Despedidas

Julio Bárbaro

En las buenas, todos solemos ser afables. En las difíciles es cuando quedamos al desnudo mostrando nuestra verdadera personalidad.

El poder es una adicción como cualquier otra, y produce los daños que resultan de toda adicción, sean físicos o psicológicos.

El oficialismo construyó durante mucho tiempo un equipo de fanáticos adictos al poder y sordos a la realidad social, que aplaudieron hasta superar el mismo límite de la derrota, y siguieron aplaudiendo. Gente entrenada, casi no hubo desertores, una secta cerrada a toda relación con la realidad, impermeable siquiera al papelón.

Quedó un solo Gobernador con dignidad. El resto permanece de rodillas: una mujer a los gritos y a carpetazos se los llevó puestos. Y apenas un ministro renunció a un cargo y decidió ser él.

Raro proceso de autoritarismo exitoso, de degradación colectiva sin conciencia del papel que jugaban en la historia. Hubo un momento terrible, en el pacto con Irán, donde ni siquiera un legislador tuvo la dignidad de abstenerse por respeto a sus ancestros. El cargo a veces envilece aún más de lo que corrompe.

Pocos, muy pocos peronistas siguen subidos al tren oficial, la inmensa mayoría se vio obligada a votar por un candidato al que no adhiere antes de que siguieran degradando nuestra memoria al servicio de otros intereses. Ni siquiera Macri nos la hizo fácil dentro de sus definiciones políticas; claro que su fuerza marca una voluntad democrática que se impone sin duda a la vieja idea de no hacerle el juego a la derecha.

En la decisión de algunos diputados de izquierda de ayudar al gobierno, queda al desnudo por qué Unen no fue la opción para superar al kirchnerismo. Son años con este cuento de apoyar con temor, de adherir pero no mucho, de compartir siempre con la excusa de no hacerle el juego a la derecha.  Así el centro izquierda fue erosionando su fuerza hasta quedar con una patrulla perdida dando quorum a un gobierno agotado. Triste explicación la de esas presencias en un momento histórico, frente a un cambio que no tiene ideología y en el que se discute el mismo sistema democrático. El kirchnerismo se ocupó de generar poder más allá de la vigencia de sus mismos votos, leyes que superen la misma democracia. El gran Néstor se auto-asignó largos años de explotación de las tragamonedas; lo mismo hizo con los medios y la justicia. Era el intento de una monarquía hereditaria. El final, por lo patético, muestra la demencia del intento.

Decadentes, eso son todos ellos, eso los define y los identifica. Cristina grita, habla sin ton ni son, demasiado enojada para asimilar la derrota. Para mi gusto hace rato que ha perdido el rumbo. Para sus seguidores se inicia el tiempo del exilio, de la desobediencia, esa que de haber existido hace unos años habría expresado dignidad, y hoy, por lo tardía, sólo indica lo patético de la dependencia que convierte a un militante en un burócrata.

Se van confundidos y enojados, la derrota no coincide con su discurso: ellos son las  mayorías populares, vencidos no encuentran explicación en el seno del relato. La Presidenta es tan invulnerable a la realidad que sigue con el mismo discurso que la llevó a la derrota, como si la reiteración de los errores se pudiera convertir en acierto. Y los que aplauden, esos no saben si siguen siendo parte del poder o participan de un teatro del absurdo. La foto de los modernos aviones de los gobernadores acomodados en larga fila es una metáfora del kirchnerismo y su pasión por los pobres. Como ese enorme complejo de juego que nos recibe al llegar a Rosario en medio de la pobreza de los hogares de chapas de los indigentes. El juego, la obra pública y el cargo en el Estado, con esos pilares construyeron una propuesta cuyo único objetivo era dividir la sociedad e intentar eternizarse en el poder.

El kirchnerismo se desangra, las leyes y el abrazo a los cargos de tantos miles de desesperados muestra demasiado a las claras que carecen de futuro. Algún desubicado necesita consolarse con la muletilla de que esta derrota es momentánea, nos recuerda la leyenda que definía a don Julio Grondona, “todo pasa”, un simple lugar común, eso es la vida. Lo importante es cómo pasa, donde queda en la memoria de la historia.

Y el kirchnerismo se está despidiendo con sus peores vicios, mostrando todas sus limitaciones. Nos hace un enorme favor, nos deja en claro la dimensión del mal del cual nos salvamos.

Con el gobierno de Macri podemos debatir acentos, con el kirchnerismo que se retira la discusión era otra, debatíamos la forma de vida, la vigencia del miedo, la corrupción y la fractura.  Se retiran a los gritos, así viven, no lo podían hacer de otra manera.