que la tonelada de harina derivada de la oleaginosa saltó 56,6% en algo más de cinco meses de 2016, a USD 456,45, desde los USD 291,40 de diciembre. En tanto, la tonelada de aceite de soja asciende 7,2% en 2016, a USD 722,36, desde los USD 673,63 del cierre de 2015.

El maíz, a USD 166,93 por tonelada en los EEUU, subió 18,2% en 2016. Argentina es el tercer exportador mundial del cereal. En cuanto al trigo, del que la Argentina es el octavo proveedor, sube un 9,4% en 2016 a USD 188,88 por tonelada. Las exportaciones trigueras del país se concentran en enero. El Departamento de Agricultura de los EEUU calculó que la Argentina incrementó 70% el volumen de exportaciones trigueras en 2016, a 9 millones de toneladas, desde 5,3 millones de toneladas de 2015.

Dante Romano, de Austral Agroperspectivas, refirió que “en las proyecciones 2016/17 todavía hay puntos que deberán definirse: rindes de EEUU elevados, nivel de producción en Argentina, y exportaciones de EEUU que siguen algo bajas en las proyecciones iniciales”. Añadió que “de todas formas la posición comprada de fondos especulativos en Chicago y la fuerte suba ya producida deben ponernos en guardia”, pues “estos factores podrían ya estar descontados en precio”.

Hegemonía exportadora

 

El INDEC informó que los complejos oleaginoso y cerealero impulsaron las ventas externas en 2015 y representaron un 42,2% del total exportado. El protagonismo comercial del campo fue mayor aún si se suman las ventas bovinas, frutihortícolas y de otros complejos productivos del agro de menor ponderación.

Las exportaciones argentinas totalizaron el año pasado USD 56.788 millones. El complejo oleaginoso envió productos por USD 18.416 millones (32,4% del total), en donde el ente estadístico computó harinas y pellets de soja, poroto de soja y aceite de soja (cuyas participaciones dentro del complejo fueron de: 54,5%, 24,0% y 21,5%, respectivamente), y un pequeño aporte del girasol.

En tanto, los complejos cerealeros (maíz, trigo y otros) tuvieron una participación en conjunto de 9,8% sobre el total exportado, con 5.558 millones de dólares.

Con el recorrido de precios de 2016 y el sostén de similares volúmenes que los del año pasado, este año las exportaciones del agro por granos de soja, maíz y trigo, más harinas y aceites de soja podrían aportar unos USD 8.300 millones extra o un aumento de 14% en las ventas externas nacionales. Es lo que algunos analistas definen como el regreso del “viento de cola” para la economía argentina.

6 meses de Macri: shock externo, gradualismo interno

El 10 de junio se cumplen los primeros seis meses de la nueva gestión, período de transición delicado en el que el Gobierno actuó con más profundidad o “shock” en el frente externo y optó por iniciativas más gradualistas fronteras adentro.

La liberación del mercado cambiario, la reducción de retenciones a las exportaciones, el pago a los holdouts, la emisión de deuda en dólares y el recientemente anunciado blanqueo de capitales, entre otras medidas, apuntaron a un fluido ingreso de dólares al país. En un breve período se dejó de discutir el nivel de reservas y la cotización de la divisa y se despejaron todas las dudas sobre las necesidades de financiamiento.

El intenso flujo de dólares soslayó la preocupación por los activos del Banco Central, mientras que el tipo de cambio, en torno a 14 pesos, se aquietó tanto que ya empiezan a escucharse advertencias sobre un retorno del atraso cambiario, impensado cuando se eliminó el “cepo” en diciembre.

En los últimos meses el mundo volvió a ayudar a la Argentina. El aumento de los precios internacionales de los granos y derivados industriales fue sorpresivo y su aporte a la economía todavía no llega a ponderarse. Los precios de la soja aumentaron 30% en cinco meses. La harina de soja subió 58% y el maíz, un 15 por ciento. También fue positiva la evolución del aceite de soja (+5,6%) y el trigo (+3,2%). Estas producciones concentran casi la mitad de las exportaciones nacionales.

Por otro lado, la dificultad de la Reserva Federal de los EEUU para subir las tasas de interés en el corto plazo y el cambio de gobierno en Brasil, que podría coincidir con el piso de su crisis económica, también despejan obstáculos en los planos financiero y comercial, respectivamente.

Desde el punto de vista interno –el de los pesos- el panorama es diferente y más sombrío. La administración de Cristina Kirchner legó un déficit fiscal superior al 7% del PBI que en este duro presente parece irreductible. El desprolijo “sinceramiento” tarifario está aún a mitad de camino: demasiado alto para que la población pueda asumir el costo sin sufrimiento y demasiado bajo para adecuar el precio de los servicios públicos domésticos al nivel que cuestan y pagan en la región.

A partir de 2011 el empleo fue sostenido principalmente por el sector público y es un eslabón débil de la economía de 2016. Los indicadores oficiales de pobreza fueron ocultos durante el último tramo de gobierno kirchnerista. Sin embargo, las mediciones privadas muestran que un tercio de la población tiene problemas para satisfacer sus necesidades básicas.

Atento a esto, el Ejecutivo impulsó el plan para el pago de la deuda a jubilados, amplió asignaciones y extendió la tarifa social a 1,5 millones de usuarios de gas y a 3,3 millones de usuarios de energía eléctrica.

La inflación tocó en mayo un techo de 40% anualizado. Numerosas familias, cuyos ingresos no llegan aumentar al mismo ritmo, pasan a ser pobres, o indigentes si no consiguen acceder siquiera a la canasta básica de alimentos. El ascenso de la inflación obligó al Banco Central a subir las tasas de referencia a niveles no vistos desde 2002, con el objetivo de aspirar pesos y reducir lo más posible la presión sobre precios y dólar.

