Una democracia deshonrada por burócratas del delito

A veces uno intenta olvidar lo peor. Nosotros necesitamos hacerlo. La triste y oscura imagen de Venezuela, de una sociedad donde pudieron degradar al disidente, al que piensa distinto, fue el sueño de demasiados kirchneristas y la pesadilla de demasiados argentinos. Podemos decir que sus cerebros eran restos oscuros de izquierdas degradadas, ésas que encontraron en Kirchner un socio para canalizar sus resentimientos.

Escribieron un libro contra el Cardenal Bergoglio, soñando instalar en la Iglesia un hombre débil que dependiera del oficialismo. Si desarmaban la resistencia de la curia romana ya habrían avanzado mucho. Acompañaron la jugada con el ataque a los medios opositores, también con la idea de degradar a los independientes, de desarrollar obsecuentes, de terminar comprando y manejando a todos. La ley de Medios fue pensada para un gobierno que se soñaba quedando para siempre. En el juego del poder absoluto buscaron una CGT propia y la forjaron en torno a individuos en su mayoría con historias oscuras a los que amenazaban con denunciar.

Intentaron quedarse con todo lo que no manejaban, desde la Feria del Libro hasta la Sociedad Rural.

La ley de Medios y los servicios de informaciones, dos pilares del falso izquierdismo de corruptos dedicados a la explotación de la obra pública. Ya habían degradado el Congreso a cambio de negocios con todos los que lo convertían en una simple escribanía. Y el proceso continuó por la degradación de la Justicia, con esa historia triste y oscura de “Justicia legitima”, según la cual ellos nos devolverían una manera de enfrentar el delito ajeno respetando siempre el derecho a ejercer el propio del grupo gobernante.

Fue un intento de “ir por todo”, el final de la democracia sustituida por un grupo de burócratas cercanos al delito pero ocultos bajo el disfraz de una supuesta revolución. El adversario degradado en enemigo, el disidente convertido en traidor, el obediente aplaudido como supuesto “militante”. La libertad retrocediendo ante la impunidad y el miedo a que se instalen para siempre.

Esa invasión de los peores dejó al desnudo la debilidad de nuestra sociedad, demasiados oportunistas defendiendo sus negocios y sus cargos, demasiados inocentes confundiendo la degradación con una ideología justiciera. El kirchnerismo terminó siendo una enfermedad pasajera de la democracia, una convocatoria a lo peor de la sociedad. Marxismo devaluado para una propuesta de partido único; el otro, el que votan los otros, ese debe ser la derecha y el mal. Es la única manera de poder instalar e imponer el absurdo de que los que se apropiaron del Estado en su beneficio sean vistos como parte del bien.

Vienen perdiendo la partida: atacaron al Cardenal y lo ayudaron a llegar a Papa; se cansaron de atacar a Scioli y lo convirtieron en el único candidato; atacaron a medios hasta convertirlos en líderes de audiencia y si ahora se la agarran con Macri. Uno podría llegar a imaginar que les pagan por esos oscuros servicios, no suelen hacer nada gratis. Scioli no se animó a visitar la Rural pero concurrió a Clarín, los pilares de una ridícula supuesta ideología van cayendo sin pena ni gloria.

“Los inmorales nos han igualado” decía Discepolín. Con esta invasión que sufrimos con el kirchnerismo, el poeta se quedó corto. Los inmorales nos superaron por mucho, por demasiado.

Debatir, disentir, aprender

Silvia Mercado escribió un nuevo libro, “El relato peronista”, y me invitó a compartir la presentación con Juan José Sebreli, situación que agradezco y me honra. Es un ensayo meticuloso sobre la construcción del peronismo, una profundización de la idea de que estamos frente a un “relato”, palabra que según Sebreli sustituye lo que ayer definíamos como “ideología”. Obviamente sobre ese camino se llega a la conclusión de que el kirchnerismo es también un relato y en consecuencia la democracia termina siendo débil porque existe una masa, pueblo, humildes, engañables por el relato y entonces votan a cualquiera, digamos, al peronismo. A eso antes lo llamaban demagogia y ahora lo rotulan populismo. Sería así, una clase dirigente lúcida, capaz, brillante, que no logra ser votada por los pobres que votan a los que los engañan diciendo que los van a beneficiar cuando en rigor los arruinan. Moraleja: los pobres son brutos “desubicados” que cuando votan se dañan a sí mismos. Si votaran a los ricos no saben lo bien que les iría.

En un dilema que nos hace buscar un culpable. O es la clase dirigente que nunca se hace cargo de nada y jamás ofrece una alternativa digna de ser votada, o es el pueblo que vota a los que lo engañan. Primero opino que la suma de intereses individuales no genera un proyecto colectivo. Nuestros empresarios son, para mi opinión, mucho más limitados que el supuesto pueblo. Es complicado conformar una sociedad capitalista si a los ricos no les importa. Recién ahora algunos asumen que el valor de sus empresas está ligado a la solidez de las instituciones. Como ahora -sin Parlamento y al borde de quedarnos sin Justicia, asediados por la mafia de “Justicia Legítima”- no podremos arribar ni al capitalismo ni a la democracia, solo al poder mafioso.

