Una concepción monárquica de la política llega a su fin

Julio Bárbaro

El kirchnerismo es un sistema feudal de provincias marginales que una vez llegado al poder elaboró una alianza de conveniencias con un sector de los organismos de Derechos Humanos y algunos restos de revolucionarios fracasados. Tan feudal que, en Santa Cruz, lo mismo que en Formosa, la reelección es para siempre, y ahora aparece el hijo dedicado a los negocios opinando que la madre nos debe seguir gobernando. Una concepción de la monarquía encarnada en su versión decadente pero hereditaria: de Néstor a Cristina, a la hermana Alicia que se ocupa de los necesitados; o como en Santiago del Estero y Tucumán, donde el poder se queda en familia porque se eligen matrimonios. Menem y Kirchner expresaban la visión marginal de la política que teníamos como sociedad. Triunfadores en provincias donde ni siquiera se imponía con transparencia la democracia.

Ahora estamos cambiando esencialmente de actitud; los candidatos surgen de Santa Fe, Córdoba, Capital, Buenos Aires o Mendoza; es decir, provienen de democracias con alternativas. Claro que nos falta un paso fundamental y es devolverle el contenido a la política. Para el poder económico los partidos eran la Fundación Mediterránea e IDEA, los lugares donde los gerentes defienden los intereses de sus patrones. El poder de los negocios dejó en un sinsentido al lugar de las ideas y en eso nos convertimos en uno de los más atrasados del continente. La dirigencia política fue seducida por el poder de los negocios y en el fondo, después de tantas vidas entregadas a los sueños de cambio, demasiados candidatos son pura imagen sin ninguna idea. Incluido el gobierno que confunde ideas con enemigos, odios y resentimientos.

El menemismo fue la entrega de la política a la farándula y los negociados. Su herencia marcó una decadencia que el kirchnerismo sólo enfrentó con la mística de los empleados públicos y los necesitados subsidiados con planes sociales. Los personajes del kirchnerismo sólo se caracterizan por la obediencia convertida en obsecuencia. De tanto aplaudir y repetir el mantra de la década ganada ningún candidato podrá sobrevivir al enfermizo personalismo de la Presidenta. Los rostros de los aplaudidores van ingresando al anonimato de los sin rasgos particulares; baten palmas y se mimetizan con una multitud tan ficticia como rentada.

El gobierno sabe inventar enemigos para justificar sus desaciertos, pero de tanto odiar a los de afuera ha dejado de gobernar con eficiencia. La ideología la pintan de revolucionaria pero la ineficiencia no se puede disimular con nada. Quien gobierna tiene enemigos, pero eso no implica que estos justifiquen la incapacidad. Una cosa es hacer discursos y otra muy distinta es conducir con talento hacia el éxito.  Gritarle a los buitres puede ser un camino hacia el fracaso de toda negociación. Tantos gritos sólo porque imaginan que los partidos se ganan en la tribuna.

Néstor Kirchner nos sacó del miedo al dólar y de la inflación desmedida. Cristina nos hizo retornar a aquel lugar de atraso y debilidad que parecía superado. Menem y los Kirchner tardaron diez años en demostrar que el camino elegido llevaba al fracaso. Dos décadas perdidas mientras los países hermanos las dieron por ganadas. Dos gobiernos donde la soberbia se mezcló con la mediocridad, y el resultado fue el de siempre, el personalismo exacerbado acompañando del autoritarismo que se termina consumiendo a sí mismo. Una receta que nunca falla; un seguro camino al fracaso.

Menem se alió con sectores de la derecha y Cristina con los de izquierda, pero ambos gobiernos fueron tan oportunistas como carentes de proyecto, usaron el peronismo cuando en rigor a ambos no les importaba ni siquiera discutir un proyecto de sociedad. Fueron tiempos de liderazgos fuertes y pensamientos débiles, de obsecuencias impuestas por sobre la verdadera política.

Nos lastima la convicción enfermiza de que se necesita un jefe con poder. Por el contrario, si el gobernante lo hiciera en minoría estaría obligado a negociar, y eso sería en bien de todos. Los gobiernos fuertes generan pueblos débiles, necesitamos transitar el camino inverso.

De los Menem y de los Kirchner quedará un conjunto de personajes enriquecidos. Esa fue la política de los últimos años, una mezcla de mediocridad con fanatismo y triunfo de unos pocos.  Y un seguro retroceso de la sociedad.  Cuando los que gobiernan se creen la minoría lúcida que guía al resto, entonces sucede que el fracaso se impone. Todos queremos que la democracia no tenga alteraciones; a veces pienso que todos menos uno. Y lo malo es que ese uno es hoy la Presidenta.