La agresiva despedida del kirchnerismo

Julio Bárbaro

El ego suele crecer con el halago y cuando éste es excesivo, puede terminar enfermando al elogiado. El kirchnerismo es una degradación de la democracia que necesita no tener adversarios, un intento de desmesura que apuntó siempre a quedarse con todo. Es la ambición desbordada por la impunidad. Y la Presidenta, en su final, nos aclara que no nos deja un heredero sino tan sólo un delegado. Falta que diga que no le interesa si gana o no su fuerza política, sino que le sigan obedeciendo.

Para Scioli la idea es ampliar los votos del oficialismo, algo que para la Presidenta ya tiene olor a traición. Me imagino que en sus sueños, si ganara Scioli, a ella le correspondería ejercer el poder; no creo que (ni) siquiera le reserve el derecho al primer discurso presidencial. Tiene su ego desmesurado a tal nivel que se considera a sí misma como un ser superior, como una estadista digna de quedar en la memoria de su pueblo. Ella cree que nos queda grande y nosotros ni siquiera logramos respetarla; eso sí que es una fractura, no ideológica, tan sólo psicológica.

Los aplaudidores desnudan la degradación de los cargos públicos en empleos públicos, todo nombramiento expresa un grado de ascenso en la cadena de la obsecuencia. Resulta absurdo que una sociedad se encuentre dividida entre los que imaginan que nos gobierna una estadista y estamos avanzando hacia grandes logros y los que no podemos soportar una cadena oficial y estamos convencidos que el conflicto no es con el neoliberalismo sino con la cordura. Los viejos restos revolucionarios beneficiados por la burocracia de los negocios santacruceños justifican en la desmesura el sentido difuso del cambio. Dado que el orden es burgués, el desorden será transformador. Días pasados, en un canal de alcahuetería oficial, una fanática explicaba que son sólo doce años de gobierno justiciero, todo lo anterior no era rescatable.

El peronismo sobrevivió porque nunca se encerró en explicaciones dogmáticas, cada uno decía y pensaba y adhería por lo que se le diera la gana. Y siempre despreciamos a los del comunismo ya que todos parecían loros repitiendo los mismos memorizados argumentos. Cuando no hay razones se deben inventar consignas que generen certezas y eso es lo que sucede hoy. Claro que los discursos presidenciales son de difícil digestión y de imposible justificación. Como viejo rico con novia joven, todos sabemos cuáles son las razones del amor. Y a ellos se les hace complicado explicar -no aplaudir-, porque lo bueno de la obsecuencia es que viene con el mecanismo de aplauso incorporado.

En mi opinión, Daniel Scioli no será un títere de Cristina en caso de llegar a la Casa Rosada. La Presidenta mantiene únicamente el poder del lugar que ocupa, al irse difícilmente logre darles una perorata deshilachada y sin sentido a sus parientes más cercanos. El verdadero poder está en la persona, a veces solo en el cargo; los grandes logran que coincidan ambos, sin duda, este no es nuestro caso. La Presidenta parece no tener vida fuera del sillón de jefa y se enoja demasiado cuando la realidad le anuncia que pronto pasará a habitar un lugar en el vecindario del anonimato. Hay un Scioli antes y otro después de estar debajo de su poder y cuando uno es sabio sabe bajarse del cargo. En la necedad, los autoritarios logran que los termine derrotando el olvido. Tanto soñar con un golpe imperial o de mercado, nuestra Presidenta termina en la aburrida amnesia que suele engendrar la mediocridad. Ésto es algo más cruel que la misma justicia a la que tanto le teme -y le sobran razones para hacerlo.

Y unas palabras finales dirigidas a la Presidenta. La gran mayoría de sus aplaudidores prefiere el cargo a la dignidad y usted les plantea el peor de los dilemas, los obliga a optar entre el fanatismo que lleva a la derrota o a tomar distancia de su persona. Su talento es un tema discutible, no así su egoísmo y queda claro que a usted no le importa nada más que su persona. En cada cadena oficial, a los muchos que no la queremos nos regala una alegría importante: gane quien gane ya nunca más deberemos soportar esta tortura. Antes creía que el noventa por ciento de sus aplaudidores lo hacían por beneficio o necesidad y un diez por ciento convencido de sus ideas. Ahora que la escucho en su agresiva despedida ya no creo que haya inocentes, el poder explica a sus mismos seguidores. Si no fuera por el lugar que ocupa y las riquezas que reparte, usted no lograría más seguidores que los de cualquier partido menor.

Me resulta perverso que termine eligiendo a Scioli para luego ni siquiera acompañarlo con su respeto. Pareciera que es de sobra consciente que, al no respetar a quienes la rodean o a quienes la enfrentan, usted deja de respetarnos a todos. Lo más importante de su gobierno será sin duda la alegría de no tener que seguir soportando sus peroratas. Son un espejo en el que no merece mirarse nuestra sociedad.