Los partidos políticos son apenas estructuras de las que nos ocupamos cada tanto y no surgen de ellos candidatos dignos de ser votados. Cuando critican al peronismo, intentan olvidar que luego de derrocarlo, a ese supuesto “relato”, durante dieciocho años no supieron qué diablos hacer. Frondizi les resultaba demasiado comunista, pensaba y era inteligente -y como bien sabemos esos son los marxistas. Illia les resultaba demasiado decente y, como era decente, era lento. Y vino Onganía, que destruyó la Universidad dando origen a la guerrilla. Perón retornó después de esos dieciocho y no había dos demonios, pero entre la guerrilla que se imaginaba invencible y la derecha militar que seguía soñando con el golpe salvador -entre ambos- nos volvieron a la guerra y al atraso. Pero escribimos libros donde la culpa la sigue teniendo Perón. Que desde ya tuvo la suya, pero al volver planteó la paz y la unidad nacional. Pero eso que sólo Perón planteó desde el poder no tiene herederos, nos queda grande y entonces unos reivindican al suicidio de la guerrilla y los otros, al escepticismo de los que no creen en nada. No somos capaces de crecer a partir del gesto pacificador.

No nos interesa la política porque somos tan egoístas que a nadie lo convoca el destino colectivo. El peronismo fue mucho más que un partido político, fue una cultura, una pertenencia de los desposeídos, de los que no estaban incluidos en el proyecto de ser una reproducción de Europa por estos lados. Demasiada inmigración nos fue diluyendo la identidad, la pertenencia, y entonces el peronismo les otorgó una identidad a los de abajo, o mejor dicho, los de abajo se forjaron su propia identidad. Inventaron su mito fundacional, invulnerable al análisis racional de los otros, los individualistas. Aquí está el debate de fondo, para Wilfredo Pareto “la historia es un cementerio de elites”, ese no sería peronista. Para nosotros, el mayor nivel de conciencia se expresa en el seno del pueblo. Ahí nace el peronismo. Es el partido político de los de abajo, de la mucama, cosa que molesta a los cultos, que son demasiados pero tan egoístas que cuando se juntan solo se amontonan, no proponen nunca nada o tan sólo algún proyecto económico de vender algo que les deje una comisión.

Yo creo en la conciencia colectiva, que no es la suma de los individuos, sino algo muy superior. El peronismo no es el todo, pero es un aporte importante.

Un viejo amigo, ya en el cielo, que era muy gorila y había sido comando civil, ese gran amigo me dijo una noche con sabiduría: “Nosotros pensábamos siempre que había que darle ideales a los ricos y dinero a los pobres. Perón se dio cuenta que todo eso era al revés y les dio ideales a los pobres y nos dejó su vigencia para toda la vida”.

Como digo siempre, populismo es la degradación de lo popular. Gardel y Perón son lo popular, cada vez cantan mejor; los Menem y los Kirchner son el populismo, son pasajeros, duran el tiempo del poder y luego regresan al olvido. Al peronismo lo engendraron los trabajadores; a las minorías que se creen lúcidas, a ésas la academia. Se me ocurre que popular viene de pueblo y eso dura.

La relación con el pasado debe ser parecida a la que uno tiene con los padres: para superarla, necesita dejar de confrontar. El libro de Silvia Mercado me invitó a debatir y eso siempre es positivo. Le cuento mis diferencias y le agradezco la invitación. Le dije a Sebreli que debíamos ser capaces de unir a Borges con Discépolo; él me dijo que le gustaban más Cátulo y Homero. En el fondo, los tres eran peronistas porque Borges expresaba la otra parte imprescindible de nosotros. Intentemos una síntesis, vale la pena hacerlo

La desmesura kirchnerista está llegando a su fin, pero todavía hay riesgos

Si los conoceré. Oficialistas de todos los gobiernos, ganadores de todas las carreras de obsecuencia, de permanente y apasionada lealtad al vencedor. Son ellos, diputados o senadores, embajadores o gobernadores, intendentes o ministros; son todo terreno, presurosos a correr en auxilio del vencedor. Aplaudieron desde Menem a los Kirchner, pasando por Duhalde y otros recorridos, todo colectivo los lleva al destino buscado, al carguito que los unge como parte integrante del ejército vencedor.

De esos, muchos, demasiados se dicen peronistas. Es una camiseta rendidora. Aunque se enchastre con el barro liberal o socialista, casi ni se mancha, no quedan secuelas. Algunos la van de historiadores revisionistas (ese negocio da para todo), sacan o ponen héroes al servicio del necesitado, te cambian a Cristóbal Colón por el candidato que le pidas; cambian las estatuas y hasta se deben quedar con unos pesos al elegir al escultor. Nos falta la estatua a Ramón Mercader. La persecución del disidente es una tarea imprescindible, el obsecuente se siente herido, lastimado, degradado por el rebelde, por el disidente. Por eso necesita denostarlo y perseguirlo, en esas persecuciones encontraron su final los regímenes que intentaron el marxismo. Las burocracias son las únicas minorías parasitarias que son mucho más dañinas que los ricos. Y eso sí que implica batir récords.

Oficialistas de todos los gobiernos y sindicalistas que vienen derecho de aplaudir a la Dictadura. No estaban solos, no son los únicos: había jueces y militantes ocultos, denunciadores denunciables, de esos que tiran la primera piedra como si nadie tuviera derecho a conocer sus pasados. Aparentan mirar para otro lado, cultivan el oficialismo pasivo o activo. Los pasivos son la mayoría, están como distraídos viendo pasar la realidad y hablando poco, cosa de no comprometerse. Y los hay activos, de esos que se armaron de un traje de amianto que los defiende del fuego enemigo y del propio; asumen que la vida es tan solo una carrera de obstáculos donde el verdadero arte se basa en esquivarlos. Exquisitos cultores de la agachada.

