Aplausos

Julio Bárbaro

Cuando aplauden apasionadamente los discursos presidenciales, no entiendo nada. Escucho las palabras, se reiteran los aplausos, hasta encuentro ciertos rostros que conozco, y me enojo, me irrito como pocas veces en mi vida.  Me cuesta entender qué nos pasó, qué  infinita serie de casualidades nos llevaron a lo que para mí es un rincón de la historia. Intento separar las lealtades en serio de las otras: las que conozco desde siempre, las de esos que son oficialistas por salarios o prebendas o simplemente porque no se les ocurre perder de ganar sólo para salvar su dignidad.

Conozco demasiado, por la edad transcurrida y los tiempos transitados. Veo a algunos, muy pocos, de aquellos que alguna vez jugaron su vida por una causa noble. De ésos hay contados con los dedos de la mano. Veo de los otros, de los que siempre caminaron al lado del poder.  De ésos hay, para mi gusto, demasiados. De todos los rubros, empresariales o sindicales, y muchos operadores, esa especie que terminó sustituyendo a la política, ese montón de intermediarios entre el Estado y los negocios. De ésos, de los operadores, hay un montón. De esa especie proviene el vice y varios ministros  y senadores y diputados y gobernadores. Practican el aplauso fuerte y el perfil bien bajo, cosa que el poder los sienta leales y la sociedad ni los reconozca. Y hasta hay alguno que cree… También  conozco creyentes del ayer y del hoy. Creen siempre en el poder, van adaptando sus convicciones a sus conveniencias. Y así les funciona la conciencia y la vida.

Y me vienen demasiadas historias a la memoria.  Algunos de esos con los que ayer pertenecíamos a la misma causa y-por alguna casualidad- a la misma clase social. Digo clase por decir que deberíamos tener ingresos parecidos para compartir ayer tantas cosas y hoy ninguna. El poder es un gestor infinito de éxitos económicos. Y muchos de ellos nunca más me llamaron, ni me los crucé por la calle ni por la vida, ni en la panadería ni en el restaurant. Habían cambiado sus mundos, viajaban en la parte delantera del avión, y aplaudían con la pasión necesaria para llegar con el tiempo a viajar en avión propio.

Y los hay creyentes, no sé si carentes de beneficios, pero los hay que creen. Cuando escucho el discurso de la Presidenta, se me ocurre que yo no podría aplaudir y que jamás podría creer. Ese discurso no me deja rendijas para que lo comparta, en lo esencial no me deja espacio para que lo entienda. Yo no me puedo ni siquiera quedar frente a la televisión y antes, hace mucho, con varios de ellos compartíamos algo del pasado y mucho de los sueños del futuro. Y también con la Presidenta. Lo de la encuesta no me resulta importante. El gobierno es el que más gasta en medir sus éxitos y siempre hay un veinticinco por ciento con ganas de creer. En ese número ingresó el menemismo a terapia intensiva y sin embargo, la mayoría hoy estamos en contra y no tienen ninguna posibilidad de ganar una elección. No creo que un heredero de la secta  llegue a la segunda vuelta, y si llegara en esas instancias a cualquiera de ellos los demuele quien los enfrente. Por suerte no hicieron de nosotros Venezuela, una confrontación violenta  empatada y sin salida.

Pero esa agonía del gobierno se transforma en una decadencia sin sentido. El poder tiene una capacidad de convicción tan grande como la de corrupción. Y a mí me enferma sentir que algunos amigos de ayer son desconocidos de hoy. Que ya no cruzaremos ni el saludo. Que no se animan a que los vean con disidentes y por eso huyen al vernos. Un estalinismo tardío y sin destino, una etapa de la vida política que ellos creen exitosa y yo -como tantos-  la sufrimos como si fuera una enfermedad a la espera de la curación. Y hasta nos mandan a la Siberia de sus medios y los jueces de 6-7-8 nos delatan como traidores. Inquisidores sobran, relatores del relato oficial.

Ellos tienen una década ganada. Ellos aplauden y yo ni la puedo escuchar. Y a veces, cuando apago, tengo la esperanza que se infiltre un alma inocente y les grite para siempre, “el rey está desnudo”.  Y que los que todavía estén vivos lo  puedan  escuchar.