Se impuso el fracaso, en nombre del progresismo

Julio Bárbaro

La sensación es amarga; con los años, el fracaso se impuso a cualquier medida rescatable. Cada vez más parecido al final de Menen. Ambos nos habían sacado del miedo. Ambos, nos rescataron de la crisis del dólar y la inflación. Y ambos, también, nos devolvieron al infierno tan temido, a la percepción horrible de otra década perdida. Nada más frustrante que la sensación de volver al lugar de partida. Uno, enamorado del liberalismo; el actual, defendido por marxismos; y de nuevo, está todo por empezar. El gobierno se reivindica en su ceguera y la sociedad se debate por encontrar un camino que sienta como definitivo. Mientras los oficialistas tienen miedo a vivir fuera del poder, los opositores sienten terror de que esto dure demasiado.

Hoy queda claro que el sistema imaginaba su solidez en su propia riqueza, que imaginó al poder económico por encima de cualquier justificación ideológica. Algunos hasta conciben a la corrupción como necesaria para enfrentar al poder económico… piensan que es lógico que así sea, y asumen, entonces, la decadencia de la política. Aceptar la superioridad del dinero implica negarle lugar al proyecto y al prestigio, convertir a la política en una empresa más. Asumir la debilidad del Estado frente a lo privado es tan sólo una manera de devaluar la democracia, de poner en duda la sabiduría popular. Es la peor manera de ser gorila. Y aparecen siempre los que imaginan que la corrupción es un detalle, que lo que importa es otra cosa… Como si la ideología sólo ocupara el triste lugar de ser disfraz de la ambición. Si el verdadero poder está en el dinero, será que la ambición de los ricos está justificada.

Se termina compartiendo la concepción del supuesto enemigo: tan sólo envidiaban al que decían odiar. Y peor aún, se justifica al gobierno y sus euros ocultos diciendo que los privados, como Clarín, hicieron lo mismo. De seguir este razonamiento terminarán justificando la “teoría de los dos demonios”, porque la gente no voto a Clarín o a Telefónica sino a los Kirchner; y en nada se parece Magnetto a Lázaro Báez, salvo que uno es el elegido para enemigo y el otro parece ser el inventado como testaferro.

Los oficialistas se refugian hoy sobre la teoría decadente y retrograda de que los demás son peores. Estamos gobernados por la orgullosa y agresiva “teoría del mal menor”. Lo grave es que sólo se ocultan detrás de semejante absurdo los que ya sienten el temor de terminar ocupando el lugar del “peor de los males”. Durante años supe decir que “Menen terminó siendo mi enemigo y con los Kirchner tenía sólo diferencias”… Hace tiempo que no me animo a repetir semejante comparación. Es la hora de los viejos marxistas acostumbrados a defender tanto a Stalin como a Videla, o de algunos sobrevivientes de los setenta que al no hacer ninguna autocrítica, terminaron teniendo empatía con el error.

Diez años que marcan un ciclo completo: los aciertos y las debilidades de la oposición les otorgaron consenso y votos a lo que ellos agregaron la soberbia que reinició la decadencia. La soberbia se volvió ceguera y la corrupción parecía generar el milagro de la inmortalidad. Tienen el poder del Estado y el Legislativo, y avanzan sobre el Judicial. Están cerca de ser además los más ricos del país y con todo eso en sus manos justifican su delirio paranoico en la amenaza de las posibles “corporaciones”… Intentan ocupar el lugar de víctima cuando ejercen el poder de los más atroces victimarios.

El modelo era sólo un relato, el ir por todo, un simple capitalismo de amigos defendido por viejos izquierdistas seducidos por los cargos y las caricias del Estado. La obra pública y el juego eran los dos pilares del supuesto modelo. Hoy vemos que se destruyó la energía para generar otro negocio infinito con las miserias de todos. Los actos de justicia distributiva no alcanzan ni sirven para paliar tanta destrucción. El relato desnuda la miseria de sus ejecutores. Lo que parecía lealtad se convierte en simple complicidad. La ideología era tan sólo un disfraz. El progresismo una manera de mirar para otro lado, o invitarnos a hacerlo. Vivimos el tramo final de otra década perdida.

No encontramos mejoras palpables en los necesitados y en el mapa de la pobreza aunque, sin dudas, es el gobierno que más logro modificar el mapa de los ricos incorporando a los propios como nueva variante del poder. Y todo en nombre del progresismo.