Y están los operadores, esos que hacen negocio con el poder, a veces ocupan cargos, otras son sólo invitados permanentes a todas las fiestas y reuniones, hacen negocios, hablan de negocios, sólo hablan de eso, ya no saben hablar de otra cosa. Antes era la oligarquía y nosotros- los de la supuesta izquierda- teníamos la voluntad de desalojarlos. Ahora todo es más complejo, hay una nueva oligarquía que no habrá conquistado el desierto matando indios pero que se adueñó del poder gastando a lo bestia el dinero del Estado, ese que debería tener como destino a los pobres. Y a los pobres algo les llega, justo para que sigan siendo pobres y necesiten seguirlos votando, no sea cosa de que se integren a la sociedad y puedan elegir por ellos mismos.

Hasta los Kirchner este trabajo de eterno oficialista no era insalubre, tenía escasos riegos, pocos costos, a nadie se le ocurría castigar funcionarios- o exagero- algunos terminaban en situación de no poder caminar por la calle. Pero eran pocos, los castigaba la Justicia y no la mirada social, esa que observa hoy demasiado mejor que antes, esa que ahora se preocupa por lo que antes ni siquiera la molestaba. Y hasta algunos la van de derechos, dignos, leales y no sé qué otra virtud acompaña el crecimiento de sus fortunas personales. Instalaron la teoría de la impunidad, el poder cura todos los males, purifica a todos los decrépitos que roban pero hacen y a otros que ni siquiera eso.

Ya lo había ejecutado Zannini en Santa Cruz, había eliminado al Procurador, la Corte Suprema ordenó reponerlo dos veces pero ellos no se dieron por enterados. Ahora ya van por todo, un juez como Luis María Cabral, de historia intachable, de formación como las de antes, que siempre estuvo del lado de los perseguidos, que se jugó por los que lo necesitaban como nunca lo hicieron ni los Kirchner, ni Zaffaroni, ni Verbitzky que tanto hablan de los derechos humanos. Un hombre que merece el respeto de todos fue sustituido por un empleado con antecedentes oscuros, como casi todos los que nos gobiernan.

Hay algo que comienza a gustar de Scioli y es su distancia del fanatismo kirchnerista. La verdad, su manera de llegar al poder es triste, poco tiene que ver con la política o, al menos, con lo que uno imagina de la política. Pero nos saca del pantano del fanatismo sin ideas y de la falsificación de todas las propuestas. Macri sigue siendo la alternativa a la demencia kirchnerista, pero el mismo Scioli ya implica un acercamiento a la cordura. Gane quien gane nos habremos sacado de encima esta mediocridad fanatizada. El kirchnerismo, por suerte, termina siendo una enfermedad pasajera del peronismo o de la política. Sembraron división, resentimiento y corrupción pero también algunas mejoras sociales que no tienen por qué ser acompañadas o encubiertas con tanta decadencia. Parlamentos degradados en escribanías, surgimiento de una justicia para proteger a los corruptos que en su impunidad denominan “legitima”, uso y abuso de viejos sueños revolucionarios para encubrir saqueos, en su degradación el kirchnerismo se termina asemejando a todo aquello que dijo intentar superar.

Somos una sociedad con demasiados oportunistas; la política se fue diluyendo como propuesta y como sueño de un futuro mejor. Demasiados esfuerzos económicos e intelectuales para justificar la desmesura kirchnerista. Quedan dos candidatos, ninguno de ellos es un fanático y a muchos, demasiados, no les resulta fácil elegir a uno de ellos y mucho más difícil pronosticar si lo nuevo será un ascenso a la sensatez y al sentido común o un simple aterrizaje en lo más cruel de la mediocridad.

Quizás sea un poco de cada caso. La esperanza hay que depositarla en las proporciones.

Francisco no puede hacerse cargo de la oposición

El Santo Padre volvió a recibir a la Presidenta, y una caterva de opositores puso el grito en la Tierra, desesperados por no lograr que en Roma se encontrara el buscado jefe de la oposición. Un montón de opinadores llenos de odio hacia la Presidenta imaginaban que el Papa nos devuelva la dignidad a los que no logramos y ni siquiera intentamos organizarnos y nos arme un partido que sirva de alternativa viable. O sea, tenemos la bronca pero necesitamos que alguien la convierta en propuesta. Y ni se nos ocurre pensar que este talentoso sacerdote llegó a Papa por no ser ni parecido al resto de los ciudadanos beligerantes.

El papa Francisco se anima a denunciar el genocidio Armenio después de visitar Turquía, se anima a rezar en el Muro de los Lamentos acompañado de un Musulmán y un Judío, se atreve a provocar el acercamiento histórico de Cuba con los Estados Unidos y a tantos otros gestos que asombran a la humanidad. Sin embargo, algunos se enojan porque no le dió una mano al partido opositor. Algunos no entienden que si el Cardenal Bergoglio llegó a convertirse en el papa Francisco es simplemente porque no piensa ni actúa parecido a ellos; de haberlo hecho, hubiera logrado todo lo contrario a lo que admiramos en él.

Si la política nacional no tiene partidos organizados es simplemente porque cada uno se cree dueño de un pensamiento original y ni se preocupa en sumarse a otros para actuar juntos. El individualismo nos ha enfermado y en consecuencia somos dueños de quejas personales pero sin sentirnos responsables de forjar respuestas colectivas. El peronismo está devaluado y usurpado por los ambiciosos; el no peronismo apenas trata de engendrar alternativas. Nadie se asume obligado a participar de esfuerzos colectivos, salimos todos a las marchas. Es por un rato. Luego, de vuelta a la soledad, a lo nuestro. Lo colectivo tiene la impronta de lo que en él depositamos. El kirchnerismo dejó al desnudo el egoísmo y la indignidad de demasiados, de los que pensaron que defendiendo la democracia podían llegar a perder alguna prebenda, algunos pesos y entonces, eligieron hacerse los distraídos. Y están los otros, los que viven cuestionando a los que roban y a los que gobiernan sin hacer absolutamente nada, sin siquiera participar en un grupo de resistencia a la degradación kirchnerista que estamos viviendo.

