El partido kirchnerista

Julio Bárbaro

El Gobierno marca los temas a debatir  y es  el resto de la sociedad la que no es capaz de alterar esa agenda. Aburre este asunto de la sobrevivencia del kirchnerismo; no somos capaces de aprender de la experiencia de Menem, que terminó ganando la elección antes de disolverse en la nada del recuerdo. Somos una sociedad con instituciones débiles y Estado infinito. Toda secta que asuma el gobierno parece una iglesia universal  y, cuando lo pierde, se queda en la soledad de los que no tienen nada que decir. En el gobierno de Raúl Alfonsín todavía existían poderes fuertes capaces de cuestionar, militares o sindicales y hasta empresarios. Hoy la expansión del Estado estuvo al borde de disolver hasta la justicia y la prensa libre. Son otros tiempos y otro Estado.

¿Qué parte del oficialismo es puro oportunismo y qué parte pertenece a la dimensión ideológica? Imposible separar convicciones de conveniencias. La verdad es que el oportunismo es mayoría absoluta, muchos, demasiados, vienen de matrimonios políticos anteriores. También  se adaptarán, más adelante, al amor venidero. La idea de una lista armada entre los Rasputines de la Rosada suena a tonta y ridícula. La lealtad mayoritaria es al poder del Estado. El partido es el Estado y quien los suceda no necesitará  aprender demasiado para imponerles respeto a los gritones de hoy. Observar a algunos diputados que se corren nos permite imaginar el futuro. Gobernadores, intendentes y sindicalistas ya visitan a posibles candidatos ganadores. El núcleo duro del oficialismo está integrado por Carta Abierta y Página 12, el resto es propiedad del  poder de turno. Y los duros son menos del diez por ciento de los votos. Y son muy duros ya que nadie va a querer cargar con ellos. Ya comienza a sentirse la vibración que generan las dudas de los que dudan, de los que hacen cuentas entre ganancias económicas y cuál será el mejor momento para saltar del barco antes del hundimiento. Pronto veremos la multitud que se forja con el ejército de desertores.

El radicalismo y el peronismo, con sus historias y sus militantes, fueron ambos carne de cañón, como partidos, cuando perdieron el poder del Estado. Pululan muchos oportunistas, demasiados, y son pocos los convencidos, escasos. Los partidos históricos sufrieron bajas en el momento en que los gobiernos repartieron prebendas, ¿a quién se le ocurre que el kirchnerismo va a sobrevivir sin poder? Es esencialmente un partido de negocios -juego y obra pública-, la mayoría de sus personajes importantes queda a tiro de la justicia; el único elemento de unidad es la discrecionalidad de Cristina. No le veo sobrevivencia en las palabras del pobre Máximo desafiando a que le ganen a su Mamá.

La oposición es un lugar insalubre cuando el Gobierno tiene mayoría propia y dinero negro para comprar algún legislador que les falte. La mayoría absoluta deja a la oposición sin palabra, pero cuando la pierden deja al gobernante sin vida. El kirchnerismo deberá soportar la huida de los que se dicen peronistas y no son otra cosa que desesperados por la prebenda que da la obsecuencia. El oficialismo ya no gana en ninguna provincia grande; en las otras, los feudos, el futuro Presidente será el seguro ganador de la elección que viene.

Comparar a Cristina Kirchner con Bachelet, Pepe Mujica o Lula y Dilma es un defecto visual de sus aplaudidores. El fanatismo y la desmesura, el personalismo y el discurso buscador de enemigos, todo eso es tan  lejano a la política como a los líderes y partidos de los países hermanos. El kircherismo no es otra cosa que una enfermedad de la democracia nacional y popular. La supuesta década ganada, una afrenta al resto de los argentinos. Y el personalismo de la Presidenta es tan desmesurado que no tienen a nadie ni siquiera para custodiarle el legado.

Debemos apasionarnos por la política para no caer más en estos baches de la historia. Y tener más comprometidos que oportunistas. O al menos diferenciar y marginar a los indignos. Entre los políticos y los sindicalistas, sumados a los empresarios, somos el país con mayor producción de obsecuentes y alcahuetes del continente. Los empresarios deben disolver de una vez por todas IDEA y la Fundacion Mediterránea, sus quioscos para desplegar la concepción de la superioridad de la economía sobre la política. Necesitamos un proyecto común compartido de sociedad y no tan sólo un plan de negocios. Necesitamos superar  el seguidismo a los operadores que se dicen políticos, a los economistas y encuestadores y a los asesores que le dan un disfraz a las ideas.

Únicamente  la política como espacio para pensar el futuro nos puede sacar de esta crisis. O nos enamoramos de la política como sueño colectivo o seguiremos agonizando en el egoísmo que nos carcome el futuro. Necesitamos  ideas y proyectos comunes.  Es una decisión que estamos obligados a  tomar.  Y todavía estamos a tiempo.