Éste es un bálsamo de corto plazo: la deuda del BCRA aumentó 71% desde el 10 de diciembre y superó a la Base Monetaria. El monto acumulado en Letras y Notas asciende a $594.471,1 millones. Al tipo de cambio actual son casi USD 43.000 millones, un 8,2% de un PBI de USD 520.000 millones –en una estimación optimista- y más que el déficit fiscal de un año entero.

Los vencimientos semanales de estos bonos son cada vez más voluminosos y los rendimientos tan elevados que atentan contra el futuro crecimiento económico y la recomposición del crédito en pesos.

Una definición a trazo grueso es que en lo inmediato sobran los dólares y faltan los pesos, por la altísima carestía de los precios internos, la absorción del BCRA y el rojo de las cuentas públicas nacionales y provinciales. Es una profunda diferencia entre el gobierno nuevo y el anterior, al que los dólares se le escapaban de las manos y que inyectaba pesos en exceso para incentivar el consumo.

En esta dificultosa transición el Gobierno debe aplicar un ajuste sobre las cuentas públicas, con recesión y alta inflación, y a la vez mantener del lado positivo las expectativas. El endeudamiento es la llave para conseguirlo en términos que sean aceptables sin un mayor deterioro social: en dólares a través de la emisión de deuda pública y en pesos -en forma indirecta- a través de las LEBAC del BCRA que recuperan de la plaza los fondos girados a Tesoro.

El gobierno de Macri prevé que la llegada de la reactivación económica será cuestión de meses. Aunque no se perciba en forma nítida en el tan invocado segundo semestre, podrá ser en 2017. Es una apuesta fuerte, en la que el mandatario está dispuesto a jugarse la porción más grande de su capital político.

Ajuste en 2016 para crecer en 2017

El 2016 parece definido en cuanto a indicadores económicos. A una retracción de la actividad en un rango de 1 a 3 por ciento este año, leve incremento de la pobreza y el desempleo, e inflación sobre el 30% anual, le corresponden una pronta normalización del mercado cambiario, sólidas liquidaciones del agro tras el recorte de retenciones y un notable ingreso de dólares financieros luego de la salida del default.

Varios analistas expresaron que la economía transita un período de “dos tiempos”. El sector financiero picó en punta con el acceso a los mercados internacionales de crédito, mientras que en el real todavía no se percibió la mejora. Lo mismo se aplica a la inflación: el salto tarifario y la devaluación impactaron de entrada, pero en el segundo semestre, a la par de la ligera contracción económica, la inflación va a desacelerar en forma visible.

El aumento de precios de abril fue el mayor desde 2002, un 6,5% según la Dirección de Estadísticas de la Ciudad de Buenos Aires, pero este número fue menor si se despejan aquellos precios que dependan de regulaciones oficiales y factores estacionales, la llamada inflación “núcleo”. Invecq Consultora Económica dice que “lo importante de los números de abril es que con el 2,8% de inflación núcleo se afirma la tendencia descendente que marca este indicador desde el 4,5% de diciembre. Cuando los impactos de los regulados ya no estén, la inflación general se guiará por la dinámica del índice núcleo. Es por ello que las autoridades económicas aseguran que en el segundo semestre se tendrán tasas de inflación más cercanas al 2 por ciento”.

La semana pasada, el INDEC difundió el esperado Índice de Precios al por Mayor (IPIM), de 1,5% en abril e inferior a marzo, aunque con un incremento acumulado de 19,1% en el primer cuatrimestre. El ente estadístico explicó que los productos nacionales registraron un alza del 1,8%, compensados parcialmente por la baja de 1,4% en los bienes importados.

El ingreso de divisas fue un bálsamo para un mercado que observaba con estupor la pérdida de reservas del BCRA durante el “cepo” cambiario. La normalización del flujo de dólares disipó los fantasmas que amenazaban ese stock. Ante las comisiones de Presupuesto e Inversión del Senado, el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, afirmó que “se dejó de hablar de las reservas, lo que tiene que ver con el régimen cambiario y monetario. Vamos a intervenir cuando el mercado sea necesario. Relájense, no necesitamos tantas reservas, hoy tenemos un exceso de oferta”.

La otra cara de esta inyección de fondos frescos es la continuidad del atraso cambiario. La economía argentina se encareció en dólares aún con la contundente devaluación del peso en diciembre. Un dólar accesible facilita el combate a la inflación, pues abarata los productos importados y abastece aquellos rubros donde hay “tensión de oferta”, pero es nocivo para la producción local, con dificultades de competitividad para ganar mercados en el exterior.

“El tipo de cambio continúa estable en torno a 14,20 pesos argentinos por dólar en las últimas semanas debido parcialmente a la suba en el precio de la soja en época de cosecha gruesa”, explicó un reporte de Puente SA. En el transcurso del año el dólar mayorista, guía para el comercio exterior, subió apenas 8%, una tasa que es menos que la mitad de la inflación del período.

“Esta dinámica de pérdida de la competitividad cambiaria para el sector productivo, a priori, entendemos que seguirá profundizándose como resultado del mix de políticas monetaria y fiscal adoptado por el actual Gobierno”, señaló un estudio de FyE Consult. “Naturalmente, como esta dinámica de precios y tipo de cambio nominal no luce sostenible en el tiempo, creemos que alguna corrección (vía precios y/o tipo de cambio) se producirá en algún momento”, advirtió.

El optimismo por la abundancia de dólares es tal que el secretario de Finanzas Luis Caputo declaró que “las necesidades de financiamiento para 2017 son muy tranquilas. El plan financiero es muy cómodo y no es una preocupación. Por eso, puede ser que durante el año que viene no tengamos que salir al mercado internacional” con nuevas emisiones de bonos.