No somos capaces de aflojar nuestros fanatismos para intentar construir un relato común. Vivimos con el cuento de que alguna vez fuimos grandes y alguno tuvo la culpa de nuestros fracasos. Unos, le echan la culpa al peronismo; otros, a la dictadura; También al golpe del treinta, los militares y hasta a los civiles. Cada uno arrastra su frustración y la convierte en resentimiento. Pero gestar alternativas es otra cosa: es comprometerse en serio, debatir y proponer, elegir al mejor o al menos malo, pero dejar de criticar desde fuera para asumir la propia responsabilidad.

El Santo Padre asombra al mundo, por suerte podemos decir que tenemos un Papa. Algo nuestro merece la admiración del mundo. Claro que su Santidad no es un logro colectivo. Llegó donde llegó a pesar de nosotros, del Gobierno y de la oposición. Y ambos bandos parece que lo necesitan, quieren que baje al barro de sus peleas, de sus luchas sin rumbo ni sentido, de nuestra cotidiana y enfermiza falta de grandeza. Cuando surgió como Papa, los seguidores del poder -un sector de la rama boba que se cree pensante y otro sector de la secta que parasita el fanatismo- ambos lanzaron al mundo su grito contra el Santo Padre. Hasta un idiota de dudoso pasado tenía escrito un libro en contra. Fue uno que tenía el pasado de difícil defensa y salió a cuestionar al Santo Padre. Pero el Papa fue como el tango, primero triunfó en el mundo para luego merecer la admiración ciudadana. Y ahora, desde el otro bando, viene la idea de enseñarle a odiar. Justo al Papa, resulta un tanto excesivo.

Los guerrilleros creían que el más revolucionario era el que enfrentaba al ejército con las armas y todavía no se hicieron la autocrítica. Muchos imaginan debilitar al oficialismo porque gritan como energúmenos sin siquiera ponerse a pensar cómo deben actuar para construir entre todos una oposición responsable.

El Santo Padre tiene hoy una enorme influencia, si la sabemos entender. Está por encima de los creyentes y los ateos, maneja los tiempos de los que se hacen cargo de sus responsabilidades, nos convoca a la pobreza, a la humildad y a la sabiduría. Es quizás hoy la persona más respetada e importante del mundo. ¿No será demasiado pedirle que se haga cargo de la oposición? Estamos tan enfermos y metidos en nuestras pasiones que no queremos que nadie pueda escapar de esta cárcel de egoísmo y pequeñez. A veces pienso que el papa Francisco llegó tan lejos porque pudo aprender a salir de la cárcel que nosotros nos armamos con los defectos que imaginamos que son virtudes. Admiremos al Santo Padre, agradezcamos que haya surgido de nuestra sociedad y aceptemos que supo lograrlo a pesar nuestro.

El largo adiós del kirchnerismo

El acto del 25 de Mayo estuvo al borde del absurdo. Bien pensado por sus gestores, sin limitar sus gastos, una mezcla de atracciones de todo tipo que terminan en multitudes que simulan lealtades y pertenencias. La secuela de oficialistas emocionados y oportunistas asustados fue enorme. Los que gobiernan venían de duras derrotas en Santa Fe, Mendoza y Capital, y de un triunfo en Salta que pertenecía más al peronismo que al kirchnerismo. Ese es el rumbo que toma el proceso electoral, la supuesta izquierda kirchnerista debe retroceder y volver a juntar votos con figuras del viejo peronismo. El kirchnerismo no era la superación de nada, solo un atraso de pragmatismo impune con veleidades de izquierdas y progresismos. Y ahora el peronismo se tomara su revancha.

En Salta, Santa Fe, Córdoba, se nota el retorno al peronismo dentro del hecho concreto de que solo salgan terceros sin chances de ganar. Con los kirchneristas no lograrían ni eso. La Campora se presentó en Capital con el fracaso que se pudo visualizar. Y la Presidenta toma consciencia de que su tiempo agoniza, se despide con demasiada soberbia como para que la recuerden después. Los humildes permanecen en el corazón, los soberbios, sin poder son solo olvidados o maltratados. La Presidenta vive imponiendo el miedo y ejecutando el castigo, sin el cargo y la lapicera pasará a ser parte de un partidito de izquierda con agonía previsible. Los que imponen poder desde el cargo cuando deben elegir sucesor saben, a veces inconscientemente que están eligiendo su verdugo.

Asusta la cantidad de individuos propensos a comerse el amague, a imaginar que el Gobierno es invencible porque junta una multitud que soporta un largo discurso que confunde a la patria con el más crudo y decadente nepotismo. Como si el oportunismo invadiera mentes propensas al oficialismo permanente, veletas que debilitan a la misma democracia.

Ellos son impunes. La imagen de Boudou es una muestra gratis de una manera de enfrentar la vida, de una concepción de la impunidad del poder. Y del otro lado, pocos valientes, demasiados asustados. Demasiados de esos que caen en la trampa de los caraduras que te imponen “no va a votar a la derecha” como si Scioli y la Presidenta ocuparan el espacio del progresismo y la revolución.

