El poder político vs. el poder económico

Julio Bárbaro

En las sociedades con estados débiles, las grandes empresas intentan imponerse a todo, incluso al poder del gobierno de turno. Desde la Dictadura, y acrecentado por Carlos Menem con su dupla de delanteros Domingo Cavallo-Roberto Dromi, hay dos fenómenos que nos conducen al atraso: la desnacionalización de las empresas y la concentración y la expansión de las corporaciones. La nefasta Dictadura tenía la consigna: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. Claro que en esa definición quedaba de manifiesto que el Estado somos todos y la supuesta nación son sólo ellos.

Mientras el Estado no imponga su poder por sobre las corporaciones, los ciudadanos estamos sometidos a una lenta agonía en decadencia. Pocos países del mundo hubieran permitido que los laboratorios subieran más de un veinte por ciento sus productos sólo para cubrirse en la demencia de su ambición. Lo mismo podemos decir de los supermercados y demás poderes concentrados. Vino un Gobierno que se acerca a sus ideas, si es que usan esos vicios y se largan como salvajes a la desmesura. El Gobierno tiene una parte boba o atontada que imagina que existen las leyes de la mano invisible del mercado. Los privados le hacen un corte de manga, lógica reacción de los mercados. Nuestro capitalismo es salvaje. Los buenos fueron a la quiebra por creer en el sistema, los sobrevivientes son el hampa de la ganancia, no tienen ley ni señor y si Mauricio Macri no asume que nada les importa del conjunto, va a terminar debilitado por aquellos mismos a los que intenta o imagina representar.

Los Cavallo-Dromi armaron decenas de agujeros negros, miles de estafas, como destruir los ferrocarriles o imponer los peajes. Cada vez que pago un peaje me pregunto si ese dinero nos permite tener más rutas o si se lo lleva un vivo que corta el pasto. Cuando los Kirchner me regalaban el gas y la luz, siempre imaginé que lo hacían asociados a las telefónicas, para que juntos nos esquilmaran. El Estado —todos— paga lo de todos, las privadas —pocos—, muy pocos, se llevan nuestro sudor. Y si el Estado no nos defiende, es simplemente porque está asociado. La falsa privatización de los ferrocarriles sirvió para concentrar la corrupción; el Estado le gira a un privado el subsidio y se queda con un alto porcentaje, a veces con el treinta por ciento. Lo mismo con las privatizadas de luz y demás corrupciones inventadas. Privatizar aquello que da pérdida y enviar fortunas de subsidios es tan sólo no hacerse cargo de una responsabilidad del Estado y asegurar la corrupción empresarial. No sea cosa de que roben los obreros, aseguremos que lo hagan sólo los “inversores”.

Estamos en manos de las corporaciones, los supermercados degradan a los productores y estafan a los consumidores, y nadie me puede contar quién se beneficia con el asesinato del almacenero, del farmacéutico, del pequeño comerciante y del tambero, ayer parte de la clase media y hoy desocupado o dependiente de una corporación. Estamos llegando al sin límite de la imbecilidad, pagamos royalties por lo que siempre hicimos sin necesidad de que nadie nos lo enseñe. Nos quedamos sin los comercios de barrio, caímos en manos de cadenas de supuestos inversores, perdimos la riqueza creativa de la diversidad y la dignidad de quien genera su propio negocio.

Si el nuevo Gobierno no es capaz de parar las ganancias de los que se llevan todo, de los laboratorios y las telefónicas, del juego y las petroleras, si no se impone el poder político al poder de los ricos, dejamos de ser una sociedad integrada y vamos camino a un estallido social. Aclaro que si tengo que votar de nuevo, voto a Macri; al día de hoy ignoro qué hubiera hecho Daniel Scioli y tengo derecho a pensar que todo sería parecido o peor, y encima los de La Cámpora y sus asociados nos darían cursos de estalinismo tardío.

Pero la destrucción de la sociedad la inició Celestino Rodrigo, la continuó Alfredo Martínez de Hoz, la expandió Domingo Cavallo y los Kirchner la dejaron peor, pero con pretensiones progresistas. No veo que exista un proyecto de sociedad para incluirnos a todos, me asusta que tantos sectores monopólicos se sigan sirviendo del poder sin poner nada a cambio. Necesitamos un Pepe Mujica o un Evo Morales, un patriota que enfrente a los poderosos y los amenace con expropiarlos. Después de eso, volveríamos a ser una sociedad integrada.

Macri gobierna como si los ricos tuvieran urgencias y los pobres pudieran esperar. Nos ayudó a recuperar la democracia y ciertas libertades perdidas, eso ya es un logro, pero en lo en lo económico cree en la cordura de los ricos; esa idea termina siempre en la rebelión de los necesitados. El problema de nuestra sociedad es distribuir la riqueza, los negocios sin razón de ser se llevan la mayor parte de nuestra producción.

Necesitamos acotar la ganancia de los ricos para permitir que el resto de la sociedad viva con dignidad. Me parece que eligieron el camino contrario. La vida es como toda ruta, si uno la transita a contramano, choca. Y el tiempo de gracia es siempre una ilusión pasajera.