En el panorama externo, Argentina todavía encuentra fundamentos firmes en la importante recuperación de precios de los granos y también del petróleo. La soja se aproximó a los USD 400 por tonelada, su valor máximo en 20 meses, en el momento de mayores ventas argentinas, mientras que el alza del crudo reduce a la vez la pérdida de rentabilidad de la producción local de energía, cuyos empleos están en riesgo y necesita de inversiones, aunque afecta al balance comercial por el déficit energético. El barril de Texas subió 30% desde el 10 de diciembre, cuando asumió Mauricio Macri, desde los USD 36,76 a los USD 47,75 en Nueva York.

Una suba marginal de tasas de interés de la Reserva Federal de los EEUU en junio y un piso para la caída económica en Brasil, que este año acusará una recesión cercana al 4% del PBI, juegan en contra de la Argentina, pero dejarán de ser un lastre para el crecimiento si ambas variables al menos se estabilizan el año próximo.

El recorte del déficit fiscal es el capítulo que el presidente Macri dejó para el final de esta primera etapa de la gestión, cuya duración podría extenderse hasta las próximas elecciones legislativas. Los funcionarios del área económica están enfocados en corregir distorsiones establecidas durante el gobierno anterior, con el objetivo de dejar el terreno abonado para volver al crecimiento económico en 2017.

El más grave de todos los desequilibrios es el rojo de las cuentas públicas, que seguirá como una amenaza para la salud de la economía, pues según el Programa Financiero presentado por el ministro Alfonso Prat Gay alcanzará el 4,8% del PBI en 2016 en el resultado primario (sin contabilizar el pago de deuda). Según esta proyección será inferior al 5,4% de 2015, aunque sigue muy alto y su evolución es la mayor incertidumbre para el futuro.

El BCRA apuesta fuerte al segundo semestre

El Banco Central comanda una dura batalla para esterilizar pesos de la plaza financiera y limitar el avasallante ritmo inflacionario. Para ese fin apela a la licitación de instrumentos de deuda, las LEBAC, que dan una tasa de interés que hoy se ubica en el 37,5% anual para posiciones de 35 días.

La entidad que preside Federico Sturzenegger le apunta al corazón y motor de la escalada inflacionaria de los últimos años: la inundación de pesos emitidos para financiar el déficit del Tesoro.

Según las planillas del BCRA, el stock de deuda por letras en pesos ($497.156,1 millones) y notas en dólares (equivalentes a $40.824 millones) suma $537.980 millones, con un crecimiento en apenas cinco meses de 54%, desde los $349.409,7 millones del 10 de diciembre pasado, cuando Mauricio Macri asumió la Presidencia.

En un arranque de año atravesado por el aumento de las tarifas de servicios públicos, la suba de los combustibles y el traslado parcial a precios de la devaluación de diciembre, el endeudamiento del Central es por ahora la única iniciativa eficaz para evitar que la inflación se dispare sobre el 40% anual.

Este crecimiento del pasivo de la entidad es insostenible en el tiempo, debido a que la elevada tasa de interés, al tomar en cuenta todos los tramos, promedia el 34% anual, que incrementaría a unos $700.000 millones el stock de deuda de la entidad hacia fin de año.

Hay que tener en cuenta que en diciembre, la Base Monetaria (billetes y monedas en circulación, cheques cancelatorios y depósitos en cuenta corriente del BCRA) alcanzaba los $612.000 millones y prácticamente duplicaba a los títulos de deuda. El enorme esfuerzo de ajuste monetario que el ente emisor activó en los últimos meses contrajo la Base Monetaria a $592.366,7 millones, a costa de aumentar el stock de Letras y Notas. Es decir que es inconsistente mantener este ritmo de endeudamiento que ya está al mismo nivel que todo el dinero que circula en la economía.

Si los bancos y empresas, principales demandantes de estos títulos, fueran renuentes a renovar los vencimientos, el BCRA estaría obligado a emitir este año más de $200.000 millones por pago de intereses. Por este argumento, los analistas financieros descreen de un rápido recorte de las tasas.

La clave para evitar un “estallido” de pesos será una reducción palpable de la inflación, que posibilite bajar las tasas de LEBAC, pero mantenerlas positivas respecto del índice de precios, y hacia allí apuntan las expectativas del Central.

Federico Sturzenegger explicó que “la inflación ‘resto’ o ‘subyacente’ saca de la inflación lo que se llaman los precios estacionales y los regulados. Entonces es como el devenir normal del resto de los precios. Nosotros habíamos visto un pequeño aumento entre febrero y marzo, cuando hicimos la política monetaria bastante más contractiva”.

Durante la presentación del Informe Trimestral de Política Monetaria, el jefe del Central resaltó que la inflación subyacente de abril en Capital Federal alcanzó un 2,8%, que “ubica a ese número como el más bajo desde noviembre”. Además apuntó que en rubros como alimentos y bebidas el incremento fue menor, de 1,8%, “más allá que el número headline (con tarifas y combustibles) ha sido mucho más significativo, de 6,5% en la ciudad de Buenos Aires”.

Sturzenegger ratificó su confianza en que las tasas de LEBAC se reducirán “a medida que la inflación baje, tal como esperamos que ocurra en el segundo semestre“. Es un objetivo ambicioso, pero aún posible, por cuanto auguró que “una baja de la tasa de interés influirá positivamente sobre el nivel de actividad económica, si bien lo hará de manera desigual en cada sector productivo”.

Exceso de dólares en el corto plazo

La firme decisión del Gobierno de asegurarse dólares para el financiamiento de 2016 y salir del atolladero del default está provocando una coyuntural dificultad con la que los mercados financieros deben lidiar en las últimas semanas: la excesiva cantidad de divisas y la inquietante debilidad de la cotización del billete en el ámbito doméstico.