Hoy el progresismo es la democracia, es una justicia independiente que no caiga en las oscuras manos de la procuradora de turno, un parlamento donde se vote con dignidad. El kirchnerismo es impunidad, tragamonedas y odio a los sectores productivos, es moneda sin valor ya que nada que ellos hagan tiene sentido ni seriedad. Los discursos presidenciales son sin límites ni ideas en juego, nos acercan más a la Venezuela del odio que al resto del continente. Vivimos un fracaso con pretensiones fundacionales, una usurpación del estado en manos de personajes sin otra motivación que la más pura ambición.

El radicalismo jugó con lucidez y se acercó al Pro, el otro camino implicaba el seguro triunfo de Scioli. Ahora todos quieren que Macri acuerde con Massa y se asegure el triunfo. Es posible que sin acuerdo entre ambos sea más difícil ganarle al oficialismo, a un oficialismo que sin duda dejará de ser kirchnerista en el mismo momento en que Cristina se baje del poder. Dime de que alardeas y te diré de qué careces, muchos leales prometen la más dura de las traiciones. La Presidenta no tuvo piedad con sus seguidores, no la van a tener ellos cuando se baje del poder. Ya lo expresó el gobernador de Salta, ella se ira a su casa.

Y el eterno conflicto de la pretenciosa izquierda ilustrada con los humildes, los votos son de Scioli, Carta Abierta pretende candidatos más jugados, justo ellos, que nunca se enteraron de la existencia de Boudou ni Lázaro Báez. Ellos, duros con los opositores mientras acarician la más obscena corrupción oficialista. Somos una sociedad donde una parte de la derecha compite con restos de viejas izquierdas para ver quién de los dos es más pusilánime.

Es el fin de ciclo. Con derrota o sin ella, el kirchnerismo desaparecerá. Y por ahora, lo más seguro es la derrota. Se están acercando a su propio final.

La inmoralidad kirchnerista

Se expandió una supuesta teoría según la cual los demás deforman las noticias y en consecuencia ellos, los que nos gobiernan, deben cuidar que no nos engañen. La carrera de Medios de la UBA sufre un virus de marxismo gastado y vencido que imagina corporaciones privadas por todos lados y desarrolla la teoría del Estado que puede defenderlos. La Ley de Medios se basa esencialmente en combatir a los privados utilizando su dimensión como excusa y su libertad como motivo de la persecución.

En los medios privados triunfa el talento del que convoca a la audiencia; en los medios públicos, el talento principal es la obsecuencia disfrazada de lealtad al poder de turno. En este proceso termina siendo todo deformado. Por ejemplo, la justicia es “legitima” cuando defiende a miembros y a los poderosos del Gobierno que son siempre los más poderosos de todos. Y se transformaría en “ilegitima” cuando cuestiona al poder en ejercicio. Y ese mismo poder en ejercicio, se victimiza y acusa de ser perseguido por los que encuentran sus corrupciones que son asumidas y conocidas por todos los actores.

El marxismo cayó en el mundo simplemente porque lo único peor al poder económico y las corporaciones son los burócratas. Cuando la Presidenta defiende a Cuba y a Fidel no lo hace por la justicia que supuestamente lograron sino tan sólo por el autoritarismo y la burocracia que realmente engendraron. Cuba es el último baluarte del marxismo, de ese marxismo que desaparece en el mundo, que el peronismo superó en su momento de expansión y que el kirchnerismo viene a descubrir y elegir como su pensamiento propio cuando ya tiene sus últimas bocanadas de respiración artificial, tan artificial que durante mucho tiempo vivió de Rusia y luego necesitó vivir de Venezuela. Ahora desarman su dictadura con pretensiones de proletariado y realidad de burocracia.

El taxista que hace unos meses me llevaba al aeropuerto de La Habana me decía: “nunca me animé a hablar por miedo a dejar sin alimento a mis hijos, ahora le digo a usted y me arriesgo, ese ejército enorme que tiene Fidel no sirve ni para hacerle cosquillas a los gringos, ese ejercito enorme es para controlarnos a nosotros”. Mucho miedo hay en Cuba. Este último fue mi sexto viaje a la isla, siempre intenté entender esa realidad; en los últimos tiempos ya no había nada para entender. Hace un tiempo viajamos con De la Sota a Paraná, Entre Ríos, participamos de un acto. Al otro día compré los dos diarios y ninguno mencionaba al gobernador de Córdoba. ¿El motivo? Sergio Uribarri maneja los dos periódicos, según me dijeron conocidos entrerrianos. El kirchnerismo es un camino directo hacia la dictadura de la burocracia, siempre en nombre del proletariado, en nombre de ése al que sólo le daban el lugar de clientela electoral.

Ellos instalaron el dogma que dice “la ley de medios termina con las corporaciones”. No explican que se convierte en una nueva y gran corporación al servicio del Estado. Las corporaciones hoy más fuertes son el Gobierno y la corrupción que lo acompaña. Hay algunos grandes que vienen de antes, pero cualquiera de ellos al lado del kirchnerismo es un nene de pecho. Que no sigan con el cuento de ver la paja en el ojo ajeno, el Gobierno ya no puede dejar de ver la viga en el propio ojo, y eso es la corrupción.

Hubo uno que en tiempos de otra dinastía escribió un valiente “Robo para la corona”. Con la actual monarquía supo dejar en claro que era sólo para reclamar su parte. Si la corona menemista robaba y la kirchnerista no, no es un tema ideológico, es sólo un asunto de complicidad.

