Los cultores del odio están siendo derrotados

Julio Bárbaro

Estamos saliendo de una experiencia compleja, donde se expresaban ideas de supuesta izquierda mientras se ejercitaban políticas de clara concentración económica. En rigor, dejaron en claro que los enemigos no ocupaban el espacio de los ricos sino muy por el contrario, el universo de los disidentes. Llamativo, el mejor ejemplo es el del cable en la Ley de Medios, esa que para ellos se transformó en una Biblia revolucionaria. En dicho instrumento se cuentan las licencias por ciudad de los cables nacionales mientras no se afecta la licencia única de DIRECTV.

El problema era que criticaran al entonces gobierno, no que los empresarios de medios ganasen lo que quisieran y no cumpliesen ley alguna. Duplicaron el número de empleados del instituto de control, para junto con la ley, cumplir con el objetivo de perseguir la libertad de opinión. Convertir al grupo Clarín en el principal enemigo era una manera de dejar en claro cuál visión ejercitaban. Armaron un aparato mediático que se convirtió sin lugar a dudas en el único hegemónico del cual podía quejarse al hablar la ex Presidenta.

Si sumamos todo el paquete, incluyendo el Fútbol para Todos, vamos a encontrar un gasto de Estado fuera de control, con la convicción de que manejando el aparato de los medios podrían manejar a la misma sociedad. Algunos de sus acólitos suelen decir que los que opinamos distinto a ellos somos “instrumento de los medios hegemónicos”, pavada de dimensiones considerables, fruto de lecturas universitarias incompletas y sin nivel.

Con semejante aparato mediático y esa desmesurada fortuna del Estado terminaron perdiendo las elecciones. Uno se pregunta, si en lugar de tanta publicidad hubieran hecho obras, ¿no habrían sido más exitosos? Confundieron micrófonos con audiencia, se fueron quedando con demasiados medios y muy pocas ideas, terminaron perdiendo las elecciones después de destruir el mismo Estado de tanto incorporar empleados a cambio de imaginar que estaban forjando militantes.

El kirchnerismo fue esa rara mezcla de estatismo sin límites, persecución al disidente, expansión del negocio del juego y apropiación de la obra pública. Hubo un momento donde quisieron meter miedo, utilizar los servicios de informaciones para perseguir disidentes, amenazar con denuncias a quienes se animaban a enfrentarlos. Hubo escases de valientes, pero alcanzaron los votantes. No nos sobró nada para salvarnos de ellos, pero vendernos a Scioli como progresista y peronista era un poco exagerado, y estuvieron cerca de imponerlo.

Nunca antes una derecha supo cómo esta domesticar pedazos de viejas izquierdas para camuflar sus verdaderas intenciones. Nunca antes nadie hizo ricos a tantos solo a cambio de ocuparse de hablar de los pobres. El Indec que medía a los ricos lo podían haber dejado funcionando, les hubiera dado números muy exitosos. Ellos creen que perdieron por ser progresistas y de izquierda, la sociedad se cansó de ellos por percibirlos como corruptos y retrógrados. Sus votantes son los necesitados, los que habitan las provincias donde se depende más del Estado que del trabajo y la producción. Han sido cultivadores de todos los resentimientos, enfrentaron a lo productivo con la ideología de la prebenda. El peronismo era el partido de los trabajadores, el kirchnerismo fue el de los empleados públicos y el temor de los necesitados.

Ganó una fuerza que no tiene pretensiones de ser ni progresista ni de izquierda. Claro que son mucho más avanzados y modernos que los derrotados, esta nueva derecha es democrática y respetuosa de la justicia y no intenta manejar los medios de comunicación a su servicio. Es una derecha productiva y eficiente que viene a ocupar el lugar de una supuesta izquierda tan burocrática como obsecuente e ineficiente. Y tanto Venezuela como nosotros salimos de pronto casi juntos de una confusión que duró demasiado, de la absurda idea de que todo lo que se aleja de la cordura se acerca a alguna supuesta revolución.

Hubo una multitudinaria plaza del fanatismo y al otro día una plaza de la razón. Lo bueno es que los cultores del odio y el resentimiento están siendo derrotados para siempre y, si nos esforzamos, el triunfo de la democracia entre adversarios que se respetan se va a transformar en definitivo. Ya es tiempo de que así sea.