Desde que comenzó el año la divisa norteamericana aumenta un 9,3%, desde los $13,005 a los actuales $14,215 según la cotización mayorista, una tasa inferior a la inflación del período, que rozó el 20% en el primer cuatrimestre del año, según estimaciones de consultoras.

Aún contabilizando la profunda devaluación del peso de diciembre de 2015, el dólar mayorista registra un aumento de 59% en los últimos 12 meses, desde los $8,9225 del 6 de mayo del año pasado, lo que redujo a menos de 20 puntos la brecha con la inflación de 40% acumulada en el período.

La inflación de abril se ubicó en torno al 7% según mediciones privadas y fue la más alta desde el registro de junio del 2002, cuando ascendió a 8,2% mensual. En aquel mes, durante la presidencia de Eduardo Duhalde, el dólar, que costaba 1 peso en diciembre de 2001, llegó a operarse a 4 pesos, cuando el país atravesaba una crisis económica y social sin precedentes. Muchas cosas son diferentes en 2016 y una de ellas es que el salto inflacionario no es acompañado por un salto cambiario.

La “lluvia” de dólares todavía no derrama en forma de inversión productiva, pero es palpable en el circuito financiero, que en definitiva es donde se fondearán los futuros proyectos de la economía real. Tras el pago a los holdouts, la emisión de cuatro bonos soberanos por USD 16.500 millones a una tasa promedio de 7,14% significó un ingreso de USD 6.600 millones a las reservas a fines de abril. La semana pasada el Tesoro emitió USD 448 millones en letras, a 91 días con una tasa de 3,5% anual, y a 182 días al 3,9%, mientras que Neuquén emitió bonos por USD 235 millones al 8,625%, con vencimiento en 2028. Son muy altos retornos los que está ofreciendo la Argentina para tentar a los capitales del exterior o a aquellos que están dentro del país, pero fuera del circuito financiero por años de vigencia del “cepo”.

Un estudio de Ecolatina indicó que “si el Tesoro se inclina por colocar deuda en dólares para cubrir el déficit en pesos, puede generar presiones sobre el frente cambiario -la mayor oferta de divisas aprecia el tipo de cambio-, y por el lado monetario si el BCRA decide comprar divisas para sostener el tipo de cambio, podría aumentar la cantidad de pesos en circulación”. Por otra parte, la consultora advirtió que si el organismo “emite deuda en pesos, el efecto crowding-out impactará sobre la actividad”, al absorber de la plaza los fondos para crédito, en desmedro del sector privado.

El actual presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, ya había anticipado el año pasado que si Mauricio Macri ganaba las elecciones presidenciales el Gobierno se iba a tener “que preocupar más por una apreciación del peso que por una devaluación, porque van a ingresar muchos dólares por el cambio de expectativas”. También había admitido que “es preciso evitar situaciones donde el dólar se abarate mucho, porque eso ha sido muy malo y tenemos que mantener un tipo de cambio competitivo, pero desde el PRO no vemos grandes cambios en el valor del dólar”. Todas aquellas definiciones se están cumpliendo en el presente.

Otra situación inusual con el ominoso valor del dólar es que la estabilización del precio de la divisa se produce con una importante fuga de capitales, pues si se descuenta el abundante ingreso de dólares financieros, la caída de reservas internacionales del Banco Central promedia unos USD 100 millones diarios.

En cuanto a las reservas, vuelve a entrometerse el problema inflacionario, pues el magro superávit comercial exige que la entidad deba comprar divisas si pretende incrementar sus activos y sostener la cotización del dólar, a cambio de inyectar pesos en la economía y empujar aún más la suba de precios. Esa circunstancia tan compleja explica por qué el Central decidió elevar de dos a cinco millones el límite mensual máximo de “compra de divisas para la formación de activos externos”.

Si bien la entidad encuadró la decisión dentro de “los pasos finales en la remoción de las restricciones cambiarias heredadas”, ese límite más laxo, con un dólar percibido hoy como barato, podría potenciar la demanda privada y permitir que el mercado alcance por sí solo y sin intervención oficial un nivel de equilibrio de cotización más elevado, que incentive las exportaciones.

Al dólar futuro lo pagamos con inflación

La presencia de la ex presidente Cristina Kirchner en tribunales de Retiro la semana pasada tuvo su notoria impronta política, pero ésta no disimula que la causa por la que se la citó a declarar tiene un fundamento económico. Los negocios del dólar futuro promovidos por el Banco Central en los últimos meses de su gobierno causaron una pérdida de $77.000 millones para la entidad, una vez ejecutada la devaluación de diciembre.

Ese costo es el que se calculó al instruir la causa que se tramita en el juzgado de Claudio Bonadío, quien considera que esas operaciones se concretaron “en condiciones dañosas para el erario público”.

La inyección de pesos con la que el BCRA debió compensar a los inversores que apostaron a un dólar en 2016 más alto que los $10 a los que se acercó en el cierre de la gestión de Alejandro Vanoli contribuyó a expandir la masa de pesos en la economía e incentivar la inflación.

En marzo y la primera mitad de abril de 2016 la Base Monetaria (billetes y monedas en circulación, cheques cancelatorios y depósitos en cuenta corriente del BCRA) aumentó casi $30.000 millones (+4,8%). La devaluación y la suba de las tarifas de servicios públicos tuvieron un fuerte costo inflacionario, pero a éste se le añadió el de los pesos emitidos para compensar futuros. Los precios minoristas escalaron en promedio casi diez puntos, del 28% anual en diciembre al 38% anual estimado para abril.

Para cuantificar el impacto de los vencimientos de los contratos de dólar futuro transados en 2015 y que todavía se están terminando de pagar, esos $77.000 millones representan hoy unos USD 5.400 millones o 1% del PBI. También equivalen al 13% en la Base Monetaria.

