¿Islamofobia o islamofilia?

París, 7 de enero. El mismo día y a la misma hora que, un año atrás, dos islamistas atacaron el semanario Charlie Hebdo y asesinaron a una docena de periodistas, Ali Sallah, un joven de unos veinte años de edad, oriundo de Marruecos, emigrado a Europa se abalanzó contra un grupo de policías blandiendo un enorme cuchillo de carnicero al grito árabe de “Alá es Grande”. Tras ser abatido, encontraron entre sus pertenencias un falso cinturón explosivo, una reivindicación manuscrita en árabe en apoyo a Abu Bakr al-Bagdhadi y una bandera dibujada del Estado Islámico (ISIS). A pesar de los inequívocos signos del caso, para la ministra de Justicia de Francia, Christiane Taubira, no se trató de un atentado islamista, sino del acto de un desequilibrado. En la que bien podría haber sido una declaración cómicamente absurda del inspector Jacques Clouseau, aseguró: “Lo que deducimos a través de lo que conocemos de este individuo es que no hay ningún vínculo con la radicalización violenta”.

A lo largo del año pasado, un hombre de negocios fue decapitado en una fábrica química cerca de Lyon, un atentado islamista fue frustrado a bordo de un tren de alta velocidad entre Ámsterdam y París, y una serie coordinada de ataques a bares, restaurantes, un estadio de fútbol y una sala de conciertos dejó 130 muertos y cientos de heridos en la capital francesa. El lunes 11 del corriente, un adolescente musulmán atacó con un machete a un profesor judío en Marsella. Tras su arresto, el menor dijo que actuó en nombre de Alá e ISIS, puesto que: “Los musulmanes de Francia deshonran al islam y el ejército protege a los judíos”. ¿Podrá esto dar mayor contexto a las acciones del desequilibrado, Madame Taubira? Continuar leyendo

Contra la banalidad de la indiferencia

El filósofo germano-israelí Emil Fackenheim caracterizó la historia del antisemitismo con esta secuencia. Inicialmente se les dijo a los judíos: “ustedes no pueden vivir entre nosotros como judíos”, es decir, deben convertirse. Luego se les dijo: “ustedes no pueden vivir entre nosotros”, es decir, deber partir. Los nazis postularon: “ustedes no pueden vivir”. Y los asesinaron en masa.

Holocausto en hebreo se dice Shoá, término que -según explica Louis Weber, editor de la monumental Crónica del Holocausto: las palabras e imágenes que hicieron historia- surgió en un folleto publicado en Jerusalem en 1940 por el Comité Unido de Ayuda a los Judíos en Polonia. La palabra refiere al exterminio de seis millones de judíos en Europa, entre 1939 y 1945, llevado a cabo por los nazis y sus aliados.

El genocidio de los judíos del siglo último fue algo único en los anales de las masacres sufridas por el pueblo hebreo y, resta aclarar, fue un enorme crimen contra toda la humanidad.

El papel del hombre en este infierno de muerte y destrucción aún es materia de estudio e interpelación. Hubo víctimas y hubo verdugos, hubo colaboradores y hubo resistentes, hubo justos entre las naciones y hubo observadores indiferentes. El Holocausto fue ideado, perpetrado, desafiado y sufrido por hombres. Y las noblezas y las bajezas que signaron esa época atroz serán símbolos de heroicidad y estigmas de vergüenza para toda la raza humana por siempre.

Se atribuye al historiador judío Simón Dubnow, quién fue asesinado por los nazis en Riga en 1941, haber dicho estas palabras finales a sus hermanos: “¡escriban y registren!”. Su llamado, junto al de tantos otros, ha reverberado a través del tiempo y ha legado una literatura del Holocausto, documentada y emotiva a la vez, cuya divulgación se ha convertido en un mandato moral para todos los hombres de bien. Ella nos confronta con la muerte. “Pero el estudio de estas muertes”, en la apta observación del renombrado académico Michael Berenbaum, “es un servicio a la vida”.

