La extinción del kirchnerismo

Julio Bárbaro

Gobernar implica hacerse cargo del destino colectivo. En algunos casos, como en el nuestro, coincide con el hecho de cargar sobre las espaldas de quien lo intente una compleja historia de frustración donde todos compartimos la idea del fracaso pero tenemos diferencias respecto de cuándo comenzó. Para colmo de males, algún resentido recuerda cada tanto que somos un actor frustrado en la carrera hacia el podio de las grandes sociedades, como si las rentas económicas pudieran crecer aisladas de una conciencia de clase dirigente. Somos un crisol de razas y eso nos ayuda en talento tanto como nos complica en la manera de pararnos en la vida. Somos una sociedad donde algunos creen que de la suma y amontonamiento de las ambiciones individuales puede surgir una conciencia colectiva.

Estamos superando un Gobierno que logró ocultar su ambición desmesurada de poder económico y político a cambio de la entrega de un espacio secundario de esa ambición a los restos de antiguos participes de revoluciones fracasadas. Pocas veces en la historia el enriquecimiento de unos pocos fue disimulado con tanta perversión en la ayuda de los muchos. Ahora logramos superar ajustadamente aquella desmesura, y el kirchnerismo vencido resiste en su camino a convertirse en un simple partido de izquierda, capaz de generar respuestas justificadoras y convocar debates masivos, logrando en la calle lo que jamás los acompaña en la urna. El kirchnerismo fue eso: un poder construido en torno a un peronismo al que no respetaba y acompañado de una izquierda extraviada en sus objetivos, enamorada del poder por encima de cualquier supuesto proyecto.

Ahora viene el tiempo de las democracias plenas, del respeto y la colaboración entre adversarios; tambien es necesario recuperar los partidos políticos. Vivimos un tiempo donde las instituciones fueron sustituidas por los hombres. Ni el peronismo ni el radicalismo contienen a sus militantes, sólo se afincan en personajes que se ocupan más en distribuir poder prebendario que en debatir proyectos necesarios.

La sociedad se reconcilió con la política. Libros, programas en los medios, debates importantes son seguidos por un público que sin ser masivo ocupa un lugar significativo. El miedo que nos legó el kirchnerismo fue importante para asumir la necesidad de comprometernos con lo colectivo. En alguna medida, el debate intelectual quedó reducido al espacio del periodismo, con mayor profundidad -en muchos casos- que los de los mismos partidos. La política arrastra merecidamente la carga de la corrupción y de la sola obsesión por el poder. Cada tanto cae alguno preso entonces, la sociedad toma conciencia que la corrupción sólo es castigada en caso de un accidente, pero siempre queda claro que la corrupción, no es una circunstancia sino un sistema integrado a la forma en que se maneja el poder.

Estamos recuperando la relación madura entre adversarios que se respetan, superando para siempre los odios de enemigos que se persiguen. El kirchnerismo desaparece, lento pero seguro, ejercito derrotado que sufre deserciones y tiene su poder reducido a daños coyunturales. Hoy son más el producto de analistas; intentan un proceso de resistencia más nostálgico que viable, pero nada en la vida resulta tan fácil. Las elecciones nos regalaron lo esencial: el triunfo, y ahora nosotros debemos llenarlo de contenido. Necesitamos construir un nuevo relato o mirada sobre nuestro pasado y una nueva manera de relacionarnos entre nosotros, donde las ideas comiencen a ocupar algún espacio que les deje libre los negocios y la simple ambición.

Tenemos mucho para festejar, pero también mucho para hacer. Algún simplificador podría imaginar que la historia es tan fácil como el simple pasar “de la demencia a la gerencia” pero nada es tan simple y queda demasiado por hacer.

Estamos entrando en la madurez de la democracia, necesitamos recuperar el respeto al talento y a la dignidad de la coherencia. Oportunistas es lo que sobran, se requieren espíritus libres dispuestos a pensar un futuro colectivo. Y de esos todavía hay pocos, pero se necesitan varios para poder superar de una vez por toda esta atroz decadencia. Que las ideas, el talento y el prestigio recuperen su espacio y sustituyan a los operadores que tanto daño le han hecho a la política y a la sociedad.

Estamos en tiempos de lograrlo.