La inflación es la principal preocupación económica de la sociedad, todavía por encima del estancamiento económico y la caída del empleo. Desde que Mauricio Macri asumió, hace poco más de cuatro meses, la inflación acumulada alcanza el 20 por ciento.

Por esa razón el Banco Central se enfrenta al difícil reto de absorber la liquidez excedente en el sistema financiero, a cambio de una tasa de interés del 38% anual, récord desde la crisis en 2002. Esta tasa es recesiva, porque quita pesos a la actividad económica y encarece el crédito frente a colocaciones a plazo más rentables. Pero, además, implica un fuerte desembolso de pesos más adelante y más presión inflacionaria cuando se deberán cancelar los títulos.

La deuda contraída por el Banco Central a través de LEBAC y NOBAC totaliza unos $550.000 millones, monto casi igual al de la Base Monetaria, en torno a 590.000 millones de pesos. Hace diez años le relación era de dos pesos en la economía por cada uno de deuda “cuasi fiscal”.

Algunos analistas financieros aseguran que esta “bomba monetaria” por la acumulación de pasivos será muy compleja de desactivar en los próximos meses si la entidad que preside Federico Sturzenegger necesita bajar las tasas para no deprimir la actividad, a riesgo de no poder renovar la montaña de vencimientos de Letras, que se concentran en el corto plazo.

Cesa la preocupación por el dólar

Es curioso que el problema del BCRA en el presente no es la escasez de dólares, después de años de acelerada caída de reservas, si no qué hacer con los pesos, que pierden valor por la inflación, pero que el Tesoro reclama con avidez creciente por un déficit fiscal en torno al 7% del PBI.

Hasta julio el Banco Central contará con dos potentes impulsos para reforzar su posición de divisas: la liquidación de exportaciones del agro en el período de cosecha gruesa y el crédito e inversiones externas que puedan ingresar tras el acuerdo con los holdouts.

La Cámara de la Industria Aceitera (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC) informaron en el transcurso de 2016 ventas al exterior por unos USD 6.300 millones, un 60% más que en el mismo lapso de 2015. Si a estos dólares los absorbe el sector privado y quedan en el sistema aumentarán las reservas. Si los adquiere el BCRA también sumarán a reservas, aunque a cambio debe emitir pesos para comprarlos. Al ser ingresos genuinos y no emisión espuria, el efecto de estos pesos es neutro en cuanto a inflación.

En el caso de los títulos soberanos, se calcula una colocación de al menos USD 15.000 millones, de los que una porción menor quedará en el país, pues en su mayor parte les serán girados a acreedores externos. Las divisas financieras que queden en el país sumarán a las reservas, con un aumento de la deuda pública como contrapartida.

En medio de las noticias sombrías que llegan de Brasil -la crisis por el juicio político a Dilma Rousseff y una recesión económica estimada en 4%- llega otra alentadora: la revalorización del real. Desde que Argentina eliminó la restricción cambiaria el 16 de diciembre pasado el precio del dólar subió 44%, mientras que en Brasil cedió 10%, relación que mejora la competitividad de los productos argentinos para venderle a nuestro principal socio comercial.

La actividad económica acusa el ajuste

La economía argentina atraviesa una recesión en 2016. Con fluctuaciones, acumula cinco años de estancamiento, que exponen una molesta realidad: se revirtió el ciclo económico virtuoso de una década que comenzó en la segunda mitad de 2002 y que mostró sus últimos destellos en 2012, cuando la soja alcanzó valores récord en torno a USD 650 por tonelada.

Para establecer límites más definidos, la actividad económica creció de manera ostensible desde la devaluación de la presidencia de Eduardo Duhalde hasta el “cepo” al dólar de la administración de Cristina Kirchner. En el medio se sorteó un breve pero complejo período, signado por la pelea con los productores del agro por las retenciones móviles en 2008, la mediocre campaña agrícola 2008/2009 por una sequía y la crisis financiera internacional que se desarrolló a partir de septiembre de 2007, con la quiebra de Lehman Brothers, hasta marzo de 2009.

Desde el cierre de la convertibilidad que no se atravesaba un período de letargo como el último lustro. A diferencia de la crisis política, económica y social que estalló el 19 de diciembre de 2001, enmarcada en un período recesivo que comenzó a fines de 1998 y continuó hasta el invierno de 2002, el gobierno de Mauricio Macri apunta a una salida menos convulsa, pues las condiciones macroeconómicas son mejores que las de 15 años atrás, pero que igual demandará mucho sacrificio de la sociedad hasta que estén alineados los precios relativos y cedan el déficit fiscal y la inflación.

“Estamos en un momento que a muchos les duele y a mí me duele. Ordenar el desaguisado que nos habían dejado lleva a cosas que hacen que me duela tomar las decisiones y lo que generan”, reconoció el Presidente la semana pasada, durante un acto en Misiones.

En enero el ministro Alfonso Prat Gay estimó que este año la actividad económica podría mostrar una recuperación en el segundo semestre para terminar 2016 en equilibrio. Sin embargo, previsiones de consultoras anticipan una caída entre uno y dos puntos del Producto este año.

Con respecto a las metas oficiales de inflación, el ministro de Hacienda y Finanzas consideró posible en enero terminar el año en un rango de 20 al 25 por ciento, para reducirla progresivamente “en un dígito, alrededor de 5% anual” en 2019. También los cálculos más recientes de los estudios privados sitúan a la inflación del año por encima del 30%, con un pico interanual cercano a 38% en abril, cuando más se van a sentir los aumentos de las tarifas de servicios públicos y en plena puja salarial por las paritarias.