Discepolín supo decirnos con su talento infinito en Cambalache que “los inmorales nos han igualado”. Se quedó corto, no conoció al Kirchnerismo. Habría que cambiar la letra: “los inmorales nos han superado”. No sé si rima, pero es mucho más cercano a la verdad.

Los violentos y el poder

En los setenta, la violencia de la guerrilla conduce al suicidio a una parte importante de mi generación. Digo suicidio ya que encararon una guerra en la que era imposible vencer. Y de esa voluntad desesperada va a surgir lo impensable, que fue la desaparición definitiva de sus represores. En la demencia de hacer desaparecer a la guerrilla encontraron el lugar de su propia inexistencia. La derecha, en su variante militar e intelectual, va a quedar reducida al triste espacio del verdugo; va a sufrir castigos tan excesivos como los que soñó imponer, pero no como fuerza de las armas sino como decisión de una democracia. Y contra eso no quedó siquiera ni el valor de las palabras.

Fue tan definitivo el triunfo del derrotado que tuvo espacio para inventar una supuesta teoría donde- para que nadie imaginara la existencia de dos demonios- la única violencia ilegal era la del Estado, quedando la otra unida al sueño imaginario de las revoluciones. Aún en democracia, cuando la guerrilla mataba era épico y cuando les respondían era siempre López Rega y las tres A. Una deformación de la realidad que permite desvirtuar la voluntad del pueblo, degradar a su partido, el peronismo y convertir el error de buscar la violencia suicida en el recuerdo del heroísmo revolucionario.

Nunca fui de derecha, claro que tampoco por ejercitar la violencia nadie tuvo autoridad para instalarse en la izquierda. Perón no fundó ninguna guerrilla, sólo convocó a un sector a acompañarlo en su retorno democrático y es esa misma organización, premiada con Gobernadores, Ministros y legisladores, la que decide retornar a la violencia en plena democracia. No estamos debatiendo la violencia contra la Dictadura, sino su demencia de ejercerla en medio de una democracia de la que formaban parte.

La deformación de esa historia intenta imponer el protagonismo de los guerrilleros por sobre el del pueblo, como si a Perón lo hubieran traído ellos, como si la violencia de las minorías fuera más importante que el peso enorme de la clase trabajadora. El peronismo no era ni yanqui ni marxista y eso, en un tiempo donde el marxismo parecía ser el dueño del futuro. Hoy, cuando el Gobierno se abraza a deformaciones que nos separan de las democracias y las libertades con la absurda excusa de confrontar con el supuesto imperialismo, debemos denunciar que en nada este accionar se asienta en nuestras ideas. En rigor, estuvo tan lejos Carlos Menem de nuestro pensamiento al articular sus “relaciones carnales” como absurdo es que hoy nos alineamos con sectores que jamás fueron parte de nuestra historia. Pareciera que los negocios privados de los funcionarios son más importantes que los intereses colectivos.

El peronismo tiene elementos culturales y políticos dignos de ser recuperados, por encima de la deformación derechista de Menem o de la violencia discursiva del kirchnerismo. No propongo recuperarlo para volver al poder, sino tan solo para aportar sus aciertos, criticar sus errores y para sumarlos a futuras fuerzas donde se recupere lo mejor de cada sector.

Se agota un Gobierno que utilizó el nombre del peronismo únicamente para deformar sus ideas. Es tiempo que los peronistas recuperemos nuestros aportes, para la memoria colectiva y no para ponerlos al servicio de ninguna ambición personal.

Un modelo de odio

Cuando las instituciones son débiles suelen incitar las ambiciones de los peores. Es cuando las sociedades aparentan ser desiertos a cultivar, jóvenes sin rumbo a los que se puede malear a gusto del invasor. Toda sociedad necesita de un tiempo fundacional, tanto como que ninguna aguanta que esa pubertad se convierta en la reiteración de un tiempo de dudas que impida alcanzar la madurez. Con Menem, los adoradores del mercado y la moneda nos degradaron a un universo de gerentes extranjeros, devaluaron al ciudadano para convertirlo en consumidor o inversor. La irracional idea de destruir el Estado lo dejó al servicio de quienes soñaban con invadirlo.

Con los Kirchner, el Estado se convirtió en un poder absoluto que ya no intentaba negociar con los privados sino que gestaba su propia burguesía. El juego y la obra pública fueron el eje del poder económico; las infinitas prebendas que distribuye el Estado engendraron luego las adhesiones políticas. Se subsidió a las empresas para convertir en corrupción lo que hubiera debido ser beneficio para el ciudadano. Un buen momento para los países productores de alimentos se derivó en un tiempo de enriquecimiento de dispersas burocracias. Disfrutar del Estado engendró un partido del oportunismo coyuntural, nunca antes las ideologías terminaron siendo un simple decorado de la ambición y los negociados. Vetustos restos de pretendidas izquierdas aportaron su experiencia en engendrar teorías justificadoras para cualquier desaguisado. Haber apoyado las dictaduras marxistas de ayer los convertía en expertos para justificar los desatinos de hoy.

Sólo recordar que habían instalado un grupo de intrigantes para cuestionar al Cardenal Bergoglio, una filial de esos servicios que hoy dicen repudiar se ocupaba de denunciar a la Iglesia Católica. Cuando el Papa Francisco deslumbra al mundo con su pensamiento delata, entre otras cosas, la pequeñez de sus detractores. Pero queda claro que los verdaderos enemigos del Gobierno somos los que no estamos dispuestos a dejarnos aplastar por sus imposiciones ni mucho menos a convencer por sus tediosas y mediocres justificaciones.

