¿Irina Bokova es la persona adecuada para dirigir la ONU?

A fines de este año expirará el mandato del actual secretario general de las Organización de Naciones Unidas (ONU), el surcoreano Ban Ki-Moon. Por tradición, el puesto rota entre las regiones del globo y le tocará a Europa del Este proponer a sus candidatos. Bulgaria acaba de nominar a Irina Bokova, actual directora general de Unesco. No estoy lo suficientemente familiarizado con su gestión administrativa como para evaluarla desde ese ángulo. Políticamente, sin embargo, durante su mandato en ese organismo ocurrieron algunas cosas desagradables que despiertan reparos y me llevan a hacer la pregunta contenida en el título de esta nota. Desde el punto de vista de la igualdad de género, la elección luciría correcta, al dar ese puesto clave del sistema de la ONU por vez primera a una mujer. Pero eso podría ser todo lo positivo del asunto.

La señora Bokova tiene un pasado rojo destacado. Fue miembro activo del Partido Comunista Búlgaro durante la Guerra Fría, cuando su padre, Georgi Bokov, era el editor responsable del Rabotnichesko Delo, su publicación oficial. Estudió en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú, una usina ideológica de diplomáticos comunistas. Permaneció en el partido hasta que pasó a llamarse Partido Socialista Búlgaro. De aceptarla, quizás la ONU busque balancear su propia historia al untar como líder máximo a una búlgara con pasado comunista como contrapeso a haber electo a un austríaco con pasado nazi, Kurt Waldheim. De cualquier forma, la gente cambia. ¿No fue acaso el nicaragüense Sergio Ramírez un vicepresidente sandinista y el peruano Mario Vargas Llosa alguna vez un izquierdista? Continuar leyendo

El triángulo Rusia, Siria, Estados Unidos

¿Pueden los hacedores de política de esta Casa Blanca estar tan desoladoramente despistados en su evaluación sobre las intenciones de Rusia en Siria? Dejemos que respondan con su propio eslogan de campaña: “Yes, we can”. Vea las reacciones de Ashton Carter, el secretario de Defensa del país militar, política y económicamente más poderoso de la Tierra, ante las agresiones bélicas inconsultas de Moscú en Siria: “Quiero ser muy cauto en esto. Pero pienso que, con sus acciones, Rusia está echando más leña al fuego”, “Quiero ser cuidadoso, pero parece que [el ataque] sucedió en áreas donde no había fuerzas del Estado Islámico (EI)”.

Esta es una administración que quiere ser cauta y cuidadosa frente a un rival asertivo, ambicioso y violento como Vladimir Putin. Así le va. Incluso un híper obamista como Thomas Friedman del New York Times, en una nota que empieza con un alegato: “Su señoría, salgo nuevamente en defensa de la política del presidente Barack Obama hacia Siria”, debe reconocer que el presidente estadounidense padece ambivalencia. Ante los pronunciamientos adolescentes de Obama en el recinto de la ONU, dichos antaño y la semana pasada —“Ninguna nación puede o debería intentar dominar a otra nación” y “Las naciones del mundo no pueden retornar a los viejos hábitos del conflicto y la coerción”—, el jefe del Kremlin ha de destornillarse de risa. Entre carcajadas, invade Ucrania e interviene en Siria. Ay, sin aprobación de la ONU.

¿Qué busca Putin en Siria? Fundamentalmente, mantener a Bashar al Assad en el poder. Rusia tiene muchos intereses en aquel país: estratégicos, culturales y económicos. El régimen de Assad ha sido el aliado más cercano de Moscú en el mundo árabe por más de 40 años. Durante la Guerra Fría, decenas de miles de rusos se trasladaron a Siria, mientras que las élites sirias estudiaban en las mejores escuelas rusas. Los matrimonios mixtos eran comunes y, al momento del levantamiento sirio, se estima que cien mil ciudadanos rusos vivían allí. Moscú también es un proveedor de armas de Damasco y compañías rusas han invertido aproximadamente 20 mil millones de dólares en esas tierras. Abandonar a Assad supondría renunciar a estas inversiones. Es difícil imaginar un nuevo Gobierno tan amigable a Moscú en una era pos-Assad.

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De Siria mejor no hablar

Con este título no quiero significar que el asunto no sea importante; lo es. Tampoco pretendo sugerir que en vez de hablar se debe actuar; aunque creo ello. El título refiere puramente a las penosas implicancias recientes de la retórica del gobierno estadounidense sobre la crisis en este país árabe.

Un año atrás Barack Obama proclamó que el uso de armas químicas sería una línea roja. Esa frase espontánea y no coordinada con sus redactores de discursos lo puso en aprietos doce meses después cuando alrededor de mil cuatrocientas personas, cientos de niños entre ellas, fueron gaseadas en las afueras de Damasco. Forzado a abordar el asunto con seriedad, el presidente de los Estados Unidos advirtió que la credibilidad presidencial y la imagen de la nación estaban en juego y sumadas las consideraciones humanitarias, morales y estratégicas, concluyó que la acción bélica era el único curso de acción viable para castigar al gobierno sirio por su conducta inadmisible y a la vez disuadir a futuros regímenes malhechores de replicar esas acciones. La Casa Blanca comprendió que permitir a Bashar al-Assad permanecer en el poder daría el mensaje equivocado respecto de la proliferación de armas de destrucción masiva, el fortalecimiento de Irán como mandamás regional y la seguridad mundial.

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