La estrategia del Gobierno parece tomar forma: apurar el ajuste tarifario en el arranque del período presidencial, sacrificar crecimiento y afrontar de entrada el costo social, con algunas medidas paliativas para los sectores más vulnerables, a la espera de un nutrido flujo de crédito externo una vez saldada la deuda con los holdouts. Así se sentarán las bases para un crecimiento moderado pero consolidado en el tiempo para los próximos años. Será complicado, pero no necesariamente un “shock” como en 1991 o 2002. Es, probablemente, lo que la ciudadanía hoy está dispuesta a tolerar y convalidar, después de años de auge del consumo financiado por el “boom” de las materias primas.

Un problema irresuelto que dejaron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner fueron las deficiencias en infraestructura, el desaliento al ahorro y la inversión y una fuga de capitales que alcanzó a fines del año pasado los USD 230.557 millones, un monto equiparable a los USD 234.224 millones de la deuda pública, si se adicionan los bonos en default. Que empiecen a regresar los dólares que están fuera del sistema será imprescindible para el despegue económico.

Indicios de un año en baja

La caída del poder de compra del salario por la inflación, pobreza y desocupación en alza, y algunos indicadores sectoriales que exhiben deterioro (producción automotriz, construcción, consumo, entre otros) anticipan contracción de la actividad en 2016. Tampoco acompaña el contexto internacional, con franca desaceleración de la expansión china y una notoria recesión en torno al 4% pronosticada para Brasil.

La producción del complejo automotriz, el más importante de la industria nacional, acumuló una caída de 18,1% interanual en el primer trimestre del año, en particular por el desplome del  las exportaciones (-40,2%), en particular al mercado brasileño.

El Índice Construya, que computa las ventas de insumos para la construcción, disminuyó 3,6% en el primer trimestre en comparación con el mismo período de 2015, debido a “la retracción del sector privado y público, derivado de la fuerte contracción del Plan Procrear y de las obras públicas”.

Un informe del IERAL de la Fundación Mediterránea indicó que “en el primer trimestre del 2016 se profundizó la desaceleración del nivel de actividad, con guarismos negativos en sectores relevantes”. El estudio señala que “el primer trimestre muestra indicadores en general negativos del nivel de actividad que en parte, son una continuidad de las tendencias declinantes del cuarto trimestre de 2015″.

“Tras un cuarto trimestre en terreno positivo, el despacho de cemento marcó una caída de 9,1% interanual en el primer trimestre de 2016 y las ventas de gasoil del primer bimestre bajan 2,3% interanual luego de haber aumentado 2,8% en el cuarto trimestre de 2015″, añadió el IERAL.

El consumo de carne vacuna cayó 5,9% entre enero y marzo de este año, en comparación con el mismo lapso de 2015. La Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA) explicó la baja: “Los consumidores en general perciben salarios de 2015 y deben consumir con precios postdevaluación”.

En este presente árido sorprende que el precio del dólar, tema excluyente de la agenda durante la restricción cambiaria, paso a un segundo plano. Afortunadamente, el impacto devaluatorio del peso en diciembre dejó a la divisa norteamericana en un nivel del que apenas se movió, incluso lo hizo a menor ritmo que la inflación, sin salirse de ese cauce como presagiaban los defensores del “cepo”.

Oportuno letargo del dólar

Comenzó el segundo trimestre del año, en el que se incrementan los ingresos de divisas a la economía por el crucial aporte de las exportaciones de la agroindustria, concentradas en este período. Esa garantía de dólares es un alivio para las arcas del Banco Central, que tendrá que afrontar en el corto plazo el compromiso de pago a los holdouts, que prácticamente absorberá las eventuales emisiones de deuda en moneda extranjera que evalúa el Gobierno.

A la par, el potente impulso para la inflación consecuente del ajuste de tarifas de servicios públicos requiere de cierta calma cambiaria, pues una profundización de la devaluación alterará aún más el delicado estado de ánimo social y las expectativas sobre el futuro de la economía. Además, un dólar con presión alcista sería un obstáculo extra para la libertad de maniobra de la política económica, imprescindible en un primer tramo de mandato. Por eso es probable que se haya esperado a abril, estacionalmente un mes de moderada inflación, para aplicar el fuerte aumento del transporte, gas y agua corriente, al que se adosó un nuevo incremento de los combustibles.

El dólar cerró el viernes a 15 pesos para la venta en el promedio minorista: apenas cotizó 3% más caro que el dólar paralelo el 16 de diciembre, a $14,57 en el último día de vigencia del “cepo” cambiario, aún cuando la inflación del último trimestre superó el 12 por ciento.

Entre enero y marzo el billete norteamericano subió 11,3%, coherente con la escalada general de precios. Sin embargo, el mercado cambiario parece encontrar un equilibrio parcial para los próximos meses, pues en marzo retrocedió 6,2% al público (de 15,88 a 14,89 pesos) y bajó 6,8% en el mercado mayorista (de 15,80 a 14,72 pesos), donde se cursan las operaciones de comercio exterior, bancos y empresas.

El propio Banco Central, que definió a la utilización de las tasas de interés como principal instrumento de su política monetaria, señaló en un comunicado que “la relajación de tasas de interés tendrá lugar únicamente cuando la tasa de inflación muestre un nivel y una velocidad de descenso compatibles con los objetivos de la institución”. Y al ser la evolución de la inflación una variable difícil de contener en lo inmediato, por las medidas oficiales de “sinceramiento” de los servicios públicos y la masa de pesos excedentes heredada de 2015, es de prever un horizonte financiero con elevada inflación, tasas reales positivas y un dólar momentáneamente en pausa por el efecto de una oferta ampliamente abastecida por el agro y el fuerte el incentivo a las colocaciones a plazo.

Para el economista Gustavo Ber, “la tasa del 38% en la Lebac a 35 días -que prorroga el BCRA- continúa actuando no sólo como un ‘imán’ para la demanda inversora en busca de aprovechar dicho devengamiento, sino que también está permitiendo mantener anestesiado al dólar a corto plazo”.