Toda secta genera explicaciones que las hacen aparecer como racionales. Explicaciones que repiten como loros, obligados por la obediencia y el castigo a la libertad individual. Este tenebroso Gobierno actúa como si nunca tuvieran que abandonar el poder, intentan olvidar que transitan su último año. Cuando uno escucha a la Presidente o al jefe de Gabinete siente vergüenza ajena, es difícil entender a los que le asignan talento a la simple ausencia a veces de cordura y casi siempre de sentido común.

Todo autoritarismo es un intento de convocar a lo peor de una sociedad, a todos aquellos que sueñan con una cuota de poder y no les importa demasiado el costo que deban pagar para obtenerlo. Están todos, desde los oportunistas de siempr -en los negocios, los sindicatos y la política- hasta los jóvenes que imaginaban que con un cargo público y un odio compartido se convertían en dueños de una causa. De pronto una muerte los obligó a desnudar sus limitaciones, y entonces, los que pretendían grandeza y eternidades, se arrastran negando finales y encarnando la peor versión de su pequeñez.

Se imaginan de izquierdas sólo por cuestionar las democracias y enamorase de los países donde con la excusa de distribuir justicia se ejerce la opresión o la misma limitación de la libertad. Dicen que nos ayudaron a avanzar. Sin embargo, nunca la división de nuestra sociedad fue más cruel testigo del atraso que lograron imponer. Los enemigos y los odios han ocupado el espacio de los sueños. Ese logro es el triste fruto de doce años de kirchnerismo, del modelo que necesitamos derrotar.

Una democracia degradada, el legado kirchnerista

Vivimos una coyuntura donde los conflictos son demasiados y no se percibe un avance o una voluntad de superación. El conflicto es inherente a toda sociedad, pero el mismo puede ser la fuente de una tensión que nos impulse a superarnos o una reiteración que solo nos sirva para aumentar la sensación de fracaso. Lo grave es cuando quien gobierna utiliza al conflicto como la fuente de su poder y en consecuencia genera una tensión social que puede servirle al gobernante de turno sin que asumamos el daño que puede hacerle a la sociedad.

Vivimos divididos hasta para definir el momento en el que se iniciaron nuestros males, utilizando al pasado como excusa para no entrar al futuro. Algunos fijan el punto inicial de nuestras frustraciones en el golpe de Estado contra Yrigoyen, otros lo denuncian en la llegada del peronismo, los peronistas lo instalan en el golpe del cincuenta y cinco, y ni hablemos del debate sobre la violencia y los derechos humanos en los setenta. Nunca fuimos capaces de discutir en serio el tema de la violencia, pensamos que con la condena a la dictadura nos sacamos toda la responsabilidad de encima. El actual Gobierno, en lugar de convocar a un acercamiento de posiciones, nos invitó a discutir sin razón ni sentido alguno el monumento a Cristóbal Colón y el lugar de Roca en la historia. Instaló rencores donde no los había -en rigor, construyó la imagen de que en todo disidente se incubaba un traidor. Inventó enemigos nuevos y defendió sus pretensiones de burguesía feudal otorgando un espacio secundario a viejas izquierdas fracasadas que salieron a defender la corrupción como si fuera el germen de una revolución justiciera.

Es un gobierno que toma del peronismo sus peores momentos de confrontación, y cuestiona al Perón que vuelve con un mensaje pacificador. Asumen el lugar de los imberbes que Perón hechó de la plaza y convocan a los marxistas trasnochados, fracasados en el mundo, como defensores de una causa cuya única virtud es que les asigna un lugar en el Gobierno que jamás hubieran alcanzado a través de un proceso electoral.

Con relación al peronismo, es tan absurda la posición de los fanáticos que lo imaginan el único protagonista político valorable como la de aquellos que le endilgan al mismo todas las culpas de los males que sufrimos. Fue una etapa de nuestra historia, la expresión cultural de los que hasta ese momento no formaban parte respetable de la sociedad. Tuvimos la suerte de que Perón volviera a ser electo y convocara a la unidad nacional. Luego cada quien guardará los matices de su propia mirada, pero asumiendo que esas diferencias no pueden ser una razón para no convivir y compartir el futuro. El uso que de esa memoria hicieron Menem y los Kirchner poco o nada tiene que ver con sus propuestas. Mientras la memoria del peronismo arrastre votos, no faltarán candidatos que se amolden a su recuerdo. En realidad, el peronismo terminó con la muerte de su líder, si izquierdas y derechas se ocultan bajo su nombre es tan solo por la impotencia que tienen para construir sus propias fuerzas políticas.

Necesitamos superar las limitaciones mentales y sociales que nos va a dejar el Gobierno que transita su último año. Los que se dicen “herederos del modelo” son tan solo personajes que no quieren perder las prebendas que supieron conseguir. La idea del adversario debe imponerse a la del enemigo, asumir que el que piensa distinto es parte de la diversidad que requiere la democracia, que cualquiera que gane las elecciones va a poder transitar su mandato sin que ningún sector esté en condiciones de impedirlo. Me duele mucho cuando me dicen, peronistas o antis, que sin el peronismo no se puede gobernar. Me lastima que una causa que nació como un camino a la justicia social termine siendo el verdugo de la democracia. Los espacios de poder que genera todo gobierno terminan siendo el camino del éxito personal en una sociedad donde se fue extendiendo la sensación de fracaso. El oficialismo es la expresión de la burocracia contra los ciudadanos, los empleados del Estado se imaginan los dueños y señores del destino colectivo. Esa idea siempre terminó en fracaso.