En la actualidad hay concientización sobre el Holocausto: películas, museos, testimonios de los sobrevivientes, programas educativos, conmemoraciones oficiales y una vasta literatura académica dan cuenta de ello. ¿Pero comprendemos realmente? ¿Hemos verdaderamente aprendido las lecciones terribles de la Shoá? Una de sus más cruciales lecciones yace -parafraseando a Hanna Arendt- en la banalidad de la indiferencia. Así la retrató para la posteridad Martin Niemöller, un pastor alemán encarcelado entre 1937 y 1945: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

Hoy, tristemente, casi nadie está diciendo nada sobre la incitación genocida que anida en grupos y estados fundamentalistas que anhelan la aniquilación de Israel, el único estado judío del mundo y nación-refugio para los sobrevivientes de la Shoá. El movimiento palestino Hamas anuncia en su carta fundacional que busca la erradicación de Israel y la de todos los judíos donde sea que se encuentren, y a nadie parece importarle. El Estado Islámico tuitea “estamos yendo a matarlos, oh judíos” sin que a alguien eso le mueva una pestaña. El líder del movimiento libanés Hebzolá, Hassan Nasralá, declara impunemente que “si todos los judíos se reúnen en Israel, eso nos va a ahorrar la molestia de ir en pos de ellos por todo el mundo”. El ex presidente iraní Ali Akbar Hashemi Rafsanjani (considerado un moderado) proclamó a inicios de este milenio que “la aplicación de una bomba atómica no dejaría nada en Israel, pero la misma cosa sólo producirá daños en el mundo musulmán”, frase convenientemente olvidada por un Occidente entusiasmado en negociar con Teherán. El estandarte de los houtis que han recientemente derrocado al gobierno en Yemen es “Dios es grande. Muerte a América. Muerte a Israel. Al diablo con los judíos. Poder para el Islam”. ¿A alguien le concierne?

Nos debería preocupar a todos, pues así comienzan los genocidios. Con la propaganda, con la incitación. Es decir, con la destrucción intelectual de las víctimas como preludio a su exterminación física. Primero se los difama y deshumaniza, luego se los ejecuta. El Medio Oriente es un hervidero de feroces proclamas antijudías, de una magnitud no vista desde los tiempos de la Alemania nazi. La manera genuina de honrar la memoria de los mártires judíos asesinados en el pasado es actuar para preservar las vidas de los judíos que están bajo amenaza en el presente. En este Día del Holocausto tomemos conciencia de ello.

Las finanzas del nacionalismo palestino

Las últimas noticias que han revelado la magnitud del tesoro del ISIS (o Estado Islámico) -USD 2.000 millones- han captado la atención de una opinión pública sorprendida por los recursos a disposición de un movimiento terrorista sanguinario. Menos sabido es que quien le sigue en la lista de las agrupaciones terroristas más ricas del mundo es el Movimiento de Resistencia Islámico, más conocido como Hamas, que tiene un presupuesto operativo anual de USD 1.000 millones. A diferencia de ISIS, esta agrupación palestina no tiene acceso a pozos petroleros ni controla una región del tamaño de Bélgica esparcida entre dos Estados; Gaza es pobre y diminuta. Pero tiene en su poder algo sumamente valioso ante los ojos del mundo: el destino de 1.8 millones de palestinos.

Desde la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el pueblo palestino ha llegado a recibir la más grande asistencia económica mundial en términos per cápita desde el Plan Marshall tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Como gobernador de la franja, Hamas está a punto de beneficiarse de esa generosidad: el mes pasado países donantes comprometieron USD 5.400 millones para la reconstrucción de Gaza. Si bien no está planeado que ese monto enorme llegue a las arcas de Hamas sino a la sociedad civil palestina, asumir que Hamas no tomará una porción de la torta es una fantasía. Continue reading