Desde Invecq Consultora Económica explicaron que “a pesar de que el dólar se encuentra en caída desde principios de marzo, el Central ha preferido mantener el ajuste para consolidar una tendencia descendiente en la variación de precios. La política fiscal, por su parte, mostró que los ingresos continuaron creciendo por encima de los gastos en febrero, consolidando una nueva tendencia”.

Una progresiva reducción del déficit fiscal es fundamental para que el esfuerzo del BCRA tenga éxito, no solo en aquietar al dólar, si no en combatir la inflación. Por lo tanto, las oscilaciones marginales para la cotización de la divisa norteamericana previstas hasta julio no están garantizadas hacia el cierre del año.

“Si, tal como anunció, el Banco Central mantuviera el actual set de políticas monetarias y cambiarias contractivas y redujera la tasa de inflación a niveles del 1,8% mensual o menos en algún momento del segundo semestre, creemos que tal reducción se verificará en un contexto de apreciación real cambiaria y tasas de interés reales marcadamente positivas”, apuntó un reporte de FyE Consult.

Un informe de la consultora Ledesma advirtió que “mientras no se avance de forma decidida y sustentablemente en los procesos de consolidación fiscal nacional y de las jurisdicciones provinciales, las metas monetarias exigentes sólo podrán ser alcanzadas a costa de fuertes apreciaciones nominales y reales y, consecuentemente, mayores presiones recesivas”.

Una señal favorable en ese sentido la exhibieron los números fiscales del primer bimestre de 2016. Un análisis de Ariel Barraud y Gonzalo Torres, economistas del IARAF, indicó que “en los dos primeros meses del año se lleva acumulado un déficit primario de $11.047 millones (cabe recordar que en enero se obtuvo superávit primario) y un déficit fiscal de $22.734 millones, que en comparación con el primer bimestre de 2015 muestra una gradual mejora”, cuando el rojo sumó 29.612 millones de pesos. Si bien las cuentas públicas aún se mantienen deficitarias por montos relevantes, el IARAF destaca que “el déficit fiscal del primer bimestre de 2016 equivale a un 6,8% del Gasto total, mientras que en 2015 este indicador era del 11,2%”.

El BCRA debe más pesos que los que hay en circulación

Ha sido eficaz la actuación del Banco Central en estas diez semanas de gobierno de Mauricio Macri, aunque la difícil coyuntura económica obligó a la entidad a enfocarse menos en solucionar los problemas que a evitar que se profundicen y causen males mayores. Por eso debió operar con estrecho margen y un equilibrio endeble: las medidas tomadas para contener la inflación incuban una recesión, mientras que mantener a raya al dólar demandó más deuda y pérdida de reservas.

La entidad que preside Federico Sturzenegger lidió con la liberación del “cepo” cambiario y la devaluación, el salto inflacionario, la debilidad de su balance, el pago de los vergonzosos contratos de dólar a futuro que legó su antecesor, la suba de las tasas de interés y la absorción de la liquidez excedente que financió durante años el creciente déficit fiscal. Fueron apenas algunas batallas de las muchas que tendrá que librar la entidad emisora en los próximos meses.

La capacidad técnica y algo de audacia permitieron transitar este verano caliente con poca turbulencia. La primera movida fue la liberación del mercado de cambios a partir del 17 de diciembre, que se cristalizó en una inmediata devaluación del peso. La escalada del dólar oficial fue inferior a lo previsto por muchos analistas: la divisa aumentó 58,3% desde la salida del “cepo”, de 9,91 a 15,69 pesos, pero continuó debajo de los $16 que superó el “blue” en octubre pasado.

Tuvo que ver en esta cotización la reaparición en escena de las intervenciones oficiales en el mercado de cambios, con importantes posiciones vendedoras que desviaron a la autoridad monetaria de la estrategia inicial de dejar flotar libremente al precio de la divisa para que sea el mercado el que fije su valor, a través de la pulseada entre la oferta de exportadores y la demanda de importadores, bancos y empresas.

La regulación de liquidez digitada por el Central es una apuesta riesgosa: para las reservas aumenta el estrés, con la expectativa puesta en un pronto acuerdo con los holdouts que permita a la Argentina regresar al mercado de capitales. Esta nueva deuda, se prevé, aportará una apreciable inyección de divisas, a una tasa entre 5 y 6 por ciento anual, para atenuar el ajuste sobre la economía y la palpable contracción de la actividad.

Sin embargo, no parece certera esta reciente apuesta por una “flotación administrada”: mientras que el dólar apenas desaceleró su marcha ascendente, hubo un elevado costo en reservas, que retrocedieron más de USD 1.500 millones en febrero. Solo por ventas netas en el mercado de cambios la caída fue de USD 346,6 millones desde el jueves 18.

Los activos internacionales alcanzaron los USD 24.862 millones el pasado 10 de diciembre, cuando se concretó el traspaso de mando, mientras que ahora se ubican en los USD 28.556 millones. No obstante, si se descuentan los USD 5.000 millones del pase pasivo con bancos extranjeros del 29 de enero, las reservas hoy estarían en su monto más bajo desde los USD 23.553 millones del 10 de mayo de 2006, hace casi una década. Si se suma a este préstamo el equivalente en yuanes por USD 11.000 millones producto del “swap” con el Banco Popular de China, más de la mitad de las reservas internacionales son fondos prestados.

Preocupa más la inflación que el dólar

Probablemente detrás de este sacrificio de activos para frenar al dólar subsista la urgencia política por apaciguar las expectativas de mayor devaluación y quitar un incentivo para que suban los precios, en momentos en que las negociaciones salariales empiezan a acaparar la agenda oficial.