La dictadura se llevó para siempre a la extrema derecha, esa que solo soñaba con eliminar a la izquierda. Pero nos dejó como pesada herencia un resentimiento que define a personajes menores que a cambio de odiar a la derecha se imaginan convertirse en izquierda. Debemos aclarar algunas cosas. Con solo decir que uno odia a la derecha,  reivindicar el suicidio del “Che” Guevara o pensar que la democracia es burguesa, nada de eso alcanza para que uno se pueda asumir ni progresista ni de izquierdas. Menos aún si creemos que por ser empleado del Estado o utilizar sus dineros en contra de los que producen uno se convierte en un luchador por la justicia. La burocracia se apropia de los dineros que el Estado tendría que usar para ayudar a los pobres y termina manteniendo a un montón de “vivos” que dicen ocuparse de los pobres cuando solo se dedican a parasitarles los escasos recursos que les pertenecen.

Solo comprometiéndonos con la política, solo defendiendo nuestras ideas, podremos superar este retroceso que implicó el oficialismo que agoniza. Necesitamos un esfuerzo más para dejar de ser una democracia degradada. Sepamos construir la autoridad que nos permita expulsar al autoritarismo. Es un desafío y una obligación.

La desmesura kirchnerista

Toda revolución exige a veces alterar los límites de las normas establecidas, aunque no todo lo que sale de quicio se puede justificar como voluntad transformadora. En cada discurso presidencial aparece reiterado el dogma exigiendo la obediencia de los dominados, siempre apoyado en la excusa de transitar un tiempo fundacional. Investigar el pasado de estos alegres renovadores sirve para llegar a la conclusión que, mientras los excesos los acompañan desde siempre, el aporte progresista es más un decorado para disfrazar ambiciones que un sueño de un mundo mejor para todos. Las mejorías personales y sectoriales de la burocracia imperante están por lejos por encima de los logros para el conjunto de la sociedad. Más aún, el crecimiento patrimonial de la burocracia es anterior y permanente mientras los logros para la sociedad son positivos pero en todos los casos sirvieron más para justificar clientelas que para mejorar futuros.

La distancia entre los discursos dogmáticos y cerrados de la Presidente y jefa absoluta del supuesto modelo y la coherencia con una pretendida lógica de la izquierda y el progresismo es infinita. Para poder imaginar que la palabra presidencial marca un rumbo hay que partir de la base de que quienes lo aceptan lo hacen a cambio de un beneficio. Para mi convicción personal, los seguidores se dividen entre los oportunistas de todos los gobiernos, los extraviados recuperados y los inocentes de cualquier proyecto. No acepto que entre los seguidores de supuestas izquierdas las cosas vayan más allá que el espacio del cálculo. La Presidente cobija bajo sus dogmas grupos cuyas ideologías no hubieran llegado jamás por el camino electoral a formar parte del poder. Y entonces, antiguos gestores de soñadas revoluciones terminan convertidos en simples justificadores de desmesuras ajenas, obligados a una forma de lealtad que ni siquiera se puede permitir la crítica constructiva. Un discurso que convierte el capricho en dogma y un grupo de supuestos intelectuales que lo explican, desarrollan y justifican solo a cambio de un cobijo en el espacio del poder. A los veinte los marcó la rebeldía, ya de grandes son capaces de justificar lo que jamás hubieran imaginado soportar. De jóvenes, el poder como sueño transformador; de grandes, como consuelo de errores de juventud y el triunfo de la ambición.

Entre los vivos que se enriquecen con los negocios que permite el Estado y los acomodos que pudieron distribuir entre parientes y seguidores, entre esos extremos del bienestar personal, se extiende la bandera del supuesto modelo. Los jueces y sus historias pueden ser discutibles, los robos del oficialismo ingresan al espacio de lo concreto visible e inocultable. Los caprichos presidenciales devenidos en dogmas iluminadores del futuro y el vicepresidente transitando el delito, entre esos dos extremos se extiende la bandera de la complicidad. Los menemistas se beneficiaban demoliendo el Estado, los kirchneristas fueron mucho más lejos y se enamoraron de los beneficios que aporta usurparlo. El Estado como un gran cobijo para los que adhieren al supuesto modelo, la persecución y el daño para todos aquellos que no nos dejamos imponer el cuento irracional del relato. El oficialismo se llevó a su servicio a todos los que se vendían por dineros y prebendas; nunca la corrupción utilizó con tanta solvencia el disfraz de benefactor de la sociedad.

Viejos estalinistas y supuestos revolucionarios atacando a los jueces solo para defender delincuentes que al caer podían desnudar complicidades. Algunos enemigos seleccionados entre los que opinan libremente, demasiados aliados elegidos entre los que saquean el país pero pagan coimas y no cuestionan el modelo. Leyes de medios para eliminar las libertades, asociarse a empresas extranjeras saqueadoras solo a cambio de coimas y complicidades.
El modelo nacional y popular permite a los ladrones perseguir a los jueces, ataca a la burguesía que no se les rinde no para eliminarla sino tan solo para substituirla. Aplauden el discurso de la Presidente al margen de lo que diga, la obediencia cuando se degrada en alcahuetería entrega su derecho a todo tipo de crítica.

Y soñaban quedarse para siempre. La democracia es para ellos un simple vicio burgués. Finalmente, de los que nos gobiernan, conocemos de sobra sus excesos y desprecio por la democracia. Terminaron siendo más definidos por la desmesura de sus errores que por sus pretendidas virtudes. Los gobiernos cuando duran demasiado terminan desnudando sus limitaciones. Está a la vista.