Está claro que el incremento de tarifas y la devaluación decidida por el gobierno de Macri, más la emisión compulsiva y sin respaldo heredada de la administración Kirchner, potenciaron a la inflación en los últimos cuatro meses. La suba de precios preocupa más al equipo de Sturzenegger que el valor del dólar. Por ese motivo fue agresiva la esterilización de pesos con la colocación de LEBAC y el incremento de las tasas a niveles de 30 por ciento.

La Base Monetaria (billetes y monedas en circulación, cheques cancelatorios y depósitos de entidades financieras en cuenta corriente del BCRA) se redujo 14% en los últimos tres meses desde el récord de $640.006 millones del 22 de diciembre pasado. Respecto de febrero de 2015 la Base Monetaria desaceleró su incremento al 23% interanual. Esa contracción es un potente antídoto contra la fiebre de los precios, aunque sus consecuencias son recesivas en el corto plazo.

Los pesos que se retiran de la plaza financiera engrosan la deuda de la entidad, que además de pagar una alta tasa de interés, concentra sus vencimientos en un breve término de 90 a 180 días. Mientras la Base Monetaria se sitúa ahora en torno a los $553.000 millones por este esfuerzo de absorción de liquidez , el stock de LEBAC asciende a unos 479.000 millones de pesos. Es decir que el organismo debe un monto que se está aproximando a toda la cantidad de pesos en la economía.

Incluso las LEBAC superan al circulante de billetes y monedas (ítem que representa la mayor parte de la Base Monetaria) de 398.000 millones de pesos. Así hay más pesos de deuda en el balance del Central que billetes y monedas en manos del público.

Guerra de divisas y guerra de tasas

Por primera vez la Reserva Federal de los EEUU se enfrenta a un contexto internacional que condiciona sus acciones. El dólar se impuso como divisa de referencia y reserva internacional con tal supremacía que las decisiones del banco central norteamericano tienen que contemplar la realidad económica estadounidense del mismo modo que las consecuencias que produce en el resto de las economías del mundo.

Quedan en el plano internacional muchos interrogantes para 2016: el crecimiento débil, la volatilidad de los activos financieros y, lejos de la Argentina, preocupan las expectativas de deflación potenciadas por el desplome de precios de la energía y otras materias primas. En ese marco, la previsión de la Fed de cuatro subas de tasas adicionales este año -que fortalecerían aún más al dólar- suena cada vez más improbable. Ya en diciembre el banco central de EEUU aplicó un incremento de un cuarto de punto sobre sus tipos de referencia, desde un piso histórico en el rango de 0 a 0,25 por ciento.

El proceso de fortalecimiento del dólar comenzó varios meses antes de la esperada suba de tasas del cierre de 2015. La caída del precio del crudo en un 70% desde junio de 2014 y el descenso de los precios del cobre y los granos a pisos comparables a los de principios de 2009, durante la crisis financiera, están estrechamente relacionados con las proyecciones de un “súperdolar” como fiel de la balanza de un nuevo ciclo económico global.

El frente petrolero que se abrió hace 20 meses entre el cartel de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y los desarrollos no convencionales en los EEUU se dirime en un mercado con excedente de oferta y rebaja de precios que hundió al precio del barril debajo de los USD 30, la cuarta parte de lo que cotizó a mediados de 2014.

La baja del petróleo aumenta el riesgo deflacionario que asusta a las economías centrales. El crecimiento sustentado en estímulos monetarios tampoco permite aventurar una expansión consistente en los próximos años y, de hecho, va perdiendo efecto con el paso del tiempo. Con débiles expectativas, el fantasma de la recesión asoma como una amenaza para los países desarrollados y también para los emergentes, que dependen de la demanda de éstos.

Devaluación y tasas deprimidas

En septiembre de 2010 el ex ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, acuñó la frase “guerra de divisas” para definir el proceso de devaluación simultáneo que se inició en varios países emergentes, con el objetivo de abaratar sus costos internos y mejorar con ello el perfil exportador. Pasado más de un lustro, monedas emergentes como el real brasileño y el rublo ruso perdieron más de la mitad de su valor frente al dólar. A la par se sumó la determinación de los bancos centrales de llevar las tasas de interés a niveles mínimos para dar empuje a la actividad económica de sus países: la guerra de divisas mutó en guerra de tasas.

La devaluación del 5% del yuan chino en agosto fue una luz de alerta. Aquella sorpresiva jugada del Banco Popular de China fue atribuida a la necesidad de potenciar las exportaciones del país, que con un aumento del PBI inferior al 7% en 2015 transita su ritmo de crecimiento más bajo en 25 años. China es un crucial socio comercial para los EEUU y además es el principal tenedor de bonos del Tesoro y cuenta en sus reservas con 3,5 billones de dólares.

Una devaluación del yuan es hoy el principal escollo para un incremento de tasas en los EEUU. El 11 de febrero la presidente del Fed, Janet Yellen, reconoció ante el Congreso norteamericano que “no dejaría fuera de la mesa” la opción de llevar las tasas interés a rendimientos negativos como un posible instrumento monetario al cual recurrir si la expansión económica se detiene.

La aplicación de tasas deprimidas no es novedad: Japón y el Banco Central Europeo decidieron establecer tipos de interés negativos con el objetivo de incentivar la economía débil. Es decir que hay bancos centrales que cobran intereses a los bancos privados por sus depósitos en cuenta corriente en las arcas del ente emisor, como forma de presionarlos a prestar esos fondos a particulares y empresas.

El repetido incentivo financiero no aporta fundamentos reales para crecer. Por ello, los mercados -a diferencia de lo que sucedió entre 2009 y 2015- no hacen ahora una lectura auspiciosa de este artilugio: las tasas deprimidas que impulsaron la resurrección de precios de los activos producen ahora un masivo movimiento de ventas.